Comunicado

Circular 2021/11: Reflexión en torno a la próxima jornada electoral en México

Misión de Chiapas, a 27 de mayo de 2021

A los jesuitas de la Provincia y colaboradores/as

 

ASUNTO: Reflexión en torno a la próxima jornada electoral en México

La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se
obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo.
(Laudato Sí, no. 177)

Muy queridos hermanos jesuitas, colaboradoras y colaboradores laicos;

Que el Espíritu Santo dado en Pentecostés, siga dando vida e inspirando a sus comunidades, equipos y obras apostólicas. Ruego a Dios por ustedes y sus familias.

En unos cuantos días nuestro país vivirá una importante jornada electoral y donde el voto libre y razonado resultará indispensable en el devenir sociopolítico de México; de ahí el motivo de este comunicado, el cual busca contribuir al diálogo y la reflexión en torno a este ejercicio democrático que vamos a vivir.

Comparto a continuación mi perspectiva sobre la creciente polarización que agudiza las tensiones, profundiza las exclusiones y exacerba las descalificaciones y la estigmatización que han caracterizado nuestras relaciones sociales. Pretendo con esto aportar algunos elementos para que, desde el discernimiento en nuestros contextos locales, nos abramos a la acción de Dios que reconcilia consigo el mundo en Cristo (Cf. Col 1, 20).

La sociedad en México está hoy rota. Esta situación no solo es visible en la persistencia de brechas sociales que impiden el diálogo y fracturan la comunión, sino en la formulación de mensajes que descalifican, niegan toda posibilidad de diálogo e, incluso, instan al odio hacia quien es diferente. Quienes vivimos en México, además de experimentar los impactos de salud, sociales y económicos vinculados a la pandemia, somos parte de diversas posturas sociales marcadas por la desigualdad, la falta de acceso a derechos sociales básicos y la violencia. Somos parte de la región más desigual del planeta y al interior reproducimos las asimetrías, tanto de manera geográfica, como a través de una fuerte segmentación social que constituye un obstáculo casi insalvable para toda posibilidad de diálogo.

El escaso compromiso de los gobiernos en materia de derechos humanos agudiza la exclusión al mantener numerosas barreras de acceso a derechos sociales como salud, alimentación, protección social, agua y saneamiento, vivienda y un ambiente sano. Al mismo tiempo, las complicidades entre quienes poseen fuertes intereses, el autoritarismo que persiste en las políticas de seguridad y la ineficiencia de quienes toman decisiones concurren en un clima de violencia que se aproxima al terror y parece extenderse sin encontrar ninguna oposición. Desapariciones, violencia sexual y homicidios no cesan.

Sin embargo, lo anterior no parece sensibilizarnos ni solidarizarnos. En medio de un proceso electoral en el que se elegirán numerosos puestos de representación popular (federales, estatales, distritales y municipales), el dolor y la vida de las personas se convierte en rehén del discurso político. Se le emplea como instrumento de ataque a los adversarios en turno. Incrementa así el nivel de polarización y la tensión aumenta conforme se aproxima el día de la elección.

No basta con llamar a las fuerzas políticas a buscar formas de convivencia que no anulen al oponente; los procesos electorales se ajustan hoy a reglas carentes de una ética elemental: difusión de mentiras, descalificaciones, instrumentalización del dolor humano. Por otra parte, en nuestros sistemas electorales los partidos siguen siendo una forma adecuada de traducir los votos en políticas públicas. ¿Cómo podemos contribuir a que las personas no incorporen a su vida cotidiana la lógica ni las actitudes que caracterizan a la competencia electoral? ¿Cómo podemos tender puentes que nos unan tras los procesos electorales para plantear cuestionamientos serenos y fundamentados, que permitan exigir el cumplimiento de las obligaciones adquiridas por quienes gobiernan o legislan?

Construir la solidaridad tras los procesos electorales debe ser una tarea orientada por algunos criterios, pues no es posible crear unidad al costo de callar. Los derechos humanos, como expresión del deseo de vivir en un mundo liberado del temor y de la miseria, podrían constituir hoy un horizonte que nos convoque a exigir el abatimiento de las desigualdades, la garantía de un ingreso adecuado y el acceso a derechos básicos, principalmente a quienes se encuentran en situaciones de alta vulnerabilidad.

En cuanto a la violencia criminal, frente al clamor de seguridad, es necesario no ceder a la tentación de exigir medidas autoritarias y de mano dura. Las estrategias de seguridad, cada vez más militarizadas, no han logrado disminuir sensiblemente la incidencia delictiva y han implicado riesgos para la protección de los derechos humanos. La historia de América Latina nos ha enseñado que la militarización de las políticas, peor aún si esta va ligada a la política de seguridad, puede favorecer esquemas autoritarios y debilitar los acuerdos democráticos. ¿Es posible que el perdón y la reconciliación puedan estar presentes en los conjuntos sociales de los que formamos parte, y transformar nuestras relaciones marcadas por la violencia y por la aniquilación de un supuesto enemigo?

El recogimiento al que invito en los próximos días responde a una profunda intuición que tuvo Ignacio. La radicalidad y viveza con la que Ignacio nos muestra a Dios se centra menos en el dolor y el sufrimiento de la crucifixión y más en la gratuidad del amor y la misericordia [EE, 53]. Así también nosotros, antes que dejarnos sucumbir ante la fuerza del miedo, la apatía y el resentimiento, quizá podríamos esforzarnos por elegir, en cada caso, la vida y la vida en abundancia (Cf. Jn 1 O, 1 O). Una vida que se nutra de una esperanza que no es abstracta, sino concreta y particular, que moviliza a la acción y promueve el encuentro y el diálogo.

El llamado a la serenidad espiritual, no obstante, no equivale a la pasividad social. Siguiendo la invitación de Ignacio de Loyola, se trata de permanecer activos en la contemplación o, lo que es lo mismo, de hacernos cargo de los clamores que nos conmueven [EE 101 – 109]. Llamo en particular al cuerpo apostólico de nuestra Provincia a renovar nuestro deseo de estar en un mundo donde nos reconozcamos en la convivialidad del reino predicado por Jesús.

Por último, una palabra a mis hermanos jesuitas. Ante l_as próximas elecciones, es válida la polaridad en nuestras posturas, pero no podemos permitirnos ser motivo de polarización entre el pueblo de Dios (Cf. G.S. n. 75).

Sumo mis oraciones a las de millones para que las graves crisis por las que atraviesa nuestro país sean capaces de revelarnos nuestra profunda vulnerabilidad, y que de esta conmoción brote una respuesta que nos lleve a la comunión con Dios, con las personas, con la creación. Que sean el respeto, el silencio, la oración y el discernimiento las herramientas que nos ayuden a pensar otro modo de construir sistemas sociales, económicos y políticos donde vivir bien sea posible.

En un mundo convulsionado, dolido y herido no es ético ni cristiano permanecer indiferentes. Nuestro llamado debe ser no solo mantener, sino reforzar la contemplación, crítica y comprometida, en la acción.

Que este Año Ignaciano sea también signo inequívoco de nuestro compromiso con la transformación de la sociedad y, concretamente, de nuestro México querido. Reciban mi saludo fraterno, mis oraciones y mi bendición.

Desde el CHAS (Chilón, La Arena, Bachajón) y Comalapa.

Hermano en Cristo,

 

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