Relevancia, esencia y valor de los Ejercicios Espirituales

Ago 27, 2023 | Noticias

—Jaime Emilio González Magaña, S.J.

Hay numerosos estudios realizados acerca de los Ejercicios Espirituales[1]. Entre ellos, creemos que el jesuita Ignacio Iparraguirre[2], en su obra y estudio acerca de la historia y práctica de los Ejercicios, presenta y describe con precisión y claridad la esencia y finalidad propia de los mismos. Lo hace basándose en los mejores estudios existentes acerca de los mismos, y luego de él mismo al haber estudiado en profundidad y por muchos años, la naturaleza e historia de la práctica ignaciana. A continuación, presentamos, una selección de textos suyos, que nos darán luz y nos servirán a modo de marco de referencia en nuestro propósito de presentar lo más importante del método que ha sido de tanta utilidad para descubrir y hacer la voluntad de Dios en la Iglesia.

El mismo San Ignacio nos describe con toda precisión la índole de sus ejercicios, en las veinte anotaciones con que abre el libro. Se pueden compendiar en tres elementos sus diversas notas características: un proceso gradual y ordenado de las operaciones espirituales que tiende a desarraigar del alma todos los afectos desordenados, capacitándola para que sienta la divina voluntad y la practique; el efectuarse ese proceso durante un tiempo determinado en especial retiro, y finalmente, el que todo el trabajo no se realiza de modo uniforme y por decirlo así mecánico y pasivo, sino a través de un director que regula conforme a las normas del libro, la actividad vital del ejercitante. En otras palabras: oración metódica, retiro, dirección.

Los tres elementos existen por separado antes de San Ignacio, al menos en germen. Lo que se consideró como nuevo ya en su tiempo y lo que siempre se ha mostrado como realmente nuevo y fecundo, es su fusión original y armoniosa.

[…] El fin último de todo el proceso y también de la oración elevada -si Dios se digna comunicar al alma este inestimable don- será el buscar, hallar y ejecutar la divina voluntad en el completo servicio amoroso de Dios Nuestro Criador y Señor. Es ésta la contraseña más característica de la oración y espiritualidad ignacianas.

[…] Los ejercicios así entendidos pueden practicarse «fuera de ejercicios», es decir, entrelazados con las ocupaciones ordinarias de la vida. Pero cuando se habla de «hacer ejercicios» y de práctica de ejercicios ignacianos, se supone una concentración más intensa y refleja de la que exigen de por sí aquellas operaciones espirituales. Se añade otro elemento: cierto aislamiento de la vida ordinaria.

[…] San Ignacio, aceptando plenamente esta práctica inspirada en los santos que le precedieron, la universalizó, encauzó y regularizó en el librito de sus ejercicios. […] En sus páginas se proponen varias dosis de ejercicios, según sean las aptitudes, necesidades y posibilidades de las personas. Según esas dosis, es también el grado de soledad y apartamiento que se requiere. Pero donde se hagan completos y rigurosos, el aislamiento ha de ser total, de modo que el ejercitante fuera del paso a la iglesia para la misa y las vísperas (porque San Ignacio conserva este contacto con la piedad social litúrgica mediante las vísperas corales), en todo lo demás ha de separarse de amigos, conocidos, negocios y aun de la propia casa, concentrándose en sí mismo y no viendo ni tratando a poder ser otras personas que la del director o algún encargado suyo; más aún: ni siendo visto de ellas especialmente durante las elecciones. Parecidas son las precauciones cuanto al tiempo que ha de durar el retiro. Será mayor o menor según el género de ejercicios que se hagan y del aislamiento con que se practiquen, pero los ejercicios rigurosos y completos durarán generalmente, poco más o menos, un mes.

La tercera peculiaridad de los ejercicios ignacianos es que no solamente no se leen, ni propiamente se hacen según una pauta fija y mecánica, sino que entre el ejercitante y el libro se interpone una persona: el director, que indica, ordena y regula la materia de las operaciones.

Creemos que es éste el aspecto en que San Ignacio se muestra más innovador. De ningún modo queremos decir con esto que San Ignacio introdujo el director espiritual en la práctica de la oración. Los Padres del desierto hablan ya de él ensalzando su importancia. Insisten más todavía en la necesidad de la dirección espiritual los sistematizadores más modernos de la oración metódica, como -por no citar sino un caso cercano a San Ignacio- García de Cisneros en la práctica de su Ejercitatorio [de la vida espiritual]. Lo da a entender el libro mismo, lo confirman plenamente las Constituciones de Montserrat, según las cuales era el maestro de novicios primero y después el director espiritual quien había de dirigir a los monjes jóvenes por las tres vías graduadas del libro.

Pero en todos estos casos los consejos o los tratados se dirigen directamente al ejercitante, a quien se le expone directamente en forma completa todo el sistema espiritual.

San Ignacio, en cambio, procede de un modo muy diverso. No escribe un libro de lectura para el ejercitante, sino un manual práctico para el director de «sus» ejercicios. La razón de este modo de proceder lo indica el mismo Santo en las primeras anotaciones del libro de los ejercicios. El director es necesario para ver previamente qué partes convienen a uno y cuáles no, y regular según las disposiciones de los ejercitantes lo que ha de practicar cada uno y el modo con que lo ha de realizar. Porque dado la gran diversidad de personas y estados de alma no todo hará bien a todos por igual (Ex. 17).

Desde este punto de vista se comprende que el libro, tan esquemático y conciso, sea un auxiliar necesario para el director y en cambio que pueda resultar un grave escollo para el dirigido. Por eso San Ignacio, acertadamente, reserva el libro para el director.

Nótese con todo que en la idea del Santo aquel hombre que tiene delante del ejercitante es un director subordinado, el cual ha de seguir, no prevenir y mucho menos impedir la acción del director principal, que no es otro que el Espíritu Santo, Señor y Dueño absoluto del alma

[…] La combinación armónica de estas tres notas, la polarización de todos los ejercicios a ordenar los afectos hasta hallar y seguir en todo la voluntad divina mediante un trabajo activo y ordenado, el retiro y concentración interior con actos cuidadosamente graduados, la actuación directa e individual del director en todo el proceso, tenían que dar desde el principio a los ejercicios un aspecto y perfil nuevo.

Así sucedió en efecto; y el correr de los siglos no ha hecho sino confirmar esta primera impresión. Tal vez ningún historiador lo ha expresado con más fuerza y acierto que el papa Pío XI, reproduciendo en parte el juicio que años antes había escrito como monseñor Aquiles Ratti: «Habiendo Dios suscitado en su Iglesia muchos y muy santos varones, maestros conspicuos de la vida sobrenatural que dieron sabias normas y expusieron métodos ascéticos ora sacados de la divina revelación, ora de la propia experiencia, ya también del tesoro secular de la ascética cristiana, por singular providencia de Dios y por medio de su gran siervo de Dios Ignacio de Loyola nacieron los «Ejercicios espirituales», propiamente dichos: «Tesoro -como los llamaba aquel venerable varón de la ínclita Orden de San Benito, Luis Blosio, citado por San Alfonso María de Ligorio en la bellísima carta «Sobre los Ejercicios en la soledad»-tesoro que Dios ha manifestado a su Iglesia en estos últimos tiempos, por el cual se le deben rendir muchas acciones de gracias». Y poco después, insistiendo en el método: «Sabido es que entre todos los métodos de Ejercicios espirituales que muy laudablemente se fundan en los principios del tan recto ascetismo cristiano, uno entre todos ha obtenido siempre la primacía que adornado con plenas y repetidas aprobaciones de la Santa Sede y ensalzados con las alabanzas de los varones preclaros en santidad y ciencia del espíritu, ha conseguido grandes frutos de santidad en el espacio de casi cuatro siglos. Nos referimos al método introducido por San Ignacio de Loyola, al que cumple llamar especial y principal Maestro de los ejercicios espirituales, cuyo admirable libro de los ejercicios… sobresalió y se distinguió como código sapientísimo y completamente universal de normas para dirigir las almas por el camino de la salvación y de la perfección, como fuente inexhausta de piedad a la vez brillantísima y solidísima y como fortísimo estímulo y peritísimo maestro para procurar la reforma de las costumbres y alcanzar la cima de la vida espiritual». Y ciertamente: la excelencia de la doctrina espiritual, ajena por completo a los peligros y errores del falso misticismo; la admirable facilidad de acomodar estos Ejercicios a cualquiera situación y estado de los hombres… la unidad orgánica de sus partes; el orden claro y admirable con que se suceden las verdades que se meditan; los documentos espirituales finalmente, que, sacudidos el yugo de los pecados y desterradas las enfermedades que atacan a las costumbres, llevan al hombre por las sendas seguras de la abnegación y de la extirpación de los malos hábitos a las más elevadas cumbres de la oración y del amor divino sin duda alguna son tales estas cosas que muestran suficiente y sobradamente la naturaleza y fuerza eficaz del método ignaciano y recomiendan elocuentemente sus ejercicios»[3].

Iparraguirre continúa su explicación, precisando y describiendo el concepto de «Ejercicios Espirituales» en cuanto tal y afirma:

Antes de entrar directamente en materia, creemos necesario perfilar el concepto mismo de ejercicios espirituales. Porque dado el empuje arrollador del nuevo movimiento, bajo el nombre de «Ejercicios espirituales» se ha entendido una gama muy variada de operaciones espirituales, resultando de esta amplitud y vaguedad de conceptos, una no pequeña confusión en el modo de enfocar y comprender los ejercicios.

Y no encontramos para ello camino mejor que analizar directamente los diversos elementos que se suelen incluir en esta denominación general:

  1. Ante todo el mismo libro, concreto y determinado, pero notando que no es un libro de lectura, sino de táctica -como los que tratan del arte militar o de solfeo-, que en tanto sirven, en cuanto se pone en ejecución lo allí indicado y prescrito. El libro no es más que la semilla del frondoso árbol del método ignaciano. Se encuentran ya en él en germen los elementos vitales que fecundarán el alma, pero esta fecundación y transformación se realizará al ponerse el ejercitante bajo su bienhechor influjo.
  2. Una práctica o mejor la práctica que se deriva de poner en ejecución lo que en el libro se enseña. Se trata sólo de una aplicación concreta a las necesidades particulares del ejercitante de la doctrina general de los ejercicios. No pretenda por ello nadie haber agotado el contenido de este precioso licor. Las reservas quedan intactas y la misma persona en nuevas circunstancias, conforme vaya cambiando su disposición interior, irá percibiendo nuevas modalidades. Por tratarse de una adaptación personal en la que entran tantos factores -director, estado psicológico del alma, ambiente externo, capacidad personal…- es el aspecto en que caben oscilaciones mayores y una más profunda diversidad en el modo de asimilarlos. Pero, aunque consiga uno aprovecharse en gran escala, siempre quedará dentro de una aplicación parcial y particular realizada en un momento dado de la vida espiritual.
  3. Un método y sistema que regulariza y encanala esta práctica. Los ejercicios son algo mucho más perfecto y completo que una serie de prescripciones sueltas, por muy atinadas y psicológicas que se presupongan. En medio de esa variedad de reglas y observaciones, tan distintas entre sí, late un sistema, no expuesto como tal, en un plan teórico, como sucede en otros tratados espirituales, sino diluido en un mar de prescripciones determinadas y enderezado directamente a la práctica.

Pero el método existe y es de una perfección asombrosa, aunque no sea fácil a los ojos del profano dar con la trama interna y ordenadora. Este fondo fijo y objetivo, es lo que ha dado a los ejercicios su consistencia y solidez, tan características en ellos, y tan alabadas por los más altos representantes de la Iglesia y los más eminentes varones espirituales.

  1. Un cuerpo de doctrina espiritual, que, al igual que sucede con el método, aunque no se explana en el libro, se incluye en los numerosos consejos y preceptos diseminados en él. Esa doctrina va asimilándose lentamente en el ejercitante a través de las sistemáticas y graduales instrucciones del personal rumiar y reflexionar sobre ello. Es la luz que va iluminando su entendimiento y formando criterios claros y precisos sobre los diversos problemas de la vida espiritual. Es ese arsenal inmenso de enseñanzas espirituales desparramadas en todas las páginas del libro ignaciano, ese conjunto de normas sabias y profundas sobre los pasos fundamentales que ha de dar el alma en su marcha ascensional hacia Dios.

Gracias a esta base doctrinal se ha podido formar con los elementos de los ejercicios una escuela espiritual de tanta eficiencia como la escuela ignaciana. Esa doctrina elaborada en miles de tratados espirituales sigue iluminando a infinidad de almas en el camino de la santidad.

  1. Una espiritualidad, una vida, que brota de la asimilación y vivificación de los principios de doctrina ascético-mística incluidos en ellos, y que pletórica de savia va transformando los ideales, amores y criterios del que se somete a su tratamiento. Es el fruto de la asimilación personal de los ejercicios realizada según el método ignaciano, en la que al calor del ambiente allí sentido se ha ido obrando una transformación íntima y vital.

No es algo simplemente objetivo como el método en sí; ni algo exclusivamente subjetivo como su aplicación personal. Es una fusión de ambos elementos de la que brota esa nueva realidad íntima, tan difícil de definir, como fácil de percibir.

Esta vida es lo más delicado -la flor- y a la vez lo más sazonado de ellos -el fruto. Es como la síntesis trascendente y vital que cada alma elabora dentro de sí después del fecundo contacto con los ejercicios, y a la que vuelve continuamente porque es el alma de su alma, el alimento que sostiene su espíritu, la luz que guía su mente, la fuente más pura de energía interna.

Creemos que basta este desdoblamiento de la realidad contenida en los ejercicios, para darse cuenta de las riquezas y energías encerradas en ellos. No queremos con esto decir que se dieran siempre en todo su grado a los que se ponían a su contacto.

Los ejercicios son cada uno una medicina espiritual. Y como toda medicina, se aplicaba en muy diversas dosis, según la prescripción del director. A algunos sólo se les podía dar unos ligeros toques, mientras que otros estaban en disposición de seguir el tratamiento en toda su extensión. Pero la virtud curativa existía siempre[4].

 

Hasta aquí la explicación de Iparraguirre, la cual nos ha iluminado para reiterar la importancia y la esencia de los Ejercicios. Asimismo, O’Malley, precisa la relevancia y trascendencia de los mismos cuando afirma:

[Los Ejercicios] encierran, como en un pequeño frasco, la esencia de las propias transformaciones espirituales de Ignacio y la presentan en una forma que ayude a dirigir a otros a cambios análogos de visión y motivación. Ignacio usaba los Ejercicios como el medio principal para motivar a sus primeros discípulos, y los prescribía como una experiencia para todos los que más tarde quisieran entrar en la Compañía. Aunque en modo alguno estaban concebidos exclusivamente para los jesuitas, los Ejercicios quedaron como el documento que decía a los jesuitas, al más profundo nivel, lo que eran y lo que debían ser. Más aun, los Ejercicios configuraban el modelo y los fines de todos los ministerios en los que estaba comprometida la Compañía, aunque no siempre se reconociera de modo explícito obrando así. No se puede entender a los jesuitas sin alguna referencia a este libro[5].

En la misma línea de reflexión, Juan Alfonso de Polanco, fiel secretario de Ignacio de Loyola, señala a los Ejercicios Espirituales como el medio más importante que tiene la Compañía de Jesús para lograr el fin para el cual fue instituída. Polanco redactó un valioso y completo Directorio de los Ejercicios, que fue precursor del futuro Directorio Oficial[6]. En su obra, encontramos en la introducción, un precioso texto en el cual enumera las maravillas, bondades y abundantes frutos de del método de dar modo y orden:

Entre los medios que, ya desde sus comienzos, con el más espléndido fruto, ha usado nuestra Compañía para el fin de nuestro Instituto (a saber, la gloria de Dios y el provecho de las almas), los Ejercicios espirituales ocupan ciertamente el primer lugar. Pues, aunque el ministerio de los sacramentos de la Penitencia y santísima Eucaristía, la predicación de la palabra de Dios, la instrucción de los rudos y los niños en el catecismo, la enseñanza de la juventud en las letras y la piedad, y otras funciones de caridad estén, con la ayuda de la gracia de Dios, muy claramente patentes, sin embargo por medio de estos Ejercicios espirituales, que contienen como un epílogo de los otros medios y penetran más profundamente hasta casi los íntimos recovecos del alma y sus potencias, y disponen del modo más eficaz los ánimos para recibir la gracia, se ha acarreado en los graneros del Señor un fruto más copioso, sólido y constante, y los operarios, que por otros medios lo recogían, han sido llamados y enviados al cultivo de la viña del Señor. Testigo es nuestro Padre Ignacio de feliz memoria, quien instruido e ilustrado por el Señor mediante estos Ejercicios, muchísimo aprovechó al principio de su conversión; testigos asimismo los primeros Padres, que por los mismos recibieron no sólo el espíritu del Señor, sino también el beneficio de la vocación; testigos también, casi todos los demás entre los Nuestros, que han imitado a estos primeros Padres, los cuales por medio de ellos han sido guiados por la divina Providencia a abrazar el desprecio de este mundo, el amor de las cosas eternas y el mismo Instituto; testigos los hombres seglares de todos los estados y de uno y otro sexo, y aun eclesiásticos, que ayudados en el conocimiento de Dios y de sí propios por los Nuestros mediante estos mismos, llegaron a insigne cambio y reforma de vida, totalmente digna de admiración para los demás; testigos también los religiosos, varones y mujeres de diversas órdenes, a quienes ni la predicación pública, ni la exhortación familiar, ni el temor de las penas, ni la autoridad de nadie les había ayudado a recogerse en la observancia de su Instituto, y no obstante, cultivados con estos mismos Ejercicios, fueron conducidos espontáneamente, y por cierto, con gran afecto del ánimo, a la vida espiritual conveniente a su vocación y profesión religiosa.

[…] Suelen algunos admirar, no sin razón, de dónde provenga el que, en los Ejercicios, en tan breve tiempo, se observe un provecho espiritual tan insólito, y tal cambio de vida y costumbres y en cierto modo de todo el hombre en otro. Aunque, de hecho, si se considera la cosa más atentamente, no es difícil entender de dónde provenga tan copioso éxito de la gracia de Dios (de quien proviene toda óptima dádiva y todo don perfecto). Pues esto deben pensar en primer lugar acerca de Dios quienes juzgan alta y piadosísimamente (según es razonable) de su bondad; que no está el sol tan dispuesto para iluminar, o las otras causas segundas para producir sus naturales efectos, como El mismo, sol de toda sabiduría y justicia, ciertamente libérrimo, pero por su naturaleza, que es bondad, efusivo en grado sumo, esté pronto para ilustrar y perfeccionar las mentes de los hombres con los rayos de su gracia. Más aún, que de por sí está más dispuesto, dentro de los límites y capacidad de su creatura, a conceder mayores dones más que menores, según conviene a su divina majestad y, magnificencia. Pero el que los hombres no reciban la gracia o la reciban menor, es debido a que, o bien tienden la nube de sus pecados ante los rayos de la divina bondad, o a que inclinados a las cosas terrenas y viles, no dirigen su entendimiento ni su afecto a percibir el influjo de los dones divinos, o sin duda a que con poca diligencia, y como haciendo otra cosa, se disponen a recibir los dones divinos, y no impetran gracia alguna o por lo menos no mucha del, en efecto, liberalísimo aunque justísimo dador.

Pero para que por nuestra parte nos dispongamos bien, con el auxilio divino, a recibir grandes dones, parece hay que hacer principalmente tres cosas. Lo primero es que con ánimo generoso y digno de la adopción de nuestro eterno Padre, deseemos grandes dones, y con la recta intención de agradar a Dios. 2.a Que tratemos de obte­nerlos por los medios convenientes y ordenados por la divina providencia. 3.a Que nosotros mismos, poniendo nuestro empeño esforzadamente y haciendo lo que está de nuestra parte, cooperemos, según conviene, con la misma divina providencia para conseguirlos. Ahora bien, en estos Ejercicios espirituales, si se hace lo que debe hacerse, se observan excelentemente estas tres cosas.

[…]  De ahí aquel insólito y admirable cambio de la diestra del Excelso, que se advierte en los que se ejercitan, de modo que en un solo mes se consiga mayor ilustración acerca del estado de su vida, y más profundo conocimiento de sí y de Dios, y más puro y ferviente amor de Dios y de las cosas eternas, y en todos los dones internos mayor y más sólido provecho, que antes en muchos años había alcanzado obrando de forma más remisa y disponiéndose menos. Y, transformado así el corazón por la obra de Dios, ¿qué hay de admirable en observar un cambio en todo lo exterior?»[7].

Con estas palabras, Polanco describe magistralmente el enorme potencial de conversión que encierran los Ejercicios, y los excepcionales frutos que pueden obtener quienes los hagan con grandes deseos y generosidad. Por su parte, en su introducción, el Directorio Oficial se expresa en términos similares:

 […] Ésta es la razón por la cual nuestro mismo P. Ignacio solía recomendar a los nuestros tan encarecidamente de palabra, como se refiere, y más por obra, el uso de estos Ejercicios; y por lo que también en las Constituciones tan a menudo hace mención de ellos, sobre todo en la parte IV, cap.VIII, § 5, donde se dice[8] que todos deben esforzarse por alcanzar destreza en el manejo de esta clase de armas espirituales, pues se ve que tanto vale para el servicio de Dios. Se conserva además una carta suya a un sacerdote, por nombre Miona que en París había sido su confesor, en la que bastante claramente descubre qué sentía acerca de estos Ejercicios[9]. Pues le advierte y aun le ruega con instancia que los haga diligentemente; y si los hiciere, le promete gran provecho espiritual ya para sí mismo, ya para ayudar a otros muchísimos, y esto con palabras muy graves y significativas.

Esto mismo lo han atestiguado otros muchísimos y por cierto hombres insignes por su doctrina, virtud, experiencia de la vida y sobre todo también por el conocimiento de la vida espiritual; los cuales, después de haber experimentado en la realidad estos Ejercicios, los aprobaron hasta el punto de publicar gustosamente de palabra y por escrito que con su práctica habían alcanzado para sus almas mayor fruto que el que se habían atrevido a esperar.

Pero ante todo está la autoridad de la Sede Apostólica, que, tras diligente examen de varones doctos, el año 1548 aprobó estos Ejercicios «como llenos de piedad y santidad (son palabras textuales) y muy útiles para la edificación y provecho espiritual de los fieles»[10].

Finalmente está también la experiencia misma de la enorme y casi increíble utilidad que suele seguirse de hacer estos Ejercicios. Pues, en primer lugar, muchísimos de los Nuestros, sobre todo en los primeros tiempos, recibieron de este modo el espíritu de la vocación, de suerte que se puede decir con verdad que por este medio principalmente nuestra Compañía al principio se formó y después recibió su incremento. Además otros muchísimos, abandonando el mundo, han entrado en otras órdenes religiosas; muchos, ya religiosos, se han reformado egregiamente; y no sólo individuos aislados, sino muchas veces monasterios enteros. No pocos también que en el siglo vivían tan dados a los vicios, que ni con exhortaciones ni con sermones podían ser arrancados de ellos, por sólo este medio se convirtieron y se resolvieron a llevar constantemente una vida mejor. Finalmente es innegable que se ha obtenido un fruto grandísimo en todas las clases, estados y condiciones humanas; y donde está más en vigor la práctica de los Ejercicios, la reforma de las costumbres se ve que es mucho mayor.

Y nadie tiene que maravillarse de que se obtengan frutos tan grandes, y por cierto en un tiempo no muy largo, y aun añado, con un esfuerzo no tan grande. Porque siendo la voluntad de Dios nuestra santificación, como dice el Apóstol[11] y estando por eso aquella inmensa Bondad siempre dispuesta a derramar sus dones sobre su criatura, sin duda, si ésta no pusiese impedimento, sino que más bien se dispusiese, fácilmente y en poco tiempo alcanzaría de Dios grandes gracias. Esto hacen, pues, estos Ejercicios, y por cierto con gran eficacia, que disponen al alma para recibir estos dones.

[…] Siendo, pues, tan grandes las ventajas, y tan grandes los frutos de estos Ejercicios, luego se echa de ver cuán recomendado debe estar su uso a todos los Nuestros; sobre todo si añadimos lo que con humildad podemos y ciertamente debemos reconocer, que todo esto, a saber, esta peculiar instrucción y manera de meditar, y estos peculiares documentos tan útiles y tan sólidos, son un don y encargo que Dios ha concedido a nuestra Compañía. Por lo cual, habiéndonoslo Dios dado, y dado para que nos sirvamos de él, es indudable que esto mismo nos debe excitar a todos para que lo empleemos con más avidez y no tengamos inútilmente semejante tesoro escondido y medio enterrado[12].

 

Agosto de 2023

[1] Cf. Gei, Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, Vol. I (A-G), 685-707. Cf. también: A. Oraá, Ejercicios Espirituales, 1424-1446; I. Iparraguirre, «Bibliografía de Ejercicios Ignacianos», 156-161; I. Iparraguirre, «Dirección de una tanda de Ejercicios. Guía del director de Ejercicios», 19622, 13-19; Gei, «Bibliografía Ignaciana 2002», 1-10; J.E. González Magaña, Del escándalo a la santidad. La juventud de Ignacio de Loyola, Bibliografía, 653-732; J.C. Coupeau, «Espiritualidad ignaciana. Guía para investigadores», 73-129; Ibid. «Bibliografía Ignaciana», 1-10; J.W. O’Malley, Los primeros jesuitas, 55-71, 163-170; R. García-Villoslada, San Ignacio de Loyola. Nueva Biografía, 205-233; I. Casanovas, Comentario y explanación de los Ejercicios Espirituales, T.1 28-148; J. De Guibert, La spiritualità della Compagnia di Gesù, 71-93, 385-397.

[2] El P. Ignacio Iparraguirre, S. J. fue un histórico jesuita español. Nació en Bilbao en 1911 y falleció en Roma en 1973. Estudió en la Universidad Gregoriana, y se dedicó en particular al estudio y profundización de la Historia de la práctica de los Ejercicios Espirituales. Es autor de numerosos artículos y libros acerca de la esencia y el modo de dar los mismos. En Roma fundó el Centro de Espiritualidad Ignaciana y también la Federación Italiana de los Ejercicios Espirituales.

[3] Encíclica Mens Nostra de Pío XI (20 de diciembre de 1929). Usamos el texto castellano editado en Manresa, 6 (1930)10-11; 16-18.

[4] Iparraguirre, «Bibliografía de Ejercicios Ignacianos», 156-161.

[5] J.W. O’Malley, Los primeros jesuitas, 21.

[6] Cf. M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 136.

[7] Cf. M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 136 y ss.

[8] Constituciones 408: «En dar los Ejercicios Espirituales a otros, después de haberlos en si probado, se tome uso, y cada uno sepa dar razón de ellos, y ayudarse de esta arma, pues se ve que Dios nuestro Señor la hace tan eficaz para su servicio».

[9] Carta escrita desde Venecia el 16 noviembre 1536. Véase en Obras comple­tas de S. Ignacio, BAC, carta n. 7.

[10]Paulo III en el Breve Pastoralis officii de 31 julio 1548. Véase en C.H. Marin, Spiritualia Exercitia Secundum Romanorum Pontificum Documenta, 10-15.

[11] 1Tes 4,3.

[12] M. Lop Sebastià, Los Directorios de Ejercicios, 319-321.

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