San Pedro Fabro, compañero y amigo en el Señor

Jun 20, 2023 | Espiritualidad Ignaciana, Jesuitas México

Por Jaime Emilio González Magaña, S.J.

1. Pedro Fabro, el primer compañero y amigo en el Señor Jesús

 

La figura de Pedro Fabro ha sido sumamente desaprovechada, tal vez por desconocida. Basta con asumir el hecho de que haya sido el Papa Francisco quien lo rescatara del olvido al celebrar su canonización en una forma muy diferente a la común. La tarde del 17 de diciembre de 2013, el Santo Padre canonizó al primer compañero de San Ignacio de Loyola y primer sacerdote de la Compañía de Jesús y extendió su culto a la Iglesia universal. Se trató de una canonización llamada equivalente según la cual el Papa, por la autoridad que le compete, extiende a la iglesia universal el culto y la celebración litúrgica de un santo, una vez que se comprueban ciertas condiciones precisadas por el Papa Benedicto XIV (1675-1758). Esta praxis había sido ya utilizada por el Papa Francisco para la canonización de la beata Ángela de Foligno el 9 de octubre de 2013 y por sus predecesores Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan XXIII y otros. No había ninguna razón para que este jesuita fuera considerado oficialmente “santo” pues fue un trabajador incansable, tanto o más que el resto de los primeros compañeros de San Ignacio de Loyola. A lo largo de sus cuarenta años de vida, su actividad fue intensa y recorrió gran parte de Europa respondiendo a las misiones a las que fue enviado: profesor de Teología y Sagrada Escritura en Roma, en Worms y Ratisbona, participó en los diálogos entre católicos y protestantes, fue asistente del nuncio Papal en Alemania y profesor en la Universidad de Mainz y trabajó para la extensión de la naciente Compañía de Jesús en Alemania, Países Bajos y España. Por otra parte, con motivo de su canonización, ha sido considerado como un precursor del ecumenismo por el modo como afrontó un tiempo en que la Iglesia sufrió grandes desafíos y disputas doctrinales. Además, sin duda alguna, su testimonio es el de un auténtico «contemplativo en acción», por su incansable actividad y su gran capacidad de comunicación espiritual con las personas de todos los estratos sociales, diverso nivel de preparación intelectual y, de un modo muy especial para los jóvenes que están en búsqueda de clarificar cuál es su vocación personal. Su compañero y amigo Ignacio de Loyola lo reconoció como “el mejor en dar modo y orden de los Ejercicios Espirituales.

 

No obstante, debemos reconocer que su figura y su perfil espiritual son ciertamente complejos, de tal modo que necesitamos pedirle ayuda al propio santo para que podamos profundizar en el conocimiento de su persona y de su alma. Para ello, nos valdremos de su Memorial o Diario Espiritual, escrito principalmente entre 1541 y 1545, y en el que recoge sus experiencias. Fabro, como afirma Severin Leitner:

 

No escribió mucho, desde luego ninguna obra científica. Era pastor de almas y apóstol itinerante, sus cuidados eran prácticos e inmediatos. En las conversaciones de los Reichstags de Worms y Regensburg, no participó inmediatamente, sino actuó silenciosamente en segundo plano, como consejero y pastor de almas; al Reichstag de Speyer, en concreto, llegó con retraso y antes de que pudiera partir de Roma para Trento, murió. ¿Cuál es el secreto del éxito y de los buenos resultados de esta vida, a primera vista poco exitosa y de continua peregrinación? El 15 de junio de 1542 comenzó a escribir su memorial, un memorial de anotaciones espirituales escrito sobre todo para reconocer explícitamente la guía amorosa de Dios en la propia vida. También quería ayudar más eficazmente a los dos compañeros de España con el testimonio de cómo le ayudó Dios a él. Este memorial es realmente un tesoro, aunque un poco abstruso y seco. Si se lee, se tiene la impresión de qué diferente es este hombre del siglo XVI en su lenguaje, y mentalidad, en su pensar y sensibilidad. También se han conservado una serie de cartas, algunas instrucciones, dictámenes y reglas de vida para las hermandades[1]. Dentro de su sensibilidad y de su decidida atención al sujeto, con su notable percepción de los sentimientos, mociones interiores y antecedentes, Fabro es un hombre moderno. Por eso, no es de extrañar que tópicos como “discreción de espíritus”[2], percepción espiritual y todo un aparato lingüístico de descripción de sentimientos, estados anímicos, con sus procesos internos desempeñen un papel central. Y tampoco es de admirar que el Espíritu Santo y la confianza en su guía sean significativos como cuando explica: “Alrededor de mis doce años sentí una fina moción del Espíritu Santo, de consagrarme al servicio de Dios nuestro Señor. …Oh misericordia de Dios! Tú me guiabas y querías tomar posesión de mí”[3]. Jesucristo quede liberado y pueda siempre “mirar arriba”[4].

 

El primero de agosto de 1546, a los cuarenta años de edad, moría Pedro Fabro en la casa romana donde se había instalado la curia generalicia de la Compañía de Jesús. Volvía a esa ciudad después de ocho años, en la que él y sus compañeros habían dado inicio a la Compañía, y volvía de paso pues Ignacio le había enviado al Concilio de Trento. De esos ocho años Fabro había trascurrido un año y medio en Parma, nueve meses en Alemania, ocho meses en España, dos años y tres meses nuevamente en Alemania, con una estadía intermedia en Lovaina de tres meses, casi dos años completos en un segundo viaje por Portugal y España, para concluir su peregrinación en Roma, pocas semanas después de haber llegado. Durante ese tiempo ejerció incansablemente su ministerio presbiteral y dio los Ejercicios Espirituales a decenas de personas, todas ellas encantadas con este hombre afable que invitaba a la confidencia y a la apertura del corazón. En realidad, Fabro invitaba a dar espacio a Dios, a dejarlo entrar en la propia vida, cosa que él había aprendido arduamente, como indirectamente se puede deducir en la última entrada de su Memorial, que corresponde al 20 de enero de 1546, donde escribe: “Todas las tribulaciones espirituales de los hombres se reducen al miedo que tienen de llegar a la situación por la que pasó Cristo, su Madre, el buen ladrón o su discípulo Juan. Se turban, sobre todo, porque temen pasar por lo que Cristo pasó en la Cruz”[5].

 

Se podría interpretar la vida de Fabro como un constante combate interior contra esa repugnancia, vencida triunfalmente en el lecho de muerte al dejar tras de sí la estela de una vida consumada como instrumento de la Providencia. La victoria lograda testimonia, como la otra cara de la misma moneda, la historia de una amistad con Dios que se inicia, como se verá, desde la infancia de Pedro y se desarrollará durante toda su vida. Intentaremos dar cuenta del itinerario que llevó a ese hijo de pastores saboyanos a ir más allá de sus montañas natales, y de sí mismo, para hacerse estudiante en París y de allí a lanzarse por Europa como apóstol de Jesucristo en la recientemente fundada Compañía de Jesús. Para ello recurrimos especialmente a su escrito personal conocido popularmente como el Memorial de Fabro. Se divide en dos partes principales: la primera corresponde propiamente a un “memorial” porque en ella Pedro hace “memoria” de su vida pasada hasta el momento en que escribe por primera vez (15 de junio de 1542); la segunda parte inicia una vez que ha concluido la consideración de su vida pasada, el día 15 de agosto, y se trata más bien de un “diario íntimo” tal como se concibe actualmente.  Leyendo esas páginas queda claro que no se trata sólo de un ejercicio de introspección, sino también de la práctica del discernimiento mediante el cual Fabro considera y evalúa las mociones interiores que su vida apostólica le va suscitando en el fondo de su consciencia. Siguiéndolas en su evolución cronológica será posible dar con el hilo conductor de su transformación interior que ocultamente (místicamente) se produce mientras se desarrolla su amistad con Dios.

 

2. Desde Saboya, su tierra natal, a la Universidad de París

 

Fabro da inicio a su Memorial recordando algunos acontecimientos “interiores” de su infancia. Así, por ejemplo, afirma: “desde muy niño, comencé a ser consciente de mis acciones, lo que considero una gracia especial”[6]. Hacia los siete años experimenta fuertes impulsos de devoción (“como si desde entonces el mismo Señor y esposo de mi alma quisiera adueñarse de ella”) y aparece un rasgo de su vida espiritual que lo acompañará siempre, la consciencia de ser pecador (“Ojalá hubiera sabido yo acogerlo y seguirlo y que nunca me hubiera separado de Él”[7]. Cumplidos los diez años deja las tareas familiares y frecuenta la cercana escuela de Thône. A los doce años va a estudiar a La Roche bajo la tutela del sacerdote Pierre Veillard, gracias al influjo que su tío cartujo, Dom Mamert Fabro, ejerce sobre sus padres, consiguiendo que éstos venzan las resistencias a los buenos deseos de Pedro. El recuerdo de ese sacerdote será constante durante toda su vida, pues puso en él los cimientos de una sólida piedad cristiana. De él dirá que “todo su empeño era formar a la juventud en el santo y casto temor de Dios. Todos sus discípulos crecíamos en el temor de Dios, con la doctrina y el ejemplo de este maestro”[8]. Un ejemplo de cómo Pedro progresa no solo en la dimensión intelectual sino también en la vida cristiana se deja ver claramente en el hecho de que durante este tiempo de estudio siente vivos deseos de consagrarse a Dios, cosa que hace en privado ofreciéndose al Señor mediante un voto de castidad:

 

“Así, hacia mis 12 años, tuve ciertos impulsos del espíritu para ofrecerme al servicio de Dios. Un día me fui muy contento al campo. Estaba yo entonces en casa pasando las vacaciones, y echaba una mano a mi padre en el pastoreo de las ovejas. Tuve unos grandes deseos de ser puro y prometí a Dios castidad para siempre. ¡Oh! Dios misericordioso que caminabas siempre conmigo y desde entonces querías agarrarme. ¿Por qué no te conocí bien, ¡oh! ¿Espíritu Santo? ¿Por qué no supe apartarme desde entonces, de todas las cosas, para buscarte y entrar en tu escuela? A veces me invitabas y te adelantabas con tales bendiciones. Sin embargo, sí me agarraste y me sellaste con el sello indeleble de tu temor. Si tú hubieras permitido que se hubiera borrado, como el recuerdo de otras gracias, ¿no me hubiera sucedido a mí como a Sodoma y Gomorra?”[9].

 

Como Pedro progresa en los estudios y quiere continuarlos seriamente, con el apoyo de otro pariente cartujo, su primo Claudio Perissin, se traslada a Paris. Del deseo de estudiar él mismo confesará: “De este deseo de saber se valió el Señor para sacarme de mi patria donde ya no podía servirle íntegramente y como es debido. Bendito seas, Señor, por siempre, por todos los beneficios que me concediste tan a tiempo, cuando me quisiste sacar de mi propia carne y de mi corrompida naturaleza, tan contraria al espíritu y tan baja, para subir al conocimiento y sentimiento de tu Majestad y de mis innumerables pecados”[10]. Fabro llega a Paris motivado por el deseo de estudiar, pero no tiene claro qué quiere hacer en realidad de su vida, hacia dónde dirigirse concretamente.

 

3. Pedro Fabro, universitario de París

 

En los once años que Fabro transcurre en París (1525-1536) se cumple quizás la parte más importante de su transformación interior. Un tiempo de estudios, pero sobre todo de encuentros fecundos: primero con Javier y especialmente después con Ignacio, con quien aprenderá a tratar con Dios como con un amigo. Pero no son tiempos fáciles. Pedro padece de escrúpulos: “Recuerda alma mía los escrúpulos con los que ya entonces el Señor infundía en tu conciencia su temor, escrúpulos y remordimientos de conciencia con que el demonio comenzaba ya a angustiarte para que buscases a tu Creador si supieses buscarlo; sin ellos, quizás, ni el mismo Ignacio hubiera podido conocerte bien, ni tú hubieras solicitado su ayuda, como sucedió después”[11]. Con paciencia, Ignacio le enseña a leer su consciencia, sus tentaciones (imaginaciones carnales) y escrúpulos (miedo a no confesar bien sus pecados). Ignacio le aconseja una confesión general, que la hace con el Doctor Castro, y la confesión y comunión semanal, con el examen cotidiano de consciencia: “no quiso darme [Ignacio] por entonces otros ejercicios, aunque el Señor me daba grandes deseos de ellos. Así se pasaron unos cuatro años [1529-1533] en mutua conversación”[12]. Recordando esos cuatro años Pedro afirma que “aprovechaba en espíritu cada día, conmigo mismo y con relación a los demás” [Ibidem], creciendo en el conocimiento de sí mismo y de sus defectos [cfr. Ibidem]; aunque no por eso dejó de ser puesto a la prueba “por muchos fuegos de tentaciones durante varios años, hasta que salimos de París” [Ibidem]. A distancia de los años reconoce la mistagogía que Dios tenía con él por aquel entonces:

 

De muchas maneras me enseñó el Señor a poner remedio contra la tristeza que de todo esto me venía. No podré acordarme nunca bastante. Lo que sí puedo decir es que nunca me encontré en angustia, ansiedad, escrúpulo, duda, temor u otro mal espíritu que experimentase fuertemente, sin que, al mismo tiempo, o pocos días después, encontrase el verdadero remedio en nuestro Señor, concediéndome la gracia de pedir, buscar y llamar a la puerta. Se incluyen aquí abundantes gracias para sentir y conocer los diversos espíritus. De día en día llegaba a distinguirlos mejor. Me dejaba el Señor algunos aguijones para no caer en tibieza. Sobre el juicio y discreción de los malos espíritus o sentimientos sobre mis cosas, las de Dios o del prójimo, nunca permitió el Señor que cayera en engaños, como ya dije, y en cuanto yo pudelo juzgar, sino que en todas las ocasiones me libró con las luces del Espíritu Santo y de los santos ángeles”[13].

 

Al cabo de los años pasados junto a Ignacio (de septiembre de 1529, fecha del ingreso de Ignacio al colegio de Santa Bárbara al otoño de 1533, cuando va a visitar a su familia). Fabro se encuentra, según sus propias palabras, “firmemente apoyado en Dios para cumplir mis propósitos, en los que perseveraba desde hacía dos años, de seguir la vida de pobreza de Ignacio” [13]. Entre enero y febrero de 1534, en pleno invierno y en condiciones de austeridad extremas, Fabro hace los Ejercicios con Ignacio; es ordenado presbítero durante la primavera (30 de mayo) y celebra su primera misa el día de santa María Magdalena: “Aquí tengo que incluir los innumerables beneficios que me concedió el Señor al llamarme a tan alto grado. Y darle gracias porque en todo le busqué a Él solo, sin ninguna intención mundana de conseguir honores o bienes temporales” [14]. Fabro ha encontrado el camino por donde orientar su vida gracias a Ignacio que le ha ayudado a guiar esa rectitud de conciencia mediante la cual buscaba agradar sólo a Dios:

 

Sin embargo, tiempo atrás, antes de afirmarme en el modo de vida, que por medio de Ignacio me concedió el Señor, anduve siempre confuso y agitado de muchos vientos; unas veces me sentía inclinado al matrimonio; otras, quería ser médico o abogado, o regente o doctor en Teología. A veces quería también ser clérigo sin grado, o monje. En estos bandazos me movía yo, según fuera el factor predominante, es decir, según me guiase una u otra afección. De estos afectos, como ya dije antes, me libró el Señor y me confirmó de tal manera con la consolación de su espíritu, que me decidí a ser sacerdote y dedicarme a su servicio en tan alta y perfecta vocación. Nunca mereceré servirle en ella, ni permanecer en tal elección que deberé reconocer como muy digna de entregarme a ella, con todas las fuerzas de mi alma y cuerpo[14].

El 15 de agosto del mismo año Fabro, junto con Ignacio y los compañeros que éste ha conseguido amalgamar hacen “voto de ir, a su debido tiempo, a Jerusalén, y a la vuelta, de someternos a la obediencia del Romano Pontífice y comenzar el día señalado a dejar padres, redes, excepto alguna ayuda para el camino”[15]. Pare el año siguiente Claudio Jayo (compañero de Fabro en La Roche), Juan Coduri y Pascasio Bröet se habían incorporado al grupo inicial, una vez que habían hecho los Ejercicios bajo la guía de Pedro, que hace de “hermano mayor” del grupo cuando Ignacio deja París en abril del año siguiente (1535), para dirigirse a Venecia y preparar la navegación hacia Tierra Santa. Por aquel entonces Pedro hace de “hermano mayor” del grupo en París, por encargo de Ignacio, dado que éste había partido hacia Venecia en abril de 1535, con la intención de esperar allí a los compañeros para navegar hacia Tierra Santa. Estos años han sido para Fabro de lenta maduración humana y cristiana gracias sobre todo a la guía de Ignacio, como él mismo lo confiesa en su Memorial:

 

Bendita sea por siempre la Providencia divina que todo lo ordenó para mi bien y salvación. Él quiso que yo enseñase a este santo hombre [Ignacio], y que mantuviese conversación con él sobre cosas exteriores, y, más tarde sobre las interiores; al vivir en la misma habitación compartíamos la misma mesa y la misma bolsa. Me orientó en las cosas espirituales, mostrándome la manera de crecer en el conocimiento de la voluntad divina y de mi propia voluntad. Por fin llegamos a tener los mismos deseos, el mismo querer y el mismo propósito de elegir esta vida que ahora tenemos los que pertenecemos, o pertenezcan en el futuro, a esta Compañía de la que no soy digno”[16].

 

4. Pedro Fabro, de compañero a apóstol

 

Fabro con Francisco Javier, Bobadilla, Laínez, Salmerón, Rodrígues, Coduri, Bröet y Jayo abandonan París el 15 de noviembre de 1536 para ir al encuentro de Ignacio que los espera en Venecia. Inicia así Pedro su vida apostólica que en los próximos diez años lo llevará por Europa, y durante los cuales se consolidará su amistad con Dios porque sabrá armonizar cada vez mejor sus deseos e intereses a la voluntad divina, como Ignacio le había enseñado a hacerlo en los tiempos de París. Es quizás en el tiempo de su segunda permanencia en Alemania donde se encuentran los mejores testimonios de esa madurez espiritual que va adquiriendo con los años, en medio del ajetreo apostólico. Por ello tomaremos algunas citaciones de ese período para mostrar los diversos aspectos de una amistad que se va consolidando con la gracia y la colaboración de Fabro.

 

5. La fisonomía espiritual de Pedro Fabro

 

  • Vida de oración, de abnegación y de acción

 

Pedro ha llevado durante toda su vida, y no sólo durante este período, una intensa práctica de la oración. Se levanta en medio de la noche para rezar[17]; procura constantemente nuevos modos de orar[18] y de rezar el oficio divino: “Vi también lo conveniente que es, en el rezo del oficio pensar que, por una parte, estás en la presencia de Dios y de su buen ángel que toma nota y sopesa con exactitud tu aprovechamiento y tu trabajo; y por otra, estás también en presencia del enemigo o mal espíritu que lleva cuenta de las faltas que cometes, para poder acusarte algún día”[19]. Derrama lágrimas de devoción[20], lamenta la ausencia de ellas[21], le brotan al considerar su condición personal[22] y cuando es movido por la compasión[23].

 

Con frecuencia su oración es una petición sentida a Dios por las diversas necesidades de los vivos: parientes[24]; habitantes de ciudades o poblados[25]; turcos, judíos, herejes y paganos[26]; por los gobernantes: “El día de santa Isabel, reina de Hungría, tuve gran devoción al recordar a ocho personas con el deseo de tenerlas siempre en la memoria para orar por ellas sin fijarme en sus defectos. Estas eran: el Sumo Pontífice [Pablo III], el Emperador [Carlos V], el Rey de Francia [Francisco I], el rey de Inglaterra [Enrique VIII], Lutero, el Turco [Solimán II], Bucer y Felipe Melanchton. Y es que tuve la corazonada de que tales personas eran mal juzgadas por muchos, de donde nacía en mí una cierta y santa compasión que procedía del buen espíritu”[27]. Pero si recuerda los vivos, no de menos hace memoria de los fieles difuntos[28], y en modo muy especial de las almas del purgatorio[29]. Por ejemplo:

 

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Si Pedro es hombre de oración, es también hombre abnegado: para poner en práctica los buenos deseos hay que saber vencerse a sí mismo, pues frecuentemente el primer obstáculo para realizar las buenas obras es uno mismo: “El mismo día [7 u 8/7/1543] sentí claramente y reconocí que los que quieren dilatarse en Dios, elevarse, extenderse, ser consolados, ser enriquecidos, deben primero ejercitarse bien y ser probados en lo que realmente son; en su carne y en su espíritu, refrenarse, humillarse, angustiarse, llorar, empequeñecerse, etc. Por la mortificación de la propia carne y abnegación del propio espíritu podrán llegar a la posesión de Dios. Hay que entrar por la puerta estrecha”[31]. Y esa puerta es para Fabro la puerta que lleva al corazón y al domino de sí: “Dios quiere, sobre todo, que seamos dueños de nuestra alma, pero solamente lo seremos a base de paciencia…”[32]. Dios enseña a usar los medios que llevan a los fines progresivamente, desde los dones menores a los mayores.

 

Como ya se ha insinuado, la oración y la abnegación están encaminadas a la acción. Aquí Fabro tiene una palabra que decir sobre la relación entre oración y acción: “Que tu vida tenga algo de Marta y María, que se apoye en la oración y en las buenas obras, que sea activa y contemplativa. Que busques lo uno para lo otro y no por sí mismo, como muchas veces sucede. Has de buscar la oración como medio para obrar bien. Si estas dos cosas están ordenadas la una a la otra será mucho mejor. Y hablando de manera general es preferible que tus oraciones vayan encaminadas a obtener los tesoros de las buenas obras. Y no al contrario”[33]. Y en otro lugar: “Así que ordinariamente nuestras oraciones han de ir orientadas a este fin, a las buenas obras. Y no al contrario, las obras encaminadas a la oración”[34].

 

Pedro se muestra como discípulo de la concepción mística de Ignacio: “Hay que trabajar para que no sólo por medios espirituales, como son la contemplación, la oración mental o afectiva busquemos al Señor para hacerlas cada vez mejor, sino buscar con todas las fuerzas que, en las mismas obras externas, y oraciones vocales o en otras conversaciones particulares o en las que se hacen en presencia del pueblo se busque lo mismo”[35].

 

Es un hecho que, a medida que conocemos más a San Pedro Fabro, aumenta nuestro deseo de leer más su obra, de estudiar más a fondo el modo como interiorizó las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, su padre espiritual, compañero y amigo. Mientras más nos familiarizamos con el primer sacerdote de la Compañía de Jesús, y verdadero testimonio del carisma jesuita, crece nuestro sentimiento de simpatía, de admiración y de devoción por este verdadero gigante oculto. Como decía al principio, su personalidad bondadosa, tan firme y avasalladora, a pesar de sus escrúpulos y su naturaleza aparentemente tímida y reservada, se afianza como un modelo de vocación para presentarlo a los jóvenes de hoy, a todos y, de un modo mucho muy especial a aquéllos que buscan la respuesta a la llamada de Dios, en la Compañía de Jesús. Constatamos, con no poca tristeza, que su figura ha quedado notoriamente relegada, olvidada, opacada, y por lo mismo creemos que sea justo y necesario darlo más conocer de modo que resplandezcan sus capacidades, sus virtudes, sus talentos, sus enseñanzas y su ejemplo.

Junio de 2023.

[1] Monumenta Historica Societatis Iesu. Fabri Monumenta, Vol. 48

[2] Cómo aparece en Fabro la discreción de espíritus prácticamente, lo muestra el mismo admirable y diferenciadamente en el Memorial [254]. Las citas y la numeración de los párrafos del Memorial se toman de la edición preparada por A. Alburqueque S.J, En el corazón de la reforma. «Recuerdos espirituales» del Beato Pedro Fabro S.J. Colección Manresa 21. Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander, s.f.; que sigue fundamentalmente el texto latino del manuscrito “R” de la Fabri Monumenta. Beati Petri Fabri primi sacerdotis e Societatis Jesu. Epistolae, Memoriale et Processus. Matriti, Typis Gabrielis López de Horno, 1914. En adelante, solo se citará con la letra «M» y el número correspondiente encerrado en paréntesis.

[3] M [2. 4].

[4] Leitner, Severin. “La fisionomía espiritual de Pedro Fabro”. En: Revista de Espiritualidad Ignaciana, N° 109. XXXVI, II, 2005, 8-9. (Lc 13, 11). M [184]. Cf. también: M [53; 63; 89; 184; 187] y passim.

[5] Las citas y la numeración de los párrafos del Memorial se toman de la edición preparada por A. Alburqueque S.J, En el corazón de la reforma. «Recuerdos espirituales» del Beato Pedro Fabro S.J. Colección Manresa 21. Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander, s.f.; que sigue fundamentalmente el texto latino del manuscrito “R” de la Fabri Monumenta. Beati Petri Fabri primi sacerdotis e Societatis Jesu. Epistolae, Memoriale et Processus. Matriti, Typis Gabrielis López de Horno, 1914. [442]. En adelante, solo se citará con la letra «M » y el número correspondiente encerrado en paréntesis.

[6] M [2].

[7] M [2]

[8] M [3-4].

[9] M [4].

[10] M [5].

[11] M [6].

[12] M [10]

[13] M [12].

[14] M [14].

[15] M [15].

[16] M [8]

[17] M [147.151.159].

[18] M [29.34.79].

[19] M [181; cf. 82.87].

[20] M [93.122.147.164.196.340.407].

[21] M [101].

[22] M [294].

[23] M [401].

[24] M [123].

[25] M [33.437].

[26] M [151].

[27] M [25].

[28] El 2 de noviembre de 1542, “día de las ánimas”: “…tuve gran devoción, desde el principio hasta el fin [de la misa] como nunca la había sentido anteriormente en el día de difuntos, y todo era por una gran moción de compasión por los muertos, con gran abundancia de lágrimas. Pensaba en mis padres y parientes, y en mis hermanos que han muerto en la Compañía” M [164]. Cf. M [151.257.431].

[29] Cf. M [70.142.163.165.169.175.267.338].

[30] M [55].

[31] “En lo que a las obras se refiere, son tres las maneras de ejercitarnos en ellas […]. Con relación a uno mismo son las obras de penitencia, que consisten en la propia mortificación y abnegación, castigo o pena, como los ayunos, peregrinaciones, vigilias, el prescindir de algunas comodidades temporales, o de riquezas; en una palabra, todo aquello que causa fatiga al cuerpo y ayuda a la voluntad a sobreponerse a sus egoísmos” M [129.355].

[32] M [335].

[33] M [126].

[34] M [128].

[35] M [128].

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