Homilía por el Papa Francisco

Abr 27, 2025 | Discursos

27 de abril de 2025

 

Muy querido Mons. Francisco Javier Acero, querido Padre Luis González-Cossío, querida feligresía de este templo de San Ignacio, queridos amigos y queridas amigas de la Compañía de Jesús, queridos hermanos jesuitas, a nombre de la Provincia, del P. Provincial, quien se encuentra en una Reunión de CPAL, y a nombre propio, agradezco su presencia en esta Eucaristía en acción de gracias por tanto bien recibido a través de nuestro hermano en la Compañía, Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco. Agradezco, Mons. Acero, su deseo de acompañarnos en esta Eucaristía.

Como jesuitas participamos del dolor de la Iglesia Universal por la muerte del Papa Francisco; como dijo el Padre General, nos sentimos conmovidos, al mismo tiempo, “con la serenidad que nace de la firme esperanza en la resurrección por la que el Señor Jesús nos abrió la puerta a la plena participación en la Vida de Dios… Sentimos dolor por la desaparición de quien fue puesto al servicio de la Iglesia Universal ejerciendo el ministerio petrino por más de 12 años. Al mismo tiempo sentimos la partida de nuestro querido hermano en esta mínima Compañía de Jesús, Jorge Mario Bergoglio.”

En este domingo, fiesta de la Divina Misericordia, unidos a toda la Iglesia, reconocemos la fidelidad de Dios, quien a través de la vida del Papa Francisco nos comunicó tanta bondad y compasión por la humanidad, sobre todo por las personas más pobres y vulnerables.

Desde sus primeras palabras, ese 19 de marzo de 2013, del inició de su ministerio como “Obispo de Roma”, manifestó su deseo de “abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños”. Deseo que fuera cumpliendo, a través de sus Encíclicas, Exhortaciones, cartas, homilías, mensajes, discursos e infinidad de acciones, que sería largo mencionar.

Creo que desde el momento de elegir el nombre de “Francisco” deseó dar respuesta a sus grandes preocupaciones el “cisma entre el individuo y la comunidad humana”[1] y la explotación desmedida del medio ambiente. Invitó y animó, en cuanta ocasión se prestó, a vivir una conversión integral hacia la humanidad y hacia la Creación. Y, entendía, que esta conversión debía nacer desde la Misericordia; por eso, invitaba a experimentarnos misericordiados[2], es decir, amados, cuidados, aliviados por Dios, para que nos vivamos, igualmente, misericordiosos con toda persona en quiénes hemos de reconocer hermanas y hermanos[3] y con la Creación, a la que llamó: “nuestra casa común”.

El evangelio de hoy nos muestra la experiencia de la misericordia. Hace muchos años, leí que “eleison” (kyrie eleison), ten piedad o ten misericordia, tenía su raíz original en el aceite de oliva que se usaba para curar las heridas, es decir, la piedad o la misericordia tienen que ver con cuidar, curar, quitar la aspereza de la piel. Y eso es lo que hace Jesús resucitado, se presenta a sus discípulos, quienes por miedo están encerrados, y los unge con su saludo: «La paz con ustedes», esa paz que sana el sentimiento de aflicción por su partida, por los remordimientos que cada uno de ellos tiene por haberlo negado, abandonado, por el miedo a que les pase lo mismo que a Él… los libera reconciliándolos consigo mismos y con la comunidad de discípulos. Por eso, se alegran, se sienten aliviados, sanados, cuidados, confirman que Jesús cumple su promesa, que es fiel como el Padre es fiel a sus promesas. A esto es a lo que el Papa Francisco llamó sentirse misericordiados.

Y este ser misericordiados, es lo que nos lleva, como a los discípulos a anunciar la misericordia, primero a Tomás, y, después, en los caminos y calles. El anuncio es claro y eficaz, Jesús de Nazaret a quien crucificaron, Dios lo ha resucitado, y este mensaje se convierte en aceite, en bálsamo eficaz, que cura y trae esperanza en que el Reino deseado por Dios está más cerca que nunca.

Y esta experiencia los lleva a poner en Dios su confianza, por esta razón son capaces de compartir sus bienes con la Comunidad, es decir, son capaces de mirar el dolor, el hambre, la sed, la precariedad y la marginación en la que viven otros y buscan cuidar de ellos y de ellas; algo que nos plantea la Fratelli Tutti, cuando nos muestra y explica el texto del “buen samaritano”, donde el Papa Francisco, nos decía de un modo o de otro: nuestra vocación de buscar y promover el bien común, de comprender -según las nuevas generaciones- que todos estamos interconectados. Y que, incluir o excluir a la persona que sufre en los márgenes, a la orilla del camino, define cómo estamos plantamos en la vida: o somos buenos samaritanos o vamos por la vida como turistas indiferentes [4].

Las realidades de nuestra época: desapariciones forzadas, migración, intolerancia, violencia, injusticia y corrupción… nos gritan que hoy más que nunca tenemos que abrirnos a la misericordia, nuestro mundo requiere de un bálsamo que alivie, que mitigue los dolores, que aminore la aspereza que se siente al estar bajo la intemperie de esta realidad, un aceite que ayude a los grupos más vulnerables a experimentar esperanza… prestemos atención al Señor Resucitado que irrumpe en nuestras vidas y corazón para decirnos «La paz contigo» para que la experiencia de ser misericordiados, nos mueva al deseo de ser misericordiosos.

Que el Papa Francisco, que tanto insistió: “pidan por mí”, ahora pida por nosotros para que seamos capaces de reconocer la dignidad de cada persona humana para que nos abramos a la comunión y la sinodalidad; mostrando a las personas y a las criaturas el cuidado que Dios Misericordia tiene para cada una y cada uno.

Nuevamente, muchas gracias por su presencia y por su hospitalidad.

P. José Francisco Méndez Alcaraz, S.J.


[1] Humana communitas (La comunidad humana), carta del Santo Padre Francisco al presidente de la Pontificia Academia para la vida con ocasión del XXV aniversario de su institución, 11 de febrero de 2019; n. 2.

[2] Papa Francisco, Homilía del II Domingo de Pascua, 11 de abril de 2021.

[3] “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad” (F.T. N° 8).

[4] Cfr. Fratelli Tutti, n. 69.