El director espiritual en la formación al sacerdocio

Jun 7, 2025 | Noticias

—Jaime Emilio González Magaña, S.J.

Introducción

La formación en el seminario representa un período fundamental en la vida de quienes se preparan para el sacerdocio. Uno de los actores clave en este camino, ha sido tradicionalmente conocido como «el padre espiritual». Se trata de una figura de guía y acompañamiento esencial para la maduración humana y vocacional de los seminaristas. El padre espiritual no es sólo un consejero, sino un verdadero punto de referencia en el crecimiento interior del candidato al sacerdocio. Es un sacerdote destinado a acompañar a los seminaristas en su camino interior, ayudándoles a discernir su vocación y a crecer en la vida de fe y en su maduración humana. Su tarea no es administrativa ni disciplinaria, sino de apoyo personal y espiritual. Ofrece acompañamiento y dirección espiritual, escucha y consejo, fomentando una relación más profunda con Dios, consigo mismo y con los demás. Además de proporcionar orientación espiritual, el padre espiritual ayuda al seminarista a desarrollar una vida sólida de oración, discernimiento y a cultivar las virtudes necesarias que lo preparan para una vida serena y feliz del ministerio ordenado, como el buen pastor verdaderamente convencido de que ha sido elegido por Dios para llevar a cabo esta hermosa pero difícil misión. Este camino incluye también el acompañamiento en la lucha y el combate espiritual, en la superación de las crisis de fe y en la gestión de las dificultades personales y, sobre todo, el discernimiento para una buena elección del estado de vida.

El padre espiritual es una figura central en el acompañamiento espiritual en el seminario, que se basa y se lleva a cabo en algunas conversaciones regulares entre el seminarista y él. Durante estos encuentros, el seminarista puede expresar sus dificultades, sus dudas y sus logros en el camino vocacional. El padre espiritual no sustituye la conciencia del seminarista, sino que le ayuda a desarrollar una relación madura con Cristo. El acompañamiento también incluye ayuda en el discernimiento vocacional, especialmente en momentos de incertidumbre, crisis o dificultades de todo tipo. El padre espiritual puede sugerir lecturas, ejercicios espirituales y prácticas ascéticas para fomentar un crecimiento armonioso enraizado en la fe. Aunque el padre espiritual también puede ser el confesor del seminarista, los dos roles son distintos. El sacramento de la Reconciliación tiene un valor específico en la vida espiritual y se centra en el perdón de los pecados y el crecimiento en la gracia. La dirección espiritual, en cambio, es un camino más amplio que implica toda la vida del seminarista, no sólo la dimensión moral, sino también la vocacional, humana y afectiva. Trabaja en sinergia con la comunidad formativa, pero su papel es distinto del del rector y de los formadores, que se ocupan del fuero externo y no deben interferir jamás en el fuero interno. De ahí que no participe en las evaluaciones y escrutinios oficiales del candidato al sacerdocio, de modo que la relación entre los formadores permanezca libre de presiones y condicionamientos. Sin embargo, el padre espiritual puede dar indicaciones generales al equipo formador sin violar la confidencialidad y el secreto, sugiriendo, por ejemplo, caminos de estudio profundo o experiencias espirituales y pastorales útiles para el crecimiento del seminarista.

El padre espiritual ayuda también al joven en formación a comprender cada vez más profundamente el misterio de la vocación sacerdotal. A través de la oración, el discernimiento, la meditación y el ejemplo personal, introduce al candidato al sacerdocio en una vida de entrega total a Dios y a la Iglesia. Promueve una configuración progresiva con Cristo Cabeza, Esposo y Buen Pastor, animando al seminarista a asumir un estilo de vida evangélico marcado por la caridad pastoral y el servicio a la Iglesia hasta su último aliento. Su misión es esencial para asegurar que el seminarista crezca no sólo académica y pastoralmente, sino sobre todo en la vida interior y en la intimidad con Dios. Su tarea es acompañar a los futuros sacerdotes con discreción, sabiduría y amor paterno, ayudándoles a convertirse en pastores según el corazón de Cristo. El padre espiritual, a través de su ministerio, contribuye de modo decisivo a la formación de sacerdotes auténticos, capaces de vivir su vocación con fidelidad y total dedicación a Dios y a la comunidad cristiana. En el contexto de la formación para el sacerdocio, cuando se habla de «paternidad espiritual» o de «padre espiritual», los conceptos tienden a relacionarse directamente solo con el ejercicio de la «dirección espiritual» o del «director espiritual». Sin embargo, descubrimos que ambas expresiones no significan necesariamente lo mismo ya que son conceptos que tienen connotaciones particulares y diferencias entre sí. Para poder comprender esto, necesitamos la ayuda de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia. Veamos, al menos, la primera y tercera aportaciones que son centrales en nuestro tema[1].

 

La paternidad espiritual

El concepto de paternidad espiritual en la Sagrada Escritura, en las Iglesias de Oriente y Occidente, y en el Magisterio Pontificio, está más ampliamente vinculado al tema de la «fecundidad» espiritual. Si hablamos del ministro ordenado, se le presenta en relación directa con el desarrollo de su trabajo pastoral: el padre espiritual es el ministro que, por la acción del Espíritu, «genera vida espiritual» en los demás, en sus «hijos espirituales». La fecundidad apostólica, en el caso del sacerdote, se realiza en el ejercicio de su ministerio, en la administración de los sacramentos, en las homilías, en la catequesis y en la dirección espiritual. La auténtica paternidad espiritual, por tanto, no se agota en el mero desarrollo del acompañamiento espiritual. Esta es sólo una de las muchas formas de fecundidad paterna del sacerdote, que busca, con su testimonio, «dar la vida» por las personas confiadas a su cuidado pastoral.

 

El padre espiritual en el Antiguo Testamento

Para comprender mejor el significado del concepto de paternidad espiritual, es decir, el de «ser padre por medio del Espíritu», es necesario centrar nuestra atención, como primer paso, en el Antiguo Testamento. La trama, aunque no se aborda directamente en la Sagrada Escritura, se construye a partir de la vida de algunos personajes bíblicos que son considerados los «precursores y ejemplos de la paternidad espiritual»[2]. Cuando, en el Antiguo Testamento, se llama a alguien «padre» significa, en primer lugar, que esta persona posee un cierto grado de autoridad: «implica las prerrogativas de un jefe, de quien goza de autoridad y poder en la familia, en la tribu o en el clan, de quien transmite la vida y la herencia»[3]. El nombre se refiere a quienes saben cómo aconsejar y ayudar a las personas a encontrar los caminos de Dios. De esta manera, estos sabios son llamados «padres»[4]. Es evidente que entre ellos destaca la figura de Abraham, nuestro «padre» en la fe. También podemos considerar como ejemplo del uso del apelativo «padre» la figura de José, definido como «padre del faraón»[5]. Este título revela la «sabiduría, inteligencia y discernimiento de José al interpretar los sueños de Faraón»[6]. Algunos profetas también son llamados «padres» en el «sentido espiritual o figurado de la palabra», y tienen discípulos que son llamados «sus hijos»[7]. Es el caso del profeta Eliseo, que se dirige a Elías llamándole: «¡Padre mío, Padre mío!»[8]. Eliseo también es llamado «padre» por los reyes de Israel[9]. Esto se debe a la obra del profeta de aconsejar y ayudar a los hombres que gobernaban la nación. A algunos sacerdotes judíos también se les llama «padres»[10] porque también ejercen esta misma misión.

Por otro lado, en el libro del Deuteronomio encontramos a Moisés, por su cercanía a Josué, quien le transmite las órdenes de Dios que buscaban hacerlo más fuerte y decisivo. Aquí «encontramos ya los elementos fundamentales de una relación de paternidad espiritual»[11]. Es importante destacar que entre Moisés y Josué existe lo que Bianchi llama una «corrección paterna»[12], es decir, esa relación en la que Moisés manifiesta una clara preocupación por corregir a Josué, buscando que cumpla la voluntad de Dios en todo. Forma parte del contexto de la auténtica paternidad espiritual. Cuando nos adentramos en la historia de Elías y Samuel, descubrimos que también hay una relación «maestro-discípulo», como con Moisés y Josué. Entonces Elías recibe a Samuel y «lo tiene cerca de él, instruyéndolo y haciéndolo crecer»[13]. Del mismo modo, podemos añadir el ejemplo de Elías y Eliseo[14]. El texto, que narra la vocación del discípulo Eliseo que se dispone a seguir a Elías y ponerse a su servicio, nos dice que ambos compartían una experiencia común de fe, como indica la tradición rabínica, para que el discípulo pudiera aprender todo lo posible de su maestro hasta el final de su vida: «¿Sabes que hoy el Señor va a quitarte a tu maestro?»[15].

Observamos que, entendida de este modo, la paternidad espiritual consiste esencialmente en transmitir y entregar el «espíritu» de uno a otro: «Tan pronto como pasaron, Elías le dijo a Eliseo: ‘Dime qué quieres que haga por ti antes de que me separe de tu lado’. Eliseo respondió: ‘Quiero recibir una doble porción de tu espíritu’»[16]. Es decir, ese espíritu que está en relación con el Espíritu divino, la fuente misma de la vida espiritual.  Entonces «los profetas de Jericó que estaban delante de él cuando lo vieron, dijeron: ‘¡El espíritu de Elías ahora descansa en Eliseo!’»[17]. Además, el «padre espiritual» no solo es el consejero sabio, sino que también designa a un «benefactor insigne»[18]. Es el caso de Job, de quien se decía que era «el padre de los pobres[19] y cuidaba de los huérfanos como un padre»[20]. Especialmente en algunos textos del Libro de los Proverbios[21] y del Eclesiástico[22], en el Libro de los Salmos[23] y en el Libro de Tobías[24], «ser discípulo de un maestro de sabiduría significaba ser hijo del padre-maestro«[25].

 

El padre espiritual en el Nuevo Testamento

El argumento de la paternidad espiritual está presente en varios textos del Nuevo Testamento, aunque implícitamente. Por ejemplo, en la figura de san Juan Bautista, que representa la función de la paternidad espiritual con respecto a Jesús[26] y que indica, precisamente, «una relación de discipulado: parece que Jesús siguió a Juan como discípulo durante un cierto tiempo, hasta que fue bautizado por él»[27]. El tiempo que Jesús vivió con sus discípulos se caracterizó por el deseo de mostrarles la figura de Dios Padre y, al mismo tiempo, «engendrarlos como hijos del Padre que está en los cielos»[28]. Es decir, llevarlos «a vivir la misma fe de la que Él es iniciador»[29]. Como indica el texto de Mateo: «Entonces seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos»[30]. Jesús llama a sus discípulos «hijos»: «Estas palabras asombraron a los discípulos, pero Jesús les dijo de nuevo: ‘Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios!’»[31]. O también los llama «hijos»: «Hijos míos, no estaré con vosotros por mucho tiempo. Vosotros me buscaréis, pero como acabo de decir a los judíos, os digo que no podréis ir adonde yo voy»[32]. No hay duda de que los discípulos imitaron los sentimientos que Jesús, el Buen Pastor, tenía por sus ovejas: «Deben hacer presente el amor celoso, bondadoso, paciente, siervo del mismo Jesús, que manifiesta el rostro del Padre»[33]. Por otro lado, el Evangelio de Juan nos revela aquellas «funciones muy propiamente paternas que están grabadas en el sentido de la Eucaristía»,[34] es decir, las de «sostener, cuidar, proteger, alimentar, enseñar y dar vida a los niños»,[35] como explica Felices:

Tanto en los escritos sinópticos como en los joánicos, la Cena también tiene un matiz marcadamente nupcial y, por lo tanto, implícitamente paternal. En la Última Cena, Jesús preside el banquete preparado por el Padre para celebrar las bodas de su hijo (cf. Mt 22,1-14 y Ap 19,7-8). Reparte el pan a los niños (cf. Mt 15,26 y Mc 7,24-30) […] Cuando Jesús da la vida, entendida en las especies, cuando es fecundo, es porque manifiesta más claramente la paternidad de Dios y lo que comparte en ella por nosotros[36].

En cuanto al Evangelio de Mateo, en el que Jesús nos pide que no llamemos «padre» a nadie en la tierra,[37] no debe leerse literalmente, sino en su contexto más amplio: «La fuente de toda paternidad es Dios, y de él proviene toda la paternidad humana, incluida la paternidad espiritual»[38]. Recordemos que la frase en cuestión, fruto de los primeros conflictos entre el movimiento cristiano y el rabínico, corresponde a los episodios en los que Jesús reprende a los fariseos -hombres que querían ser llamados así por sentirse superiores y más importantes que los demás- y no a una prohibición explícita fuera de este contexto. Más bien, el término se refiere a alguien que, sin ningún interés, está dispuesto a ayudar al otro a crecer en cualquier etapa de su vida, material o espiritualmente. Según Camisasca:

La paternidad es una actividad incansable: tiene la tarea de acoger, cuidar, corregir, promover el crecimiento. Esta es la misión que San José tenía hacia Jesús: cuidarlo y alimentarlo. Todos los padres son educadores. Educar a una persona significa llevarla a conocer el camino que toma el plan eterno en el tiempo para su vida[39].

El padre espiritual en San Pablo

En los textos paulinos encontramos el concepto de «paternidad espiritual» desarrollado en su sentido más profundo. En algunos pasajes podemos destacar la «conciencia que el Apóstol tiene de su ‘paternidad según el Espíritu’ como evangelizadora»[40]. De acuerdo con Felices, podemos distinguir dos grupos de textos en los que se hace referencia, explícita o implícitamente, al sujeto en cuestión: «aquellos en los que se define como padre o literalmente generador y aquellos en los que la paternidad está implícita en el apelativo de ‘hijos’ que da a los destinatarios de sus cartas»[41]. En la primera carta a los Tesalonicenses, recordando el período en que predicó el Evangelio en esa ciudad, san Pablo se refiere a sí mismo como «madre» o «padre», porque cría, cuida, anima y consuela a sus hijos:

Aunque podríamos haberles hecho sentir el peso de nuestra autoridad como apóstoles de Cristo, hemos llegado a ser como niños en medio de ustedes. Al igual que una madre que cría y cuida a sus hijos, así también nosotros les tenemos tanto cariño que nos hubiera gustado darles no solo el evangelio de Dios, sino también nuestra propia vida. ¡Hemos llegado a quererlos tanto! […] Ustedes también saben que hemos consolado y consolado a cada uno de ustedes, como un padre a sus hijos[42].

También en la primera carta dirigida a la comunidad cristiana de Corinto, en su deseo de instruir y corregir algunas situaciones de división que comenzaban a surgir, Pablo se refiere a sí mismo como un padre que, después de anunciarles el Evangelio, les aconseja, les instruye y les invita a seguir su ejemplo; como lo hizo Timoteo, su «hijo en el Señor»:

No escribo esto para avergonzarte, sino para darte consejos, como hago con mis hijos, porque los amo. De hecho, aunque ustedes, como cristianos, tienen diez mil maestros, no tienen muchos padres. Yo soy vuestro Padre, porque os he predicado el evangelio por el cual fuisteis incorporados a Cristo Jesús. Así que, por favor, sigan mi ejemplo. Así que les envié a Timoteo, mi amado y fiel hijo en el Señor. Él os recordará mi conducta de creyente en Cristo Jesús, conforme a lo que enseño en todas las iglesias por las que paso[43].

Este texto es un buen ejemplo de lo que puede significar en profundidad la paternidad espiritual, para San Pablo y debemos entenderla como un «don» que viene de Dios, como una gracia que descubrimos incluso cuando nos reconocemos hijos de Dios, es decir, la «paternidad» espiritual que es la «maternidad» del apóstol, porque:

La comunidad corintia estaba dividida en facciones que contendían por la supremacía, refiriéndose a un apóstol, real o presentado como tal, u otro. La fe misma se convirtió en fuente de jactancia, como si no fuera un don de la gracia divina, sino de los propios méritos. En esto, san Pablo se siente traicionado en su paternidad, porque sabe que la paternidad, la maternidad y la descendencia son un don puro. Uno se convierte en padre si recibe la paternidad de Dios Padre; se llega a ser madre si se recibe la maternidad de la Iglesia, que es madre (1 Co 4,8). Pablo muestra las dificultades por las que debe pasar el apóstol, es decir, el padre que sabe bien que ha recibido algo que puede dar fruto mediante el don de sí mismo. El pedagogo es aquel a quien se le paga por dar algo que ha aprendido; Sin embargo, al padre no se le paga. El padre se recibe, se reconoce, se ama. Uno se convierte en padre por gracia, descubriendo que tiene un padre, reconociendo y aceptando el don de ser hijos[44].

 

En la carta a Filemón, san Pablo habla de Onésimo, llamándolo «el hijo de mi vientre», porque se convirtió en su «padre según la fe»[45]. En la Carta a los Gálatas, en el discurso sobre la libertad de los cristianos de la esclavitud de la ley, el Apóstol, además de llamarlos niños, utiliza la metáfora del parto para explicar lo que siente cuando se da cuenta de que no comprenden completamente sus enseñanzas: «Hijos míos, estoy de nuevo de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros»[46]. En mi opinión, esta imagen paulina de «parir en el dolor» (cf. Gal 4,19) nos ayuda a comprender muy bien la misión del padre espiritual, porque san Pablo comprendió que este es el modo particular de vivir intensa y profundamente la cultura y el estilo de ser y de cuidar. Según Pieri,

Los profetas, hablando de los tiempos mesiánicos, y Jesús, refiriéndose a su misión y a la de los apóstoles, habían utilizado la imagen de los dolores del parto (cf. Jn 16, 21). Pablo, en la Carta a los Romanos, vuelve a hacer suya esta metáfora para describir la situación de espera de la redención, en la que está implicada toda la creación (cf. Rm 8, 22). Los sufrimientos del Apóstol son la condición para que Cristo nazca en aquellos a quienes evangeliza: «Es necesario pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios» (Hch 14, 22). Todo lo que el Apóstol encuentra como obstáculo para su ministerio, debe asumirlo como «el dolor de una mujer en el parto». Sólo si sabe, a pesar de todo, perseverar generosamente en su misión de entrega, podrá dar la vida, dar a la Vida. Los sufrimientos del apóstol no sólo permiten, sino que merecen la vida para sus discípulos. De hecho, mientras el apóstol sufre por Cristo y su Evangelio, Cristo mismo sufre en él. Por tanto, san Pablo no sólo predica a Cristo crucificado, sino que puede identificarse con él (cf. Gal 2, 19-20) y de este modo puede afirmar que completa, con sus sufrimientos apostólicos, lo que falta a la pasión de Cristo en su propio cuerpo (cf. Col 1, 24). ¡El anuncio del Evangelio continúa el misterio salvífico de la Cruz! Del mismo modo que Cristo sólo pudo salvarnos en la cruz, así el Apóstol enviado por Cristo sólo puede transmitir esta salvación a través de la locura de su predicación y de la debilidad de su sufrimiento (cf. 1 Co 1, 21). De este modo, el corazón de Pablo, origen de su ser y del cuidado del otro, es considerado realmente como su corazón (cf. Flp 12), es y sigue siendo el Corazón de Cristo en fecundidad de eterna generación de hijos e hijas eternos para el Padre de la gloria, en la certeza de la promesa hecha a Abraham de una descendencia más numerosa que las estrellas del cielo y la arena del mar[47].

En la Carta a los Filipenses, cuando menciona a Timoteo, vuelve a llamarlo su hijo, porque lo ayuda en su misión: «Pero ya sabéis que Timoteo se portó bien y cómo me sirvió en el anuncio del Evangelio, ayudándome como si fuera mi propio hijo»[48]. El apóstol también se referirá a Tito como «un hijo verdadero en la fe común de los dos»[49]. Al hablar de Timoteo, en adelante usará las frases: «verdadero hijo en la fe», «hijo mío»[50]  o «hijo amado[51]. En esta última carta, Pablo se dirige una vez más a Timoteo para instruirlo y exhortarlo a que no se avergüence del Evangelio y de quien está en la cárcel por la causa del Señor. Así es como manifiesta la auténtica paternidad espiritual, porque aconseja y fortalece la fe de su discípulo:

Por tanto, no os avergoncéis de dar testimonio de nuestro Señor; y no te avergüences de mí, prisionero por causa de él… aceptad vuestra parte en los sufrimientos que vendrán por causa del Evangelio… seguid el modelo de la sana enseñanza que habéis recibido de mí, y vivid en la fe y el amor que tenemos por causa de Cristo Jesús […] sacad fuerzas de la bondad que Dios os ha mostrado por medio de Cristo Jesús […] Participa en el sufrimiento como un buen soldado de Cristo Jesús[52].

El hecho de que, en la primera carta a Timoteo, san Pablo enseñe que la persona que aspira al cargo de presidente de una comunidad, además de ser «irreprensible» y «llevar una vida seria, juiciosa y respetable», debe «saber gobernar bien su casa y hacer que sus hijos sean obedientes y dignos de conducta»[53], es sin duda, una alusión «al carácter paternal del ministerio del obispo»[54], como fundamento de su obra apostólica. Los roles de «padre y madre», que se identifican en los textos de San Pablo, nos ayudan a comprender mejor el concepto de paternidad espiritual en relación con la misión apostólica del apóstol y, como lo explica Casto:

Su ser apóstol, misionero, pastor, místico, recibe una luz particular de su omnipresente paternidad espiritual, que es como una característica fundamental […][55]etiqueta. Si los acentos paulinos sobre su paternidad espiritual son fuertes, es sintomático que el apóstol, no una sola vez, prefiera leer aún mejor su misión, a la luz de su misión materna[56]: es su papel de madre lo que quizás mejor describe la misión apostólico-pastoral[57].

 

 

Junio de 2025.


 

[1] Un estudio en profundidad de este tema se puede encontrar en: Grajeda, Walter. (2016). La paternidad espiritual en San Juan María Vianney. Análisis de la fecundidad pastoral de su ministerio sacerdotal diocesano. Disertación para el Doctorado en Teología, con especialidad en Espiritualidad. Pontificia Universidad Gregoriana.

[2] Bianchi, E. – Joanta, S. – Al., ed. (2009).   La paternità spirituale. Atti del XVI Convegno Ecumenico Internazionale di Spiritualità Ortodossa 2008,

Magnano, 30. La traducción es nuestra. En adelante se citará como TN.

[3] Felices, F. (2006). La paternidad espiritual del sacerdote. Fundamentos teológicos de la fecundidad apostólica presbiteral, Puerto Rico, 23.

[4] Por ejemplo, en Sal 22:4 y 106:7; Eclo 44:1; Josué 24:2, 1 Crónicas 29:18)

[5] Gen 45,8 Cf Bianchi, E. – Joanta, S. – al., La paternità spirituale…. Opus cit., 30-31.

[6] Bianchi, E.- Joantă, Bianchi, E. – Joanta, S. Martzelos, G. – al., La paternità spirituale…, Ídem., 31. TN.

[7] Felices, F. (2006). La Paternidad Espiritual del Sacerdote…, Opus cit., 24.

[8] 2 Reyes 2:12.

[9] 2 Reyes 6:21; 13,14.

[10] Jue 17:10; 18,19.

[11] Deuteronomio 31:8; 34,9. Cf. E. Bianchi, S. Joantă, G. Martzelos – al., La paternità spirituale, Ibídem, 33. TN.

[12] E. Bianchi, S. Joantă, G. Martzelos – al., La paternità spirituale, Ibíd., 32. TN.

[13] 1 Sam 1,28. Cf. E. Bianchi, S. Joantă, G. Martzelos – al., La paternità spirituale…, ibíd., 32. TN.

[14] 1 Reyes 19:19-21.

[15] 2 Reyes 2:5.

[16] 2 Reyes 2:9.

[17] 2 Reyes 2:15.

[18] Felices, F. (2006).  La Paternidad Espiritual del Sacerdote…, Opus cit., 25.

[19] Gb 29.16.

[20] Gb 31.18. Felices, F. (2006). La paternidad espiritual del sacerdote…, Ídem., 25.

[21] Prov. 1:8; 4:1-2.

[22] Eclo 2:1 y 3:1.

[23] Sal 34:12, 45, 11, 78 y 5.

[24] Tob 4:3, 12, 13.

[25] Felices, F. (2006). La paternidad espiritual del sacerdote…, ibíd., 25.

[26] Juan 1:15-30.

[27] Mateo 3:13-17. E. Bianchi, S. Joantă, G. Martzelos – al., La paternità spirituale…, Opus cit., 37. TN.

[28] E. Bianchi, S. Joantă, G. Martzelos – al., La paternità spirituale…, Ídem., 37. TN.

[29] E. Bianchi, S. Joantă, G. Martzelos – al., La paternità spirituale…, Ibidem., 37. TN.

[30] Mateo 5:45.

[31] Marcos 10:24.

[32] Juan 13:33.

[33] Felices, F. (2006). La Paternidad Espiritual del Sacerdote…, Opus cit., 27.

[34] Felices, F. (2006). La paternidad espiritual del sacerdote…, ídem., 28.

[35] Felices, F. (2006). La paternidad espiritual del sacerdote…, ibíd., 28;

[36] Felices, F. (2006). La Paternidad Espiritual del Sacerdote…, ibíd., 27-28.

[37] Mateo 23:9.

[38] Felices, F. (2006). La paternidad espiritual del sacerdote…, ibíd., 28.

[39] Camisasca, M. (2005). El desafío de la paternidad. Reflexiones sobre el sacerdocio, Madrid, 106-107.

[40] Felices, F. (2006). La paternidad espiritual del sacerdote…, ibíd., 28.

[41] Felices, F. (2006). La paternidad espiritual del sacerdote…, ibíd., 28.

[42] 1 Tesalonicenses 2:7-8.11ss.

[43] 1 Corintios 4:14-17.

[44] Camisasca. M. (2005). El desafío de la paternidad…, Opus cit., 116-117.

[45] Filipenses 10:12.

[46] Gálatas 4:19.

[47] Pieri, Fabrizio. «La paternità spirituale ed apostolica di Paolo. Paradigma della “cultura della cura” nell’essere discernimento». Claretianum ITVC, n.s. 15, t. 64 (2024), 94-95. TN.

[48] Fil 2.22.

[49] Tito 1:4.

[50] 1 Timoteo 1:2, 18.)

[51] 2 Timoteo 1:2.

[52] 1 Timoteo 1:6-18; 2:1-3.

[53] 1 Timoteo 3:1-5.

[54] Felices, F. (2006). La paternidad espiritual del sacerdote…, Opus cit., 33.

[55] 1 Cor 4, 14-15).

[56] Gálatas 4:12-20; 1 Tesalonicenses 2:6-8.

[57] Casto, L. (2003). La direzione spirituale come paternità, Torino, 28-29.