La devoción de San Pedro Fabro a los Ángeles y a los Santos

Abr 13, 2023 | Noticias

Por Jaime Emilio González Magaña, S.J.

 

Los datos del estado actual de Compañía de Jesús corroboran que compartimos con la Iglesia, momentos y situaciones de incertidumbre y confusión. Asimismo, se percibe poca claridad en lo que podría ser nuestro futuro y, ante esto, la figura de San Pedro Fabro nos debe iluminar en lo que podría ser nuestro testimonio personal si queremos ser fieles al auténtico carisma comunicado por Ignacio, los primeros compañeros y los jesuitas de la primera generación. San Pedro Fabro, fue un apóstol que aprendió a ganar amigos para Dios. Se hacía familiar a ellos con su conversación franca y sincera, y después los animaba a vivir los Ejercicios Espirituales, ministerio del que llegó a ser un verdadero maestro. No hizo otra cosa sino compartir su experiencia personal de búsqueda de la voluntad de Dios y después, su pasión por transmitir a sus amigos los dones y gracias recibidos. Repetía lo que había hecho con él Ignacio de Loyola quien primero supo ganar su amistad y, más tarde, se convirtió en su maestro espiritual. A través de muchos ratos de conversación espiritual en el Colegio de Santa Bárbara, en la Universidad de París, Ignacio fue testigo privilegiado del camino de Pedro Fabro hacia la conversión a Dios, a sí mismo y al servicio de los demás. Su testimonio es evidente:

 

Bendita sea para siempre jamás tal dicha así ordenada de la suma providencia para mi bien y salvación; porque después de ordenado por mano suya que yo hubiese de enseñar al santo hombre, siguió la conversación suya exterior y después el vivir juntos y ser uno de los dos en la cámara, uno en la mesa, y uno en la bolsa. Y finalmente vino él a ser mi maestro en las cosas espirituales, dándome modo para subir al conocimiento de la divina voluntad y de mí mismo y así llegamos a ser una misma cosa en deseos y voluntad y propósito firme de querer tomar esta vida que ahora llevamos los que somos o alguna vez serán de esta Compañía, de la cual yo no soy digno”[1].

 

El 27 de febrero próximo pasado, el padre César Bertolacci, de la Congregación Miles Christi, a quien he mencionado los meses anteriores defendió brillantemente su Disertación para obtener el Doctorado en Teología, con especialidad en Espiritualidad. Entre otros puntos centrales de su investigación, el padre Bertolacci, afrontó la posibilidad de proponer a Pedro Fabro como Co-Patrono o segundo Patrono de los Ejercicios Espirituales. Para ello, profundizó el modo como Pedro Fabro, siendo fiel a las enseñanzas de la Iglesia y de nuestra fe invocaba con frecuencia a los santos, con devoción y constancia, buscando tener muchos abogados e intercesores en el cielo. Presento ahora una parte de su trabajo.

 

1. Pedro Fabro pedía oraciones a otras personas. Su devoción a los Ángeles y a los Santos. Invocaba con predilección su intercesión

 

Pedro Fabro pedía con frecuencia y con insistencia, a San Ignacio y a los otros compañeros suyos, oraciones de intercesión por aquellos a los cuales estaba tratando de ayudar a crecer espiritualmente -fuese mediante conversaciones espirituales, confesiones, Ejercicios Espirituales u otros ministerios apostólicos-. Apreciaba de modo singular estas oraciones porque veía la necesidad y la conveniencia. Por lo mismo, era algo en lo cual se ejercitaba, destacándose en ello. Esto mismo que hemos dicho acerca de sus frecuentes pedidos de oraciones a otras personas, se aplica también a sus pedidos de intercesión a los ángeles y santos, a quienes invocaba con asiduidad y frecuencia. En lo profundo de su corazón ardía un deseo y petición en particular: que Dios le diera muchos abogados en la tierra y en el cielo[2]. Él mismo nos confió los motivos que lo movían a ello: «para que, multiplicados los medianeros, más fácil y más eficazmente se nos aplique todo y más por Cristo nos aproveche»[3]. En el contexto de las características propias de todo buen director de Ejercicios, desarrolla una de ellas que consiste, justamente, en que invoque la ayuda de Dios, los Santos protectores y los ángeles (antes, durante y luego de los Ejercicios). Y también que pida oraciones a otras personas, para que encomienden a los que están ejercitándose. Agregamos aquí una serie de textos selectos que no hemos mencionado allí, y que son también importantes para el tema que estamos afrontando en este momento de nuestro trabajo e investigación. Algunos escritos pertenecen a sus cartas, otros, en cambio, a su diario espiritual: el Memorial.

 

En una carta que le escribe a San Ignacio a fines de 1540, desde la ciudad de Worms, en Alemania, le comenta que está haciendo mucho fruto espiritual en personas importantes que estaban allí presentes con motivo de la Dieta de Worms, engendrando allí nuevos hijos espirituales, y, también, predicando los Ejercicios a algunos de ellos. Por este motivo le solicita explícita y encarecidamente que los encomiende en sus oraciones, así como él mismo, a su vez, encomienda a las personas a las cuales Ignacio está tratando de ayudar:

 

Yo estas fiestas harto he tenido que hacer en confesiones y comuniones, habiendo aquistado sin trabajo mío diversos hijos espirituales, como de casa de Monseñor de Granvela y de su hijo el Obispo Atrebatense, de Monseñor de Laguila, etc. Todos os ruego los tengáis encomendados generalmente en vuestras oraciones, que yo de mi parte ruego a Dios Nuestro Señor por todos cuantos podéis tener por allá. Otros hijos míos, etiam os encomiendo, id est, que se confiesan conmigo, como es Monseñor Rmo. Mutinense, que es Legado en esta Germania y Obispo de Módena [Card. Juan Morón]… Otro es el Dr. Moscoso [futuro Obispo de Pamplona y más delante de Zamora], el cual conocéis; así mismo siempre os replico las enconmiendas del Dr. Ortiz y el Escoto [Dr. Roberto Wauchope de Escocia o también conocido como Dr. Escoto, casi ciego, Obispo de Armagh, Irlanda], juntamente con el Mtro. del Sacro Palacio [Fr. Tomás Badía, OP, futuro Cardenal]. Con uno decano de esta ciudad estoy concertado para mañana dar principio a los ejercicios, el cual es estado mucho tiempo Vicario general de aquí y también Inquisidor de la Fe [Decano de San Martín][4].

 

Más adelante, estando en la ciudad de Espira, Pedro Fabro se comunica nuevamente con Ignacio, el 5 de febrero de 1541. En su escrito le expresa sus deseos que encomiende con frecuencia a tres hijos espirituales suyos, y también a otras personas a quienes asiste espiritualmente:

 

No me quiero alargar al presente en contar las personas ni nombrar, de las cuales yo tengo prendas para hacer mucho fruto, ni tampoco cuantos me promete el Doctor. Particularmente tamen querría que en vuestras oraciones a tres tuviésedes muy encomendados. El uno es un D. Hernando de la Cerda, hijo del Duque de Medinaceli; el segundo es un Doctor, por nombre Joannes Cochleus, doctor en Theología; el tercero es uno quien llaman el Capitán Braccamonte; esto os ruego lo hagáis muy a menudo, sin olvidar a los otros, que se os encomiendan, como es el Dr. Ortiz, el cual siempre ha estado bueno, así como yo y toda la familia. Fr. Alonso de Herrera quiere también que siempre lo encomiende a Iñigo y todos los demás[5].

 

Asimismo, conservamos un precioso escrito suyo que muy probablemente era una instrucción para sus hijos espirituales. Es un texto relevante, una ventana en el mundo interior de nuestro santo. Podemos suponer que explicaría y aconsejaría habitualmente estas materias a sus hijos espirituales y personas con las cuales conversaba espiritualmente. El título de este escrito es el siguiente: «Diez capítulos que de una manera especial se pueden recomendar para la reformación de cada uno»[6]. En el capítulo quinto, en particular, nuestro santo pide que sea frecuente la invocación de la intercesión de los santos, para que, multiplicados los medianeros, más fácil y más eficazmente se nos aplique todo y más nos aprovechemos. Transcribimos a continuación la parte del texto al cual hacemos referencia:

 

Capítulo quinto. […] Ordénate también otros dos tratados de lugares comunes de los cuales puedas sacar muchos argumentos de devoción espiritual. Y sea el primero del proceso sucinto y bien ordenado de la vida de Cristo, empezando desde su Encarnación hasta su vuelta al Padre, etc. El segundo tratado lo harás y ordenarás conforme al orden de las letanías, que usa la Iglesia Católica, de modo que resulte un buen método de invocar (á los Santos), comenzando de la Santa Trinidad hasta llegar á las vírgenes, viudas y que guardaron continencia, y de manera que de cada clase escojas para ti algunos peculiares santos y santas. Estos tres tratados, es decir, el librito de que se dijo en el capítulo anterior, y los dos de este capítulo, serán para esto, es á saber, para que en el primero se hallen los lugares comunes á que se reduce todo lo que hemos de obrar; en el segundo, los méritos de Cristo, de los que principalísimamente reciben su valor, y valor completo, las obras; y en el tercero, la invocación de la intercesión de los santos, para que, multiplicados los medianeros, más fácil y más eficazmente se nos aplique todo y más por Cristo nos aproveche[7].

 

En 1542, el 30 de agosto, al contestar una carta al P. Diego Laínez, nuestro santo le abre su alma a su querido amigo. Le pide que lo encomiende en sus tantas necesidades, y, que, a su vez, él ruegue a personas virtuosas y de oración que intercedan por ellos. También lo exhorta a que se una a su acción de gracias, así como él también lo hace por toda la Compañía:

 

También deseo siempre os acordéis de nuestras necesidades que hay por acá, cuando topárades personas obedientes y poderosas en el orar. Mis particulares necesidades, aunque no las podréis olvidar fácilmente, ni dejar de acordaros de mis enfermedades que yo tuve en Parma, y no solamente de las enfermedades, mas etiam de mis muertes; por tanto, os pido, olvidando lo que no edifica, que no me olvidéis, dando etiam gracias á Cristo Nuestro Señor, el cual por su infinita piedad ha sacado tanta salud de esos mis males […][8].

 

Asimismo, en una carta a Ignacio le comunica que está partiendo de Alemania y se encomienda en modo especial a sus oraciones, pidiendo por él a Cristo, a la Virgen, a la intercesión de los santos del cielo, y a todas las personas que aún viven:

 

En acabándose esta dieta, yo con Millian me pienso partir camino derecho para Portugal, y no sé dónde estaré en el punto que las presentes llegarán á vuestras manos; por tanto, os ruego que nos encomendéis á Cristo Nuestro Señor, y á su Madre nuestra Señora bendita, y á todos los Santos del cielo, y á los que pudiéredes en la tierra encomendadnos, y ofrecednos á Su Divina Majestad como á muertos vivos. A Colonia así mismo os ruego y á toda Germania tengáis por encomendada, para lo cual os ruego á cada uno, que deseáis muy de veras de parir espiritualmente algunos instrumentos […][9].

 

En un hermoso manuscrito que Pedro Fabro hizo llegar a los Estudiantes de la Compañía en el Colegio de Coimbra, con fecha del 20 de marzo de 1545, podemos conocer más acerca de la vida espiritual y la interioridad de nuestro santo. Les manifiesta su pena y dolor dado que no podrá ir a despedirse de ellos como él hubiera querido y como ellos así lo esperaban, dado que debe partir para España. Para remediar este hecho, les escribe desde lo más profundo de su corazón, dándoles sapientísimos consejos que afloran de un alma sin duda espiritualmente elevada. Nuestro santo manifiesta con gran humildad a sus queridos estudiantes que en realidad es él el necesitado, y les suplica con renovada insistencia que lo encomienden a la intercesión de Cristo, su Madre y de todos los Santos:

 

[…] Cuanto á lo que me preguntáis, hermanos carísimos, no he tenido aún tiempo de ocuparme en responderos. Ojalá que no hubiera perdido tantas horas como eran necesarias para este negocio; por eso mía es la culpa, y así os pido que roguéis á Dios por mí, que sé desaprovechar las horas buenas y no sé hallar hora para las buenas obras. Otra vez, pues, os pido que roguéis por mí al Señor, para que Su Divina Majestad me dé gracia para que no pierda el tiempo, sino que pueda, sepa y quiera ordenar todos los momentos de mi vida conforme á su santísima voluntad. Esto digo así, porque deseo que cada uno de vosotros y de cuantos en adelante verán esta petición, pidan á Cristo Nuestro Señor, á su Madre y á todos los santos esta gracia para mí, pues es la mayor necesidad que en mi alma siento. Insisto, por lo tanto (y será la tercera vez que os represento mi miseria), que seáis todos en ayudarme de todos los modos arriba dichos y otros cualesquiera[10].

 

El 12 de marzo de 1546, en un intercambio epistolar con el P. Gerardo Hamont -Prior de la Cartuja de Colonia-, Pedro Fabro le solicita y suplica a él también oraciones. Le pide que él mismo lo encomiende y que también lo hagan sus religiosos cartujos. Además, también que lo hagan dos vírgenes acerca de las cuales el mismo P. Gerardo le había contado anteriormente en una carta a nuestro santo. Llama a todos los que lo encomiendan «cooperadores de mi salvación», «abogados míos delante de Dios», y también «procuradores espirituales». Las intenciones que le manda pedir a las dos vírgenes son una ventana abierta al alma de San Pedro, que pide para él lo que llama las siete obras de misericordia, en las cuales se manifiestan con claridad sus deseos, necesidades y sus preocupaciones. Entre estos deseos profundos de su alma está una ardiente petición, a saber, que Dios le dé muchos abogados en la tierra y en el cielo.

 

[…] Por ellos recibirá Mtro. Francisco otras cartas mías, en las que leerá la mención que hago de vosotros y de aquellos que bien nos quieren en Colonia, para que sepa que es deudor él también, y para que me ayude á mí á no ser ingrato, pues tan sin motivo de mi parte todos me quieren y me hacen bien. En verdad que algunas veces me espanta esta benignidad y gracia, que Dios usa conmigo, misérrimo pecador, que sin méritos míos cada día se me ofrezcan tantos á ser cooperadores de mi salvación, abogados míos delante de mi Dios y mis procuradores espirituales. De aquí nace (como de fuente de suma piedad) la oración tuya y de los tuyos tan continua por esta misma salvación mía; por la cual á Dios, Nuestro común Señor, bendigo y suplico no permita que jamás se cansen vuestras manos.

De nuestras cosas no hay para qué te escriba en particular; pues de ellas he escrito á Mtro. Pedro Canisio más de cuatro cartas. Escribe, Padre mío, te suplico, á aquellas dos vírgenes, de que haces mención en tu carta, que tengan memoria de mí en sus corazones y oren por el aprovechamiento y aumento espiritual de mi alma; que pidan á Dios que obre en mí las siete obras de misericordia; primera, que me enseñe el modo de servir á Cristo mi Señor; segunda, que me corrija y enmiende, ya que ningunos tengo correctores humanos ó muy pocos; que me dé lo que es bueno, es decir, conforme á sus juicios en lo que tengo que hacer; cuarta, que me consuele en las varias angustias que por mí mismo, ó por causa mía, me acosan y atormentan; quinta, porque sigo siendo imperfecto delante de él y delante de los hombres, que me sufra y me soporte; sexta, que me perdone mis pecados; séptima, en fin, que me dé muchos abogados en la tierra y en el cielo. Esta es mi petición, que encomiendo á aquellas vírgenes[11].

En su Memorial, el hijo espiritual del fundador de la Compañía de Jesús nos confió una vivencia interior suya de suma importancia para el tema que estamos tratando. Allí manifiesta su firme determinación de encomendarse a los ángeles, arcángeles y santos de todo lugar en donde él estuviera y por donde él pasara. Se propuso tomarlos por abogados y nunca olvidarse de ellos, implorando la intercesión de ellos por él mismo, y por los vivos y difuntos de esa zona. Asimismo, quería hacer extensivo esta intención y deseo a cualquier parte del mundo donde estuviera:

Este mismo año, al entrar en España, tuve gran devoción y sentimientos espirituales para invocar a los principados, arcángeles, ángeles custodios y santos de España. Sentí afecto especial hacia san Narciso de Gerona, santa Eulalia de Barcelona, nuestra Señora de Montserrat, nuestra Señora del Pilar, Santiago, san Isidoro, san Ildefonso, los santos mártires Justo y Pastor, nuestra Señora de Guadalupe, santa Engracia de Zaragoza etc. A todos suplicaba quisieran bendecir mi venida a España y que me ayudasen, con su intercesión, para que pudiera hacer algún buen fruto espiritual. Como así sucedió, más por su intercesión, que por mi diligencia. Me propuse hacer esto mismo en cualquier reino o principado, es decir, encomendarme a los principados angélicos, arcángeles, ángeles custodios y a los santos que comprendiese que eran honrados en tal Provincia o Señorío. De aquí me confirmé más en la devoción a algunos santos muy venerados en Italia y que recuerdo más expresamente en mi breviario romano, y a otros que he visto que son honrados en Alemania […]. Me fijé en este tiempo en otros muchos santos que tomé como abogados y prometí nunca olvidarme de ellos, antes invocar su ayuda para mí, para los vivos y difuntos, especialmente para aquellos que viven o murieron en aquellos lugares donde tales santos fallecieron o vivieron, sea en Europa, África, Asia o en islas remotas. Sentí mucha devoción y consolación para seguir con esas devociones y alargarme en ellas, invocando, a veces, también a los apóstoles y otros santos que fructificaron en distintas partes del mundo, para que tuvieran cuidado especial de nuestra Compañía y de todos los moradores en tales regiones o provincias donde ellos ejercieron su caridad.

Así suelo hacer cada vez que quiero orar de manera especial por algún lugar o reino. Invoco a los santos y ángeles que tienen o tuvieron especial cuidado de las almas vivas o difuntas de tales lugares[12].

 

En otra ocasión, el día de la memoria de San Lorenzo, hace su meditación y tiene varias mociones en su alma. Él mismo afirma con gran fe que siente que nuestro Señor nunca dejará de ayudarlo a él y a la Compañía por medio de sus santos. Es tan firme y profunda su confianza en la intercesión de los santos que llega a sostener que una persona con la ayuda de un santo puede hacer mucho más que con el favor de hasta un Emperador. Él nos dejó este testimonio en su Memorial, el 10 de agosto de 1542:

 

Sentí también, mucho más de lo que yo pudiera decir, una gran fe en que nuestro Señor nunca va a dejar de ayudarme a mí y a toda la Compañía por mediación de sus santos. Y se me ocurrían ejemplos. Como si alguien dijese: «Mucho más puede una sola persona para mejorar el mundo con la sola ayuda de san Lorenzo que con el favor del Emperador»[13].

 

A medida que profundizamos en la figura de Pedro Fabro, constatamos que era muy generoso y bondadoso para con todos. Por ejemplo, sabemos que encomienda una casa en particular, y a los habitantes de la misma, y más aún, eso mismo desea para todas y cada una de las casas de esa ciudad, como si él habitase en cada una de aquellas casas. Así escribió acertadamente el P. Alburquerque, al respecto: «Si la oración de Fabro rezuma delicadeza cuando ora por las personas junto a las que convive, él quisiera, en cierto modo, romper los límites de espacio, sintiéndose cercano a todos, para pedir por todo el mundo con la misma intensidad y delicadeza»[14]. El santo anotó en su Memorial, el 11 de agosto de 1542:

 

Mientras oraba en una capilla privada en la que ya había orado otras veces pidiendo a Dios por aquella casa, me vino un impulso vehemente de que todo lo que yo desease para bien de aquella casa y de las personas que la habitaban, por la misericordia de Dios nuestro Señor, se le concediese a las casas y personas de toda la ciudad y que el Señor, por su piedad, lo confirmase como si yo habitase en cada una de aquellas casas[15].

 

El hijo espiritual de San Ignacio recibió una luz especial que lo movía a tener una gran devoción a los ángeles custodios de los santos. Con estos ángeles podemos comunicarnos, así como lo hacemos con los santos. Así se expresó en su Memorial, el 30 de septiembre de 1542:

 

En la fiesta de San Jerónimo recibí una luz especial para obtener su favor y el de otros santos de los que podemos acordarnos. Es de gran ayuda. A saber, que yo tuviese una gran devoción al ángel custodio que asistió a san Jerónimo mientras vivió en este mundo y a los ángeles custodios de los santos mencionados en el calendario romano o en cualquier otro. Y así podemos pedir a estos ángeles y comunicarnos con ellos en espíritu y en fe como lo hacemos con los santos.

[…] Tuve asimismo un gran deseo (y me gocé de ello) de que los santos del cielo tengan ahora el comportamiento, el poder, el saber y el querer para hacer y recompensar lo que aquí no quisieron o no pudieron o no supieron hacer para tratar las cosas de Dios, de Cristo nuestro Señor y de los prójimos vivos y difuntos[16].

 

De este modo, invita también a invocar a los santos y santas, por medio de los cuales tantas personas han recibido, y, recibirán innumerables gracias en el futuro. El 3 de octubre de 1542 escribió en su Memorial:

 

Al hacer esto me vino un grande y devoto recuerdo de aquellos por quienes estamos más obligados, como son nuestros parientes. De aquí vine a pensar que sería muy bueno invocar, de ahora en adelante, a los ángeles custodios de nuestros familiares, los que ahora lo son, lo fueron o lo serán; invocar también a los santos y santas, a la bienaventurada Virgen María y a los santos que han tenido, tienen y tendrán cuidado de estos familiares nuestros. A ellos, después de Dios, hemos de dar gracias. Y por medio de ellos hemos de pedir perdón por los muchos pecados que han cometido hasta ahora nuestros familiares. También, por su medio, no sólo han recibido innumerables gracias, sino que recibirán otras que ahora necesitan y necesitarán más tarde[17].

 

Al día siguiente agregó también en su Memorial:

 

El día de san Francisco, entre otros buenos deseos que sentí en mis oraciones y meditaciones, tuve el de pedir con bastante y piadoso afecto espiritual, que por virtud del sacrificio de la misa, se me concediese que san Francisco y cualquier otro santo se acordase en adelante de mí; y esto de manera tan eficaz como si a cada uno de ellos, a la hora de su muerte, y en medio de alguna tribulación mía, yo les hubiera dicho estas palabras: «Acuérdate de mí cuando estés en tu reino» (Cf. Lc 23,42)[18].

 

El santo también nos exhorta a confiar en la poderosa intercesión de los Santos. Si los invocamos, ellos pueden ayudarnos y mucho más de lo que nosotros pudiéramos llegar a imaginar. En su Memorial, el 2 de noviembre de 1542, nos revela sus deseos y sentimientos:

 

Sentí grandes deseos de que los santos que tanto pueden, ahora que están en la gloria, orasen por nosotros. Deseaba que las almas del purgatorio orasen también con sus llantos y dolores que, por otra parte, a ellas de nada aprovechan, las cuales si vivieran todavía aquí en sus cuerpos mortales, podrían merecer en un instante todo lo que hay en los cielos. Así que pueden ayudarnos, y mucho más de lo que podemos imaginar, a nosotros creyentes que no pisoteamos las cosas santas sino que las estimamos en la fe que es prueba de las cosas que no se ven. Quiera Jesús que lleguen a su presencia los gemidos que por nosotros ofrecen[19].

 

Más adelante también explica que ayuda mucho invocar a aquellos santos que recibieron determinadas gracias, para pedirles para nosotros esas mismas gracias o parecidas. Lo dejó escrito con toda claridad, en su Memorial, en su entrada del 28 de noviembre de 1542:

 

La víspera de san Saturnino, rezando el oficio de san Cesáreo mártir, que yo había pospuesto, tuve un gran sentimiento de devoción hacia este santo, aunque no tenía yo información sobre su vida y martirio. Por primera vez comprendí que es bueno, en la fiesta de un santo cualquiera, hacer alguna contemplación sobre este santo. Dicha contemplación tendría los tres preámbulos acostumbrados y cinco puntos: Primero, dar gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo porque a tal santo o santa los predestinó desde la eternidad, y luego los eligió, llamó, justificó y por fin los glorificó. Segundo, dar gracias a la Bienaventurada Virgen María, al bienaventurado san Miguel y al ángel de aquel santo y a todos los santos, hombres y mujeres, que con sus oraciones o de cualquier otro modo ante Dios, le ayudaron a salvarse. Tercero, orar a Dios y al mismo santo por todos los vivos y difuntos que son y han sido devotos suyos. Cuarto, considerar lo bueno que es pedir a Dios que se conserven aquella doctrina y escritos por los que podamos recordar algunas de las palabras y aun acciones que aquel santo realizó durante su vida, para que nos sirvan de ejemplo. Quinto, considerar lo bueno y útil que es o podría ser, que se conservasen las reliquias, todas o en parte, del cuerpo de aquel santo o santa y que pudieran ser veneradas. Quien no encontrase en estos puntos materia para ejercitar su entendimiento, puede ejercitar «la voluntad del corazón» deseando que todo esto se realice así y mucho mejor[20].

 

Al igual que a esta devoción, San Pedro Fabro se destacó por la asiduidad en la vida sacramental pues estaba convencido de su importancia para mantener un estado de familiaridad con el Señor por lo que sugirió que se establecieran también fechas determinadas para la confesión y la comunión. Estaba convencido de que, si la preparación intelectual era buena y necesaria, no lo era menos la formación sólida en cuestiones religiosas y de fe por lo que siempre recomendaba la lectura de un catecismo. Pero tal vez, en lo que más insistió fue en el celo por la salvación y conversión de las almas que tanto motivó a los primeros compañeros y que logró hacer de los Ejercicios un eficaz instrumento apostólico. Siguiendo el ejemplo de Ignacio de Loyola, su “maestro en las cosas espirituales”, Pedro Fabro dio a siempre a su apostolado una proyección de futuro, para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor, buscando siempre su mayor gloria.

 

Abril de 2023.


[1] En adelante, citaremos el Memorial con las siglas FM, el número de la página de Fabri Monumenta y, entre paréntesis, el número correspondiente al Memorial. FM, 493 (8).

[2] Cf. J.M. Vélez, Cartas y otros escritos del B. P. Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, 309-313. Cf. FM 412-416 (140).

[3] J.M. Vélez, Cartas y otros escritos del B. P. Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, 123.

[4] J. M. Vélez, Cartas y otros escritos del B. P. Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, 29-30. Cf. FM 45-47. [CN].

[5] J.M. Vélez, Cartas y otros escritos del B. P. Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, 53. Cf. FM 70-71. [CN].

[6] J.M. Vélez, Cartas y otros escritos del B. P. Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, 118-119, nota a pie de página.

[7] J.M. Vélez, Cartas y otros escritos del B. P. Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, 122-123. [CN].

[8] J.M. Vélez, Cartas y otros escritos del B. P. Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, 156. Cf. FM 181. [CN].

[9] J.M. Vélez, Cartas y otros escritos del B. P. Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, 234. [CN].

[10] Ibid., 252-256. [CN].

[11] J.M. Vélez, Cartas y otros escritos del B. P. Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, 309-313. Cf. FM 412-416 (140). [CN].

[12] FM 504-505 (28). [CN].

[13] FM 531 (74).

[14] A. Alburquerque, En el corazón de la Reforma. Recuerdos espirituales del Beato Pedro Fabro, SJ, nota a pie de p.159.

[15] FM 533 (78).

[16] FM 550-551 (118-119). [CN].

[17] FM 553-554 (123). [CN].

[18] FM 554 (125).

[19] FM 578 (167).

[20] FM 584-585 (182).

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