Este año en Cerocahui: gracia en la desgracia

Jun 22, 2023 | Noticias

Por Esteban de Jesús Cornejo Sánchez, S.J.

Las Bienaventuranzas son una paradoja, un misterio, trastocan las razones y la lógica. Nos llevan al límite de lo esperado y de lo imposible. Sin embargo, la esperanza de lo imposible forma parte de la experiencia cristiana de nuestra fe, que lo digan las experiencias de los signos que hizo Jesús, su Encarnación, su Resurrección. Esta experiencia de lo imposible se ha dejado sentir en la muerte violenta y en la pascua de Javier y Joaquín. A un año de su muerte podemos afirmar que Dios nos ha permitido sentir la gracia de dolernos, llorar, sentir la vida amenazada y al mismo tiempo la esperanza de que todo esto abra camino a la paz y la justicia. Se puede decir que hemos experimentado la gracia de llorar y ser consolados.

 

Las muertes violentas de Joaquín y Gallo, junto con las de Pedro y Paul, nos pusieron del otro lado. Siempre estábamos siendo aquellos que consolaban y escuchaban a los que lloraban por la muerte o desaparición de algún familiar. De repente, nos vimos arrojados al otro lado y éramos parte de los que lloran la sinrazón de la violencia. Lloramos… lloramos juntos los jesuitas y el pueblo que tanto amó a sus amigos. Nos vimos en esa situación que pedimos en ejercicios: ser puestos con el Hijo puesto en Cruz. Experimentamos la vida que se transgrede, el sueño que se altera, la ansiedad de la noche y el no poder salir tranquilo a la calle. De repente un estruendo de balas y una carga abrumada de acontecimientos posteriores desestabilizaron nuestro mundo hasta entonces conocido. De nuestras noches y nuestras lágrimas Dios fue formando un corazón más humano.

Y así como llegaron las lágrimas ante la muerte, y ante la desesperación de no encontrar sus cuerpos, nos vimos de repente consolados por tantas personas. Los jesuitas pudimos experimentar es real: fuimos consolados en el dolor y el llanto. Pero para llegar a recibir consuelo tuvimos que apretar los dientes de impotencia, abrazar el dolor que es muy nuestro, mirar como el miedo se metía en nuestros huesos como el frío del más crudo invierno. Tuvimos que cerrar las puertas con cerrojos, sospechar de los que llevaban noticias de nosotros, cuidar lo que decíamos y callar por temor ante las amenazas. Abrazamos la suerte de tantos y tantas que han pasado por crisol de esta experiencia. De repente, llegaron mensajes y llegaron personas a Cerocahui. Junto con esos mensajes y esas presencias llegó el consuelo en forma de abrazo y palabra, estábamos siendo consolados. Dios nos ha regalado la gracia de no ser solamente aquellos que siempre consuelan, ahora lloramos y estamos siendo consolados.

 

Hermanos jesuitas, muchas gracias por estar presentes este año acompañando a quienes estamos en la Tarahumara. El Dios de la historia que se hizo víctima, y sabemos que se solidariza con la humanidad hasta el fondo con un dinamismo único: desde dentro y desde abajo. Cuando somos capaces de llorar, realmente llorar el dolor de la violencia sucede esta gracia no buscada: ser consolados por el Pueblo donde Dios se manifiesta porque Dios es mediación. Eso nos recuerda de que no somos una estirpe elegida y de élite, sino que somos parte del Pueblo de Dios que sufre y que es consolado.

Aunque sentimos lo que muchos han experimentado, también es cierto que nuestra suerte fue distinta a la de muchos y muchas, porque se nos entregaron los cuerpos casi inmediatamente y pudimos darles una despedida en nuestro templo de Cerochaui. Se nos concedió seguridad inmediata y las medidas cautelares por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También constatamos que el acceso a la seguridad no es el mismo para todos. Además, seguimos reconociendo que este acto quedó impune con la muerte del perpetrador y se siente todavía más lejana la justicia. Estamos expuestos y la gente es más vulnerable que nosotros, por esa razón queremos estar acá donde Dios nos confirma a estar. Estar en la Sierra es también para defender la vida de las demás personas que sigue estando amenazada, en sentido amplio.

 

Este 19 y 20 de junio se hizo presente mucha gente, sobre todo rarámuris, en la celebración y velación. La caravana fue un signo fuerte de la presencia de los jesuitas. Las campanadas del 20 a las 3 de la tarde fue un hecho insólito en el que se siente la respuesta eclesial y solidaria. La velación fue una confirmación de que los pueblos indígenas tienen mucho que ofrecer a la cultura occidental para construir comunidad, para fortalecer los vínculos y la identidad. Presiento que el siguiente aniversario de Cerocahui causará menos fervor, pero tengo la certeza para los pueblos rarámuris será todo lo contrario, un día especial para alimentar y dar fuerza a nuestros padres. Dios nos conceda esa mirada y esa manera de resistir a lo superfluo.

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