Condiciones para la práctica del discernimiento comunitario

Ene 15, 2024 | Noticias

—Jaime Emilio González Magaña, S.J.

  1. ¿Es posible discernir en comunidad?

 

Durante un tiempo, algunos autores pensaron que la práctica del discernimiento comunitario era punto menos que imposible, tomando en cuenta, sobre todo, los excesos de quienes lo defendían y quienes estaban abiertamente contra. En opinión de Rambla “aunque el discernimiento comunitario sea legítimo es prácticamente irrealizable dada la compleja variedad de cualidades psicológicas dentro de una comunidad, las exigencias espirituales del discernimiento excesivamente elevadas para la totalidad de un grupo, el ritmo de vida necesariamente agitado de una comunidad apostólica que no permite el reposo prolongado y simultáneo de toda la comunidad exigido por la práctica del discernimiento, etc. Y tal vez la dificultad no es solo una cuestión de hecho, sino de derecho: ¿puede esperarse de una comunidad y exigírsele un ideal tan alto como es la combinación equilibrada de espíritu evangélico y salud psicológica necesaria para el discernimiento comunitario? Todavía más ¿cómo relacionar teóricamente y en la práctica el discernimiento individual y el comunitario? Porque, en el mejor de los casos, sabemos qué es y tenemos experiencia de la discreción de mociones en el sujeto individual, pero no en el colectivo”[1]. En nuestros días es conveniente que no se determinen unas exigencias tan desproporcionadas que hagan de esta útil práctica algo verdaderamente imposible, pero tampoco podemos llamar discernimiento comunitario a toda forma de comunicación colectiva o a la toma de decisiones en forma de asamblea semejante a la de cualquier empresa, sin tener en cuenta un mínimo de condiciones indispensables para que sea lo que está llamado a ser.

 

De un modo especial, cuando no se tiene la experiencia en el campo del discernimiento hay que comenzar poco a poco y “como, en la práctica, las condiciones ideales nunca se darán plenamente, lo mismo que acaece en otros campos, habrá de considerar en cada caso, si es posible dentro de los límites convenientes, comenzar un camino pedagógico grupal, que conduce a perfeccionar a los miembros del grupo o comunidad humana y espiritualmente, cada vez más; o si se ha de renunciar por el momento hasta que las condiciones pedagógicas de sus miembros hayan alcanzado, al menos, los niveles mínimos recomendables para que la reunión sea fructuosa”[2]. El mejor camino sería el de establecer una serie de condiciones mínimas sin llegar a ser intransigente en su cumplimiento y, a la vez, asegurar un método que permita a la comunidad seguir ciertos lineamientos claros y precisos en la búsqueda de la voluntad de Dios. Hoy por hoy sigue siendo válida la opinión de Tejerina quien ha siempre defendido la posibilidad de seguir fielmente una práctica semejante y que ha afirmado que “lo practiquemos, o no, con la metodología ignaciana, este discernimiento, aparte de pertenecer al patrimonio común de la Iglesia, sigue hoy exigido, tanto y más que en las décadas pasadas, por la necesidad ineludible de comunicación que experimenta el hombre de hoy porque el trabajo en equipo es forma inevitable de muchos apostolados modernos”[3].

 

  1. Condiciones personales para el discernimiento comunitario

 

Es imprescindible que cada uno de los miembros de la comunidad que pretenda buscar la voluntad de Dios a través de un proceso de un auténtico discernimiento comunitario, esté dispuesto a vivir una auténtica experiencia de Dios; creer y sentir –afectiva y efectivamente- que Dios es su único Señor, su Creador y Salvador, aquí y ahora. Esto es, el sentido verdadero del Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Esta experiencia de Dios, vivida en y a través de la oración, ayudará a las personas de la comunidad a dejar actuar a Dios en su vida y en su misión de modo que puedan comunicar a los demás lo que va viviendo, lo que van experimentado como deseo de Dios de poner en práctica en la vida presente. El discernimiento espiritual no puede prescindir de este impulso divino que anima a las personas a salir de sí mismas, de su propio querer e interés para trascenderse en el otro y encontrar, en este camino de vaciamiento que Dios escogió para revelarse a los hombres, la voluntad salvífica de Dios para cada uno en particular y para todos en comunidad. Asimismo, es fundamental que hayan sido identificadas y superadas o que no existan posiciones adquiridas y fijas, de modo que cada quien defienda su propia idea, su propio modo de ser, pensar y actuar. Quien discierne en comunidad debe esforzarse por adquirir la auténtica indiferencia espiritual y dejarse llevar por sus efectos, es decir, que le permita ser libre para elegir de acuerdo con lo que Dios ha ido manifestando hasta ese momento.

 

La persona que discierne individual y comunitariamente debe estar segura de que no la mueve otro interés que no sea el de encontrar la voluntad de Dios y tener el deseo firme de llevarla a la práctica en la concreción de su misión. Obviamente que no todos llegarán a un mismo grado de indiferencia puesto que Dios respeta la forma de ser de cada uno y, por supuesto, el ritmo de su experiencia personal. Como dice Dhôtel: “Cada cual puede tener sus preferencias y tendrá ocasión de manifestarlas. En la deliberación, la indiferencia consiste en aceptar que las preferencias personales se sometan a la decisión final. El método mismo del discernimiento comunitario, según vaya desarrollándose, colocará a cada uno de los componentes del grupo y al grupo entero en la actitud de indiferencia”[4]. La indiferencia supone, también, la disposición sincera de acoger la decisión final del superior competente, como la manifestación de la voluntad de Dios. Puede mencionarse, asimismo, una sincera actitud de pobreza y apertura confiada ante lo que Dios quiere manifestar a través del proceso comunitario[5]. Discernir es ver y cuanto más despejado esté el cristal de nuestros lentes, más claramente podremos descubrir, detrás de él, la realidad de los demás y de Dios; cuanto más empañado y aun oscurecido esté nuestro cristal, más nos veremos a nosotros mismos, como sucede en un espejo. Es necesario, también, que quienes participan en el discernimiento comunitario estén dispuestos a entrar en un proceso serio y maduro de oración, de reflexión, de meditación y contemplación[6].

 

En opinión de Tejerina “habrá verdadero discernimiento espiritual comunitario si se produce un proceso en el que se quiere llegar a poder interpretar honradamente como voluntad de Dios una de las alternativas que se ofrecen en opciones que impone la vida; si luego se trabaja teniendo en cuenta que Dios se hace presente en libertad y, por tanto, en tiempos y situaciones contingentes, no de forma temporal y deducible; y también que Dios se hace presente suscitando libertad; por tanto, dando señales de sí que requieren atención e interpretación; de forma que solamente se le puede encontrar escuchando y atendiendo a lo que en la comunidad ocurre y a la forma como ella lo vive, tratando de interpretarlo con ella sin ilusiones iluministas”[7]. Finalmente, conviene tener muy claro que quienes quieran buscar la voluntad de Dios en comunidad estén atentos a sus propias motivaciones y a buscar sólo lo que Dios nuestro Señor les vaya señalando, sin apegarse a sus preferencias “de manera que la causa de desear o tener una cosa u otra, sea solo el servicio, honra y gloria de la su divina majestad”[8].

 

  1. Condiciones comunitarias para el discernimiento

 

En primer lugar, conviene aclarar la posibilidad teórica de esta práctica y los pasos concretos de un método lo más claro y definido posible. Sin embargo, la mayor dificultad no está en los aspectos teóricos pues cuando una comunidad quiere discernir y decidir, busca los mejores medios para hacerlo. Las principales dificultades se encuentran en las deficiencias y resistencia de la comunidad que quiere discernir[9]. El estilo de vida de las comunidades debe favorecer la comunicación y la creación de un “sujeto comunitario” de modo que sea, en esta dinámica, cuando se pueda crear un “nosotros” y no sea una simple yuxtaposición de individualidades en la que cada uno defiende sus posiciones personales y se siente amenazado por cualquier otra intervención que pueda parecer peligrosa[10]. De este modo, podemos asegurar que la construcción del sujeto comunitario ocupa el primer paso a lograr en este proceso de búsqueda compartida de la voluntad de Dios[11]. Aun cuando debemos asumir que esto no es fácil, se trata de crear una profunda comunión que supone tanto el momento de la unidad alrededor de un mismo objetivo y fin como el momento del reconocimiento de las diferencias[12]. Y todo esto no se logrará si la comunidad no ha orado largamente para pedir la gracia de la indiferencia, como una primera actitud de evitar cualquier tipo de apego o afección desordenada que, manipulando al Espíritu, puedan coartar la libertad, que esclaviza e impiden ver la realidad, así como es[13].

 

En una palabra, cuando hay preocupaciones que suplen lo que debía ser una actitud de buscar solamente lo trascendente, lo que es verdaderamente importante para descubrir la voluntad del único Absoluto que es Dios. No se trata de una actitud egoísta e individualista de buscar sólo lo que me interesa, mis criterios, mi forma de ser y pensar sino de la verdadera libertad que me permite buscar únicamente la voluntad de Dios porque estoy convencido que es lo mejor para mí y para la comunidad. La indiferencia consiste en vivir la gracia de la libertad para desear, buscar y elegir un bien mayor desde la paz y la alegría; la fuerza para continuar el camino viviendo intensamente el presente y viendo el futuro con la esperanza puesta solamente en Dios. La indiferencia debe enfocarse a las cosas creadas, no a Dios de quien no podemos ser indiferentes. Es una actitud de libertad de todo lo que es bueno y de ninguna manera al mal hacia el que debemos ser decididamente contrarios. Hacia todo lo que es prohibido por Dios no puede haber indiferencia sino un completo rechazo y ante esto no podemos permitir ningún tipo de ambigüedad. La indiferencia debe ser completa y radical e implica aspectos centrales de nuestra vida como son la salud y la enfermedad; la riqueza y la pobreza; el honor y el deshonor; una vida larga o la posibilidad de la muerte, deseando y eligiendo únicamente lo que más nos conduce al fin para el que hemos sido creados[14].

 

Algunas señales que nos pueden indicar si existe una mínima comunión en el grupo serían, por ejemplo, cuando se tiene claro el objetivo y el objeto del discernimiento ha sido ya escogido; cuando la comunidad está dispuesta a abrirse a lo que Dios quiera manifestarles directamente o a través de los demás miembros y a reconocer en ello la voluntad de Dios. La experiencia común alrededor del fin último que orienta la búsqueda de la comunidad deberá crear condiciones de comunicación suficientes para iniciar el proceso. Además, se requiere un clima de confianza recíproca que, evidentemente, no se puede improvisar ni mucho menos imponer. Y este clima se base en una amistad sencilla y transparente que tampoco se puede alcanzar de la noche a la mañana, especialmente si la comunidad vive un momento de crisis y desconfianza[15]. La caridad, el silencio, el diálogo y el respeto mutuo son condiciones que nunca se deben dar por supuestas. La comunión supone, asimismo, el reconocimiento sencillo y maduro que existen otras personas que no piensan como nosotros y que, muy probablemente se oponen a todo tipo de discernimiento comunitario pues siguen creyendo que las decisiones las deben tomar solamente los superiores, que todo está bien, que no es necesario cambiar nada, que simplemente se hagan algunos ajustes al modo como se vive el carisma sin tener que poner todo en cuestión, etc. No podemos evitar que exista este tipo de tensiones; no podemos evitarlas o negarlas puesto que son estas tensiones y diferencias, precisamente, las que han permitido que en la Iglesia surjan carismas siempre nuevos y diferentes. Finalmente, podemos insistir en la necesidad y conveniencia de buscar la unidad en el fin y diversidad en los medios; unidad en lo que el grupo busca y último término y diversidad en los medios que consideran los que más y mejor los van conduciendo a alcanzar ese fin. Sin lo primero se haría imposible un camino de comunicación y de acuerdo en los términos. Sin lo segundo, no habría, propiamente hablando, necesidad de un discernimiento, pues habría consenso en la forma de solucionar un problema, resolver una situación contingente que afecta a todos o responder a una pregunta dada.

 

Finalmente, mencionaremos otra serie de requisitos que, a pesar de su enorme sencillez, nos proporcionan elementos importantes para asegurar el éxito del discernimiento. Es importante, en primer lugar, que se sepa cuál es el núcleo fundamental de lo que se quiere discernir. Hacia dónde se quiere ir y las razones por las que se vive esta experiencia de oración y búsqueda. A qué, por qué y para qué se hace. Obviamente que es necesario que todos los participantes tengan la información pertinente y adecuada de los pasos previos y del momento en el que se encuentra la comunidad ya que con personas no informadas no se puede llevar a cabo el discernimiento comunitario. Por otra parte, es importante que el tema, la decisión, el problema, las posibilidades, etc., puedan ser claramente identificadas y formuladas con precisión de modo tal que se evite todo tipo de confusión o mala interpretación. Naturalmente que se pueden y deben hacer todo tipo de preguntas, pero éstas no deben ser sobre decisiones ya tomadas o problemas ya resueltos pues esto complicaría aún más las cosas; tampoco deben hacerse preguntas sobre hipótesis o soluciones que no toca decidir a la comunidad pues están fuera de su alcance o dependen exclusivamente de la autoridad competente en la Iglesia. El tiempo es otro factor decisivo pues hay que ofrecerlo a todos y cada uno de los miembros de la comunidad en oración; todos debe sentir que son tomados en cuenta, que tienen toda la información que requieren para intervenir y decidir. No debe haber tiempos fijos que hagan que la comunidad se sienta presionada para tomar una decisión.

 

Sí, hay que estar abiertos para trabajar fuerte y diligentemente, pero asumiendo como dice San Ignacio de Loyola que hay que hacerlo todo como si solo dependiera de nosotros, sabiendo que todo procede y depende de Dios. Un superior competente debe acompañar el proceso de búsqueda compartida de la voluntad de Dios siempre teniendo en cuenta que no debe ser él quien tome las decisiones últimas. Su presencia ayudará a fomentar un ambiente de fraternidad, de respeto y diálogo y favorecerá, asimismo, que se tenga en cuenta que todo lo que se está haciendo es en, por y desde la Iglesia, siempre buscando la voluntad de Dios[16]. El superior está llamado a ser un experto maestro espiritual para saber identificar procesos que vienen del mal espíritu y estar pronto a desenmascararlos y, asimismo, favorecer y animar los momentos en los que se sienta claramente la luz del Espíritu de Dios.

 

Terminamos este escrito con las palabras del Santo Padre Benedicto XVI, quien nos da una razón más para animarnos a buscar la auténtica conversión y renovación de nuestra identidad sacerdotal: «Todo anuncio nuestro debe confrontarse con la palabra de Jesucristo: “Mi doctrina no es mía” (Jn 7,16). No anunciamos teorías y opiniones privadas, sino la fe de la Iglesia, de la cual somos servidores. Pero esto, naturalmente, en modo alguno significa que yo no sostenga esta doctrina con todo mi ser y no esté firmemente anclado en ella. En este contexto, siempre me vienen a la mente aquellas palabras de san Agustín: ¿Qué es tan mío como yo mismo? ¿Qué es tan menos mío como yo mismo? No me pertenezco y llego a ser yo mismo precisamente por el hecho de que voy más allá de mí mismo y, mediante la superación de mí mismo, consigo insertarme en Cristo y en su cuerpo, que es la Iglesia. Si no nos anunciamos a nosotros mismos e interiormente hemos llegado a ser uno con aquél que nos ha llamado como mensajeros suyos, de manera que estamos modelados por la fe y la vivimos, entonces nuestra predicación será creíble. No hago publicidad de mí, sino que me doy a mí mismo. El Cura de Ars, lo sabemos, no era un docto, un intelectual. Pero con su anuncio llegaba al corazón de la gente, porque él mismo había sido tocado en su corazón” […]. Un sacerdote no se pertenece jamás a sí mismo. Las personas han de percibir nuestro celo, mediante el cual damos un testimonio creíble del evangelio de Jesucristo. Pidamos al Señor que nos colme con la alegría de su mensaje, para que con gozoso celo podamos servir a su verdad y a su amor»[17].


[1] Rambla, José María. (1987). “El discernimiento, utopía comunitaria”, Manresa 59, 108-109.

[2] Ruiz Jurado, Manuel. (1994). El discernimiento espiritual. Teología e Historia. Madrid: BAC, 193.

[3] Tejerina, Ángel. (1992). “Discernimiento y Ejercicios. Precondiciones y condiciones”. Manresa 64, 390.

[4] Dhôtel, Jean Claude. (1989). Discernir en común. Santander: Sal Terrae, 51.

[5] Cf. Byron, William. (1974). “Discernment and poverty”. The Way supplement, 23, 37-42.

[6] Cf. AA.VV. (1972). “Discernimiento y deliberación en común”. En: “Dossier “Deliberatio” B. Roma: CIS, 98.

[7] Cf. Tornos, Andrés. (1987). “Sobre discernimiento espiritual comunitario”, Confer 46, 72-73.

[8] De Loyola, Ignacio. Ejercicios Espirituales No. 16.

[9] Cf. Rambla, José María. (1987). “El discernimiento, utopía comunitaria”, Manresa 59, 114-115.

[10] Cf. Rambla, José María. (1987). “El discernimiento, utopía comunitaria”…, Opus cit., 120-121.

[11] Cf. Ducharme, Alfred. (1980). “Discernement Communautaire”, ChSI Suppléments 6, 39.

[12] Cf. Dumeige, Gervais. (1973). “Communal Discernment of spirits and the Ignatian Method of Deliberation in a General Congregation”, The Way Supplement, 20, 65.

[13] Cf. Schiavone, Pietro. (2009). El Discernimento. Teoria e prassi. Milano: Figlie di San Paolo, 542-543.

[14] Ejercicios Espirituales, 23.

[15] Cf. Tejerina, Ángel. (1992). “Discernimiento y Ejercicios. Precondiciones y condiciones”…, Opus cit., 64.

 

[16] Cf. Ruiz Jurado, Manuel. (1994). El discernimiento espiritual. Teología e Historia…, Opus cit., 193.

[17] S. S. Benedicto XVI. Homilía en la Santa Misa Crismal, Basílica Vaticana, Jueves Santo 5 de abril de 2012.

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