Asamblea de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas (IAJU)
Boston – Agosto de 2022
Con profundo agradecimiento podemos reunirnos después de cuatro años. Gracias de corazón a quienes han preparado con dedicación, constancia y acierto este encuentro y a Boston College que nos acoge fraternalmente, cuidando todos los detalles.
Durante los cuatro años que nos separan de la Asamblea de Bilbao 2018 hemos sido testigos de profundas transformaciones en la humanidad. Nos encontramos en otra etapa de la historia que presentíamos sin mucha claridad. La tratamos de describir como “cambio de época”, “era del conocimiento” … porque percibimos la profundidad de los cambios que se están produciendo en todas las dimensiones de la vida humana. Llegó sin darnos tiempo suficiente para comprender lo que estaba pasando y mucho menos para prepararnos adecuadamente.
Al mismo tiempo seguimos experimentando en la vida cotidiana de las Universidades las tensiones inherentes a lo que ellas son. Tensión entre excelencia académica y formación integral de las personas; entre estar a la altura de los tiempos en infraestructura, tecnología… y ofrecer educación de calidad sin ningún tipo de discriminación social… Tensión entre una historia, una tradición, a la que se debe lo que es la institución y los desafíos de las crisis del presente que se abre a un futuro incierto… Y otras tantas más que ocupan las mentes, los corazones y las ocupaciones cotidianas de los aquí reunidos.
Esta asamblea mundial se ha propuesto como una oportunidad de discernir en común la contribución específica de las instituciones de educación universitaria bajo la responsabilidad de la Compañía de Jesús al presente histórico de la humanidad. Lo específico que pueden ser y hacer para contribuir a abrir camino a una sociedad más justa porque se establecen relaciones fraternas entre las personas, sus culturas, los pueblos, las naciones… Porque el Bien Común orienta las decisiones de economía política global. Porque se toma la vía de la reconciliación con el medio ambiente que hace posible restablecer el equilibrio en el uso de los recursos naturales, favoreciendo no sólo la vida plena para todos los seres humanos, sino también la vida misma en el planeta Tierra.
Un discernimiento que lleve a decisiones compartidas sobre lo que caracteriza las Universidades, Colegios, Institutos y Facultades miembros de esta Asociación Internacional. En otras palabras, se busca responder a la pregunta sobre qué es lo propio que ofrecen nuestras instituciones; qué es aquello “especial” o “único” que las caracteriza en su modo de insertarse en este momento presente en la construcción del futuro deseado.
Podemos hacer la misma pregunta desde otra perspectiva: qué puede motivar a una persona o una familia la escogencia de estudiar, enseñar, investigar o trabajar en una Universidad miembro de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas (IAJU).
A. Preparar el futuro exige discernir el presente
Corremos el riesgo de convertir el discernimiento en una etiqueta cómoda que nos pone en sintonía con un lenguaje que hace sonreír a los jesuitas o acaricia los oídos del Papa Francisco. Discernir comporta aceptar desafíos que se nos proponen desde muchos ángulos de la vida social y desde la ciencia. Desafíos que, con frecuencia y con razón, nos asustan.
Discernir supone arriesgar… Correr riesgos no surge espontáneamente de la dinámica de instituciones que han construido con esfuerzo una identidad, un modo exitoso de educar y producir conocimiento, que las hace sentir orgullosas y, además, son reconocidas por el entorno en que se mueven y gozan de un importante prestigio. Discernir es abrirse a la novedad.
La novedad a la que buscamos abrirnos a través del discernimiento se distingue radicalmente de la innovación fruto de la investigación científica o el progreso tecnológico. Es una novedad que nos viene dada, que no surge de premisas que nosotros hemos puesto ni de los pasos que hemos dado por el camino que nosotros mismos hemos decidido, diseñado y construido.
Discernir, por tanto, es disponerse a ser guiados hacia la novedad. Supone “soltar las riendas” para ser llevado hacia donde no sabemos, sin contar con una hoja de ruta que guie nuestros pasos. Las características de las instituciones universitarias hacen especialmente difícil “soltar las riendas”. Están concebidas para tener firmemente las riendas en las propias manos y controlar el camino que se toma y la velocidad con la que se avanza…
Proponerse el discernimiento en común como modo de enfrentar el futuro requiere tomar conciencia de las resistencias que se derivan de la dinámica universitaria habitual. Requiere conducir conscientemente el complejo proceso de cambiar el enfoque y los métodos habituales de tomar decisiones y evitar la tentación de ponerle la etiqueta “discernimiento” a lo mismo que hacemos porque estamos acostumbrados y nos ha ido bien.
Acabamos de clausurar el Año Ignaciano 2021-2022 en el que hemos buscado inspiración en la experiencia de Ignacio de Loyola para soltar las riendas de nuestras vidas y ser capaces de abrirnos a la novedad, de ver nuevas todas las cosas en Cristo, para dejarnos guiar a nuevos horizontes. Ignacio uso para sí mismo la imagen del peregrino. Siguiendo la misma inspiración podemos imaginar la IAJU o mejor la completa vida-misión de la Compañía de Jesús, en peregrinaje, como un cuerpo con muchos miembros que tienen diversas funciones, complementarias entre sí, que se pone en camino confiado en el espíritu que lo inició, lo ha guiado por varios centenares de años y promete seguir haciéndolo si “soltamos las riendas”.
Desde la fe que inspira la vida-misión de la Compañía de Jesús, y nos abre a sintonizar con tantas personas e instituciones que sintonizan con ella desde otras opciones vitales, sabemos que es el Espíritu Santo quien guía con su peculiar modo de actuar en la historia humana. Quién guía lo hace como el maestro que acompaña los procesos de sus discípulos gratuitamente, desde el respeto a la libertad, siguiendo pacientemente los procesos, adaptándose a las condiciones de cada lugar, momento y persona. Lo hace a través de lo que pudiéramos llamar la pedagogía de la gracia por la que va abriéndonos los sentidos a los signos del presente que conducen al futuro objeto de nuestros deseos y de tantos de nuestros empeños.
Los “signos de los tiempos”, esas señales que pone el Espíritu con su actuación en la historia se manifiestan en el presente. Aprender a leer los signos de los tiempos se convierte así en el discernimiento del presente que ilumina el camino al futuro que nos viene dado si elegimos la vía que ellos nos indican.
Un futuro consistente con la razón de ser de las Universidades e Institutos de Educación Superior encomendadas a la Compañía de Jesús requiere, por consiguiente, un cuidadoso discernimiento en común del presente. En esta asamblea se busca dar pasos en esa dirección examinando el recorrido hecho por la Asociación en los últimos años, profundizando la conciencia de su necesidad y poniendo los mejores medios a su alcance para realizarlo.
Los miembros de la IAJU están llamados a discernir desde la identidad en la que encuentran su razón de ser, principio y fundamento de su misión y lazo de unión entre ellos. Es la identidad que muchas de las Universidades han estado examinando en los últimos años y a cuyas fuentes hemos invitado a volver a lo largo de este año ignaciano. Es el mismo manantial que alimentó el largo y complejo camino del discernimiento en común de las preferencias apostólicas universales de la Compañía de Jesús que sigue fluyendo para fecundar las obras apostólicas que les dan vida concreta cuando las ponen en práctica.
B. Personas con una vida plena de sentido
La identidad de las instituciones de Educación Universitaria reunidas en la IAJU parte de una visión integral del ser humano. Por consiguiente, concebimos la Universidad no fragmentada sino integrada. Proponemos instituciones que ofrecen la posibilidad de integrar las diversas dimensiones del quehacer científico, educativo y de incidencia social.
Una cotidianidad universitaria que realice y trasmita esa identidad es, sin duda, un enorme desafío que supone estar muy atentos a cómo se realizan las actividades ordinarias dentro del campus; a cómo se cultiva la identidad en los miembros de la comunidad universitaria, muy especialmente de sus profesores y personal administrativo; a los procesos de toma de decisiones; a los incentivos que se propone; y a todo aquello que representa el “éxito” de los programas y procesos que se realizan.
Como todo el sistema de educación superior en el mundo, nuestras instituciones de educación universitaria están constantemente amenazadas por tres cepas de virus con variantes muy contagiosas: la fragmentación, la superficialidad y la instrumentalidad. La enfermedad que producen estos virus atentan contra la identidad que nos une, inspirada en el carisma que Ignacio expresó con expresión “ayudar a las almas” como la finalidad de la Compañía de Jesús, en su deseo de servir a la misión del Señor encomendada a la Iglesia. “Ayudar a las almas” es la apuesta ignaciana que lleva a atender integralmente a las personas en todas sus dimensiones, personales o sociales, y en todo lo que necesiten.
Es urgente, por tanto, discernir qué tipo de persona imaginamos como fruto de la experiencia universitaria que proponemos. He aquí la materia central de nuestro discernimiento. El ser humano necesita darle sentido a su vida y a sus acciones, las grandes y las pequeñas de todos los días. Nuestro propósito es “buscar y hallar” el estilo de investigación, incidencia social y educación universitaria capaz de iniciar y acompañar procesos personales y sociales de dar sentido a la vida en todas sus dimensiones para alcanzar la plenitud.
Desde la espiritualidad que se deriva del carisma de la Compañía de Jesús se entiende como vida plena la que se desenvuelve persiguiendo siempre “en todo amar y servir”. Esa es la manera nuestra de concebir la “excelencia”. A través del discernimiento en común nos proponemos animar instituciones excelentes porque en ella trabajan, investigan, enseñan y estudian personas que encuentran las condiciones para una vida con sentido que avanza hacia su plenitud.
Instituciones universitarias concebidas de tal manera que ofrezca espacio para acompañar los procesos de gran variedad de personas que viven en distintos momentos de su vida, al mismo tiempo que contribuyen, con los medios a su alcance, a la transformación de las estructuras injustas de las sociedades en las que realiza su específica tarea universitaria.
Lo que conocemos como el “paradigma pedagógico ignaciano” es uno de los medios más eficaces para organizar las instituciones universitarias bajo nuestra responsabilidad según la identidad que les da sentido y desde la que ofrecen oportunidades a todos sus integrantes de encontrarle sentido a sus propias vidas en relación con otras personas y el medio ambiente.
Quienes están familiarizados con la pedagogía ignaciana conocen el estrecho vínculo que tiene con los Ejercicios Espirituales. En ellos Ignacio de Loyola propone un modo concreto de experimentar la acción de Dios en la historia y discernir el camino que lleva a encontrarle sentido a la vida para hacerla plena. Hacer uso responsable y amplio de este precioso instrumento esta, sin duda, al alcance de todas nuestras instituciones universitarias. Sigámoslo haciendo, encontrando modos adaptados a las personas, tiempos y lugares. Aprovechemos esa experiencia para ir conformando espacios universitarios que encarnen el estilo propio de su identidad.
Una pregunta que escucho con frecuencia es la siguiente: ¿se necesita compartir la fe religiosa (cristiana) para adquirir la identidad característica de nuestras instituciones universitarias? En otras palabras: ¿el camino que lleva a encontrarle sentido a la vida personal y social exige la fe religiosa cristiana?
La experiencia de nuestras universidades permite responder que la vida plena y con sentido se realiza en personas diversas, con una asombrosa variedad de opciones personales religiosas, culturales, políticas… Este es uno de los signos que debe atender el discernimiento propuesto. La humanidad es el sustrato común a todas las personas, culturas, experiencias religiosas, creencias… El núcleo sustantivo de la plenitud humana es el amor que se hace ágape, que se vive en común como humanidad congregada alrededor de él.
C. Sembrar en suelo sediento
La expansión de la sociedad secular como el espacio en el que viven, o vivirán, la inmensa mayoría de los seres humanos se experimenta de diversos modos. En algunas partes como amenaza, puesto que los procesos de secularización han supuesto conflictos muy duros que han dejado heridas profundas, muchas veces difíciles de cicatrizar o que se vuelven a abrir fácilmente. Otros ambientes han sido totalmente copados por el principio “vale todo” y suponen que basta respetar lo que cada uno piensa o siente para que sean respetadas mi identidad, modos de pensar o fe religiosa. Vastos sectores de la humanidad han sido cubiertos con el manto del fundamentalismo religioso, ideológico o político con márgenes muy escasos y riesgosos para pensar distinto o disentir.
Algunos, por tanto, perciben la sociedad secular como el suelo reseco, quebrado, después de una sequía persistente. En verdad se trata de un suelo sediento que se nos pone delante como oportunidad para cultivar la vida plena de sentido.
Una sociedad secular madura la podemos caracterizar como “suelo sediento” porque ha superado los extremismos ideológicos, los sectarismos religiosos o culturales, la hegemonía del mercado con su dinámica uniformadora, reduccionista de la riqueza representada en la diversidad cultural que lleva a la despersonalización y necesita el autoritarismo para sostenerse sin límite de tiempo.
Es un suelo sediento plural en el que se encuentran una enorme variedad de terrenos y condiciones para emprender cultivos diferentes y complementarios. La sociedad secular genera relaciones que permiten ejercer la libertad de los seres humanos en sus diversas dimensiones vitales que se convierten en espacios abiertos en los que es posible la creación humana.
La sociedad secular madura ofrece una oportunidad nueva de vivir nuestra identidad y, desde ella, hacer una contribución significativa. Siguiendo la imagen, podemos regar, sembrar y cultivar en un suelo sediento. El desafío del discernimiento en común al que estamos convocados en este momento presente es alcanzar a ver con precisión las señales de las oportunidades que se nos abren en esta nueva época histórica.
Hacer de la Universidad un espacio de discernimiento contribuye a superar las tendencias a la fragmentación existentes en la sociedad secular. Nuestras universidades, ubicadas en la tradición humanista de la pedagogía de la Compañía de Jesús, impulsan procesos de síntesis de conocimientos e integración de las dimensiones que constituyen las personas, las sociedades y la sana relación con el medio ambiente.
La tradición humanista inserta en la identidad de las instituciones universitarias inspira la creación de conocimiento desde un diálogo multifactorial que incluye la diversidad de perspectivas de las disciplinas que se cultivan en la universidad. El diálogo exige la comunicación fluida y constante como medio necesario para constituir y mantener la unidad de mentes y corazones que da sentido a la institución. Igualmente, la trasmisión de conocimiento como dimensión fundamental del quehacer universitario contribuye a la formación de personas integrales, comprometidas con la transformación de la sociedad, agentes de reconciliación que luchan por la justicia social.
Hemos aceptado el reto de inspirar y gestionar instituciones universitarias capaces de superar la fragmentación del conocimiento científico especializado, en diálogo inter y trans-disciplinar, insertas en el contexto social en el que se hacen activamente presentes con una mirada universal y conciencia de hacer parte de una única, rica y variada humanidad.
D. Desde la experiencia de la intergeneracionalidad y la interculturalidad
Podemos reconocer la riqueza, los riesgos y las potencialidades del futuro en dos características fundamentales de la humanidad actual: la diversidad cultural y la variedad de edades que conforman la población humana. Preservar y sacar provecho de esa riqueza pone delante de nosotros dos complejos y hermosos desafíos: avanzar hacia la interculturalidad con una arraigada conciencia de intergeneracionalidad.
Reconocer la diversidad cultural como riqueza nos lleva a formar parte de la corriente que construye un mundo interconectado o globalizado a partir de la multiculturalidad como característica fundamental del mundo actual y futuro. La creación cultural forma parte esencial de la humanidad, muestra su capacidad de abrirse a lo nuevo y mejor. Es una corriente que se mueve en una dirección alternativa a la imposición de un mercado único mundial subordinando a todos los seres humanos a un mismo esquema de producción y consumo.
Porque, como afirmaban los primeros Jesuitas, “el mundo es nuestra casa” toda cultura que habita en ella es nuestra “hermana”. Por eso, queremos ir más allá de la multiculturalidad y abrirnos a la interculturalidad como proceso de enriquecimiento humano. La sociedad en que vivimos es multicultural. También lo son nuestras comunidades universitarias. La interculturalidad es algo más de la pluriculturalidad proclamada por algunos Estados nacionales en el mundo. La pluriculturalidad reconoce la presencia de diferentes culturas en el territorio de un Estado con leyes que defienden su existencia y promueven la convivencia de varias culturas. Se busca, de este modo, evitar la imposición de una cultura sobre otras dentro del mismo Estado o entre naciones como ha ocurrido tantas veces en la historia y ocurre aún en nuestros días en diversas partes del mundo.
La interculturalidad, sin embargo, va más allá de estar juntas personas de diferentes culturas en una sana convivencia. La interculturalidad comienza con un paso no siempre evidente y nunca fácil, a saber, la adquisición de una conciencia crítica de la propia cultura que permita, al conocer sus dones y límites, salir al encuentro de otras culturas aportando lo que se es y enriqueciéndose del intercambio con ellas.
Al mismo tiempo, los progresos de la época moderna hicieron posible prolongar la vida de los seres humanos y evitar los riesgos de enfermedades o defunciones tanto al nacer como a lo largo de la vida y en la ancianidad. En la mayor parte del mundo la expectativa de vida es muy superior a la de los siglos anteriores. Muchas generaciones conviven al mismo tiempo en el presente. Generaciones con una gran diversidad de percepciones sobre lo que es, debe y puede ser la vida humana plena. Diversidad de percepciones que se convierte con facilidad en “brechas” generacionales.
El desafío de la intergeneracionalidad consiste en la compleja tarea de establecer un auténtico diálogo dentro de cada generación y entre las generaciones. Un diálogo que establezca espacios y condiciones para escucharse mutuamente. Un diálogo que, por una parte, funde la fraternidad entre ellas y, por otra, sea capaz de hacer consciente y comprometer a las distintas generaciones a procurar el Bien Común de la humanidad, incluyendo restablecer una relación armónica con la naturaleza, el medio ambiente y la bio-diversidad.
Las instituciones miembros de la IAJU – y la Asociación misma- son espacios multiculturales en los que conviven muchas generaciones. Aceptemos de corazón los desafíos de la interculturalidad y la intergeneracionalidad como oportunidades de enriquecimiento institucional y de las personas que forman la comunidad universitaria. Hagamos patrimonio de esta inmensa riqueza para mejorar nuestra contribución del Bien Común de la humanidad, luchando por hacer de este mundo un casa reconciliada en la justicia.
E. Universidad, política, ciudadanía global, reconciliación y paz
La propuesta de Universidades que contribuyen a dar sentido pleno a la vida humana incluye necesariamente la dimensión política. A través de la política se da sentido a la vida social. La formación integral de personas, desde la identidad en la que se fundan nuestras instituciones universitarias, lleva a desarrollar la dimensión ciudadana de cada persona, de las comunidades universitarias y sus instituciones que supone un consistente compromiso con el Bien Común. Porque son instituciones universitarias con raíces locales y visión universal están en capacidad de promover una conciencia de ciudadanía global desde la que se trabaje por la superación de las grandes brechas sociales del mundo actual. La investigación que ellas se realiza y la trasmisión de conocimientos se conciben como instrumentos efectivos para incidir en conseguir orientar la dinámica geopolítica a la reconciliación y la justicia.
La identidad que caracteriza las instituciones universitarias Jesuitas lleva a encontrarle sentido también a la vida pública y obliga a pensar seriamente, en la dinámica del magis ignaciano, la mejor contribución que podemos dar a la profundización y expansión de la democracia, hoy amenazada incluso en aquellos países en los que se cuenta con una larga tradición que llevaría a pensar en la existencia de un arraigo profundo de la conciencia y de los valores democráticos en sus poblaciones como base de su estabilidad política.
Un reciente ensayo de Moisés Naim1 hace esta reflexión: quienes venimos de una “cultura democrática”, es decir, convencidos de que son los ciudadanos la fuente del poder político, gobernados por un sistema con pesos y contrapesos, ¿entendemos la creciente tendencia, en todas partes, a las autocracias que pretenden el poder sin límite para toda la vida? ¿Estamos preparados para ello?
Creo no equivocarme al afirmar que los miembros de la IAJU están comprometidos con la democracia política, convencidos, además, de que la democracia necesita las Humanidades porque una sociedad democrática no se propone solo el bienestar material, sino el desarrollo integral derivado de perseguir el Bien Común.
Asistimos a una tendencia que pretende reformular las bases de la legitimidad política diluyendo su componente democrática. Naim las califica como las autocracias de las tres “p”, a saber, populismo, polarización y postverdad, que se van expandiendo por las más diversas naciones del mundo, al punto que puede considerarse una tendencia con posibilidades hegemónicas.
Mucho se ha estudiado, discutido y publicado sobre cómo el populismo vacía de sentido el auténtico ejercicio de la voluntad de los pueblos, debilita la organizaciones civiles y populares de base, elimina la función de los partidos políticos como canalizadores de las alternativas ideológico-políticas que articulan programas de gobierno alternativos a ser decididos en comicios libres por los ciudadanos de cada país… El populismo adquiere un carácter demagógico que le permite sustituir el pueblo por la figura del autócrata convertido en el auténtico interprete de la voluntad popular y el único que puede hacerla realidad desde el poder político.
Una vez adquirido el poder, a veces aprovechado las condiciones de los regímenes democráticos, el autócrata se propone permanecer indefinidamente en su ejercicio para lo cual propicia la polarización de la sociedad y se rodea de seguidores que se comportan como los fanáticos de un equipo deportivo. Se alaba y defiende al autócrata en cualquier circunstancia, como a la divisa del equipo al que se pertenece para siempre. Se acaba la discusión de ideas porque el autócrata es la expresión esclarecida del programa de gobierno y su palabra marca un rumbo que no admite dudas. Él es la única voz y el único rostro del gobierno y del Estado. Los ciudadanos o sus organizaciones que no se adhieren a la fanaticada del autócrata son considerados enemigos a neutralizar o, incluso, eliminar.
Los medios de comunicación contribuyen a fortalecer esta tendencia cuando narran la política centrada sólo en personajes que se presentan y actúan como cabezas de una fanaticada. Pierden así su carácter de mediadores en la discusión y acción políticas. El desarrollo y expansión de las llamadas “redes sociales” las ha convertido en la fuente de alimentación más importantes de una opinión pública polarizada sobrepasando la función mediadora de los grandes medios como los diarios, las revistas, las radios y las televisoras que poseen una cultura del equilibrio informativo, la verificación de la información y la autenticidad de las fuentes.
Se nos plantea, por tanto, desde las características e identidad de nuestras comunidades universitarias, la pregunta de cómo entrar provechosamente en el mundo de las redes sociales y convertirlo en una de las dimensiones de la formación integral que pretendemos.
Desde la Universidad que encuentra su razón de ser en la búsqueda sistemática y difusión de la verdad, resulta un reto de gran envergadura afrontar la tercera “p” mencionada por Naim: la época de la postverdad, es decir, de la confusión conceptual y de pensamiento; de la desinformación que se convierte en incontrolable difusión de la falsedad (fake news) y de teorías conspirativas tergiversadoras de la realidad.
La postverdad alcanza una tal capacidad de manipulación que logra una sistemática obstaculización de la aparición y conocimiento de la veracidad de los acontecimientos en el terreno político. La postverdad llega a convertir la invención de la realidad en un instrumento de dominación y de gobierno.
Los regímenes autocráticos sostenidos por el populismo, la polarización y la postverdad generan un ambiente en el que la duda sobre todo lo que no sea la palabra del autócrata se hace permanente. Se alimenta la incertidumbre sobre lo que puede suceder en lo personal, familiar o laboral y el miedo se convierte en la sensación que lleva a la parálisis política o la resignación ante lo que se ha impuesto irremediablemente.
Si, además, se exacerban las tendencias individualistas presentes en muchas culturas se reproduce y multiplican las actitudes de la anti-política como posición ante la vida pública. Este es el modo más eficaz de debilitar la conciencia ciudadana, perder el sentido de participar activamente en la búsqueda del Bien Común y hacer crecer las amenazas, ya graves, a la democracia.
Como Universidades cuya identidad incluye el compromiso con la misión de reconciliación y justicia, tenemos la enorme responsabilidad de contribuir a distinguir la verdad de la mentira que pretende justificar a los autócratas empeñados en presentarse como los únicos auténticos defensores del pueblo. Como difusores de la cultura democrática sabemos que son los ciudadanos conscientes, libres, con ideas plurales, capaces de dialogar y tomar decisiones en el horizonte del bien común que hacen posible una política que lleve a la justicia y contribuya a la vida plena de los seres humanos en armonía con el medio ambiente.
El desafío que representa para nuestras Universidades la participación en la vida pública y la formación política de los miembros de la comunidad universitaria, incluye propiciar una gobernabilidad basada en la verdad, en la fortaleza de las instituciones y la legalidad. Se requiere contribuir a un ambiente social en el que sea normal el pluralismo ideológico, al diálogo entre las alternativas planteadas. Sobre todo, un compromiso en crear y mantener las condiciones que garanticen la alternabilidad en el ejercicio del poder político siguiendo escrupulosamente la voluntad de los ciudadanos. En el ámbito internacional se requiere favorecer las instancias que permite una defensa mutua de las democracias y la difusión de la cultura democrática.
Recordando que nuestras instituciones dependen para su funcionamiento de la generosidad de sus bienhechores resulta importante recordar cómo las autocracias, y otros “poderosos” en tantos contextos sociales, se alimentan de dinero “sucio”, proveniente de actividades ilícitas o de la corrupción que convierte los recursos públicos en beneficio privado. Muchas veces se pretende “lavar” ese dinero sucio a través de donaciones interesadas a ONG, organizaciones caritativas o instituciones de prestigio social entre las cuales pueden querer incluir las nuestras.
F. Con y para los demás
En los últimos años ha crecido la conciencia y hemos profundizado el significado de la intrínseca relación entre el “con y para los demás” de la expresión con la que con tanta frecuencia expresamos nuestra identidad y el propósito de la tarea educativa en la que estamos comprometidos. Queremos trabajar en instituciones y ser personas para y con los demás. Para ello tenemos que profundizar la colaboración en la misión como una característica esencial del modo nuestro de proceder que se desprende de nuestra identidad.
Hacerse colaborador proviene de escuchar la llamada a participar en la misión de las Universidades Jesuitas y elegir hacerlo como parte de un cuerpo en el que distintas vocaciones se complementan para contribuir a la misión de Jesucristo, encomendada a la Iglesia, según el carisma de la Compañía de Jesús.
La colaboración es el modo de proceder del cuerpo apostólico de la Compañía tanto al interior de cada obra apostólica como entre las obras a través de las cuales se lleva a cabo la misión a nivel local, regional e internacional. La colaboración da sentido a llamarnos cuerpo y lo hace realidad en el día a día de nuestra vida y trabajo.
En el momento actual de la historia de la Compañía de Jesús no podemos ni siquiera imaginar instituciones educativas, o cualquier tipo de trabajo apostólico, sin equipos plurales en los que convergen distintas vocaciones de servicio junto a los jesuitas. Tenemos también la experiencia de jesuitas colaboradores en trabajos apostólicos iniciados y gestionados por otras instituciones, grupos o personas.
Lo que entendemos por colaboración es una forma concreta de vivir la eclesialidad expresada en el Concilio Vaticano II, es decir, una Iglesia que se sabe y entiende como el Pueblo de Dios en marcha dentro del cual cada uno contribuye desde su identidad y talentos. Es también una forma de vivir la fraternidad universal y trabajar codo con codo con quienes, desde otras creencias religiosas, opciones humanitarias o deseos de servir, se unen alrededor de los mismos fines colaborando en la reconciliación y la justicia. Nadie sobra ni es prescindible. Todos somos colaboradores en la misión de Cristo. Esa es una dimensión clave de nuestra identidad.
La colaboración característica de nuestra identidad incluye la solidaridad que nace del sentirse hermanos y hermanas de todos los seres humanos, enriquecidos por las relaciones interculturales e intergeneracionales, pendientes en todo momento de echar una mano a quien lo necesita. La solidaridad entre las personas y la solidaridad institucional son propias de nuestro modo de ser y proceder. Convertirnos en hombres y mujeres por y con los demás es el fruto de una solidaridad “bien educada”. Las comunidades universitarias dentro de nuestras instituciones están llamadas a vivir esa solidaridad que se trasmite a la concepción de instituciones que son gestionadas desde una cultura organizacional conformada según ese modo de ser y de proceder.
La Asociación Internacional de Universidades Jesuitas encuentra su razón de ser y da sentido a lo que hace al vivir e impulsar la colaboración y la solidaridad dentro y desde las instituciones universitarias que la conforman. Se trata de aprovechar lo mejor posible el enorme potencial de colaboración y solidaridad existente en las universidades que conforman esta red. Poco a poco hemos ido emprendiendo esa ruta. A medida que avanzamos reconocemos las ventajas de la colaboración y la solidaridad. Vamos aprendiendo mejores formas de aprovechar los recursos que tenemos, siempre escasos para la magnitud de la tarea.
El deseo de la Compañía de Jesús es que esta asamblea renueve las energías creativas de los miembros de IAJU y podamos crecer como instituciones que forman personas integrales e integradas, capaces de discernir el presente a lo largo de toda su vida y se compromete en la búsqueda de la justicia social y ecológica.
En nombre de la Compañía de Jesús reciban una sentida palabra de agradecimiento por su compromiso con la compleja tarea universitaria en tan diversos contextos a lo largo y ancho del mundo. Lleven esta gratitud a sus comunidades universitarias y sigan ayudándonos a ser un cuerpo capaz de “en todo amar y servir”.
Muchas gracias.
Arturo Sosa, S.J.