¿Es posible discernir la voluntad de Dios?

Nov 14, 2023 | Noticias

—Por Jaime Emilio González Magaña, S.J.

¿Qué significa discernir los espíritus?

 

Discernir la voluntad de Dios para seguir mejor a Jesús ha sido un elemento central en la espiritualidad de la Iglesia. La Tradición eclesial nos presenta dos líneas de comprensión para el ejercicio de discernir lo que viene de Dios y lo que viene del mal espíritu. Una es la línea exegético-dogmática y otra la ascética-espiritual. La primera se refiere a la doctrina y distingue la verdad dogmática del error. La segunda, por su parte, verifica la procedencia de las mociones, es decir, si vienen del “buen o del mal espíritu” por la huella que dejan en nuestra vida interior en el proceso ascético que vivimos –si lo vivimos-. Su objetivo primario es alcanzar la perfección de la virtud, la pureza del corazón o hallar la voluntad de Dios para nuestra vida y misión. Nos estamos refiriendo a la posibilidad de descubrir lo que Dios quiere que hagamos, haciendo uso de la libertad que Él nos ha dado, pero siguiendo los criterios que nos ha revelado en su Hijo Jesucristo, el Señor. El fin central y prioritario del discernir la voluntad de Dios es que seamos conscientes de que continuamente necesitamos elegir. Este tema adquiere una importancia vital en nuestra sociedad en que quiere expulsar a Dios y absolutiza todo lo que es relativo.

 

El discernimiento es importante porque parece que nos estamos acostumbrando a lo que, en su momento, decía el entonces Cardenal Ratzinger: “La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc.”. O cuando añadía que “cada día nacen nuevas sectas”. Y manifestaba que: “tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar ‘zarandear por cualquier viento de doctrina’, parece ser la única actitud que está de moda… Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas”. Los cristianos “tenemos otra medida”, recordó, “el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. Adulta» no es una fe que sigue las olas de la moda y de la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Tenemos que madurar en esta fe adulta, tenemos que guiar hacia esta fe al rebaño de Cristo. Y esta fe, sólo la fe, crea unidad y tiene lugar en la caridad”[1].

 

Casiano decía que la discreción es el carisma que se exige como el  principal instrumento para la dirección de otros monjes; los consejos o las enseñanzas de un anciano, no son avalados por su pelo blanco, sino por su discreción. No hace falta dejarse conducir por cualquier anciano, sino solamente de quienes han recibido del carisma de la discreción porque éste es el mayor de los carismas y constituye una grande gracia del Espíritu Santo. Y enfatizaba que es imposible que el alma no esté ocupada con algunos pensamientos, pero el admitir éstos o aquellos si está ya en su mano el procurarlo. No depende de nuestro arbitrio el poder impedir que surjan algunos pensamientos en nuestra imaginación; pero sí depende de nosotros que los admitamos o los rechacemos. Algunos pensamientos -decía-,  se pueden representar con mucha propiedad con la imagen de las piedras del molino que están siempre en movimiento porque, mientras reciben el impulso y la fuerza  del agua, no pueden quedar inmóviles; pero depende de la libertad del molinero que les permita moler el trigo, el centeno o la cebada. Es el molinero quien gobierna el molino; es él quien decide lo que pone en las piedras para que sea molido. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de discernir espíritus»?

 

  • a) Discriminar, juzgar, b) Medir, ordenar.
  • Espíritus: Solicitaciones a la propia libertad extrínseca e intrínseca que se remonta a una voluntad personal (de Dios, del enemigo, mío).
  • Mociones: Según Arzubialde,

 

El conocimiento posee una dirección centrípeta. El sentimiento y la vivencia, en cambio, se caracterizan por su misma inmanencia. Mientras que la moción o la tendencia dicen referencia a un impulso centrífugo en alguna dirección. La consolaciones y desolaciones son principalmente sentimientos, aunque con frecuencia también se derive de ellas una fuerte ‘tendencia hacia’ algo. Mientras que los espíritus y afecciones son tendencias marcadas por un fuerte rasgo adhesivo-emocional (direccional) hacia adelante o hacia atrás. Por su mismo contenido semántico la palabra genérica moción (kínesis), describe aquel impulso afectivo que acontece en la interioridad del ser humano y es el resultado de un conocimiento sensible-emocional sobrevenido de fuera, que afecta el ámbito apetencial del deseo y lo confirma emocionalmente en alguna dirección. Por su origen divino, algunas mociones son signo de la voluntad divina y el modo ordinario y habitual de dirigirse Dios al hombre (su lenguaje) para otorgarle, en el amor, la plenitud y con ella la verdadera libertad. Otras, en cambio, son el resultado de la coherencia de la Verdad con el fondo del ser humano o con el recto uso de la ‘razón ordenada intrínsecamente hacia el bien. La palabra ‘espíritus, por su parte, encierra en el texto ignaciano tres significados distintos: o bien equivale a los diversos movimientos concretos e individuales, considerados en su unidad genérica, que manifiestan una cierta tendencia o propensión[2]. O bien dice relación a las causas de donde proceden, personificadas o no; o bien, por último, se refiere a la bondad y malicia intrínseca de las mismas tendencias (el buen y el mal espíritu) en cuanto tal[3]. Son de buen espíritu aquellas tendencias que inducen hacia el bien limpio ‘sin mezcla’ y confieren al hombre madurez, plenitud y libertad en su búsqueda del Bien, más allá de todo interés. Las del mal espíritu, por el contrario, son principalmente direccionales, se refieren al camino y desvían de la correcta dirección o inducen a la vuelta atrás”[4].

 

Es válido decir que del discernimiento lo que Santo Tomás dice de la sabiduría: “el tener juicio acerca de las cosas divinas por investigación de la razón pertenece a la sabiduría que es virtud intelectual; pero el tener juicio recto de ella según cierta connaturalidad con las mismas pertenece a la sabiduría en cuanto es don del Espíritu”[5]. Por tanto, también hay dos maneras de discreción: una que es “virtud intelectual” y que se realiza por la aplicación de las reglas de discernimiento; y otra, que es “don o carisma del Espíritu” y que procede “según cierta connaturalidad”. En opinión de Pedro Arrupe, “Discernimiento espiritual es el modo de poder elegir entre las diversas opciones concretas y descubrir la voluntad de Dios”[6]. Para Beck “es dejarse dominar por el Espíritu de Jesús, en libertad, para estar en condiciones de hacer las elecciones que de continuo deben hacerse”[7]. Rossi de Gasperis afirma que “es la escucha de la palabra de Dios no escrita que resuena en la Iglesia y en el mundo (en cada hombre y en cada mujer) y que se manifiesta por una secreta iluminación de la conciencia”[8]. Cuando discernimos tratamos de intuir experimentalmente el origen de las mociones propuestas a libertad personal para elegir aquí y ahora la concreción histórica del Señor y rechazar la del enemigo. No es un método o una técnica por la que se pretenda conseguir aciertos en las diversas opciones que haya que tomar en la vida, como sería, por ejemplo, el cálculo de probabilidades o la costumbre de comprar varias veces el mismo número de la lotería. Tampoco nos estamos refiriendo a unas simples votaciones o al más comunitario sistema del “consenso” para dar fin a un tema sobre el que se discute o dialoga y en el que no se llega a unanimidad. Tampoco se trata del juicio ético que sobre una resolución a tomar puede y debe hacerse. Porque el discernimiento espiritual presupone el juicio ético favorable acerca de ella.

 

El discernimiento en los Evangelios

 

La apertura continua de Jesús hacia Dios, su Padre, nos ayuda a comprender mejor la posibilidad de conocer la voluntad de Dios mediante la revelación en Jesús. Es el Hijo quien acoge la revelación de Dios y la acoge haciéndose uno con ella a través de la oración continua que le permite conformarse totalmente con su voluntad[9]. Lo vemos con claridad en el modo en el que Jesús no actúa sin antes confrontarse con lo que hace el Padre; lo que hace ver al Padre, lo hace Él también (Jn 5,19). Jesús llega a ser uno con Dios (Jn 10,30) de modo tal que esta identidad llega a su expresión más plena en la respuesta que pone Juan en labios de Jesús ante la petición de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn 4,8), a lo que Jesús responde “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9)[10]. Hay que entender, sin embargo, que este proceso de revelación supone ciertas actitudes en las personas. Jesús entiende la revelación de Dios a los hombres como un regalo hecho a los pequeños y escondido para los sabios e inteligentes (Mt 11, 25-27). La voluntad de Dios se revela a los que se acogen dócilmente a su acción y no a quienes pretenden entender absolutamente todo con claridad. Es muy significativo el modo como Jesús se aparta de los criterios de Pedro sobre su misión: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mc 8,33)[11]. Jesús es consciente de la inminencia de la cruz y asume que su misión conlleva a una muerte violenta; por supuesto que no es fácil asumir este tipo de voluntad salvífica de Dios y, sin embargo, llega a reconocer en ella la forma concreta de glorificar al Padre. Esto es, precisamente lo que manifiesta la oración sacerdotal que nos presenta San Juan en el capítulo 17[12].

 

La oración de Jesús está marcada por esta voluntad salvífica de Dios que no basta escuchar, sino que hay que acoger y practicar. Por esto nos recuerda que no basta decir Señor, Señor (Mt 7,21; Lc 6,46); ni muchas palabras son necesarias (Mt 6,7) sino que lo más importante es el hágase tu voluntad que repetimos en la oración del Padre Nuestro (Mt 6,10) o la oración de la agonía de Getsemaní (Mt 26,42). La oración de Jesús nos enseña en qué consiste la apertura y la disposición para conformarse con la voluntad del Padre y no de un modo pasivo y resignado sino de una docilidad libre para dejarse formar por la voluntad de Dios. Jesús se hace totalmente obediente a la voluntad del Padre por la oración que nos revela su divinidad. Jesús es el hombre perfecto y el verdadero Dios y es a través de su oración en la que podemos captar su obediencia plena a la voluntad del Padre aprendida en medio del sufrimiento (Heb 5,8) que le llevó a la muerte de cruz (Fil 2,8). Y eso es lo que lo convierte, precisamente en “causa de salvación para todos los que obedecen” (Heb 5,9). De tal forma se conformó Jesús con la voluntad del Padre y de tal forma Dios conformó a Jesús con su voluntad que, desde el límite de su condición humana, se hizo transparencia plena de Dios “resplandor de su gloria e impronta de su sustancia (Heb 1,3); se hizo imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación” (Col 1,15). En la oración de Jesús encontramos la apertura necesaria para dejarse formar por Dios y la manifestación salvífica de Dios Padre sobre todos los hombres, elementos indispensables para cualquier proceso de discernimiento cristiano.

 

Ahora bien, en su vida y enseñanza encontramos una serie de criterios que nos ayudan a entender el modo como se llevó a cabo el discernimiento de Jesús[13]. Enseña a sus discípulos la importancia de reconocer el origen de los impulsos que nos llevan a actuar de una u otra forma y les dice que lo que contamina al hombre no es lo que entra de fuera sino lo que sale del corazón (Mt 15,17-18). En segundo lugar, nos advierte que hay que estar atentos para saber descubrir de dónde vienen nuestras malas intenciones de modo que vayamos adquiriendo la capacidad de descubrir la acción de Dios en el modo como se desarrolla nuestra misión, generalmente en un contexto de lucha y dificultad. Asimismo, estamos llamados a ser conscientes de que, continuamente, estaremos haciendo una elección entre lo que viene de Dios y lo que nos aparta de Él y, ante esta situación ineludible, no podemos mantener una actitud ambigua entre el espíritu que viene de Dios y las acciones del mal (Lc 16, 13)[14]. Finalmente, Jesús nos ofrece criterios claros para reconocer la acción de Dios entre nosotros cuando hace referencia a la anchura del camino que se presente sin dificultades y a la puerta estrecha que es para quienes no tienen miedo a seguirlo (Mt 7, 13-14)[15].

 

Estos criterios se refieren al sentido y efectos que producen determinadas acciones y al lugar en el que hay que buscar la verdad de la revelación divina. Baste citar algunos ejemplos: “Guardaos de los falsos profetas que vienen con disfraces de ovejas” (Mt 7,15); “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16-20); “Id y contad a Juan lo que veis” (Mt 11, 4-5); “por el fruto se conoce el árbol” (Mt 12,33); “creed en las obras que hago” (Jn 10, 37-38); “No todo el que diga Señor, Señor” (Mt 7,21); “Así pues todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mt 7, 24-27). Es evidente que no es en las palabras, doctrinas o teorías donde encontraremos la respuesta correcta ante una llamada de Dios, sino que es indispensable que esta respuesta se traduzca en obras claras de amor y fraternidad entre nosotros y, sobre todo, la decisión de servir a los hermanos más pequeños (Mt 25,40). Es, precisamente, en esta escuela en la que los discípulos aprenderán el discernimiento al comprender el sentido de la realidad en que viven y en la necesidad de ir más allá de las apariencias. Cuando comprenden la dificultad de vivir la misión en medio de dificultades, luces y sombras como el trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30); al establecer la primacía del hombre sobre la ley (Mc 2,27); al insistir en el valor del verdadero culto en el servicio al herido necesitado (Lc 10, 29-37); al desenmascarar una oración superficial del sabio y la auténtica conversión de quien era considerado pecador (Lc 18, 9-14).

 

El discernimiento en San Pablo

 

De los veintisiete escritos del Nuevo Testamento, veintiuno son cartas y trece de ellas han sido atribuidas a San Pablo y dirigidas a los cristianos de Corinto, Roma, Tesalónica, Galacia y Filipos, además de la que está dirigida a Filemón desde la cautividad[16]. La segunda carta a los tesalonicenses, la escrita a los colosenses, a los efesios, las dos a Timoteo y la de Tito son consideradas como escritas por autores que siguieron la tradición paulina[17]. A excepción de la carta a Filemón, todas las cartas están dirigidas a comunidades y muy seguramente eran leídas en asambleas cultuales con la idea de comunicar a las comunidades cristianas primitivas la experiencia profunda del resucitado y la comunicación del kerigma desde la situación concreta del hombre que ha sido transformado por Dios y para una comunidad concreta que se ha convertido por la acción del Espíritu Santo[18]. San Pablo nos ofrece en sus cartas la nueva economía del Espíritu que se contrapone a la economía de la ley porque pone el eje del hombre en su misma conciencia iluminada y guiada por el Espíritu del Señor[19]. El cristiano comienza a ser guiado por el Espíritu de Dios y deja atrás la ley como criterio último de su comportamiento humano. Entre los dones que menciona San Pablo aparece el de discernimiento de espíritus (diakrisis pneumaton) (1 Cor 12, 7-11)[20]. Es el mismo Espíritu Santo quien concede al hombre la diversidad de dones y en ese mismo Espíritu se deben vivir de modo que hay una vinculación directa entre el don del discernimiento y el don de profecía. El primero se concede para ejercer un control sobre el segundo y así, San Pablo invita al cristiano a ejercer este don para examinar (dokimazein) su propia conducta. (Gal 6, 4-5). Podemos constatar su presencia en el corpus paulino en estos términos: “examinadlo todo (dokimazete) y quedaos con lo bueno” (1 Tes 5,21); “Examínese (dokimazeto), pues cada cual y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir (diakrinon) el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1 Cor 11,28-29); “Examinad (dokimazontes) qué es lo que agrada al Señor (Ef 5,10). San Pablo presenta este proceso como una forma de crecimiento en el amor, hasta llegar a la estatura de Cristo Jesús (Fil 1, 9-11).

 

La comunidad ha de mostrar el amor como el criterio de su crecimiento y como la fuerza de la vida que incluye su capacidad para elegir lo que más conviene a la persona amada, es decir, a discernir la voluntad de Dios[21]. Cuando se describe el carisma del discernimiento encontramos algunos criterios para reconocer los espíritus sobre los cuales hay que ejercitar ese don y, en primer lugar, se dice que el bueno y el mal espíritu se conocen por sus frutos ya sean de la carne o del Espíritu (Gal 5, 19-23). Los frutos del Espíritu son los que edifican la Iglesia (1 Cor 2,14.26); esta acción sostiene al apóstol en su misión de comunicar el Evangelio a través de señales, signos y prodigios y le ayuda a afrontar la persecución (2 Cor 12,9-129). Otro criterio es el hecho de que su mensaje se inscribe dentro de una tradición recibida (1 Cor 15,3-8) y no en un mensaje personal que se quiere comunicar, aun cuando sea muy interesante. Esta tradición lo vincula con la Revelación confiada a la Iglesia en la que el apóstol se reconoce y ante la cual se siente servidor y no dueño. Los dones del Espíritu también se pueden reconocer por la paz y la luz que comunican (1 Cor 14,33; Rom 8,6) asumiendo que éstas no son una simple sensación placentera, sino que se irradia en la vida de la comunidad (Rom 14, 17-19).

 

Entre los frutos del Espíritu, la caridad fraterna ocupa el puesto más importante y aparece constantemente como una de las manifestaciones que confirman que es el Señor quien se está comunicando a su pueblo (Gal 5, 22-23). La ausencia de la caridad es una señal inequívoca de que se están siguiendo los frutos de la carne (1 Cor 3,3) y no es otra la razón que lleva a abstenerse de comer algo que pueda escandalizar a los hermanos (1 Cor 8,13; Rom 14,15). La caridad también se convierte en la fuente del discernimiento (Fil 1,9). Finalmente, podemos decir que para San Pablo el criterio supremo de todo discernimiento es la actitud hacia el Señor (1 Cor 12,3) pues reconocer el señorío de Jesús es exclusivo del Espíritu Santo que actúa en nosotros. Este reconocimiento de la divinidad del crucificado es lo que lleva a Pablo a decir: “pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo y éste crucificado” (1 Cor 2,2). La carta a los romanos nos presenta una serie de condiciones para que se dé el discernimiento. Después de que Pablo ha ofrecido a sus lectores una fundamentación doctrinal de la vida cristiana, lanza una larga y profunda exhortación moral[22].

 

Para el apóstol de los gentiles, la misericordia de Dios sería más que suficiente para una entrega incondicional a buscar su voluntad, sin embargo, si no fuera del todo claro esta fundamentación, invita a llevar una vida cristiana basada en tres principios fundamentales: ofrecer el cuerpo como víctima viva, santa y agradable a Dios; no acomodarse el mundo presente y transformar la mente de forma que se sea posible reconocer cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Rom 12, 1-2)[23]. Obviamente que llegar a este estado de vida no es automático y se requiere un verdadero camino ascético para poder discernir la voluntad de Dios[24]. El cristiano se debe disponer para acoger lo que Dios le manifiesta a través de los signos de los tiempos y de sus propios movimientos y mociones interiores como su voluntad salvífica y reveladora[25].

 

Solamente cuando el espíritu humano ha sido renovado por el Espíritu de Dios es capaz de distinguir lo que es la voluntad de Dios que se manifiesta como lo bueno, lo agradable y lo perfecto. Y ésta es, precisamente, la condición fundamental para que podamos descubrir lo que Dios quiere de nosotros: dejarse transformar por el Espíritu de Dios y estar en total sintonía con Él. Se trata de una realidad que nos habita (Rom 8,9; 1 Cor 3,16; 2 Cor 3,17s: Gal 2,19) del mismo modo como podemos dejarnos habitar por el pecado. El hombre tiene en su interior dos habitantes en conflicto: el Espíritu de Dios que nos lanza hacia afuera y nos invita a trascendernos a nosotros mismos y el pecado que nos hace volvernos hacia dentro y nos impide trascendernos, nos vuelve contingentes, destructibles, miserables (2 Cor 2,14-16)[26]. Las cosas del Espíritu solamente pueden ser captadas por aquél que se ha dejado transformar por ese mismo Espíritu de modo tal que llegue a tener los mismos sentimientos de Cristo (Fil 2,5). Ahora bien, en el proceso de búsqueda de la voluntad de Dios es fundamental que la persona reconozca los dones recibidos de Dios de modo tal que pueda hacer creíble una búsqueda comunitaria de esa voluntad salvífica. No se trata de una voluntad que se revela por igual a todos los miembros, sino que es una voluntad reveladora de Dios que se enriquece con los carismas de cada uno, para la edificación del cuerpo del Señor que es la Iglesia. Y es aquí donde encontramos la dimensión comunitaria del discernimiento[27].

 

El discernimiento, como actividad espiritual fundamental en nuestra vida es a la vez uno y complejo pues Dios participa como actor fundamental y el hombre en su dimensión personal, social y eclesial[28]. No es posible separar la santificación personal de la de la comunidad porque en todo lo que hagamos encontraremos el designio salvífico de Dios que nos ama, se comunica con nosotros quiere que estemos dispuestos a obedecer su voluntad en nuestra vida. Dios se hace presente en el mismo acto libre y responsable de la persona que discierne, pero no es éste un acto intimista o solitario, sino que la Iglesia participa en él haciendo presente la dimensión de cuerpo, de grupo, de comunidad. La relación con el Otro y con los otros es esencial para la existencia cristiana en la teología paulina y supone la negación radical de la autosuficiencia, el aislamiento o la cerrazón en nosotros mismos, nuestras ideas y formas de ser y pensar. La relación con el otro, ese otro que es ante todo Dios, en la unidad con Jesucristo es intrínseca a la existencia cristiana y la constituye. De modo que donde no hay comunión con Jesucristo, con la Iglesia y con los demás no es existencia cristiana. Se trata de una comunión en la que no hay ningún tipo de imposición o de absorción de unos hacia otros, sino que es absolutamente libre porque está en el proceso mismo de salvación. Para San Pablo la comunidad cristiana no sólo es como el cuerpo de Cristo, sino que, efectivamente es el cuerpo de Cristo[29]. Pero como afirma Robinson “tal analogía es válida sólo porque los cristianos son, literalmente, el organismo resucitado de la persona de Cristo, en toda su realidad concreta. Pero decir que la Iglesia es el cuerpo de Cristo no es más metafórico que decir que la carne del Jesús encarnado o el pan de la Eucaristía son el cuerpo de Cristo. Ninguna de esas tres realidades es ‘como’ el cuerpo; sino que cada una de ellas es el cuerpo de Cristo, ya que cada una es el complemento físico y la prolongación de su misma y única Persona y de su Vida”[30]. Las características del cuerpo de Cristo que San Pablo presenta en los versículos 12 a 30 de la Primera Carta a los Corintios son las siguientes: el Cuerpo es uno (1 Cor 12, 12.13.20); tiene muchos miembros (1 Cor 12,12.14.18.20); los miembros son diversos (1 Cor 12,13.15.16.17.28.29); los miembros están distribuidos según la voluntad de Dios (1 Cor 12,18.28); los distintos miembros se necesitan unos a otros (1 Cor 12,21); los miembros más débiles son indispensables (1 Cor12,22); los miembros que nos parecen más viles los rodeamos de mayor honor (1 Cor 12,23); hay solidaridad entre los miembros, en el sufrimiento y en el gozo (1 Cor 12,26). De acuerdo con estos presupuestos, se derivan algunas de las consecuencias que se siguen para la construcción de la comunidad cristiana que quiere vivir un proceso de discernimiento comunitario.

 

En primer lugar, es necesario tener en cuenta que el cristiano siempre está referido a una comunidad particular y forma parte de ella como miembro del cuerpo del Señor Resucitado. Su vocación tiene sentido solamente en cuanto que se abre a una comunión más amplia de creyentes. De este modo, la Iglesia, entendida como comunidad de los creyentes, forma el cuerpo de Cristo en la historia y por lo tanto, la comunión entre los miembros es necesaria (Rom 12,4-5; 1 Cor 12,21). La comunión se da en un movimiento recíproco de reconocimiento: supone que los miembros no desempeñan la misma función y que no hay miembros más importantes que otros. Todos nos necesitamos mutuamente en la construcción de la comunidad de modo tal que todos seamos capaces de reconocer el valor de nuestra persona y el valor que nuestro servicio y colaboración pueden tener en ella (1 Cor 12, 18-20)[31]. Esta concepción de la comunidad como un todo vivo, en movimiento y que supone el respeto a los carismas personales y a la institución, hace necesario otro aspecto central que es el de la corresponsabilidad. El Espíritu de Dios habla desde todos y desde cada uno de los miembros de una comunidad de modo que “en los movimientos comunitarios cristianos también está el Espíritu señalando pistas a la Iglesia; ahí también debe ser escuchado y obedecido”[32]. Comunión y corresponsabilidad nos llevan a la unidad que no significa uniformismo sino una nueva forma de relación entre diversos miembros que tienen diversas funciones y características distintas pero todas ellas necesarias e importantes para la construcción del cuerpo del Señor en la historia.

 

Esto nos lleva a otro aspecto decisivo en la vida de la comunidad que se refiere a la pluralidad. Más que un obstáculo, la diversidad es una condición para que exista la comunión (1 Cor 12,19). No se trata ni de la suma ni de la eliminación de las diferencias sino de buscar un proceso que favorezca la comunión que “exige que en todos los participantes esté siempre presente un valor único, que todos ellos tengan parte en ese valor, aunque de manera diversa cada uno. Su ‘diferencia’ florece en una unidad radical. Si nos contentamos con añadir unas diferencias a otras, creamos una multitud. En cambio, si logramos que aflore la realidad común oculta bajo las diferencias surge la comunión, se hace patente la riqueza de unidad, se le reconoce a la ‘diferencia’ su nobleza”[33]. Debemos tener en cuenta, sin embargo, que la apertura a la pluralidad no nos termine llevando por caminos que no construyen la comunión en el cuerpo del Señor. Hay cosas que no admiten diferentes interpretaciones y la diversidad de opiniones o prácticas sobre determinados puntos fundamentales pueden dañar en lugar de enriquecer la comunidad. ¿Cómo podemos, entonces, discernir la diversidad que construye la comunión y la diversidad que favorece el individualismo? La respuesta nos la da el mismo San Pablo cuando afirma que la comunión en el cuerpo del Señor se debe construir alrededor de los más débiles y en los que tienen mayor necesidad (1 Cor. 12,22-26)[34]. Es un hecho que, para San Pablo, el discernimiento es un asunto que atañe a toda la comunidad.

Noviembre de 2023.

 


 

[1] Ratzinger, Josef. (lunes 18 de abril de 2005). Homilía de la Santa Misa para elegir Pontífice, previa al inicio del Cónclave.

[2] Bona, Ioannes. (1847). Tractatus de Discretione Spirituum c. 3, Paris.

[3] Clemence, J. (1951). “Le discernement des esprits”. RAM 27, 348

[4] Arzubialde, Santiago. (1991). Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Historia y análisis. Bilbao-Santander: Mensajero-Sal Terrae, 595-596.

[5] De Aquino, Tomás, Summa Theologica II, q. art. 2, in c. y lugares paralelos.

[6] Arrupe, Pedro. (1976). “Conferencia sobre el 4º Decreto de la C. G. XXXIII”. Roma: Información SJ, n. 44, 166.

[7] Beck, Tomasso. (1985). “El discernimiento a la luz de Cristo Señor”. Boletín de Espiritualidad, 93, 14.

[8] Rossi de Gasperis, Francesco. (1984). “Ejercicios Espirituales para entrar en el itinerario de la fe bíblica”. CIS, 47, 94.

[9] Cf. Schnackenburg, Rudolf. (1980). El Evangelio según San Juan. Barcelona: Herder, 140-141.

[10] Cf. Schnackenburg, Rudolf. (1980). El Evangelio según San Juan, Opus cit., 99-100.

[11] Cf. Schnackenburg, Rudolf. (1976). El Evangelio según San Marcos, Tomo II. Barcelona: Herder, 21-22

[12] Cf. Schnackenburg, Rudolf. (1980). El Evangelio según San Juan, Tomo III. Barcelona: Herder, 213-218.

[13] Cf. Randle, Guillermo. (1996). La pedagogía del discernimiento de espíritus en Jesucristo. Buenos Aires: Boletín de Espiritualidad, 1-23.

[14] Cf. Anexo III.

[15] Cf. García-Monge, José Antonio. (1989). “Estructura antropológica del discernimiento espiritual”. Manresa 61, 139.

[16] Cf. Schillebeeckx, Edward. (1982). Cristo y los cristianos. Gracia y liberación. Madrid: Cristiandad, 105.

[17] Cf. Vidal, Senén. (1996). Las cartas originales de Pablo. Madrid: Trotta, 16.

[18] Cf. Bornkamm, Günther. (1975). El Nuevo Testamento y la Historia del Cristianismo Primitivo. Salamanca: Sígueme, 106.

[19] Micó Buchón, José Luis. (1977). “Discernimiento espiritual y hombre nuevo”. Manresa 49, 343.

[20] Cf. Gnlinka, Joachim. (1998). Pablo de Tarso, Apóstol y Testigo. Barcelona: Herder, 252-253

[21] Cf. Guillet, Jacques. (1957). Discernement des esprits. Dans l’Écriture en Dictionnaire de Spiritualité Ascétique et Mystique. Paris: Beauchesne, 1240-1244.

[22] Cf. Espinosa, Clemente. (1972). “Buscar y hallar la voluntad divina según san Pablo y según san Ignacio”. Manresa 44, 26.

[23] Cf. Bornkamm, Günther. (1987). Pablo de Tarso. Salamanca: Sígueme, 263-264.

[24] Cf. Espinosa, Clemente. (1972). “Buscar y hallar la voluntad divina según san Pablo…” …, Opus cit., 43.

[25] Cf. Idem., 43-44.

[26] Cf. Baena, Gustavo. (1986). “Razón de ser del discernimiento en la Revelación”. Reflexiones CIRE, 14-16.

[27] Cf. Therrien, Gerard. (1973). Le discernement dans les écrits pauliens. Paris : Gabalda, 292.

[28] Cf. Tillard, Jean Marie R. (1994). Carne de la Iglesia, Carne de Cristo. Salamanca : Sígueme, 14.

[29] Cf. Bornkamm, Günther. (1987). Pablo de Tarso. Opus cit. 251 y Gnlinka, Joachim. (1998). Pablo de Tarso, Apóstol y Testigo. Opus cit., 260

[30] Robinson, A.T. (1968). El Cuerpo. Estudio de Teología Paulina. Barcelona: Ariel, 77-78.

[31] Cf. Gnlinka, Joachim. (1998). Pablo de Tarso, Apóstol y Testigo. Opus cit., 261.

[32] Hernández Mart, Luis. (1981). “¿Hacia un discernimiento de la jerarquía sobre los movimientos comunitarios de base? Diakonía 19, 52.

[33] Tillard, Jean Marie R. (1994). Carne de la Iglesia, Carne de Cristo…, Opus cit., 21.

[34] Cf. Nadeau, Gilles. (1996). “Le discernement dan la Bible”. ChSI, 248.

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