— Martín Torres Sauchett, S.J.
En varias ocasiones he expresado mi agradecimiento a quienes reconozco como mis grandes maestros. Mientras hacía mis estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, de manera espontánea brotó la inquietud de expresarles mi reconocimiento a través de un texto que escribí para las Noticias de la Provincia.
Además de enviar el texto para su publicación, hice lo posible para que lo recibieran personalmente, reiterándoles mi agradecimiento y admiración; aunque uno de ellos ya no estaba con nosotros, supongo que lo recibió. Un homenaje en vida por la huella que dejaron en mi persona.
La mañana del 1 de mayo nos despertamos con la triste noticia de que Luis García Orso, S.J. ya se encaminaba a la Casa del Padre; el último de mis cinco grandes maestros, compañeros, mentores, fuentes de inspiración y guías; amigos, más que nada: Luis Carlos Flores Mateos, S.J. (1916-1999), Raúl H. Mora, S.J. (1932- 2010), Jorge Manzano Vargas, S.J. (1930-2013), Gonzalo Balderas, O.P. (1951-2021); y Luis García Orso, S.J. (6 de diciembre de 1943-1 de mayo de 2025).
Gracias a ellos he comprendido que las distintas etapas de mi vida se definen a partir del mismo principio que se repite y se renueva una y otra vez:
Desde el Principio fueron todos los verbos, todas las palabras y todos los sonidos, la inquietud por decir, por enunciar. Ahí estaba el mundo esperando a que yo aprendiera a caminar para hacerlo girar con mis primeros pasos; y al fin se ponía en marcha. Los balbuceos pronto quedaron en el pasado y las realidades fueron definidas a través de los primeros cantos:
El que le cantó a San Pedro no le volverá a cantar… La cobija de los pobres… Pórtate bien, cuatito, o te lleva el coloradito… El que se tragó el azúcar… La guía de los marineros… El sombrero de los reyes… Para el sol y para el agua…
Así los cantos, claritos, con la mejor dicción que se puede tener cumplidos los dos años, envueltos en un sonsonete que sube y baja, va y viene, con su Do Mi Sol Do, en clave de Sol. Después vino el Caos, muchas preguntas, pocas respuestas. Algunas intuiciones, ninguna certeza y todas las significaciones posibles revoloteaban como aves en medio de la tempestad. Aparecieron las letras, los números, sumas y restas, geometría, mapas y libros.
Desde el Principio fueron todos los verbos, todas las palabras y todos los sonidos, la inquietud por decir, por anunciar algo nuevo: fue el Teatro. Y descubrimos que el lenguaje de los cuerpos es subversivo, dice otras vidas, reinventa mundos, transforma realidades: techos sin goteras, estómagos satisfechos, cobijas sin alacranes y ojos que sonríen la esperanza, cinco panes, dos peces.
Y una vez más el Principio y la inquietud por decir, por anunciar algo más nuevo. Este Principio no sabe hacer otra cosa más que iniciar, adicto a repetirse en palabras obsesivas que insisten en decir historias que comienzan y reescriben la Historia, pero esta vez con la complicidad de los maestros:
Luis Carlos Flores (lágrimas-en-los-ojos-nostalgia-del-penal-en-Mérida-yo-trabajé-diecisiete-años-con-los-presos), dijo que el orden de las palabras exige un respeto, pero no infunde miedo. Con él fue posible escuchar la voz de los colores y el color de los sonidos.
Raúl H. Mora (pasos-cortos-presurosos-cigarro-y-bigote-soñando-Estelí-Solentiname) sonrió que primero aprendiera a leer las palabras, todas y siempre, y después cantar las historias, más que todas y más que siempre, como una voz en el desierto.
Jorge Manzano (siete-veces-la-nada-ojos-abiertos-cerrados-cadidato-a-beber-la-cicuta) insinuó ensoñaciones entre palabras enmarcadas por signos de interrogación, declinación de verbos, susurros, voces en cuello, Ideas, amigos, reminiscencia, el silencio, el tequila, sin temor ni temblor, demiurgos, aurigas, dioses, héroes y sagas y motores que no se mueven porque ni falta que hace.
Gonzalo Balderas (fuego-en-el-discurso-y-devenir-en-sus-manos-de-predicador) recordó la belleza del no orden de las palabras, la alternancia sonora y la asonancia, el barroco, los lamentos de Job y Netzahualcóyotl al unísono, arte poética borgeana, voces de hombres y mujeres sin raza, poetas capaces de contradecir a todos los dioses juntos, cantores que derrumban fronteras, melodías que modifican cartografías y pasiones que odian el odio a los de la propia especie.
Luis García Orso (origen-en-la-frontera-más-transitada-del-planeta-de-la-dinastía-Río-Rita) miró que las palabras proyectan historias en la oscuridad a una velocidad de veinticuatro fotogramas por segundo en treinta y cinco milímetros; miró que los verbos se conjugan en pasado, presente y futuro al mismo tiempo: Yo, Méliès; Tú, Wenders; Él, Hitchcok; Nosotros, Miguel Zacarías, Juan Orol, Emilio Fernández, Fernando de Fuentes, Ismael Rodríguez, Ripstein, Retes, Hermosillo, Pedro Infante y El Santo; Vosotros, Buñuel, Bigas Luna, Saura, Trueba, Almodóvar, Amenábar; Ellos, los Lumière, Eisestein, Antonioni, Fellini, Kubrick, los hermanos Coen, Scorsese y demás pares de ojos.
Querido Luis:
El 1 de mayo comenzó un nuevo Principio en tu vida con aires de Resurrección, de vida fecunda en ti y en nosotros. Una muchedumbre insiste en preguntar por ti y agradece por la huella que ha dejado en cada persona, en cada amistad, en cada alumno, en cada discípulo, en cada extraño. Muchos confiesan que sus ojos se abrieron gracias a que les compartiste historias, de esas que se proyectan en la oscuridad a una velocidad de veinticuatro fotogramas por segundo en treinta y cinco milímetros, pero tu legado es mayor: como profesor, como teólogo, como consejero, como cómplice: amigo, más que nada. Y entre los nuestros, un formador singular, con quien se aprende a indagar, gustar, crear, innovar, compartir.
Infinitas gracias por tu vida, Luis, por mostrarnos caminos de libertad y compromiso, por todo lo que nos regalaste… parafraseando al profeta, tu luz brilló en nuestra oscuridad, nos hiciste sentir como huertos recién regados y lograste que nos descubriéramos como reparadores de caminos y reconstructores de ruinas.
Así nuestro mi periplo, en el que todos los verbos significan “decir”. Y nuevamente el Principio, aquí y ahora. Escucho las voces de Luis Carlos, Raúl H., Jorge, Gonzalo y Luis. Hablan todos a la vez, se arrebatan la palabra, les ruego que levanten la mano, que pidan su turno y no interrumpan, pero ninguno cede la palabra ni los verbos. Propongo una tregua casi a gritos: “quiero darles una explicación”. ¡Lotería! Nadie interrumpe. Me miran con rigor, con una expresión en el rostro de se-acabó-la-fiesta. Aprovecho el desconcierto para comunicarles que la fiesta continúa, que ha llegado el momento de decir un nuevo Principio. Cada uno toma su cátedra y yo desde mi pupitre explico:
Hoy, esperamos el siguiente Principio en que serán todos los verbos, todas las palabras, todos los sonidos, todos los mundos, el Aleph de la inquietud por decir, por enunciar algo nuevo y agradecer, querido Luis, por tu fecunda existencia.
Guadalajara, Jal. a 2 de mayo de 2025.