— P. Jaime Emilio González Magaña, S.J.
El pasado martes 5 de noviembre por la mañana, el Santo Padre visitó la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, con motivo del «Dies Academicus» y en la fiesta de los santos y beatos de la Compañía de Jesús. En su discurso, el Papa expuso su visión del mundo académico jesuita, meditando sobre las trampas de una espiritualidad líquida «cocacolizada» y desencarnada e insistió en trabajar apasionadamente para lograr un saber arraigado en el corazón. La intervención de Francisco tuvo la forma y el contenido de una auténtica lección ignaciana y comenzó con un neologismo al mencionar el peligro de la «cocalización espiritual» en la investigación y la enseñanza. Enfatizó que “desgraciadamente, hay muchos discípulos de la Coca-Cola espiritual». El Papa reflexionó sobre la misión contemporánea de la Pontificia Universidad Gregoriana con la ayuda de San Francisco Javier, uno de los primeros compañeros de San Ignacio y un brillante estudiante de la Universidad de París, la mejor de su tiempo.
La formación es un precioso y delicado acto de caridad -afirmó el Papa- y recordó cómo «a San Francisco Javier le habría gustado ir a todas las universidades de su tiempo y gritar como un loco por todas partes, para sacudir a los que tenían más conocimientos que caridad, e instarles a hacerse misioneros por amor a los hermanos, diciéndoles desde el fondo del corazón: ‘Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que haga?’». En el hermoso cuadripórtico del antiguo «Colegio Romano», fundado en 1551 por San Ignacio de Loyola, el Papa quiso recordarnos a profesores, alumnos, personal administrativo y de servicio, que debemos ser misioneros por amor a los hermanos y estar disponibles a la llamada del Señor. Enfatizó que «la misión está inspirada y sostenida por el Señor. No se trata de ocupar su lugar con nuestras pretensiones, que hacen que el plan de Dios sea burocrático, autoritario, rígido y tibio, superponiendo a menudo agendas y ambiciones a los planes de la Providencia». Recordó que estamos invitados a «hacer de la universidad un lugar donde la misión debe expresarse sobre todo a través de la acción formativa, con pasión pues formar significa, sobre todo, cuidar a las personas, y es por tanto un acto de caridad discreto, precioso y delicado».
Posteriormente, el Santo Padre nos alertó contra algunas plagas propias de ambientes universitarios como “el intelectualismo, el egoísmo y la lujuria espiritual” y en un tono fuerte y claro nos urgió a evitar el «intelectualismo árido», el «narcisismo perverso», «una verdadera lujuria espiritual en la que los demás sólo existen como espectadores que aplauden, cajas que se llenan con el ego de los que enseñan». Francisco relató una elocuente anécdota estudiantil de la época del ’68, que ilustra estas plagas y la clamorosa falta de corazón. Dijo: «Me contaron la interesante historia de un profesor que, una mañana, encontró vacía el aula donde impartía sus clases. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta que no había nadie hasta que llegó a su escritorio. El salón era muy grande y tardó varios pasos en llegar a lo que parecía un ‘trono de doctor’. Al ver el vacío, decidió salir y preguntar al conserje qué había pasado. Aquel hombre, que siempre se había mostrado un tanto lejano del profesor, parecía diferente, más confiado por lo que se animó a señalar el cartel que los estudiantes habían colocado en la puerta después de su entrada que decía: «Aula ocupada por un enorme Ego. No hay vacantes disponibles».
Al recordar la figura aristocrática y misteriosa de Nikolái Stavroguin, protagonista de la novela «Los demonios», de Dostoievski, citada en la Encíclica Dilexit Nos, el Papa, dijo que San John Henry Newman, inspirado a su vez, por San Francisco de Sales, recordaba que el corazón es el lugar de partida y de llegada de toda relación y citó la expresión: «Cor ad cor loquitur» (el corazón habla al corazón), que tanto gustaba a Su Santidad Benedicto XVI. Volviendo a Stavrogin, el Santo Padre evocó un libro de Romano Guardini, que lo presenta como la encarnación del mal, porque su principal característica es no tener corazón. Y por esta razón «no puede encontrarse íntimamente con nadie y nadie se encuentra verdaderamente con él». Aquí, entre ustedes -enfatizó-, esto tiene que estar bien presente, precisamente por el origen de profesores y alumnos de muchas partes del mundo y nos instó a no olvidar que Guardini añade: «Sólo el corazón puede acoger y dar patria».
No podríamos entender la historia de la Gregoriana sin hacer referencia a los orígenes de esta misión educativa jesuítica que “todavía tienen algo que decir a la comunidad universitaria gregoriana, a los que enseñan, a los que aprenden, a los que colaboran en la administración y los servicios. Para ello hay que acudir a lo que el secretario de San Ignacio explicaba sobre las motivaciones que habían impulsado a Ignacio, tras el éxito del Colegio de Mesina, a fundar el Colegio Romano”, agregó el Papa. Inmediatamente después, comentó un hecho que quienes estamos destinados a esta misión entendimos inmediatamente. Se trata del nombre que, con la integración del Consorcio, ha recibido esta institución. Casi nadie ha entendido que se haya perdido el título de Colegio Romano y se haya asumido otro, por cierto, extraño y un tanto ridículo de Collegium Maximun, más aún, cuando la Provincia Euro Mediterránea tiene una escuela de educación elemental, secundaria y media, con el mismo nombre en Roma. Por otra parte, además de lo absurdo, el nombre, ha creado no pocas confusiones.
A este propósito, el Papa comentó: «Y es triste -lo siento, lamento decirlo- haber perdido la oportunidad de recuperar ese título -«Colegio Romano»- que nos hubiera permitido conectar con las intenciones originales que todavía son significativas, pero espero que todavía se pueda hacer algo. Esto es lo que escribió el secretario de San Ignacio: «Puesto que todo el bien del cristianismo y del mundo entero depende de la buena formación de los jóvenes, para los que hay gran necesidad de maestros virtuosos y sabios, la Compañía ha asumido la tarea menos llamativa, pero no menos importante, de su formación. Conocedor de nuestra historia, el Papa quiso evocar los orígenes de la misión educativa de la Gregoriana y añoró un buen día de 1556, cuando un grupo de quince estudiantes se instaló en una modesta casa, no lejos de la actual sede de la universidad y dijo: «En la puerta de la casa estaba la inscripción: ‘Escuela gratuita de gramática, humanidad y doctrina cristiana’. Parecía inspirada en la invitación del profeta Isaías: ‘Todos los sedientos, vengan a las aguas. Los que no tienen dinero, vengan» Corría el año 1556, habían pasado cinco años desde que un grupo de quince estudiantes jesuitas se instalaron en una modesta casa, no lejos de aquí, donde ahora se encuentra Via Aracoeli». Concluyó esta primera parte con una pregunta: ¿Qué significa hoy esta inscripción en la puerta de la modesta casa de la que procede la Gregoriana? Ha sido, sin duda, una invitación a humanizar el conocimiento de la fe, a encender y reavivar la chispa de la gracia en el hombre, garantizando la transdisciplinariedad en la investigación y la enseñanza.
En busca del conocimiento, tocando las heridas de la historia
Posteriormente, el Santo Padre hizo alusión a los orígenes del Colegio Romano, cuando San Ignacio de Loyola no había decidido todavía que, uno de los apostolados de la naciente Compañía de Jesús, iba a ser el educativo, insistió que tenemos que aprender «a ser nosotros mismos, midiéndonos con los grandes pensamientos, según nuestras capacidades, sin atajos, que nos quitan la libertad de decidir, apagan la alegría del descubrimiento y nos privan de la posibilidad de equivocarnos. Es del error de donde aprendemos». Pidió que «la «gratuidad» inscrita en la puerta de la primera sede del Colegio Romano se actualice en «relaciones, métodos y objetivos» ya que, en efecto, es la gratuidad la que nos convierte a todos en «siervos sin señor». Es la gratuidad la que nos abre a las sorpresas de Dios, que es misericordia, liberándonos de la codicia. Es la gratuidad la que hace sabios y maestros virtuosos. Es gratuidad que educa sin manipular ni atar, que se alegra del crecimiento y alienta la imaginación. Es gratuidad que revela el ser del Misterio de Dios-Amor, ese Dios-Amor que es cercanía, compasión, ternura, que da siempre el primer paso, el primer paso hacia todos, sin excluir a nadie, en un mundo que siempre ha perdido el corazón».
Me parece muy importante el énfasis del Papa al mencionar que la permanencia y la evanescencia nos recuerdan que sólo el Evangelio prevalece. En esta sociedad sometida a la “dictadura del relativismo”, hace falta una universidad que tenga olor a «carne de pueblo», que no pisotee las diferencias en la ilusión de una unidad que sólo es homogeneidad, que no tenga miedo de la contaminación virtuosa y de la imaginación que reaviva lo que agoniza, añadió el Pontífice. Esta vez, Francisco, se inspiró en Francisco de Quevedo, poeta español del Siglo de Oro Español cuando, meditando sobre lo evanescente y lo permanente en la Ciudad Eterna, afirmó: «Sólo queda el Tíber, cuya corriente, si un día la bañó como una ciudad, hoy la llora con un sonido fúnebre. En Roma, de lo que creíamos invencible, sólo quedan ruinas, mientras que lo que está destinado a fluir, a pasar por el río, es precisamente lo que ha vencido al tiempo». En opinión del Pontífice: «estos versos nos hacen pensar: a veces construimos monumentos con la esperanza de sobrevivir a nosotros mismos, dejando en la tierra huellas que creemos inmortales», recordando que, una vez más, como siempre, la lógica del Evangelio muestra su verdad: para ganar, hay que perder. Así pues, continuó: «¿Qué estamos dispuestos a perder ante los desafíos que se nos presentan? El mundo está en llamas, la locura de la guerra cubre toda esperanza con la sombra de la muerte», dijo, instando a todos a desarmar sus ideas y sus palabras. Debemos redescubrir el camino de una teología de la Encarnación que reavive la esperanza de una filosofía que sepa animar el deseo de tocar el borde del manto de Jesús, de llegar hasta la orilla del misterio». Abogó, asimismo, por una exégesis que abra los ojos del corazón, que sepa honrar la Palabra que crece en cada época con la vida de quienes la leen con fe.
Con el lenguaje de quien es consciente de que, después de Jesucristo, él, como superior mayor de los jesuitas es quien da la misión y manifestó: «esta universidad debe generar una sabiduría que no puede nacer de ideas abstractas concebidas sólo en un escritorio, sino que mira y siente las dificultades de la historia concreta, que toma su fuente en el contacto con la vida de los pueblos y los símbolos de las culturas, escuchando las preguntas escondidas y el grito que surge de la carne sufriente de los pobres». Invitó a la comunidad académica a tocar esta carne, a tener el coraje de caminar en el barro y ensuciarse las manos y declaró: «durante muchos siglos, las ciencias sagradas miraron a todo el mundo por encima del hombro. Hemos cometido muchos errores. Es hora de que todos seamos humildes, de que reconozcamos que no lo sabemos todo, que necesitamos a los demás, especialmente a los que no piensan como nosotros». Además, pidió: «menos sillas, más mesas sin jerarquías, una al lado de la otra, todas pidiendo conocimiento, tocando las heridas de la historia. Según este estilo, el Evangelio podrá convertir el corazón y responder a los interrogantes de la vida». Para lograrlo, «es necesario transformar el espacio académico en una casa del corazón y éste es necesario en la universidad, que es un lugar de investigación para una cultura del encuentro y no del rechazo. Es un lugar de diálogo entre el pasado y el presente, entre la tradición y la vida, entre la historia y los relatos». Concluyó esta parte con una pregunta fundamental: «¿Consigue todavía esta misión traducir el carisma de la Compañía; consigue expresar y concretar la gracia fundacional y la llamada de Dios asumida por San Ignacio de Loyola?».
En diálogo con la Tradición y la Historia
En el hermoso discurso dirigido a la comunidad universitaria, el Santo Padre insistió en la necesidad de transformar el espacio académico en una casa del corazón y afirmó: «El cuidado de las relaciones necesita del corazón que dialoga. El corazón une los fragmentos y, con los corazones de los demás, se construye un puente donde pueden encontrarse. El corazón es necesario para la Universidad, que es un lugar de investigación para una cultura del encuentro y no del descarte. Es un lugar de diálogo entre el pasado y el presente, entre la tradición y la vida, entre la historia y las historias». Vivamente emocionado, el Papa continuó diciendo: «Me gustaría recordar la escena de la Ilíada en la que Héctor, antes de enfrentarse a Aquiles, visita a su esposa Andrómaca y a su hijo Astianacte. Al verlo con armadura y casco, el pequeño se asusta y comienza a gritar. Héctor se quita el casco y lo deja en el suelo, toma a su hijo en brazos y lo levanta a su altura. Sólo entonces le habla (Cf. Ilíada, VI 394-502).
Según el Papa, los pasos que preceden al diálogo son bajar los brazos, poner al otro al mismo nivel para mirarlo a los ojos. Su súplica fue: «Desármate, desarma tus pensamientos, desarma tus palabras, desarma tus miradas y luego ponte a la misma altura para mirarte a los ojos. No hay diálogo de arriba hacia abajo, no lo hay. Sólo así la enseñanza se convierte en un acto de misericordia, cuya característica Shakespeare describe tan bellamente: «La naturaleza de la misericordia no es forzar, se extiende como la suave lluvia del cielo y produce una doble felicidad: la felicidad del que da y la del que recibe» (El Mercader de Venecia, acto IV, escena I). El profesor hacia el alumno y el alumno hacia el profesor. Se espera que ambos puedan aprender de esta manera. Y este diálogo puesto en relación con la tradición y la historia debe ser compasivo con el presente: ¡cuántas heridas podrían ser curadas! Un diálogo respetuoso con el pasado, compasivo en el hoy y respetuoso con el «ayer».
La misión de la Universidad Gregoriana no puede renunciar al pasado, está llamada a integrarlo desde sus raíces fundacionales para profundizar el presente con toda su confusión y complejidad, pero, también, con todas sus posibilidades de futuro. De este modo, nuestra misión de formación nos urge a hacer un realista examen de conciencia. El Papa preguntó: «¿Esta misión logra traducir el carisma de la Compañía? ¿Es capaz de expresar y dar concreción a la gracia fundadora? No podemos mirar hacia atrás a lo que nos generó, considerándolo como un Anquises paralizado (padre de Eneas y uno de los amantes mortales de la diosa Afrodita) que hay que abandonar con la excusa de que nuestro presente y futuro no pueden soportar el lastre. Las raíces nos guían, no se cortan. Esa gracia fundamental tiene un nombre: Ignacio de Loyola y una formulación concreta en los Ejercicios Espirituales y las Constituciones de la Compañía de Jesús».
Desde mi punto de vista, es una cuestión vital para que la misión de la Compañía de Jesús en la Gregoriana sea lo que está llamada a ser, abriéndonos a los retos y desafíos de esta sociedad en esta Iglesia, sí, pero, sin traicionar su pasado. El Papa nos recordó que, en la historia de la Compañía de Jesús, la gracia fundadora se ha transformado siempre en una experiencia intelectual: descubrir la voluntad de Dios, que actúa y guía a la humanidad de modo misterioso, con las opciones de generaciones de mujeres y hombres en camino, siempre mirando adelante con discernimiento, jamás con ningún tipo de ideología que asesina el espíritu carismático. No hay que olvidar lo que nuestra espiritualidad nos aporta cuando insiste que, «en el fondo, está la inmediatez entre el Creador y su criatura. En la 15ª anotación, se pide a los que proponen los Ejercicios Espirituales que permanezcan en equilibrio, para que «el Creador actúe directamente con la criatura, y la criatura con su Creador y Señor». Actualizado en el papel del maestro, creo que está claro que su tarea es fomentar como único objetivo, a través del estudio, la relación con el Señor, no reemplazarlo». El Santo Padre nos pidió que no olvidemos que «está la primacía del servicio como criterio que nos permite corregir lo que estamos haciendo. Para servir a Dios en las cosas que hacemos, debemos llevar todo al fin para el que fuimos creados (cf. Ejercicios N° 23). Es necesario discernir para purificar las intenciones, para evaluar la idoneidad de los medios. Más claramente: ¿responde esta unificación a su gracia fundadora? Me pregunto: ¿los que gobiernan y los que colaboran están en sintonía con su gracia fundadora o se están sirviendo a sí mismos?»
La cultura que permanece es el amor
Enfáticamente, el Santo Padre nos advirtió en lo que la Compañía de Jesús está llamada a ser, abriéndonos a los retos y desafíos de esta sociedad en esta Iglesia, sí, pero, sin traicionar su pasado. En este sentido no podemos dejar de mencionar que toda misión debe estar sometida a la obediencia a la Iglesia, la única, con un sentimiento d amor y fidelidad. Los Ejercicios Espirituales así lo indican cuando explicitan que debemos dejar de lado todos los propios juicios y estar dispuestos a obedecer, en todo, a la Santa Madre Iglesia (cf. ES 353). En nuestros días, cuando todo indica que estamos sometidos a la dictadura del relativismo y cuando la Iglesia es sometida a juicio, condena y castigo sin el menor atisbo de amor y respeto, es menester asumir lo que Francisco nos advierte cuando subraya que aquí podríamos incluir la cuestión de la libertad intelectual y el límite de la investigación. Al citar el comentario que hizo el Padre Peter Hans Kolvenbach, entonces Prepósito General de la Compañía de Jesús, a propósito de las Reglas ignacianas para sentirse Iglesia cuando precisó que «toda creatividad, todo movimiento espiritual, toda iniciativa profética y carismática se desorienta, se dispersa y se agota si no se integra en la meta de un servicio mayor, es decir, más allá de nuestros planes mundanos, más allá de nuestras ambiciones y pretensiones de eficacia. Esto incluso si le ponemos el sello papal». No podemos dejar de asumir que estamos en una época compleja en la que algunos quisieran más estructura y menos discernimiento, cuando se generan «tensiones y conflictos, y donde es difícil establecer límites entre la fe y la razón, entre la obediencia y la libertad, entre el amor y el espíritu crítico, entre la responsabilidad personal y la obediencia eclesial. Cada época tiene aquí sus medidas un poco menos o más, un poco menos o más», declaró el Papa.
Si el padre Kolvenbach precisó que «no podemos dividir lo que el Señor ha unido en el misterio de Cristo y de su Iglesia» (cf. Ef 5, 32), Francisco nos aclara que «el misterio no es medible, y la unión con él requiere un discernimiento constante. Discernimiento constante. En movimiento, siempre. Un discernimiento honesto y profundo, buscando lo que une y nunca trabajando por lo que nos separa del amor de Cristo y de la unidad de sentimiento con la Iglesia, que no debemos limitar solo a las palabras de la doctrina, aferrándonos a las normas. La forma en que usamos la doctrina a menudo la reduce a ser atemporal, un prisionero en un museo, mientras va, está vivo, expresa la comunión de fe con aquellos que inspiran vida al Evangelio. Generación tras generación, todos, esperando que el Reino de Dios se realice. Y Kolvenbach añadió: «En cualquier caso, nuestra actitud debe ser ésta: experimentar el dolor del conflicto, participando así en el proceso que conduce a una comunión más plena para realizar la oración de Jesús: “Que todos sean uno, como nosotros somos uno” (Jn 17, 22)».
La misión de la Gregoriana se puede resumir, en una palabra: diaconía, «diaconado de la cultura al servicio de la continua recomposición de los fragmentos de todo cambio de época. El diaconado se logra al no evitar el cansancio del concepto encarnado, el cansancio del concepto que busca la armonía con el Espíritu, la búsqueda de la comunión después de los conflictos: conflictos interiores y exteriores.
Por eso, tengan la ambición de un pensamiento que construya puentes, que dialogue con diferentes pensamientos, que tienda a la profundidad del misterio. La figura del laberinto me ayuda mucho en esto. Solo uno puede salir del laberinto de arriba, desde arriba. Cuiden de lo que queda en el ocaso de la vida, porque seremos juzgados por el amor, cuando se revele si nuestros talentos han dado de comer, de beber, de vestir, de acogido o de visitar al más pequeño de los que hemos encontrado (cf. Mateo 25, 31-46) […]. La cultura es lo que queda después de olvidar las cosas aprendidas. Y esta cultura que permanece es el amor. La Universidad es un lugar de diálogo».
Cuando constatamos el espíritu cada vez más creciente de individualismo narcisista y de egoísmo cruel en nuestro entorno nos resulta difícil creer que es posible crear una auténtica comunión y compartir la misma misión. Para afrontar esta realidad, el Papa propuso un sugerente ejemplo que nos puede estimular para imaginar y poner las bases de lo que debe ser nuestra universidad. Nos invitó a que tratáramos de «imaginar a dos estudiantes que llegan con un libro cada uno, que luego intercambian. Los dos se irán a casa con un solo libro, pero si estos estudiantes intercambian una reflexión o una idea, cuando se van, cada uno se llevará a casa una reflexión o idea más. Pero no es solo la cantidad: cada uno estará en deuda con el otro, cada uno será parte del otro».
Religioni et bonis artibus
Querría terminar esta reflexión con otros temas afrontados en el profundo discurso papal. En primer lugar, querría subrayar la importancia que tiene nuestra obediencia a las manifestaciones del Espíritu Santo y el modo como acompaña a la Iglesia. En opinión del Papa: «Todo parte de Él. Es la promesa de Jesús que se cumple con el tiempo. El Espíritu Santo es el compositor armonioso de la historia de la salvación, es la armonía. Al igual que la Iglesia, así la Universidad debe ser una armonía de voces, realizada por el Espíritu Santo. Cada persona tiene su peculiaridad, pero estas particularidades deben insertarse en la sinfonía de la Iglesia y en sus obras, y sólo la sinfonía adecuada puede ser hecha por el Espíritu y por el Espíritu. Se nos ha dado para no estropearlo y para hacerlo resonar. Para cada misión necesitamos siervos sintonizados con el Espíritu Santo y capaces de hacer música juntos, el divino que busca la carne, como la partitura busca el instrumento».
Una universidad, más aún, una que ha sido confiada a la Compañía de Jesús, debe creer y sustentarse en la sinodalidad. Esto significa trabajar con la conciencia de que cada uno lleva a cabo su tarea con un mandato eclesial debe asegurarse de que da testimonio y se forma en este estilo. Nuestra universidad no es solamente un sitio de trabajo; tampoco debe caer en la absurda competencia entre universidades para atraer alumnos, especialmente ahora que escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Nuestra universidad se debe distinguir por un ambiente en el que se cree en el respeto mutuo, en la colaboración y en una formación que no es ni debe ser aséptica pues tenemos que fundamentar lo que hacemos en lo que somos; debemos dialogar con otras creencias, si, pero sin traicionar jamás nuestra identidad cristiana. Nuestros superiores están llamados a ser padres, no padrastros, a ser líderes y testigos, a escuchar, a respetar y estar cerca de cada uno de quienes formamos la comunidad universitaria y no solamente deben dar órdenes sin ton ni son. No hacerlo, sería traicionar la cura personalis tan querida por San Ignacio de Loyola y los primeros compañeros jesuitas.
A este propósito, Francisco reconoció que «a menudo prevalecen estilos tiránicos que no escuchan, que no dialogan con la presunción de que solo el propio pensamiento es el correcto y a veces no hay pensamiento sino solo ideología. Por favor, tengan cuidado al pasar del pensamiento a la ideología. Pregúntense si la selección de los profesores, la oferta de los programas de estudio, la elección de los decanos, presidentes, directores y, sobre todo, la de las más altas autoridades académicas, corresponde efectivamente a una cualidad que todavía justifica el encargo de esta Universidad por parte del Obispo de Roma a la Compañía de Jesús. Para San Ignacio, el potencial del apostolado intelectual y de las casas de enseñanza superior era muy claro. Sin embargo, hay numerosos elementos críticos que emergen de un análisis honesto de los resultados que podrían hacernos dudar de la capacidad de difundir y multiplicar la fe que tiende a traducirse en cultura, que es lo que pretendía san Ignacio, insistiendo en la misión formativa».
El Santo Padre concluyó su intervención invitándonos a hacer consciente una triste y dolorosa realidad al manifestar que: «no pocas veces hemos visto a los estudiantes de los centros de formación de la Compañía adquirir cierta excelencia académica, científica y aun técnica, pero no parecen haber asimilado su espíritu. A menudo hemos lamentado el hecho de que algunos ex alumnos, después de llegar a altos niveles de gobierno, resultaron ser diferentes de lo que proponía el proyecto de formación. También aquí es necesaria una reflexión con sincera autocrítica. Como les he dicho desde el principio, ahora con las palabras de san Ignacio los exhorto a preguntarse: «¿A dónde voy y con qué fin?» (EE 206). Y, sobre todo: «A dónde voy y delante de quién» (EE 131). Fijen bien estas preguntas que sirven para discernir sus intenciones y eventualmente purificarlas para aclarar su dirección, recordándoles lo que caracteriza a esta Universidad y que podría ayudar a revisar la misión de todos los lugares de formación de la Compañía de Jesús».
El Papa expresó: «lo que distingue a un estudiante de la Gregoriana está ante sus ojos, en el escudo de armas de la Universidad… Si se presta atención a ese escudo de armas, ofrece un lema que pretende resumir el carisma de esta Universidad: Religioni et bonis artibus. Como era típico en las palabras barrocas, del lema surge un problema o dilema cuya solución radica en la tensión entre los dos elementos: Religioni et bonis artibus. Aquí encontramos tanto un horizonte de comprensión como una pregunta a explorar. De hecho, se evoca lo que Ignacio dice en las Constituciones sobre los medios, los que unen el instrumento con Dios (expresado en el lema con la palabra «religio«) y los que lo ponen a disposición de los hombres (expresado como arte). En este caso, el Papa, agregó: «me dirijo a ustedes que tienen el gobierno y dirigen la misión a través de esta Universidad ante Dios y los estudiantes: ¿por qué hacen las cosas que están haciendo y para quién lo hacen? A continuación, san Ignacio subraya la jerarquía de estos medios: «Los medios que unen el instrumento a Dios y lo disponen a ser bien guiado por su mano divina son más eficaces que los que lo disponen hacia los hombres… porque son las internas las que dan eficacia a las externas para el fin que se quiere alcanzar» (Const. X, 813). Y en el Evangelio encontramos una pregunta que inquieta todo proyecto: «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,21).
Al término de su discurso, el Santo Padre subrayó: «En Ejercicios, San Ignacio retoma el tema de la primacía espiritual que no debemos pensar de manera incorpórea, invitándonos repetidamente a «pedir el conocimiento íntimo del Señor que se hizo hombre por mí, para que lo ame y lo siga más» (ES 104, 113, 130, etc.) en las cosas que hago. De hecho, Ignazio no olvida el «propter nos» y el «propter nostram salutem» del Credo -por nosotros y por nuestra salvación- donde la salvación universal se hace concreta y existencial en este «por nosotros», «por mí». No es una abstracción sino lo concreto, una realidad que experimentamos, una vida salvada en la que yo y nosotros no podremos separarnos, sabiendo que no todo es salvación. ¿Cómo podría haber salvación si lo que nos guía es solo el ansia de poder? Un tema que está muy presente en los asuntos de gobierno. Y al final, Ignacio nos enseña que todo debe expresarse como oración, petición insistente, es decir, como una gracia que hay que pedir, no como fruto del esfuerzo humano. Y qué triste es cuando ves que confiamos sobre todo en los medios humanos y confiamos todo hoy al gerente de turno. Y a vosotros que estáis aquí presentes, ¿cómo es vuestra relación con el Señor? ¿Cómo va tu oración? ¿Es realmente formal o no lo es? ¿Cómo es, dónde está tu corazón? La Universidad debe ser la casa del corazón, os lo dije: como es el corazón, nos enseña Guillermo de Saint-Thierry, «una fuerza del alma que la conduce como por un peso natural al lugar y a su finalidad» (Guillermo de Saint-Thierry, De natura et dignitate amoris, 1 PL 184, 379».
Francisco añadió: «Y, por último, vuelvo a san Francisco Javier y su deseo de ir a todas las universidades para «sacudir a los que tienen más ciencia que caridad» para que se sientan impulsados a ser misioneros por amor a los hermanos. Les recuerdo: entonces como ahora, según el carisma ignaciano, la cultura es una misión de amor. Me gustaría dejarlos con este aguijón de verificación interna y medios. Y otra cosa que añadiría, no olviden su sentido del humor; una mujer, un hombre que no tiene sentido del humor, no es humano. Por favor, recen esa hermosa oración de Santo Tomás Moro: «Dame, Señor, buena digestión y algo que digerir». Búscalo, rézale. Confieso una cosa, yo la he estado rezando todos los días, durante más de 40 años y es bueno para mí, ¡es bueno para mí! No pierdan el sentido del humor […]. Les encomiendo una última nota de San Ignacio, la segunda de los Ejercicios, pensando en particular en ustedes, estudiantes: «No es el mucho conocimiento lo que satisface el alma, sino el sentir y gustar las cosas internamente». Una evaluación honesta de la experiencia formativa se basa en ser presentado y ayudado a proceder solo en profundidad, evitando laberintos intelectualistas y acumulaciones nocionales y cultivando el gusto por la ironía. Evitar los laberintos intelectualistas, de los que no se puede salir solo, y la acumulación de nociones, y cultivar el gusto por la ironía. Y en este camino espero que puedan saborear el misterio».
Después del acto oficial en el Dies Academicus de la universidad, el Papa, fiel a su tradición en sus viajes apostólicos, se trasladó a un aula cercana en la que lo esperábamos los jesuitas de las comunidades de quienes ahora formamos la Pontificia Universidad Gregoriana: el Collegium Maximum, el Pontificio Instituto Bíblico y el Pontificio Instituto Oriental. Aun sin tener ninguna misión de gobierno o administrativa, fuimos sujetos de su fraternidad jesuítica al desear encontrarse con nosotros. El encuentro fue simple pero muy significativo. Se notaba que hablaba libremente y respondió a cuatro preguntas que le fueron presentadas con anterioridad: la sinodalidad en la Iglesia, la ecología integral, la misión de la Compañía de Jesús en el mundo ante la escasez alarmante de vocaciones y lo que la Iglesia espera de la misión de la universidad en nuestros días. El encuentro duró casi una hora y, después de darnos la bendición apostólica y saludarnos personalmente a todos y cada uno, saludó también a nuestros colaboradores en la comunidad y partió hacia la Ciudad del Vaticano. Un encuentro digno de ser recordado, orado y reflexionado y que, ciertamente, estará a la base del discernimiento que estamos llamados a hacer quienes tenemos asignada la misión de colaborar en esta institución, heredera natural y auténtica del Colegio Romano.
Diciembre de 2024.