Por Arturo Reynoso, S.J.
Sin duda, el legado más reconocido de San Ignacio de Loyola son sus Ejercicios Espirituales, proceso y método espiritual que suscita experiencias de Dios, del mundo y del ser humano que invitan a la libertad, al servicio y, sobre todo, a la contemplación de la presencia y amor divinos en todo lo creado.
Con base en esta profunda vivencia del Espíritu, surge -más allá de un legado teológico o filosófico específico- un “modo de proceder”, una manera de aprender a estar en comunión con Dios y de servir a los demás a partir de la experiencia interior del discernimiento; un discernimiento que toma en cuenta las circunstancias históricas y de la realdad, y que no olvida la evaluación de las decisiones tomadas.
Lo anterior, en expresión de Pierre Emonet, S.J., se traduce en el legado de una “audacia evangélica” que siempre busca la mayor gloria de Dios y el mayor bien para la humanidad.