La acción de la iglesia frente al crimen organizado: reflexión para la pastoral con pueblos originarios

Ago 29, 2023 | Noticias

—Esteban de Jesús Cornejo Sánchez, S.J.

La primera semana de julio fui invitado a Berlín junto con la encargada de asuntos internacionales del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro-Juárez a participar en la conferencia internacional sobre la acción de la Iglesia frente al crimen organizado. La comisión alemana “Justitia et Pax” de la Iglesia católica alemana junto con las organizaciones Misereor, Adveniat y Renovabis, fueron quienes convocaron. El objetivo fue justamente compartir las acciones de la Iglesia frente la creciente internacionalidad de la criminalidad. El crimen organizado es parte de la acción y reflexión de la Iglesia porque rompe las bases de la convivencia social y descompone un sistema para la vida y desarrollo de las personas ya sea en la ciudad o en los pequeños pueblos.

 

De dicha conferencia recogí algunos puntos que me parecen importantes para seguir pensando nuestra labor pastoral, especialmente en lugares donde dicha presencia del crimen organizado es fuerte y constante como son los pueblos de la Sierra Tarahumara, Chiapas, Tatahuicapan, etc.

 

La preocupación por la presencia de grupos criminales es una constante en las. reuniones de pastoral indígena. La vida está amenazada en todas sus dimensiones: social, ecológica, económica, etc. En la Sierra Tarahumara el crimen organizado nos ha robado las vidas de nuestros jóvenes y hermanos, la libertad de elegir democráticamente a nuestras autoridades civiles y ejidales, el gozo de disputar un partido de beisbol en familia, la tranquilidad de ir y venir por las calles, brechas y carreteras, la tranquilidad de hacer una fiesta en el pueblo sin sentir el miedo de que aparezcan a armar escándalo o terror, la libertad de tener un negocio o de sembrar las tierras libremente, la libertad de tener una policía para resolver problemas. Nos dejan sin los árboles y el agua, sin el chiltepín, el ganado, la mina y la presa. Se roban nuestra calma y nuestra alegría, se llevan nuestra paz. De ahí que se vea necesario reflexionar y actuar sobre la acción de la Iglesia frente a las organizaciones criminales.

 

Alcances y límites de nuestra acción

 

Es de ustedes conocido que se han dado una serie de iniciativas promovidas por la CEM, CIRM y la SJ a partir de la muerte de los padres. Cada mes se propone una acción diferente. Ha sido lindo constatar que en muchas capillas, parroquias, escuelas y comunidades se ha realizado alguna de estas acciones como foros, conversatorios, memoriales y repique de campanas.

 

Sin embargo, debemos partir de un principio de realidad: la acción de la Iglesia frente al crimen organizado tiene muchas limitaciones y casi siempre su acción será indirecta. Está en la línea de la defensa de los derechos de las personas, la atención a las víctimas, la prevención y la promoción de factores protectores para nuestros niños, jóvenes y pueblos. Pero esto, lejos de ser una acción sin frutos, es una propuesta de incidencia. En otras ocasiones, la voz de la Iglesia es profética y se irá por la línea de la denuncia y de la invitación a la conversión de quienes causan tanto dolor, y como a muchos periodistas y defensores de los derechos humanos y el medio ambiente les tocará vivir con ese riesgo.

 

La diversidad de las actividades criminales, su división del trabajo y su coordinación, así como la creación de redes internacionales, hacen necesario que la lucha contra la delincuencia organizada sea considerada y organizada como una tarea transversal. Las Iglesias pueden también contribuir a esta tarea combatiendo como parte integrante de la sociedad activamente los peligros y las tentaciones del crimen organizado, adoptando medidas preventivas en la medida de sus posibilidades y cooperando con las autoridades estatales de forma adecuada.[1]

 

En este documento, la Iglesia alemana se plantea dos cosas, primero, nuestra responsabilidad ante el crimen organizado por la cantidad de daño que causa, segundo, el enfoque preventivo de dichas acciones, aunque no se reduce a la prevención, a veces también es mediación, otras veces denuncia, entre otras.

 

Experiencias de otros países ante la criminalidad

 

En dicha conferencia internacional, obispos, investigadores e investigadoras, laicos y laicas, expertos y representantes de organizaciones civiles y eclesiales intercambiamos experiencias y participamos del debate sobre esta situación social. Hubo gente de México, El Salvador, Colombia, Albania, Italia, Alemania y del Vaticano. Destacaron las participaciones de Don Luigi Ciotti presidente de Libera una organización contra las mafias italianas, el obispo de Albania Mnsr. Gjerj Meta y Ariela Mitri del mismo país que desde Cáritas se dedican a prevenir la trata de personas y atendiendo a víctimas de esta terrible situación internacional. Otras experiencias son: la promoción de los derechos como es el caso del Servicio Social Pasionista en El Salvador, la defensa de los derechos humanos en el caso mexicano del Centro Prodh, la iniciativa propuesta desde una Comisión del Vaticano para la excomunión de las mafias y la mediación para la paz en Colombia. Otro ejemplo es el Grupo Santa Marta, en el que altos representantes eclesiásticos, funcionarios de autoridades policiales y judiciales y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales desarrollan estrategias conjuntas contra el tráfico de personas, iniciativa de la Iglesia Alemana.

 

Los problemas que más se mencionaron son de carácter internacional, pero afectan los espacios locales de nuestra pastoral con pueblos originarios. Entre lo que más mencionaron están: la creciente criminalidad que amenaza constantemente la vida y que permea todas las dimensiones de la sociedad, la pérdida de espacios cívicos ante un poder mediático del gobierno, el riesgo en que se encuentran las democracias en varios países de Latinoamérica, la política de seguridad que está militarizando México en detrimento de lo ciudadano, el Estado de excepción en El Salvador y la violación sistémica de derechos humanos, el proceso de paz en Colombia y las interconexiones entre estos problemas locales y el negocio de los estupefacientes y armas. Se puede afirmar que vivimos una crisis humanitaria de desaparecidos y desplazamientos forzados, una crisis donde los sistemas políticos obedecen a sistemas económicos o de criminalidad, donde urge la necesidad de un papel más robustecido de las Iglesias y de la comunidad internacional.

 

Desde la mirada de la Iglesia, que es una mirada de fe, la realidad nos interpela y nos pone a veces en debate. Por ejemplo, en torno a las mafias y el crimen organizado, la propuesta de la excomunión, nos preguntábamos si valdría la pena hacer eso para el caso de los cárteles mexicanos. De hecho, la pena de excomunión en este caso se considera reparatoria, pues invita a la conversión del victimario. Otra postura supone el diálogo con todos los actores incluso con los líderes del crimen organizado en favor de acciones justas y ocasiones de urgencia por la encrucijada en la que nadie más puede estar, otras se oponen directamente a dialogar con ellos.

 

A pesar de las diferencias coincidimos en que, ya sea en Albania, Italia, Alemania o México, la criminalidad es un mal que encuentra su raíz en el corazón humano y que crece y se desarrolla en las estructuras injustas de la misma sociedad, se alimenta de sistemas de injusticia y de impunidad y así, teniendo como motor la avaricia de poder y de dinero, destruye la vida y la amenaza, la vida en sentido amplio. Ante ello, la Iglesia toma conciencia del papel tan importante que tiene en este momento histórico.

 

La Iglesia en Latinoamérica, a pesar nuestros propios errores y omisiones, sigue teniendo legitimidad que le permite ser mediador de conflictos e incidir en procesos de paz y búsqueda de justicia. Reconocer ese papel nos permite seguir generando acciones que promuevan la gobernanza, la democracia y los espacios ciudadanos.

 

Posibilidades para la pastoral indígena: territorio, base social e institucionalidad

 

La presentación de Colombia me ayudó a clarificar un poco cómo podemos proceder para seguir caminando por la paz. La acción del crimen organizado opera para su beneficio cooptando tres dimensiones estructurales claves como son el territorio, la base social y la institucionalidad. Son esas mismas dimensiones las que se convierten en nichos claves para la acción de la Iglesia. Es decir, dado que al nivel de territorio es donde se da la movilidad, el control económico, la cultura de criminalidad y los modos de vida. La Iglesia puede desde allí continuar impulsando procesos locales participativos para resignificar el territorio en función del bien común y no en función del enriquecimiento criminal. A nivel de base social el crimen organizado se va legitimando a través de brindar beneficios y protección que el Estado no provee ni garantiza, de hecho, se vuelven reguladores de la convivencia y de los conflictos. Por eso la iglesia puede incidir más en la promoción de una cultura ética y de legalidad. Es allí donde se necesita fortalecer el tejido social para una convivencia distinta y una ciudadanía con identidad. Hay que volver al lugar donde se resolvían los conflictos: jueces de paz, juntas barriales, asambleas ejidales. Por último, en cuanto a la institucionalidad, para garantizar la impunidad y la ilegalidad el crimen organizado usa el sistema político. Impone autoridades y destino de recursos que deberían ser públicos, controla los sistemas de policía y vuelve la administración pública un campo de juego donde la ciudadanía siempre pierde. Por eso, es importante recuperar espacios cívicos para fortalecer la democracia y la gobernanza.

 

Desde estas tres dimensiones se puede estructurar la acción de la iglesia que es vital pues está en territorios, con una base social y con posibilidades de incidir en la institucionalidad. Las parroquias no son solo templos, son personas y barrios. Las parroquias no solo brindan sacramentos, que es una labor muy importante de nuestra fe, son ahora plataformas que, desde esa fe, nos abren los caminos para incidir positivamente en las personas, las relaciones, las estructuras y la cultura.

Lo que falta por hacer

 

La participación del Centro Pro DDHH, a través de María Luisa Aguilar, nos recuerda algunas formas concretas en que podría avanzarse en este tema.

 

  1. Colocar el esfuerzo por reducir la violencia como primera prioridad de nuestra palabra pública, pues se perciben mayores esfuerzos de la iglesia respecto de otros temas, mientras el país sigue sumido en una profunda crisis humanitaria.
  2. Rechazo más explícito por parte de los Obispos a la cultura del narcotráfico, que mediante productos masivos va colonizando la vida y la imaginación de las personas jóvenes.
  3. Apertura de espacios en parroquias para la memorialización que realizan las víctimas con las fotos de sus seres queridos asesinados o desaparecidos.
  4. Ayudar a que párrocos y religiosos en territorios controlados por la criminalidad puedan encontrar canales de comunicación con las autoridades federales para denunciar.
  5. Apoyar las iniciativas académicas y de sociedad civil que buscan construir propuestas alternativas para el diseño de políticas públicas de seguridad que no repliquen la militarización y la mano dura.
  6. Aprovechar más las redes internacionales para trabajo de incidencia pública que requiere perspectiva internacional.

 

Yo agregaría en concreto para la pastoral con pueblos originarios: la lucha por una autosuficiencia alimentaria, abrir canales de acompañamiento ante víctimas del crimen organizado y la promoción de los aspectos de su cultura que contrarrestan la lógica criminal.

 

A modo de conclusión

 

Nuestra acción eclesial es importante para la gente que es más vulnerable que nosotros. Nuestra labor está muy relacionada con resignificar territorio, instituciones y espacios sociales. Es una acción indirecta pero efectiva. Pongo como ejemplo la caravana del día 19 de junio que unió el lugar donde dejaron los cuerpos de Gallo, Joaco y Pedro y recorrió todo el camino hasta el Templo de Cerocahui.

 

 

Debemos reconocer que la Iglesia no siempre ha estado del lado correcto. Reconocemos que muchas veces el rol de la Iglesia, cercano a los poderes políticos y económicos, ha ayudado a perpetuar estructuras violentas que generan injusticia. Muchas veces ha dejado de realizar su misión profética y ha guardado silencio ante tanta violencia, otras veces, ha sido también ella misma víctima de la violencia a causa de ser precisamente voz profética.

 

Si hemos hecho una opción por los pobres debemos entonces centrar más nuestra acción en transformar las estructuras que empobrecen y violentan. Pues, como decía San Alberto Hurtado, es más fácil hacer la caridad que hacer justicia.

 

Sigamos pensando juntos este tema, merece nuestra atención y nuestra reflexión. Tal vez sería importante hacerlo explícito en alguna parte de nuestros encuentros y escuchar cómo están haciendo otros ante esta situación, por ejemplo: Comalapa y Bachajón.

 

Finalmente, la Conferencia del Episcopado Mexicano ha plasmado algunas reflexiones ante tanta violencia. Resalto por lo menos dos documentos en los que se habla de este problema: la exhortación apostólica “Que en Cristo Nuestra Paz México tenga Vida Digna” de 2010 y el mensaje apostólico “Que el Señor nos bendiga con la paz” de 2022. Vale la pena darles una leída.

[1] Documento de debate presentado por la Comisión Alemana de Justicia y Paz titulado “El crimen organizado como desafío a la política (inter)nacional”

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