La importancia del examen de conciencia para discernir la voluntad de Dios

Ago 10, 2024 | Noticias

— Jaime Emilio González Magaña, S.J.

La importancia del examen de conciencia consiste en que nos ayuda a fomentar una actitud de oración para ser sensibles a los movimientos, a las mociones interiores que se provocan en nuestra alma para evitar el engaño que proviene del espíritu maligno y que hará todo y cualquier cosa para impedir que entremos en la esfera del conocimiento de la voluntad de Dios. El Papa Francisco destacó la importancia de identificar la fuente de nuestros sentimientos e ideas e insistió en que,

 

el tema del discernimiento es muy importante para saber lo que pasa dentro de nosotros; de los sentimientos y de las ideas, hay que discernir de dónde vienen, a dónde me llevan, a qué decisión – y hoy nos centramos en el primero de sus elementos constitutivos, que es la oración. Discernir requiere estar en un ambiente, en un estado de oración. La oración es una ayuda indispensable para el discernimiento espiritual, sobre todo cuando implica a los afectos, permitiendo dirigirse a Dios con sencillez y familiaridad, como se habla a un amigo. Es saber ir más allá de los pensamientos, para entrar en intimidad con el Señor, con una espontaneidad afectuosa. El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y la confianza con Dios, que crece en ellos y les hace cada vez más fácil reconocer lo que le agrada. La verdadera oración es familiaridad y confianza con Dios. No es recitar oraciones como un loro, bla bla bla, no. La verdadera oración es esta espontaneidad y afecto con el Señor. Esta familiaridad vence el miedo o la duda de que su voluntad no sea para nuestro bien; tentación que a veces recorre nuestros pensamientos y hace que nuestro corazón esté inquieto e inseguro o amargado, también. El discernimiento no pretende una certeza absoluta, no es químicamente un método puro, no pretende una certeza absoluta, porque se trata de la vida, y la vida no siempre es lógica, tiene muchos aspectos que no se pueden encerrar en una sola categoría de pensamiento. Nos gustaría saber con precisión lo que hay que hacer, pero incluso cuando sucede, no siempre actuamos en consecuencia. Cuántas veces hemos tenido también nosotros la experiencia descrita por el apóstol Pablo, que dice: «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rom 7,19). No somos sólo razón, no somos máquinas, no basta recibir instrucciones para llevarlas a cabo: los obstáculos, como las ayudas, para decidirse por el Señor son sobre todo emocionales, del corazón[1].

 

Más adelante reitera que «un buen discernimiento requiere también el conocimiento de uno mismo. Conocerse a sí mismo. Y esto no es fácil. El discernimiento, de hecho, involucra a nuestras facultades humanas: la memoria, el intelecto, la voluntad, los afectos. A menudo no sabemos discernir porque no nos conocemos lo suficiente, y así no sabemos qué queremos realmente. Habéis escuchado muchas veces: “Pero esa persona, ¿por qué no arregla su vida? Nunca ha sabido lo que quiere…”. Sin llegar a ese extremo, pero a nosotros también nos sucede que no sabemos bien qué queremos, no nos conocemos bien…»[2]. Es muy interesante cómo, sin decirlo abiertamente, el Santo Padre se refirió al tema del sujeto que discierne, es decir, la persona que es capaz de examinarse a sí misma para ver si es, verdaderamente, capaz de elegir la voluntad de Dios y si tiene las actitudes necesarias para reconocer las mociones espirituales que vienen de Dios y las que están contaminadas por el espíritu del mal. Por eso, no dudó en afirmar que:

 

en la raíz de las dudas espirituales y de las crisis vocacionales se encuentra no pocas veces un diálogo insuficiente entre la vida religiosa y nuestra dimensión humana, cognitiva y afectiva. Un autor de espiritualidad constató cómo muchas dificultades en el tema del discernimiento remiten a problemas de otro tipo, que es necesario reconocer y explorar. Este autor escribe: «He llegado a la convicción de que el mayor obstáculo para un verdadero discernimiento (y para un verdadero crecimiento en la oración) no es la naturaleza intangible de Dios, sino el hecho de que no nos conocemos suficientemente a nosotros mismos, y ni siquiera queremos conocernos como realmente somos. Casi todos nos escondemos detrás de una máscara, no sólo ante los demás, sino también cuando nos miramos al espejo» (Th. Green, Il grano e la zizzania, Roma, 1992, 25). Todos tenemos la tentación de estar enmascarados incluso ante nosotros mismos. La ignorancia de la presencia de Dios en nuestra vida va unida a la ignorancia sobre nosotros mismos -ignorando a Dios e ignorándonos a nosotros-, ignorancia sobre las características de nuestra personalidad y nuestros deseos más profundos[3].

 

El Papa añadió: «Conocerse a uno mismo no es difícil, pero es fatigoso: implica un paciente trabajo de excavación interior. Requiere la capacidad de detenerse, de “apagar el piloto automático”, para adquirir conciencia sobre nuestra forma de hacer, sobre los sentimientos que nos habitan, sobre los pensamientos recurrentes que nos condicionan, y a menudo sin darnos cuenta. Requiere también distinguir entre las emociones y las facultades espirituales. “Siento” no es lo mismo que “estoy convencido”; “tengo ganas de” no es lo mismos que “quiero”. Así se llega a reconocer que la mirada que tenemos sobre nosotros mismos y sobre la realidad a veces está un poco distorsionada. ¡Darse cuenta de esto es una gracia! De hecho, muchas veces puede suceder que convicciones erróneas sobre la realidad, basadas en experiencias del pasado, nos influyen fuertemente, limitando nuestra libertad de jugárnosla por lo que realmente cuenta en nuestra vida[4].

 

Examinar la vida para ordenarla, conocer nuestros afectos desordenados y, sobre todo, discernir la voluntad de Dios, implica un trabajo previo de sensibilización de nuestra naturaleza humana y de nuestra disponibilidad para escuchar la voz de Dios. Significa saber si tenemos la materia necesaria para examinar nuestra conciencia y, después, discernir lo que el Señor nos pide. Para ello, es necesario reflexionar sobre el “sujeto del discernimiento”.  La palabra «sujeto» ha experimentado una gran evolución desde que Ignacio la utilizara.  En un extremo de esta evolución tenemos el uso que de ella hizo el Renacimiento, en el otro, el uso que nos reporta el «Diccionario de la Real Academia de la lengua Española».

 

El corpus ignaciano no utiliza una descripción consistente para este término. Así encontramos indistintamente: sujeto, subieto, suieto, subjecto, sugeto, sugetto y subiecto (única descripción en los Ejercicios Espirituales y la más repetida en el corpus ignaciano). Interpretamos esta diversidad de términos como prueba de la inestabilidad en que se encontraba el término y como indicio de su novedad a mediados del siglo XVI. Más cerca de esa época, el diccionario de Aut. explica el sujeto primero como participio del verbo “sojuzgar” y, sólo más tarde, como “capacidad de hacer algo”. Así, un sujeto es aquel que permanece fijo, inmovilizado, dependiente (sujeto en sentido pasivo); una persona o individuo es también sujeto en la medida en que actúa (sujeto en sentido activo). Sujeto es tanto el que está expuesto a leyes o enfermedades como el que ejerce su voluntad. En última instancia, la voluntad parece resolver la diferencia entre estos dos usos, unas veces porque es sujeto y otras porque funciona como sinécdoque de toda la persona, llevando a la acción. En consecuencia, en el primer caso, las Concordancias Ignacianas incluyen todos los usos bajo el tema «sujeto». Es decir, no distinguen entre el uso del participio como verbo, adjetivo y sustantivo[5].

 

El contexto místico en el que Ignacio se refiere al sujeto que se examina, discerniendo, permite que la espiritualidad entre en la discusión del sujeto con voz propia. Ignacio se refiere con el término sujeto a la persona que se ejercita (Ejercicios) y al candidato o jesuita que está en proceso de ser admitido, ya sea profeso, seleccionado para cargos y oficios, o nombrado superior, etc. (Constituciones). En el libro de los Ejercicios, el tema aparece siete veces: tres en las Anotaciones[6] y cuatro en los Suplementos[7]. Al principio del texto, las Anotaciones ya abordan el tema. Allí Ignacio usa la expresión “tengan sujeto”. Con “tener sujeto”, Ignacio se refiere al grado de adquisición que los que hacen los Ejercicios deben tener de ciertas capacidades, para que los que dan los Ejercicios les inviten a pasar adelante (cantidad de sujeto). Los que pueden experimentar incluso un tipo de daño haciendo los Ejercicios, según el juicio del que los da, no tienen suficiente sujeto. Tienen sujeto los ejercitantes que Ignacio considera con plena capacidad para vivir la experiencia ignaciana fundamental[8]. En particular, el ejercitante debe tener capacidad para comprometerse seria, libre y responsablemente. Por tanto, más que capacidades distintas y desarrolladas, el sujeto parece ser una potencialidad (aptitudes y disposiciones) a evaluar con criterios dinámicos de parte de quien da los Ejercicios[9]. Tiene sujeto quien es capaz de entrar en los Ejercicios con todas sus exigencias, hasta el momento en que deber hacer la elección.

Desde la perspectiva institucional de la Compañía, el sujeto es aquél que es capaz de disponerse para que Dios le coloque en el lugar donde dará más fruto, y aquél que es capaz de comprometerse en una misión. Si alguien tiene sujeto, esto quiere decir que es capaz de tomar decisiones serias y trascendentales como «elegir la continencia, la virginidad, la religión y toda forma de perfección evangélica»[10]. A fortiori, el ejercitante que elige la vida religiosa en la Compañía de Jesús debe tener esa capacidad. Las Constituciones se refieren al sujeto en quince ocasiones[11]. Tener sujeto equivale a poseer grandes cualidades, que dan mucho fruto si se ponen al servicio de Dios. Por el contrario, no tenerlo, equivale a no esperar mucho fruto de él por ser «de poca capacidad natural»[12]. Las Constituciones de la Compañía de Jesús consideran que para aquellos que han dejado la Compañía «por alguna fuerte tentación, o engañados por otros, se pueden hacer prácticas para convertirlos y hacer uso de los privilegios que la Sede Apostólica concede al respecto […] si fuesen tales sujetos que pareciese servicio de Dios Nuestro Señor no dejarlos así»[13]. También relacionan al sujeto con alguien capaz de soportar la práctica de penitencias que se suponen soportables sólo por personas fuertes, que se fortalecen aún más con el «cambio en el comer, dormir y otros modos de hacer penitencia»[14] . Por último, sujeto se refiere a quien puede desempeñar ciertos oficios «que requieren sujetos más vigorosos y fuertes (como la sacristía, la portería, la enfermería) […] que tengan la disposición física requerida por los oficios»[15]. Las Concordancias Ignacianas registran, además, algunos usos en el Directorio del Padre Vitoria[16], que no añaden nada sustancial a lo ya expuesto. Las Constituciones recogen el uso pasivo y activo, ya mencionado.

 

Podría interpretarse, sin embargo, que Ignacio deseaba que sólo aquellos que poseyeran materia pudieran ser admitidos en la Compañía de Jesús. En el sentido de sujeto poseído, Ignacio se refiere a la totalidad de la persona humana y cree que cada individuo es único e irrepetible, por lo que deben tenerse en cuenta todas sus capacidades personales a la hora de tomar una decisión que le concierna. Considera tan importante el conjunto de cualidades y limitaciones de una persona que, en algunos casos, considera perfectamente válido que se hagan excepciones en beneficio de la persona y con respecto al bien universal. Por un lado y para los Ejercicios “exactamente y en retiro”, esto se ve claramente a la hora de aceptar candidatos interesantes, de los que se puede esperar mucho fruto, aunque sólo no cumplan con todos los requisitos que se pudieran esperar para hacer los Ejercicios completos. Por otra parte, asumiendo la importancia que tienen los Ejercicios completos, Ignacio insiste en que quienes los dan vean la condición del sujeto y analicen con seriedad cuánto les puede ayudar o entorpecer en el momento de asumir «lo que quiere prometer»[17]. Por lo que se refiere a las Constituciones, Ignacio deja claramente establecido que el sujeto ha de ser percibido favorablemente y en su integralidad de modo tal que de ello dependa la admisión a la probación o profesión en la Compañía de Jesús. En casos, por ejemplo, es decisiva la edad: cuando «pareciere conveniente […] para el fin que se quiere del mayor servicio divino, el Prepósito General podrá dispensar ponderada y consideradamente, él mismo, cuando la edad fuere sobrepasada, verá si es remedio para el bien universal tolerar o no este inconveniente»[18] .

 

El tema al que se refiere Ignacio tiene una consistencia observable y hasta mensurable, no solamente para el experto ejercitador sino para todos en la Orden. González Modroño analizó detalladamente el conjunto de capacidades del sujeto de los Ejercicios en tres aspectos. El sujeto debe ser potencialmente capaz en los dominios cognitivo, afectivo y relacional y lo expresa en el sentido de que es menester «aceptarse, decidirse y responsabilizarse». En particular, debe ser potencialmente capaz de gestionar sus miedos y angustias porque la introspección de la Semana lo conduce a una escisión «entre el yo que examina y el yo que es examinado», lo que puede generar separación y malestar. En otras palabras, la capacidad de «objetivar» el propio sujeto (heredado) es crucial en la transición hacia su liberación (abnegación) y la opción por una nueva síntesis personal (seguimiento de Jesucristo). En realidad, el criterio para medir al sujeto son los contenidos de la Segunda Semana: decidirse por Cristo, seguirle (aunque sólo sea a través de meditaciones y ejercicios) dejando abierta la posibilidad de optar finalmente por Él.

 

Ignacio abrió la puerta a una concepción dinámica del sujeto. La modernidad, obsesionada por la dimensión noética, la cerró rápidamente y esclerotizó al sujeto. Ignacio trató de determinar la posibilidad para el ejercitante de acceder a la experiencia mística (Ejercicios) y al servicio (Constituciones, particularmente). En el fondo, a través de este argumento, Ignacio está planteando el tema de la madurez espiritual en términos de potencialidad para poder llegar a una auténtica introspección y, finalmente, para la abnegación o el dominio de sí. La idea de que, además de ser un participio o sustantivo, el sujeto es un objeto poseído por el ejercitante, permite un distanciamiento subjetivo del sujeto, propiamente dicho, que es coherente con las teorías contemporáneas del desarrollo humano. R. Kegan identificó la constitución del sujeto (“yo”) a lo largo de cinco etapas[19]. La última de ellas consiste en la liberación del sujeto institucional. Esta última etapa difiere de las anteriores en que el propio sujeto se desentiende de ser “sujeto” (un equilibrio institucional), y porque lo interpreta como una amenaza para ciertas relaciones más humanas (íntimas)[20]. La investigación (discernimiento) que Ignacio confía a los que dan los Ejercicios no se detiene en determinar la cantidad del sujeto, sino que esto es sólo el principio necesario para que se pueda continuar con la elección del estado de vida o, en su caso, definir una reforma.

 

El tema funciona como un umbral entre el conocimiento actual que el ejercitante tiene de sí mismo y al que se adherirá a través de la oración y el discernimiento con el ejercitante. Este primer discernimiento es un paso intermedio hacia el autoconocimiento interior en la intimidad del seguimiento de Jesucristo. El conocimiento interior de Jesucristo, el Hijo de Dios, considerará cuidadosamente la materia básica para alcanzar místicamente una nueva síntesis. En todo caso, «el que da los exercicios no debe mover al que los rescibe más a pobreza ni a promessa, que a sus contrarios, ni a un estado o modo de vivir, que a otro. Porque, dado que fuera de los exercicios lícita y meritoriamente podamos mover a todas personas, que probabiliter tengan subiecto, para elegir continencia, virginidad, religión y toda manera de perfección evangélica; tamen, en los tales exercicios spirituales, más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el mismo Criador y Señor se communique a la su ánima devota, habrazándola en su amor y alabanza y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle adelante. De manera que el que los da no se decante ni se incline a la una parte ni a la otra; mas estando en medio, como un peso, dexe inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor»[21].

 

El conocimiento interior (kardiognosis en la tradición oriental) se opone así al conocimiento formal, institucional, convencional, fenoménico o temático. Lejos de convertirse en una «tecnología» para la creación de un sujeto, el acompañamiento espiritual se convierte en un arte y un servicio, que ayuda a poner una distancia objetiva entre el propio sujeto y el «alma», entendida en el sentido ignaciano (interlocutor de Dios)[22] . Nótese que Ignacio no se refiere al sujeto en términos absolutos. La aportación ignaciana al sujeto consiste en su objetividad formal con vistas a un fin determinado. El sujeto no es una condición ni una esencia, sino una potencialidad para el servicio y don de Dios. Su objetividad, comenzando por el que da los Ejercicios, es una exigencia. El sujeto, sin embargo, no agota la identidad del ejercitante. Al contrario, el sujeto es un mínimo, una condición, un comienzo. Esta potencialidad no aísla al sujeto en sí mismo, sino que lo abre a la intersubjetividad: con Jesucristo desde la Segunda Semana, en la oración, con sus compañeros y superiores en la Compañía de Jesús, y con sus prójimos en el apostolado. El sujeto ignaciano queda vinculado a través de la intersubjetividad con Jesús a la intersubjetividad con los apóstoles.

 

La referencia a este tema del sujeto que se examina a sí mismo y discierne la voluntad de Dios subyace en lo que dijo el Papa Francisco cuando afirmó,

 

Viviendo en la era de la informática, sabemos lo importante que es conocer las “contraseñas” para poder entrar en los programas donde se encuentran las informaciones más personales y valiosas. Pero también la vida espiritual tiene sus “contraseñas”: hay palabras que tocan el corazón porque remiten a aquello por lo que somos más sensibles. El tentador, es decir el diablo, conoce bien estas palabras-clave, y es importante que las conozcamos también nosotros, para no encontrarnos ahí donde no quisiéramos. La tentación no sugiere necesariamente cosas malas, sino a menudo desordenadas, presentadas con una importancia excesiva. De esta manera nos hipnotiza con lo atractivo que estas cosas suscitan en nosotros, cosas bellas pero ilusorias, que no pueden mantener lo que prometen, y así nos dejan al final con un sentido de vacío y de tristeza. Ese sentido de vacío y de tristeza es una señal de que hemos tomado un camino que no era justo, que nos ha desorientado. Pueden ser, por ejemplo, el título de estudio, la carrera, las relaciones, todas cosas en sí loables, pero hacia las cuales, si no somos libres, corremos el riesgo de nutrir expectativas irreales, como por ejemplo la confirmación de nuestro valor. Tú, por ejemplo, cuando piensas en un estudio que estás haciendo, ¿lo piensas solamente para promoverte a ti mismo, por tu interés, o también para servir a la comunidad? Ahí se puede ver cuál es la intencionalidad de cada uno de nosotros. De este malentendido derivan a menudo los sufrimientos más grandes, porque ninguna de esas cosas puede ser la garantía de nuestra dignidad. Por esto, queridos hermanos y hermanas, es importante conocerse, conocer las contraseñas de nuestro corazón, aquello a lo que somos más sensibles, para protegernos de quien se presenta con palabras persuasivas para manipularnos, pero también para reconocer lo que es realmente importante para nosotros, distinguiéndolo de las modas del momento o de eslóganes llamativos y superficiales. Muchas veces lo que se dice en un programa en televisión, en alguna publicidad que se hace, nos toca el corazón y nos hace ir a esa parte sin libertad. Estad atentos a eso: ¿soy libre o me dejo llevar por los sentimientos del momento, o por las provocaciones del momento?[23] .

 

 

Agosto de 2024.


Nota: Parte de este trabajo fue expuesto en una conferencia en el Seminario “Celebrar el Sacramento de la Confesión hoy”, en el Dicasterio de la Penitenciaría Apostólica, en Roma, 14 de octubre de 2022.

[1] S. S. Francisco. Audiencia general. Plaza San Pedro, Miércoles, 5 de octubre de 2022.

[2] S. S. Francisco. Audiencia general. Plaza San Pedro, Miércoles, 5 de octubre de 2022.

[3] S. S. Francisco. Audiencia general. Plaza San Pedro, Miércoles, Miércoles, 5 de octubre de 2022.

[4] S. S. Francisco. Audiencia general. Plaza San Pedro, Miércoles, Miércoles, 5 de octubre de 2022.

[5] Cf. Coupeau, José Carlos- González Magaña, Jaime Emilio. In: GEI. (2007). Diccionario de Espiritualidad Ignaciana. Bilbao-Santander: Mensajero-Sal Terrae, pp. 1662-1668.

[6] Ejercicios Espirituales [14.15.18]

[7] Ejercicios Espirituales [83.84.87.89]

[8] González Magaña, Jaime Emilio. (2002). Los Ejercicios: Una oferta de Ignacio de Loyola para los jóvenes, México: SEUIA-ITESO, 132.

[9] González Modroño, Isidro. «El que los recibe» (el «subjecto». Disposiciones).» Manresa 61 (1989), 328.

[10] [EE 15]

[11] Constituciones de la Compañía de Jesús [187.206.207.215.236.274.302.334.338.343.355.367.627.667. 682].

[12] [EE 18]

[13] Constituciones [236]

[14] [EE 83.84.87.89]

[15] Constituciones [302]

[16] [Directorios 4, 1.2.4.16.20.21]

[17] [EE 14]

[18] Constituciones [187]

[19] Cf. Kegan, R. (1982). The Evolving Self: Problem and Process in Human Development, Cambridge, MA: Harvard University Press, 73-110.

[20] Cf. Kegan, R. (1982). The Evolving Self: Problem and Process in Human Development…, Opus cit., 221-254.

[21] [EE 15]

[22] Cf. Rajola, Claudio. “Presupposti fondamentali per fare una sana e buona elezione negli Esercizi Spirituali. In: González Magaña, Jaime Emilio, Ed. (2019). Esaminate ogni cosa. Discernimento ed elezione. Prima parte.  Roma: Society Editions, 35-68. La Traducción es nuestra. En adelante TN.

[23] S. S. Francisco. Audiencia general. Plaza San Pedro, Miércoles, 5 de octubre de 2022.

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