Por Alejandro Guerrero Reynoso, S.J.
Como he aprendido de los pueblos indígenas de Chiapas, hoy pido permiso para compartir algo de lo que he vivido, visto y oído, en la Noria, parte de la colonia La Floresta del Colli, municipio de Zapopan, pero en la zona metropolitana de Guadalajara. Varios compañeros, en otro momento, nos han compartido su experiencia. Ahora les comparto mis impresiones, preguntas y agradecimientos a los habitantes de esta zona. Una mirada aún muy tierna, pero que tiene la importancia de ser la primera.
Hace apenas seis meses comencé a visitar esta zona. En el semestre pasado sólo vine pocas veces para celebrar la eucaristía. A partir de fines de enero de 2023 entré a formar parte del EAMI (cuatro Hermanas de la Compañía de María, cinco escolares jesuitas) y, desde entonces, mi participación ha sido constante, todos los sábados que habíamos programado en el equipo.
Los compañeros jesuitas y las Hermanas religiosas que han trabajado antes aquí nos han heredado un ambiente favorable para acercarnos a la gente y darnos el regalo de ser recibidos, con gran facilidad, en sus casas. Esta apertura y hospitalidad me ha dado la oportunidad de entrar a eso que es sagrado: escuchar sus experiencias de vida como familia. Su conversación es espontánea y con mucha facilidad hablan de su situación, tanto lo rico, como lo problemático. Y sí, hay un abanico de situaciones que han vivido solos, que han tenido que sobrellevar por mucho tiempo, o que aún continúa. Con lo que comparto en los siguientes párrafos se puede uno imaginar algunas de esas situaciones que han vivido y viven actualmente.
La Noria cuenta con un territorio pequeño e irregular (seis calles de la entrada hasta el fondo; pero no con el mismo número de manzanas cada calle; y cinco a lo ancho, con la misma irregularidad). La habitan varias familias purépechas y otras familias de habla español, que proceden de otras colonias o municipios de Jalisco.
La capilla de Santa Cecilia es el centro de donde salen nuestras actividades y, también más o menos, centro geográfico de la zona. Esta capilla cuenta con un patio muy amplio en el que se desarrollan muchas actividades con los niños, celebraciones y actividades lúdicas.
La Noria continúa siendo un territorio en construcción. Se puede encontrar con una casa grande, muy bien terminada y, por otro lado, una choza levantada con palos y mantas. Contrasta en su interior la desigualdad. Aunque todos participan de la falta de urbanización de las calles, del polvo, la basura y la inseguridad por la falta de cualquier autoridad o reglamento de tránsito. La calle principal es una pista para las motocicletas y autos, que a su paso van dejado detrás una nube de polvo que envuelve a los peatones; a la orilla del cauce de un arroyo (basurero público y lugar a donde varias casas dirigen las aguas negras), límite con otra colonia donde está la parroquia de los Corazones, viven los vecinos el riesgo de inundación en la temporada de lluvia.
Esa calle/callejón pegado al cauce del arroyo es peligroso por ser un lugar donde se comercializa la droga y, también, se consume. En esta línea de las adicciones, en todas las calles de la Noria se ve el fin de semana, a grupos de varones consumiendo bebidas alcohólicas. Las fiestas de cumpleaños, las convivencias familiares o entre amigos siempre son con ese tipo de bebidas.
La mayoría de los varones y mujeres trabajan fuera de la Noria durante los días laborables. Eso hace que reunirse o pretender tener alguna actividad con ellos, sea difícil. Regresan a casa después de las cinco o seis, las mujeres, o como a las siete los varones. Y quienes no trabajan fuera, atienden su hogar, alguna tienda en su casa o alguna otra actividad productiva. Además de las tiendas existen varias estéticas o peluquerías, tortillerías, y algunos puestos de venta de alimentos en las calles.
En la Noria se celebra con música a gran volumen, o se manifiestan con expresiones efusivas; así también los conflictos, los problemas expresados con mucha emoción, corren y se comparten rápidamente. Se ven grandes y fuertes contrastes entre la gran riqueza de los valores y costumbres indígenas, en que participan otras familias mestizas, y los problemas sociales provocados por las carencias económicas de muchas familias, la desigualdad en la educación escolarizada, las consecuencias de las adicciones, la mala alimentación, la violencia.
Me ha llamado la atención que en la Noria hay niños, adolescentes, adultos y ancianos. Se da, en forma invisible, el salto de la adolescencia a la vida de pareja. Los jóvenes viven aquí o ya viven con su pareja. De aquí surge la dificultad de encontrar servidores para varios de los servicios en la capilla de Santa Cecilia. Con algo de dificultad, pero sí se encuentra a los servidores que le den seguimiento a las devociones y costumbres religiosas de las familias purépechas. Y en estos servicios, poco a poco, van habiendo algunas familias mestizas que aceptan tomar el cargo como mayordomo. Les cuesta trabajo integrarse, pero de la experiencia aprenderán, purépechas y mestizos, y nosotros con ellos. Es un camino largo de aceptación e integración.
Cada sábado, al llegar a la calle donde está la capilla de Santa Cecilia, somos recibidos por muchos niños y niñas que esperan el inicio de las actividades. Nos saludan con mucho cariño y, especialmente las niñas, nos ofrecen un abrazo. Al saludo nunca falta “Lola”, una perra callejera mayor de edad, adoptada por los vecinos, que con una botella de plástico en el hocico y moviendo la cola nos ladra y nos recibe. Este recibimiento ya nos hace el día y nos motiva a entrar en su mundo.
Puesto que la capilla y todo el patio se ocupan durante la mañana con las actividades de los niños, que dirigen los miembros del equipo y los voluntarios del ITESO, yo me voy a caminar por las calles. Igual en la tarde, pues la ocupan para la catequesis y, luego, para hacer el aseo antes de la misa. Así, por las calles, camino con un cubre bocas y voy saludando, platico con quien me encuentro o, si las Hermanas me dan algunos nombres de personas que han solicitado algún servicio, las visito en sus casas. Bendición de la casa, confesiones, visita a algún enfermo…, todo me da la oportunidad de entrar a sus casas y a sus vidas.
Al fin del día me acerco a la capilla, una media hora antes de la eucaristía, y me siento a un lado, bajo una ceiba de Jalisco, y espero a que alguien llegue a platicar o confesarse. Terminamos el día todos, niños, catequistas, familias, celebrando la eucaristía, compartiendo con Dios nuestra vida.
Las familias purépechas de la Noria continúan su relación y pertenencia a sus pueblos en Michoacán. Durante el año varios de ellos viajan ya sea por trabajo, o por asuntos familiares, o por la fiesta, tanto la del pueblo como la de la capilla de Santa Cecilia. De ahí que los valores de comunidad, solidaridad, convivencia, religiosidad, alegría, participación y compartir los bienes sigan vivos entre ellos en la Noria. Se da la reciprocidad, de aquí para allá y viceversa. Son días, los de la fiesta, en que se vive la experiencia de ver a las jóvenes warecitas danzar las pirecuas y, a señores jóvenes, la danza de los viejitos. Se convive y se comparten los alimentos en la casa del Carguero (cargo que dura todo el año, pero que, principalmente, se ocupa de recibir la imagen de santa Cecilia y realizar en su casa el novenario).
La feria se ha pegado a la fiesta religiosa y eso desvirtúa, en mi modo de ver, todo lo rico de la fiesta purépecha. Este es todo un tema por tratar y conversar, en concreto la venta de bebidas alcohólicas dentro del patio y fuera de la capilla. Una cosa es lo cultural y, creo, que otra cosa es lo que se mete de fuera en las familias y, luego, se ha introducido en la fiesta. Algo que no hace bien a la comunidad, aunque les deje recursos económicos a los mayordomos.
La Noria es un rincón de Guadalajara donde vale la pena estar. Nos sitúa en aquello que debe ser lo importante de nuestra misión, eso que hemos llamado las Preferencias Apostólicas Universales. Una colonia llena de vida con todos los retos y las búsquedas.
Me despido pidiendo me disculpen, sobre todo los habitantes de la Noria, por haber hablado. Quizá injustamente, pues siento que aún estoy tocando la orilla de un gran océano hermoso, lleno de vida, pero con grandes riesgos y retos.