Homilia 31 de julio de 2025. Día de San Ignacio de Loyola

Jul 31, 2025 | Discursos

Hoy celebramos la solemnidad de San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, con una misa en el Conjunto San Ignacio en la Ciudad de México, junto a diversas obras de la Compañía, donde dimos gracias por su legado y renovamos nuestro compromiso de “en todo amar y servir”. Además, la Fundación Justicia y Amor ofreció un taller vivencial sobre las etapas de la vida de Ignacio —del caballero al peregrino— invitando a los participantes a reflexionar sobre su propia vida, su llamado y su envío al mundo.

A continuación, la homilía:

Queridos compañeros y compañeras de misión,

En la Compañía de Jesús y la Iglesia, hoy, celebramos la memoria de San Ignacio de Loyola, un hombre de su época, con las inquietudes y crisis propias de su tiempo y condición (deseos de ocupar puestos públicos llamativos, conquistar el corazón de una princesa, tener buena fama y poder); y que, después de ser herido en una batalla en Pamplona, el silencio fue llevando a mirar a lo profundo de su ser, a lo que es esencial para la vida, a los deseos verdaderos, no a los que propone la sociedad sino a la voluntad auténtica que ha sido inscrita en el corazón de cada persona.

Este movimiento de querer responder a las exigencias de su tiempo hacia un querer responder a sus deseos interiores, lo llevó a un viaje en dos sentidos: exterior e interior. El viaje exterior, lo hizo no sólo geográficamente viajando hacia Barcelona, Manresa, Tierra Santa, Salamanca, París y Roma, sino que también en su vestido, en su modo de presentarse. El viaje interior lo fue llevando, sobre todo durante su estancia en Manresa, a una conversión en su modo de relacionarse consigo mismo, con las demás personas, con las criaturas y con Dios. Aprendió que Dios lo llamaba a colaborar en la construcción de su reinado, donde los valores no son los que establece el mundo sino los propuestos por Jesucristo.

Como todo proceso de cambio, el camino de conversión de San Ignacio fue lento, a pesar de que él quería acelerarlo, el Espíritu de Dios le fue mostrando que todo crecimiento lleva su tiempo, esfuerzo y constancia; y que dicho cambio para que tenga sentido ha de estar enraizado en una identidad, es decir, se da en relación con alguien. Y el Alguien que Ignacio eligió fue Jesús.

Las preguntas que escuchamos de Jesús, en el evangelio de hoy, tienen que ver con ese alguien a quien seguimos o elegimos que sea nuestro horizonte, faro, camino. “¿Quién dice la gente que soy?”, “¿Quién dicen ustedes que soy?”

Para responder la primera pregunta, “¿Quién dice la gente que soy?”, se requiere de haber escuchado a otros, de haber aprendido el catecismo o haber leído tal o cual libro o visto alguna película; esta respuesta no nos compromete con Él, es alguien ajeno a quien podemos admirar, decir “fue un gran hombre” … pero sin que esto nos afecte. Responder la segunda pregunta, “¿Quién dicen ustedes que soy?”, conlleva un compromiso, nos da o no una identidad; nos da identidad sólo si, como Pedro, respondemos: “Eres el Mesías, el Hijo de Dios”. Esta respuesta nace de un conocimiento íntimo, de haber andado con Jesús. ¿Y nosotros, podemos llegar a tener ese conocimiento íntimo de Jesús?, sí, si podemos, si como Ignacio nos ponemos en camino de un conocimiento interno de Él, si vamos meditando, contemplando la vida de Jesús y sus enseñanzas, si al orarlo dejamos que nos interpele en nuestro modo de vivir y en nuestras relaciones, si, ante todo, asumimos sus valores y los vivimos, aunque eso nos cueste la incomprensión de otras personas.

Este conocimiento interno, no sólo responde la pregunta, sino que va más allá, pues implica un seguimiento de Jesús y aquí viene otro asunto, la identidad, si conocemos internamente a Jesús, entonces Jesús mismo habita en nuestro ser y nos convertimos en otros cristos. Seguir a Jesús conlleva un negarse a sí mismo, tomar la cruz de cada día e ir tras Él y como Él. Así, conocer a Jesús no sólo nos lleva a responder a la pregunta “¿Quién es Jesús?”, sino que conlleva un compromiso, al declarar que es el Hijo de Dios hemos de vivir en tal consonancia, renunciando al propio ego, es decir, dejar mi comodidad y mi zona de confort para pensar y buscar el bien común,  relacionarme de una manera diferente con las demás personas; así, la pregunta se vuele personal, ¿quién soy para los demás?, ¿soy apoyo, inspiración, buena influencia, buen compañero, o soy una carga, alguien que estorba en el crecimiento de los otros, apático ante lo que viven los demás?, junto con los demás compañeros y compañeras ¿voy buscando la transformación del mundo en algo más justo, compasivo y humano?, ¿me niego a mí mismo, asumiendo una tarea que no me gusta pero que sé aligera la carga de otros y otras?

Conocer íntimamente a Jesús, identificarnos con Él, nos lleva a vivir “arraigados y cimentados en el amor” (primera lectura, efesios), dicho de otra manera, cada decisión la tomamos de acuerdo con los valores de Jesús, somos capaces de ofrecer ayuda sin que se nos pida, nuestra paciencia crece, priorizamos la calidad del trabajo sobre la rapidez, respetamos el tiempo de los demás, estamos atentos y escuchamos a los otros…

 San Ignacio, en su peregrinar, fue luchando contra sí mismo, como dice el evangelio se “negó a sí mismo”, y este negarme a mí mismo no es una pérdida sino un camino a la libertad interior. San Ignacio fue asumiendo que era responsable no sólo de su vida sino de otras vidas, de buscar ser protagónico se convirtió en un compañero, construyó relaciones genuinas, desde el respeto, la confianza, la integridad y la empatía, trabajando desde la colaboración con otras y otros, se hizo compañero para avanzar y crecer junto con otros.

Pidamos, como San Pablo, unos por otros para que el Señor nos conceda fortaleza interior, que seamos personas íntegras, generosas, comprometidas con la misión de Cristo en el mundo, desde lo concreto de nuestras actividades y quehaceres ahí donde trabajamos y desde donde colaboramos con la Misión de la Compañía de Jesús. Que el ejemplo de san Ignacio de Loyola nos empuje a dar siempre lo mejor, con pasión, fe y alegría.

—P. José Francisco Méndez Alcaraz, S.J.