Homilía a 100 días del asesinato de los jesuitas de la Tarahumara

Sep 28, 2022 | Discursos

José Francisco Méndez Alcaraz, S.J.

Antes de continuar les manifiesto que el P. Provincial me pidió les diera un fraternal saludo y les dijera que los tiene presentes en su oración.

Querida Comunidad de Cerocahui, queridas hermanas religiosas y hermanos jesuitas, agradezco la oportunidad de estar y celebrar junto con ustedes este momento de memoria.

Hacer memoria, no sólo es recordar lo sucedido. Hacer memoria tiene que ver con reconocer los efectos que trae un hecho en cada una y cada uno de nosotros; es una oportunidad para reflectir y sacar provecho, al mismo tiempo, para ver el progreso y avances de los procesos iniciados a causa de tal o cual acontecimiento.

En la Eucaristía hacemos memoria de Cristo y su entrega y una ayuda importante son las lecturas, pues nos hacen repasar algunas situaciones o aspectos de nuestra vida confrontándola con la del Señor Jesús. Hoy se cumplen 100 días de aquel doloroso 20 de junio y las lecturas leídas desde lo ocurrido nos ayudan a hacer memoria de nuestros hermanos y de una realidad lastimosa y llena de incertidumbre que vive todo nuestro país.

La primera lectura nos presenta el sentir de Job ante la muerte de sus hijos y la propia enfermedad, él y sus amigos se sienten contrariados y desconcertados; sentimientos similares a los que hemos experimentado, ante el asesinato de nuestros hermanos y por tanta violencia en nuestro país: dolor, tristeza, impotencia… una sensación de sentirnos perdidos en el camino, encerrados y sin salida… y nuestro agravio puede llevar a cuestionar a Dios mismo, como le pedían a Job sus amigos: “¿en dónde estás que permites todas estas atrocidades?, ¿acaso te has olvidado de nosotros?”

Sin embargo, como Job, cada una y cada uno de nosotros seguimos manteniendo un claro sentido de la trascendencia, es decir, reconocemos que la distancia entre Dios y la persona humana es infinita, Él es siempre más grande, por eso no podemos entender todo su actuar y, así, nos mantenemos con esperanza pues a través de Jesús, nuestro Salvador, reconocemos que Dios es un Padre – Madre con una bondad infinita y que siempre busca nuestro bien, que Él tiene la última Palabra. Que por esa bondad nos ha dado nuestra libertad, aunque podamos actuar de modo contrario a como Él desea. Libertad que nos permite aceptarlo o rechazarlo. Y lo rechazamos cuando no amamos, cuando no respetamos o no cuidamos a las demás personas.

Junto con el dolor, tristeza e impotencia… hemos experimentado otros sentimientos que hacen brotar la esperanza y el consuelo, en estos 100 días, como Pueblo, como Provincia mexicana de la Compañía de Jesús y como Iglesia nos hemos experimentado un cuerpo. Ante la sensación de fragilidad, de incertidumbre y de indefensión, nos hemos sentido acompañados, cobijados, unidos; también hemos podido reconocer la admiración por lo que en vida vivieron Joaquín y Javier, y hemos agradecido su testimonio de entrega y de disponibilidad para el mayor servicio de Dios y de su Pueblo.

Nos hemos sentido llamados a confirmar este estilo de seguimiento al Señor Jesús, con más entrega y disponibilidad. Pues hemos encontrado, en Joaquín y en Javier un testimonio de seguimiento, en disponibilidad, como pide el texto del Evangelio de hoy: a ir a donde seamos enviados, asumiendo los riesgos y las pocas seguridades, a vivirnos desprendidos y, aún, cuando nos sintamos comprometidos con las personas de un pueblo, parroquia, obra, estar en la libertad para decir adiós, y a mantener nuestra mirada en el horizonte: Jesús y su proyecto de Reino de Dios; pues como dijo el Papa Francisco en el Ángelus del 30 de junio de 2019: “La Iglesia para seguir a Jesús es itinerante, actúa con prontitud, deprisa y decidida.”

Decía, al inicio, que hacer memoria tiene que ver con reconocer los efectos, reflectir, sacar provecho y ver el progreso y avances de los procesos iniciados. Y aquí es donde puedo decir que hay señales de esperanza, algunas luces en el horizonte que marcan ruta de camino. Como ejemplo de esto puedo mencionar que en días pasados (20 al 22 de septiembre), la Diócesis de la Tarahumara se reunió en asamblea extraordinaria para diseñar un proyecto de reconstrucción del tejido social, acordando, entre otras cosas, emprender un proceso, englobado en su Plan de Pastoral Diocesano. Otra señal de esperanza es la coordinación entre la Conferencia del Episcopado Mexicano, la Conferencia de Superiores Mayores de México y la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús quienes nos hemos comprometido en una ruta de construcción de paz a nivel nacional, puedo decir que estos son solo dos ejemplos, pero que podemos encontrar muchos más.

Sin embargo, sigue faltando en instituciones y en grupos una voluntad que muestre el deseo de querer avanzar en la construcción de una paz con justicia y dignidad. Y para tener una verdadera voluntad de transformación es necesaria la capacidad de escucha, de una escucha con empatía; requerimos, como dijo en días pasados el Papa Francisco se requiere del silencio “del silencio profundo, del silencio interior” de hacer a un lado prejuicios, sesgos ideológicos, pues estos ruidos impiden una verdadera escucha empática, que nos aleje de la indiferencia, que permita el diálogo constructivo de unidad en la pluralidad.

Solo con un silencio que esté enraizado en la búsqueda del bien común y que propicie una escucha empática podremos avanzar en la resolución de problemáticas como el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y sus familias, de las más de 100 mil personas desaparecidas en México, de la migración forzada, de los asesinatos de periodistas, de la violencia contra las mujeres y del desplazamiento generado por la inseguridad y la violencia que está instalada a lo largo del país … solo con un silencio que propicie el verdadero diálogo podremos vencer la impunidad y tener una Tarahumara y un México pacífico, justo.

La memoria impide el olvido, el silencio beneficia la escucha y la empatía permite que nos cobijemos como un solo cuerpo.

Pidamos al Señor, que nos conceda mantener nuestra mirada en Él, en su modo de proceder; que seamos capaces de hacer silencio profundo para ser capaces de escuchar a las otras voces, a las otras personas con empatía. Pidamos que esta tierra de Cerocahui y Tarahumara bañada con la sangre de nuestros hermanos Joaquín, Javier, Pedro, Paul y tantos otros, avance en la construcción de una paz fincada en la fraternidad y la justicia. Ilumina, Señor, a quienes ejercen el poder, que nunca se cierren a la escucha de las víctimas, pues ellas son ejemplo y guía. Así sea.

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