Día de San Ignacio de Loyola 2024

Jul 31, 2024 | Discursos

SOLEMNIDAD DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

—P. José Francisco Méndez Alcaraz, S.J.

La vida de San Ignacio y las lecturas propuestas para este día tienen un tema de fondo: la conversión, el «cambio de vida». San Ignacio de Loyola tuvo una vida de continua conversión, pasando de estar centrado en sí mismo, con una seguridad meramente humana basada en sueños de grandeza y superioridad, a buscar nuevos horizontes viviendo desde los valores evangélicos. Tras el tiempo de silencio obligatorio debido a la convalecencia por la herida causada por una bala de cañón, comenzó a reflexionar sobre su vida en la corte española (fuerza, poder, influencia, dinero) y a buscar una vida que lo descentrara, que lo hiciera mirar hacia Dios y Sus deseos para nosotros: que vivamos y crezcamos (Dt 30, 15-20).

Desde las diferentes dimensiones de nuestra realidad, observamos un mundo roto y fracturado. Los síntomas son perceptibles en la naturaleza (descongelamiento de los polos, escasez de agua potable, aumento excesivo de temperaturas, poblaciones que deben migrar por desastres naturales); en la sociedad se percibe claramente la ruptura entre el individuo y la comunidad humana (pérdida de responsabilidad fraterna, individualismo exagerado, indiferencia, agresión, insultos, destrucción de la autoestima propia y de los demás, pérdida de los valores de solidaridad, del bien común y de la justicia); y, a nivel personal, también nos sentimos fragmentados, desintegrados, esforzándonos por amoldarnos a estilos de vida que no nos satisfacen plenamente.

Sin embargo, en este mundo roto, en esta comunidad humana fracturada y en nuestras personas fragmentadas, estamos llamados a escribir una nueva historia. Es posible escribir una historia distinta, y San Ignacio de Loyola es un testigo palpable de ello. Si miramos su vida antes de la conversión, veremos a una persona como cualquiera de nosotros, tratando de ajustarse a las exigencias de su tiempo (fuerza, poder, prestigio, dinero) y, por ello, viviendo fragmentado y esforzándose por alcanzar metas que no estaban a su alcance (se dice que en la batalla de Pamplona arengó para que el alcalde desistiera de rendirse cuando la batalla ya estaba perdida, no con el deseo de salvar al pueblo, sino para salvar su propio honor).

La realidad se impuso y terminó herido de ambas piernas por el golpe de una bala de cañón. Pero insistió en cumplir con las expectativas de su época, y en un intento por preservar su imagen, pidió que le rompieran la pierna para no quedar cojo. Sin embargo, Dios no lo abandonó, como tampoco nos abandona a nosotros. Le proporcionó medios para reescribir su historia. La convalecencia lo sumió en el aburrimiento; las personas a su alrededor tenían sus propias actividades, por lo que tuvo que estar solo, en silencio, con acceso únicamente a lecturas de batallas y héroes, aunque no de caballería, sino de luchas internas, como las que vivieron San Francisco de Asís, San Benito, Santo Domingo… una lucha inspirada en los valores evangélicos, en el amor, la entrega y el servicio a Dios y a la humanidad. Una batalla que, lejos de fracturar las relaciones entre los pueblos y entre las personas, construye y unifica.

Es en este contexto que San Ignacio se deja moldear por Dios, reconociendo que el Señor desea que escriba una historia diferente. Íñigo de Loyola (su nombre de pila) reconoce que su vida estaba equivocada y que, sin embargo, Dios derrama Su gracia sobre él, como reconoce San Pablo en la segunda lectura (1 Tim 1, 12-17). Así, elige vivir conforme a la ley escrita en su corazón, como menciona la primera lectura (Dt 30, 11-14). Deja de esforzarse por encajar en el molde de su época y elige ser guiado como un niño por quien lo enseña. Al dejarse conducir por el Espíritu, escribe una historia de restauración personal e integración, que lo abre cada vez más a los demás, a las criaturas y a Dios.

Dejarse guiar por Dios y hacer silencio para discernir la historia que debemos escribir no es fácil, ya que requiere libertad e indiferencia ante nuestros gustos y deseos. Además, implica no querer controlar la historia, sino dejarnos llevar por el Espíritu. San Ignacio encontró dificultades para asumir esto (en su «Diario Espiritual» se puede ver cómo a veces quería guiar a Dios según su voluntad, pero Dios lo conducía por otro camino). Escribir una historia diferente implica no conocer el mapa completo del camino a seguir, lo que a menudo nos hace sentir inseguros y despojados de paz, ya que no nos gusta reconocernos como frágiles y vulnerables. Por ello, es necesario confiar en Dios, en Su amor incondicional y gratuito, y en los caminos que nos señalará para alcanzar nuestra integración y reconciliación.

El Evangelio es claro al respecto: «¿De qué le sirve a una persona ganar el mundo entero (esforzarse por encajar en las expectativas del mundo) si se pierde a sí misma?» (Lc 9, 25). La invitación es a dejarnos llevar, a perder las «seguridades» a las que nos aferramos, para emprender un camino no trazado y desconocido. Nosotros pretendemos permanecer en un territorio donde todo está en orden, es comprensible, racional, donde cada cosa está en su sitio. En cambio, Dios nos saca de nuestra zona de confort y nos propone lo incierto. Nos quita los apoyos y puntos de referencia para mostrarnos nuevos caminos y permitirnos escribir nuevas historias. Nos pide romper con lo ya resuelto para descubrir lo que está por venir.

El fruto de esta solemnidad debe ser que, como Ignacio de Loyola, elijamos escribir una nueva historia personal y comunitaria. Una historia que no sea dictada por el mundo y sus valores (individualismo, egoísmo, apariencia, poder, prestigio), sino una historia personal de reconciliación con nosotros mismos, con los demás, con la Creación y con Dios. Dicho de otro modo, no debemos buscar ponernos un traje según las exigencias del mundo, sino hacer un traje que nos quede bien.

Pidamos a nuestra Señora, quien fue maestra de vida para Ignacio de Loyola, que nos muestre al Hijo y nos acompañe y enseñe a escribir una historia diferente, que refleje unidad interior, reconciliación, amor, justicia y paz con la comunidad y la creación. Así sea.

 

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