—Luis Daniel Vázquez Virgen, S.J.
Les quiero compartir un poco de la visita a la Ciudad de México que hice con los escolares jesuitas de Nueva York, con quienes tenemos un intercambio semestral. Como parte del programa de intercambio consideramos importante que conozcan, a mayor profundidad, parte de la historia, cultura y tradiciones mexicanas. Los superiores me pidieron que coordinara el viaje, lo cual agradecí mucho. Los escolares que hicimos este recorrido somos: Austin Kleman, Brian Martindale, Angelo Canta, Beau Guedry y Daniel Vázquez. La fecha de visita fue del 15 al 19 de julio.
El primer día, subimos a la línea del “Metrobús”, en la estación insurgentes. Nos dirigíamos hacia un lugar en concreto, pero en el camino, fuimos testigos de distintas realidades presentes en una ciudad que nunca duerme. El autobús que nos conducía hacia la Basílica de Guadalupe contenía a personas que regresaban de sus trabajos y otras que iniciaban su jornada laboral. Fue impresionante ver la cara de mis hermanos norteamericanos, al contemplar los rostros de las personas que iban en el Metrobús. Asimismo, veían a la gente en sus automóviles, tolerando el tráfico de la ciudad y otras personas en sus hogares y otras en sus locales. Finalmente, llegamos a la casa de nuestra Madre, dimos gracias por haber llegado con bien y por la inmensa hospitalidad de la comunidad “La Sagrada Familia”, en la colonia Roma.
El segundo día, partimos muy temprano a Teotihuacan. Nos fuimos en los autobuses “Teotihuacanos” que parten de la Central Norte, con boleto de ida y de vuelta. Al llegar, nunca faltan los “vivos” que te quieren ofrecer un recorrido guiado por las pirámides por la cantidad de mil pesos. Les dijimos -no gracias, a la vuelta joven-. Fue así, como emprendimos el recorrido sin guía, sin embargo, los vestigios de Teotihuacan nos hablaron de una realidad milenaria, la cual nos sorprendía a cada paso que dábamos. Lo más sorprendente fue una pirámide dedicada a Quetzalcóatl, pirámide que tiene a lo largo de sí, cabezas de serpientes emplumadas que sin duda asombran por su belleza y riqueza arqueológica. Terminamos el recorrido y nos dirigimos al restaurante “La Cueva”, sitio donde disfrutamos de unos deliciosos platillos del centro del país, dentro de una cueva, una cueva, literalmente.
Regresamos a la comunidad y compartimos con los jesuitas de su misa y cena comunitarias. Compartir la vida, y sabernos parte de un cuerpo más grande siempre es muy consolador. Además, nosotros como jesuitas en formación, escuchar a jesuitas apostólicamente activos, y sentirnos animados por ellos, son aspectos reconfortantes. Posterior a la cena, visitamos un barecito por la zona, y platicamos de lo bien que nos fue durante el día.
El tercer día, nos enfocamos en recorrer la riqueza cultural e histórica del centro de la Ciudad de México. Riqueza de la cual la Compañía de Jesús forma parte, en especial con el templo de San Felipe Neri: anteriormente conocido como la Profesa, iglesia de nuestra Orden en la cual nos sumergimos en un ambiente de oración, que propicia la arquitectura del lugar. No estuvo de más contarles a mis hermanos norteamericanos la dichosa historia del crimen de la profesa, como parte del “chismecito” histórico que tanto nos gusta a los jesuitas. En seguida, nos dirigimos a la catedral. Ahí, participamos de la Eucaristía junto con la gente del lugar.
Al terminar la misa, nos dirigimos al Colegio de San Ildefonso. En ese lugar, apreciamos una arquitectura familiar, la cual nos evoca a distintos edificios históricos de la Compañía. Finalmente, comimos en un lugar emblemático de la ciudad: La casa de los Azulejos. Este lugar lo gozamos por la arquitectura, un mural de Orozco espectacular y por la vista que tiene hacia el Palacio de Bellas Artes. Cabe destacar que, en un clima de confianza muy peculiar de nuestra capital, la mesera regañó a dos compañeros jesuitas porque no lograron terminar su platillo.
En la noche, nos dirigimos hacia Bellas Artes, para ver el ballet folclórico de Amalia Hernández. No obstante, cuando íbamos de camino hacia el teatro, nos cayó una lluvia torrencial, que prácticamente complicó el transporte público de la Ciudad. En concreto, cuando subimos al Metrobús, nos sentimos dentro de un “mar de gente”. El Metrobús, nos dejó en un punto, y después recorrimos a pie, contemplando la vida nocturna de la ciudad. Finalmente, llegamos al teatro y fuimos espectadores de una presentación formidable. Una cosa que como mexicano no me había tocado vivir con tal intensidad. Y no se diga de mis hermanos norteamericanos, vi que disfrutaron mucho el espectáculo.
El cuarto día, nos dirigimos hacia Tepotzotlán, al antiguo noviciado de la provincia. Me sorprendió mucho el tren suburbano que nos llevó de la estación Buenavista, hasta Cuautitlán. Es un sistema muy eficiente y cómodo, dado que recorrimos varios kilómetros en tan sólo cuarenta minutos. De la estación Cuautitlán, tomamos una Urvan que nos llevó a la entrada del noviciado. Ahí, esperamos una hora y media para un recorrido excelente, guiado por la investigadora Verónica Zaragoza. Al llegar a la iglesia de San Francisco Xavier, no puedes evitar estremecerte del barroco presente en casi todo el templo. Y algo destacable es la imagen de la Virgen de Guadalupe pintada por Miguel Cabrera. Una imagen que se ha conservado intacta y que sigue conservando su belleza y frescura. Terminamos nuestro recorrido y regresamos a la comunidad.
El último día, fuimos al Museo de Antropología e Historia. Siempre es grato mostrar gran parte de nuestra cultura a otras personas. En esta ocasión, a mí me llamó mucho la atención la civilización Mexica, la cual tiene un lugar muy importante en el museo. Para terminar nuestro recorrido, comimos con la comunidad La Sagrada Familia, un rico mole oaxaqueño. Justo después de la comida llegó nuestro Uber, el cual nos conduciría hacia la Central Norte, para tomar nuestro autobús hacia Guadalajara. El conductor del Uber nos empezó a platicar de sus experiencias como conductor de esta aplicación en la Ciudad de México. La verdad, todo lo que nos iba contando fue de mucho interés para todos: las veces que lo habían asaltado, los usuarios difíciles, momentos de tráfico y dificultad vial. Sin embargo, nos contaba su experiencia con bastante humor y con un espíritu de lucha, el cual constituye, a mi parecer, el espíritu de los habitantes de esta ciudad. Terminamos agradecidos por nuestro viaje, siento que es una gran experiencia la capital del país, porque nos da una perspectiva de nuestra historia, y de la cultura de nuestra nación en general.