Como bien dijo el Papa Francisco, en su catequesis del 17 de noviembre de 2021: “Nunca antes como hoy, en este tiempo marcado por una crisis global con diferentes componentes, (San José) puede servirnos de apoyo, consuelo y guía”.
Escuchar que vivimos en un momento de crisis no es una sorpresa. En nuestro México que tanto amamos pasamos por un tiempo de mucha dificultad, de mucho dolor en las familias, los pueblos y comunidades por la exacerbada violencia generalizada, que provoca profundos miedos y el rompimiento del tejido social, que se refleja con la violencia sin razón entre jóvenes, como los recientes casos de bullying que tanto nos han consternado como sociedad, aunado a la polarización sociopolítica actual. Y ante esta realidad, es necesario hacer presente la invitación que tantas veces nos han hecho varios Pontífice en los últimos siglos y muchos santos a lo largo de la historia: mirar la figura de San José como intercesor y como inspirador de vida.
Los evangelios dicen poco del Sr. San José y no ofrecen una sola palabra suya, sin embargo, su silencio es elocuente porque hace sin decirlo, asume su responsabilidad no como protagonista sino como un colaborador en el Plan de Salvación que Dios tiene para su Pueblo. Con esto no podemos menos sino reconocer que San José aceptó la invitación que Dios le hacía de servirse de él, aceptó que Dios tomara la rienda de su vida y le diera dirección y sentido, según su ritmo y su realidad. Así nosotros, si queremos que Dios haga fecunda nuestra vida hemos de permitirle tomar las riendas, que dé rumbo y sentido, que gobierne nuestras vidas.
San José como intercesor
La Iglesia, siguiendo una tradición muy antigua, ha tenido a San José como intercesor, como apoyo y consuelo. Esto se debe a que los evangelios de Lucas y Mateo muestran cómo estuvo disponible y presto para ayudar y actuar en favor del Plan de Salvación ofrecido por Dios. A través de su vida silenciosa y obediente sirvió a la obra de Dios en Jesús, es decir, colaboró con Dios para que Él obrara. Fue de gran ayuda para que Jesús buscara en su interior su identidad de Hijo, sus capacidades, sus habilidades, que descubriera lo que era y lo que llegaría a ser.
En este sentido, podemos decir que San José, también, supo consolar a María, la Madre de Jesús, es decir, desde el momento de aceptarla en su condición de embarazada le dio descanso en su posible angustia frente a su situación. Los evangelios lo muestran haciendo lo posible para que la situación desfavorable (viaje a Belén para el empadronamiento, huida a Egipto, regreso a Nazaret) fuese menos dura y más llevadera. En el momento en que Jesús se les pierde la calma y da aliento. Al mismo Jesús no le recrimina, se hace descanso con su silencio.
Este apoyo y consuelo, ha sido experimentado por muchas personas y pueblos que han tomado a San José como Patrono, tal es el caso de Santa Teresa de Jesús que nos dice que lo tomó como abogado ante su enfermedad y que su intercesión ayudó a que pudiera caminar de nuevo. Además, persuade a cuantos puede de que sean devotos de San José, basada en la “experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios”, como nos dice.
Por eso, hoy, que pasamos tiempos difíciles, de tensión y de prueba, “cuando -como dijo en su momento el Papa León XIII- parece en los hechos que toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la oscuridad”, hemos de invocar a San José para pedir su intercesión ante el Hijo, pues como hemos experimentado, los remedios humanos son insuficientes[1].
San José como inspirador de vida.
Dada la crisis que vivimos en este momento en nuestro país, vemos con urgencia la necesidad de un liderazgo al modo de San José. Los evangelios, nos muestran de qué manera San José acompañó a Jesús, cómo lo fue conduciendo en la experiencia de la vida, en la realidad. Lo fue conduciendo y acompañando en la vida de fe, en la comunidad, en el trabajo, lo fue ayudando a sacar lo mejor de sí mismo.
Aun en los momentos difíciles vividos por la familia, Jesús pudo mirar cómo San José acogía la realidad y esperaba -con confianza y paciencia- los avisos de Dios, es decir, cómo se dejaba conducir ante las diferentes realidades por el Espíritu. Aún en los momentos más difíciles, José creía “contra toda esperanza” (Rm 4, 18).
Hoy, necesitamos guías o líderes que sepan acompañar al pueblo en la construcción de un México y un mundo pacífico. Líderes que realmente sientan afecto por el Pueblo, que sean generosos, que se vivan en libertad frente a sí mismos y a sus propios intereses. Necesitamos guías que se sientan responsables de las demás personas, no para retenerlos y manipularlos, sino para hacerlos capaces de ser libres y de elegir.
Necesitamos líderes que no busquen apropiarse de los demás, sino que sepan cultivar lo mejor de los otros, que entreguen, como San José, su vida sin reivindicar sus “esfuerzos”, que sirvan sin protagonismos, que mirando con empatía el sufrimiento de tantas y tantas víctimas de la violencia, sepan reconocer que son parte de la misma crisis. Necesitamos líderes que atiendan, con responsabilidad, las causas culturales y estructurales de la descomposición social. Se requieren líderes que estimulen y valoren sin despreciar y sin criticar a los otros.
Como San José, los líderes de hoy deben saber estar un paso detrás, permaneciendo al lado, presentes, siendo confiables y disponibles, sin asfixiar o ponerse por encima como los únicos que ostentan “la verdad”.
Muchos de nosotros podemos no tener personas a nuestro cargo, sin embargo, también hemos de tener actitudes como las mencionadas con anterioridad, porque en toda relación humana vamos ayudando o estorbando a que la otra u otras personas crezcan o se sientan devaluadas.
Damos gracias a Dios porque en el contexto del noveno mes de los hechos tan dolorosos para la Compañía de Jesús, la Diócesis de la Tarahumara y el pueblo rarámuri, ahora mis hermanos jesuitas y nuestras hermanas religiosas que transitan por el mismo camino del legado de nuestros mártires, ya cuentan con medidas de protección internacionales, las cuales deseamos permeen en toda la Sierra Tarahumara. Seguiremos haciendo oración mes con mes para que así sea.
Pidamos para que San José, en estos momentos de crisis que vivimos, interceda por nosotros, para que la sangre de nuestros hermanos jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, así como la de tantas y tantas personas más, sea semillas de paz en la Sierra Tarahumara y en todo México; y que, como San José, permitamos a Dios tomar las riendas y gobierne nuestras vidas, que les dé rumbo y sentido, para que surja en cada una y en cada uno de nosotros un compromiso firme y una esperanza fincada en que Dios todo lo puede, para que seamos cause de unidad y de reconstrucción de las relaciones que permitan construir un México seguro y pacífico.
[1] Carta Encíclica Quamquam Pluries, del 15 de agosto de 1889.