El arte de dar los Ejercicios Espirituales

Oct 17, 2023 | Noticias

— Jaime Emilio González Magaña, S.J.

Para poder entender la importancia de ser fieles al método de los Ejercicios Espirituales y no llamarlos así, cuando se trata de otra técnica espiritual y, mucho menos, una práctica psicológica, por importante que pueda ser, a continuación, citamos algunos de los frutos excelentes que se obtienen al seguir con precisión lo indicado por Ignacio de Loyola y sus compañeros[1]: unión con Dios (la cual se obtiene por el amor, y éste por el conocimiento de Dios, y la meditación asidua, como dice San Buenaventura); conocer a Dios; iluminación del entendimiento del hombre y del alma; claro conocimiento de toda la vida y de los pecados pasados; modo de servir a Dios; discreción de los espíritu buenos y malos; precaución para vivir en lo sucesivo para Dios y huida de los pecados; conocimiento de la vida cristiana; adquisición de las virtudes; conocimiento de sí mismo; examen del espíritu y de nuestra vida; dolor de los pecados, si se hacen bien los Ejercicios; preparación para una verdadera reforma de vida; gratitud para con Dios; desprecio de la vanidad mundana; temor del Señor y temblor; adquisición de la humildad, la cual es el fundamento de todas las virtudes; reforma interior del hombre; deseo de la perfección cristiana; modo de seguir a Cristo en esta vida[2].

Presentamos, además, un escrito en esta serie de selección de textos que nos ilustran y esclarecen acerca de la relevancia y trascendencia de los Ejercicios Espirituales, y, en particular, de la necesidad, la misión y la importancia del director de la experiencia:

Lo que hizo de los Ejercicios algo especial, no fueron temas concretos o su manera de articularlos. Fue, más bien, la coordinación de las partes en una totalidad integral y novedosa. Aunque la práctica de pasar un período de tiempo en retiro y contemplación es más antigua que la cristiandad misma, no existía codificación efectiva de un método así, hasta los Ejercicios; ciertamente ninguna con proyecto y dinámica tan claros. El libro, en efecto, creó la institución conocida como «Ejercicios Espirituales» (o «Retiro» en varias lenguas) y en esa creación se asienta su principal originalidad. Además de su múltiple influencia, en los primeros jesuitas, puso en sus manos un instrumento pastoral nuevo y peculiar suyo. Fue, por eso, una piedra de toque de su identidad pastoral, en formas, como veremos, que se extendían mucho más allá del ministerio de los Ejercicios.

[…] A un nivel más pedestre, los Ejercicios recomendaban prácticas espirituales que los primeros jesuitas adoptaron, adaptaron y promovieron de una manera que les distinguiría de otros sacerdotes y que causaría gran impacto. Uno de los rasgos más innovadores de los Ejercicios fue el papel que juega la persona que ayuda a otro a hacerlos. Si esa dirección ayudaba durante los Ejercicios, podría ser también beneficiosa durante la vida, en confesión o fuera de ella. Por supuesto, esta clase de consulta es anterior a los Ejercicios, pero, en gran parte por el libro de Ignacio, la «dirección espiritual» o el consejo espiritual comenzó a surgir con nueva fuerza en el catolicismo, como una relación formal y permanente entre las dos personas implicadas[3].

[…] El único instrumento distintivo que los jesuitas poseían para su ministerio eran los Ejercicios. La primera generación, bajo la influencia de Ignacio, sabía que tenía en este libro un medio excepcional para «ayudar a las ánimas». Polanco veía en los Ejercicios un «compendium» (epilogus) de todos los medios que tenían los jesuitas para ayudar a las almas en el crecimiento espiritual. Más aún, por el ejemplo de Ignacio y por el texto mismo, los jesuitas sabían también que los Ejercicios eran un instrumento extraordinariamente manejable que se podía acomodar a una gran variedad de circunstancias e individuos: «Multiplex est modus tradendi Exercitia», decía una fuente contemporánea.

Con ejemplares del texto ahora más o menos a su alcance, los jesuitas hicieron uso directo de los Ejercicios en sus ministerios con mucha más frecuencia que antes, pero las pautas fundamentales de acomodación y aplicación no cambiaron sustancialmente. Variaban desde los ejercicios relativamente simples o «ligeros» (leves), descritos en la «Annotación» 18, hasta los Ejercicios completos de treinta días o más, hechos en retiro y en conversación directa con un consejero espiritual. Entre estos dos extremos había numerosas variaciones que se añadían a las posibilidades más simples o que se reducían desde la escala más elaborada.

[…] A causa de esta variedad de motivos, así como por otras razones, los comentarios insistían en que quien dirigía los Ejercicios conociera a los ejercitantes lo mejor posible, de modo que pudiera adaptar los Ejercicios a las necesidades particulares y a los deseos de tales personas.

 

La función del director era triple. A veces actuaba como maestro, sobre algún punto de doctrina o en materias prácticas, tales como métodos de oración. Se entregaba a conversaciones espirituales escuchando atentamente y luego dando consejo espiritual, atendiendo especialmente a los estados de «consolación y desolación», proponía breve y objetivamente puntos para la meditación y la oración, como el texto mismo lo prescribe. Polanco sólo se hacía eco de este texto y otros cuando decía que los puntos propuestos para la meditación no deberían ampliarse mucho, porque como indica la «Annotación» segunda «es de más gusto y fructo spiritual lo que el ejercitante descubre por sí mismo, y porque así hay más espacio para la iluminación y otros movimientos de arriba».

 

La persona que guiaba a otros en los Ejercicios pronto llegó a conocerse por el nombre de «director» y así quedó, como término tradicional a través de los siglos. Tal designación no viene en el texto. Ignacio suele referirse a esa persona como «el que da los Ejercicios» o en la versión latina «tradens exercitia». Esta expresión, aunque genérica y un poco torpe, expresa mejor la función real tal como se describe en el texto y le falta la insinuación de predeterminación que sugiere «director».

 

Ignacio vio la relación fundamentalmente como dialogal, como un «coloquio». Una vez comenzados, los Ejercicios iban a estar principalmente en las manos o en el corazón y en la mente del que los hacía.

 

Ese era el presupuesto básico. Desde el comienzo se comprendió lo delicado del papel del «director». Además de las cautelas que Ignacio dejó en el texto de los Ejercicios, él mismo en sus conversaciones avisaba del daño que causaban muchos guías espirituales a otros al insistir en que siguieran sus caminos y al creer que lo que era bueno para ellos sería bueno para todos.

 

Por consiguiente, y al menos en los primeros años, los jesuitas a quienes se juzgaba adecuados para ese papel, lo asimilaban, como en un sistema de aprendizaje, de otros jesuitas, siendo Ignacio el primero y principal maestro[4].

 

Los Ejercicios espirituales -sin duda alguna- contienen una impresionante fuerza transformadora que pone en funcionamiento el mundo del deseo y genera una dinámica de continua conversión para ordenar la vida, conocer y cancelar las afecciones desordenadas y, por suouesto, buscar, hallar y hacer la voluntad de Dios. Desde el inicio de su puesta en práctica con jóvenes estudiantes y mujeres en Acalá de Henares, generaron completas y radicales transformaciones espirituales y elevaron a las altas cumbres de la santidad a muchas personas que los hicieron. Pero para que este proceso de transformación se lleve a cabo, la misión de quien da modo y orden ha sido siempre fundamental. Y ser un buen acompañante, implica, primero haberlos hecho y, segundo, haber aprendido «el arte» de darlos. Los Ejercicios Espirituales no son simplemente para leer. Tampoco deben reducirse a una recitación de charlas o conferencias, por muy sabio y competente que pueda ser quien los acompaña, Los Ejercicios Espirituales son para hacerse, para ejercitarse; implican una metodología, una disciplina, una actividad, una ejercitación y una constante evaluación y examen.

 

A su vez, es preferible haberlos hecho con el acompañamiento de una persona experimentada y avezada en el proceso de dar modo y orden. El arte de dar con excelencia los Ejercicios Espirituales se aprende y se transmite por experiencia de paternidad espiritual, de un serio y cercano acompañamiento y no sólo porque alguien es jesuita o comparte la espiritualidad ignaciana. Es un arte y, como tal, se puede y se debe aprender de los grandes maestros, como la experiencia lo enseña. San Ignacio pedía que desde el noviciado se ayudara a quienes mostraban una propensión a saber escuchar y detectar las mociones del Espíritu Santo. Era claro en afirmar que cuando un jesuita no está preparado y no tiene la suficiente experiencia, no debe acompañar a otros, especialmente si se trata de la elección del estado de vida. El que da modo y orden debe instruir y guiar al ejercitante acerca de cómo y cuándo debe hacer los ejercicios espirituales; debe acompañarlo y asistirlo a lo largo de los mismos, de un modo particular cuando entra en crisis, cuando es tentado o se detiene en el proceso de conversión. En su comentario a los Ejercicios Espirituales, Aquiles Gagliardi[5], describe de modo magnífico la esencia y lo propio del arte que debe internalizar quien da los Ejercicios. Por su experiencia, constatamos que, efectivamente, dar los Ejercicios es un arte. Así como un director de orquesta debe estar atento a muchas cuestiones y circunstancias que se van dando en modo simultáneo y perseverar en ello durante todo el curso de la obra en ejecución, así el director de Ejercicios debe también estar muy atento al ejercitante y los movimientos interiores que se van suscitando en su alma, y asistirlo con excepcional prudencia, caridad y precisión.  Creemos que vale la pena transcribir un texto que nos dejar ver la razón por la San Pedro Fabro se destacó, en el arte de dar modo y orden durante los Ejercicios Espirituales:

[…] Esto es lo que el S. P. Ignacio, verdadero maestro de este arte, pretende en todo este divino librito; por eso no contiene especial erudición, no emplea ninguna persuasión; nada que, a fuerza de elocuencia, mueva los afectos; sino que propone llana y simplemente ciertos preceptos, reglas y puntos brevísimos, por medio de los cuales el alma sea llevada al mismo Dios, y así permita al mismo Creador con su creatura y a ésta con Él tratar inmediatamente todo el asunto. Ciertamente que es mucho más difícil esto segundo que lo primero; porque no tiene gran dificultad el pintar, con la ayuda de la Sagrada Escritura, la excelencia de las virtudes, la fealdad de los vicios, lo más encumbrado de la perfección y cosas semejantes de tal modo que los que las leen se muevan y se convenzan. Pero el acomodar a cada uno el modo y las reglas por sus puntos para que se dispongan al trato con Dios, y consigan así lo que pretenden en cosas altísimas y dificilísimas, es sin duda arduo y heroico.

Tercero. De aquí se sigue que el que da los Ejercicios debe conservar cierta indiferencia y equilibrio de ánimo, como dice el S. P. Ignacio, respecto a todas las formas de vida, votos, vocaciones y semejantes; es a saber, conviene que esté determinado sólo a esto: que quiera poner el alma que le ha sido encomendada en tal disposición y preparación interior que sea apta para ser iluminada y dirigida por Dios según su beneplácito.

Cuarto. De aquí se sigue también que yerran los que quieren atar en todo a los que reciben los Ejercicios a lo que ellos en sí mismos han experimentado o a lo que han sido llamados e impul­sados; no advirtiendo que ésa es la peste y la perdición de este arte, que eso es ligar a Dios e imponerle la ley para que haga con aquella alma lo que ha hecho con la suya; siendo así que con mucha frecuencia, tanto por la capacidad del alma como por la disposición de la divina voluntad, le convendrá a la otra alma algo muy distinto de lo que él [el director] se propuso de antemano. Debe, pues, prescindir de sí mismo, y según las reglas del librito acomodadas al alcance del alma, proponer, como hemos dicho, lo que a ella le convenga.

Quinto. Comprenda que toda la excelencia de este arte consiste en que observe los buenos movimientos de la naturaleza y de la gracia, que suelen ser muy diversos. Porque, así como, según la varia constitución del cuerpo, unos enfermos se han de purgar por el sudor, otros por otro medio, y a unos les cuadra más un manjar y a otros otro; así también el médico espiritual docto, tratando a cada uno según las varias mociones de la gracia divina, debe llevar al alma a que pueda tratar directamente con Dios. Porque unos van mejor por la vía del temor, otros por la del amor, otros por otra, y según esa variedad ha de ser llevado cada uno, siguiendo las mociones de la gracia, así como el médico sigue los movimientos de la naturaleza.

Sexto. Debiendo prepararse el alma con el entendimiento y el afecto para tratar inmediata y dignamente con Dios, se sigue que la disposición de alma que quien da los Ejercicios ha de procurar en quien los recibe, consiste en quitar los impedimentos, a saber, en el entendimiento la ignorancia, instruyéndole sobre las cosas de que ha de tratar directamente con Dios; en el afecto, todas las pasiones desordenadas, de modo que se coloque en el mismo equilibrio e indiferencia que dijimos le conviene al que da los Ejercicios; que no se incline más a éste que al otro, y así en lo demás; sino preséntese ante Dios como una tabla desnuda, para que el Señor pueda grabar en ella lo que mejor le parezca; lo cual tratamos más por extenso en materia de elecciones.

Séptimo. El que da Ejercicios ha de procurar sobre todo inducir al que los recibe a que, superada cualquier dificultad, reciba bien y observe lo que le prescribe, hasta que sienta que está ya en disposición de recibir de Dios luz y mociones de arriba. En lo cual hay que evitar dos errores extremos: uno, cuando el que se ejercita, llevado de la tibieza, deja de cumplir lo que se le prescribe, por lo cual no siente ninguna moción en la oración ni agitación de varios espíritus,[6] y así, sin sacar fruto ninguno se queda en la corteza de los Ejercicios. Otro, cuando vencido ya por la tristeza o por otro afecto semejante, ya por la tentación del demonio, se inclina a lo menos perfecto, de modo que convenga esforzarse hacia la parte contraria,[7] o por lo menos suspender la deliberación: o cuando por el fervor de las consolaciones se precipita en hacer promesas y votos;[8] estando, pues, en estas circunstancias conviene no determinar nada, y procurar asegurar el alma en la indiferencia ya indicada, para que después sea ilustrada por las reglas de la elección.

Octavo. Después que el alma del que recibe los Ejercicios esté preparada por el que se los da y hecha capaz del trato con Dios, siguen las agitaciones de los varios espíritus, a saber, del bueno y del malo, no sin grave peligro de ser engañada por el demonio. Hay que ayudarle, pues, y primero por las reglas de discreción de espíritus, para que no sea engañada con apariencia de bien; segundo, después que ha distinguido de las otras las santas inspiraciones, hay que procurar que preste atención a ellas y las considere, y añadiendo luego el cuidado y el esfuerzo propio, sepa inquirir el divino beneplácito, es a saber, qué es lo que Dios quiere de él, para cumplirlo con diligencia. Pero todo esto ya se explicará prácticamente en su propio lugar[9].

Y más adelante, Gagliardi, también describe, compara y equipara la labor del director de los mismos a la misión y trabajo de un maestro de artes:

Se deduce también que este modo de orar según los Ejercicios es práctico, como tenemos dicho; y lo mismo pasa en las demás artes, por ejemplo, en la gramática, que el profesor da un tema al discípulo, luego deja que él trabaje por sí mismo y añada algo de su cosecha, para dar lugar a la invención y al esfuerzo del discípulo, sin el cual no aprendería nunca el arte de la gramática. Así también si el que enseña música se limitase sólo a cantar delante del discípulo y después se marchase, habría dado gusto al oyente, pero no le habría instruido; por eso es necesario, sí que él comience, y después deje que el discípulo se ejercite en el canto todo lo que sea necesario hasta que adquiera el hábito de la música[10].

Los Ejercicios Espirituales implican ciencia, pero darlos bien es un arte. Al respecto, en su tratado De Religione Societatis Iesu, Suárez afirma:

Y para que ello conste más claramente, advierto que esa obra no se dirige por sí misma y ex profeso a exponer la doctrina teológica; pues por así decir, más bien contiene doctrina práctica que especulativa, y se enseña más a modo de arte que de ciencia, y por ello hay que buscar en ella más bien la verdad práctica o mejor la utilidad, que la verdad especulativa[11].

Por su parte, Lop Sebastià manifiesta que:

[…] en la enseñanza de un arte, sea cual sea, desde la música, la pintura o la poesía, hasta los más humildes grados de artesanía manual, no bastan los preceptos y la doctrina, hay que tomar el pincel y pintar, hay que tomar el mimbre y hacer la cesta delante del alumno. Por ello S. Ignacio y Miró usan la expresión: el director ha de ser «ejercitado», es decir, ha de tener práctica en sí mismo[12].

Basándonos en todo esto que hemos estudiado, podemos decir que verdaderamente es un arte ejercer en modo adecuado y eficaz este oficio. Quien acompaña la experiencia, no debe forzar ni condicionar en nada al ejercitante. Al contrario, debe disponer de buen modo al ejercitante a que reciba de él lo que le indique y observe lo que le prescribe. Necesita proponerle con sencillez y claridad las verdades del Evangelio y los puntos de las meditaciones, y, además, es necesario que adapte y explique las normativas y reglas de los Ejercicios con la finalidad de que el que hace los Ejercicios pueda ir a Dios, facilitando de este modo el encuentro del Creador con su creatura. Para lograr esto, el que da modo y orden de los Ejercicios, debe mantener en su interior una cierta indiferencia y equilibrio, sin inclinarse ni inclinar en nada al que se ejercita. Su objetivo y misión debe ser asistir al que le ha sido encomendado y está haciendo los Ejercicios, y de este modo irlo disponiendo y preparando del mejor modo posible, para que se haga apto de ser iluminado y dirigido por Dios según su divina Voluntad. No debe tampoco «atar» ni influenciar en nada al que se ejercita según lo que él a su vez haya experimentado en sí mismo en el pasado al hacer sus Ejercicios. Debe prescindir de sí mismo, ateniéndose sólo a presentarle lo indicado en el libro de los Ejercicios.

 

Y en esto en particular consiste el arte: en saber llevar, guiar y asistir al alma que se ejercita mediante los Ejercicios Espirituales de modo tal que logre llegar a estar libre, quitando impedimentos de engaños, errores y afecciones desordenadas, para que pueda así tratar directamente con Dios. Y esto es algo muy prudencial, muy personal, muy único, que varía y depende de cada sujeto, de su naturaleza, de su condición, de sus disposiciones y sus actuales circunstancias, y de la acción de la gracia en su alma. Debe, además, preparar al ejercitante en el entendimiento y en el afecto para poder tratar con Dios. Debe ayudarlo a quitar los impedimentos en el entendimiento -como lo es la ignorancia-, e instruirlo sobre las cosas que ha de tratar con Dios; y también en el afecto -en todas las pasiones desordenadas, buscando que se coloque en equilibrio e indiferencia, no inclinándose más a una cosa que a otra-, de modo que Dios pueda disponer de esa alma según su Voluntad.

 

Es necesario, además, que lo disponga, para recibir de Dios su luz y sus mociones. De este modo, una vez que el alma esté preparada, bien dispuesta y sea capaz del trato con Dios, vendrán entonces las agitaciones de los varios espíritus. Estará atento, entonces, a observar los movimientos buenos de la naturaleza y la gracia que se producen en el alma del que recibe los Ejercicios. Asimismo, también, los del enemigo y provenientes de mal espíritu. Lo debe prevenir, instruir, moderar y ayudar sea cuando esté en estado tranquilo, sea cuando lo agiten los diversos espíritus. Mediante las reglas de discreción de espíritus, lo debe instruir para que pueda conocer y distinguir las mociones. Es imprescindible que lo prevenga e instruya contra los ardides del mal espíritu, para no ser engañado bajo apariencia de bien, y para saber rechazarlos, y, en cambio, sí abrazar las invitaciones del buen espíritu.

 

De modo tal que así, finalmente, el ejercitante sepa preguntarse e indagar acerca de la voluntad de Dios para con él[13]; y una vez hallada y conocida, pueda abrazarla y cumplirla con generosidad y diligencia. En resumidas palabras, toda la labor y misión del Director de Ejercicios consiste en velar, asistir y ayudar al ejercitante para que pueda lograr, cumplir y poner en práctica lo que el mismo San Ignacio indica en la primera Anotación de los Ejercicios Espirituales: «La primera Anotación es que por este nombre, ejercicios espirituales, se entiende todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras espirituales operaciones, según que adelante se dirá. Porque, así como el pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, por la misma manera, todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima, se llaman ejercicios espirituales»[14].

 

Toda esta labor del director -ardua, perseverante, paciente, intensa, difícil y delicada- para acomodar y adaptar con tanta prudencia, habilidad, dedicación y esmero, todo lo propio de los Ejercicios Espirituales a cada ejercitante, en modo que se obtengan los frutos deseados, no es empresa fácil. Por todo lo anteriormente expuesto, no dudamos en afirmar o ratificar lo que hemos expresado desde el principio en el sentido de que es verdaderamente un arte dar los Ejercicios Espirituales.


[1] Tomado de un texto anónimo en latín, copiado por el P. Torsellini, el cual Lop Sebastià incluye en su colección de Directorios con el n. 27.

[2] Cf. M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 243.

[3] J.W. O’Malley, Los primeros jesuitas, 66-67.

[4] J.W. O’Malley, Los primeros jesuitas, 163-168.

[5] El P. Aquiles Gagliardi nació en Padua en 1537. Fue profesor de Filosofía y Teología en el Colegio Romano, y también colaborador del San Carlos Borromeo, en Milán. Pertenece a la segunda generación de jesuitas y fue un reconocido autor espiritual. Fue el primer comentarista e intérprete de los Ejercicios Espirituales y, en particular, de la doctrina ignaciana acerca del discernimiento de espíritus.

[6] Anotación 6a [6].

[7] Anotación 16a [16].

[8] Anotación 14a [14].

[9] M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 404-406, D 46 (52-58).

[10] M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 411-412, D 46 (86).

[11] Suarez, De relig. S.J. Tract. 10, lib. 9, cap. 6, n. 4. Cf. M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 500.

[12] M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 500.

[13] Cf. M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 404, D 46 (51), del P. Gagliardi: «Es, pues, suma habilidad y prudencia dirigir el espíritu de cada uno con el único fin y modo de que, unido directamente con Dios, aprenda de Él lo que cada uno quiere».

[14] Cf. M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 500.

 

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