El Ministerio de la dirección espiritual

Feb 6, 2025 | Noticias

— Jaime Emilio González Magaña, S.J.

Para sentirnos Iglesia

San Ignacio de Loyola escribió las dieciocho reglas o consejos para amar a la Iglesia, que no son fáciles de entender si no hemos aceptado el hecho de que la Iglesia es Esposa, Madre y está siempre guiada por el Espíritu Santo. Por un lado, estos consejos pueden parecer extremos, como la invitación a creer que algo que veo negro es blanco si la Iglesia me dice que es blanco. Por otra parte, este texto está muy marcado por las costumbres y los conflictos de la época del siglo XVI, como ya hemos señalado. Sin entrar en los detalles de cada regla, quisiera indicar su espíritu en siete consideraciones generales que pueden ser significativas hoy para la celebración del sacramento de la Reconciliación y el ministerio de la dirección espiritual. Ignacio subraya la necesidad de fomentar una actitud fundamental: el respeto al misterio[1]. La Iglesia no es ante todo una institución jurídica, ni un grupo, ni una organización no gubernamental, ni un cuerpo social de filantropía. Es, ante todo, un misterio. Al ser un misterio, la actitud hacia ella debe ser fundamentalmente de fe. Si la amamos, no es porque sea razonable, ni porque sea eficaz, ni porque sirva a nuestros intereses, sino porque, al fin y al cabo, es un misterio querido por el Señor. Para entender este misterio, creo que hay tres características esclarecedoras puestas por San Ignacio en todas estas reglas. La primera regla dice así: «Habiendo depuesto todo juicio, debemos estar prontos y dispuestos a obedecer en todo a la verdadera esposa de Cristo nuestro Señor, que es la Santa Madre Iglesia Jerárquica»[2].

 

Al menos dos veces en las reglas se habla de la Iglesia como la «Esposa de Cristo nuestro Señor»[3] . Esta imagen se sitúa en la línea profética de Oseas y Jeremías y tiene ecos paulinos (cf. Efesios) y joánicos (cf. la visión nupcial de los textos de la resurrección). No sólo nos invita a pensar en el amor de Cristo por su Esposa, sino también en su unión con ella. El hombre y la mujer se convierten en «una sola carne» en el matrimonio; lo mismo ocurre con Cristo y su Iglesia. San Ignacio, que en sus escritos espirituales y ascéticos no utiliza la metáfora nupcial como otros místicos, no duda en privilegiar la imagen de la esposa para referirse a la Iglesia, porque ella es el gran amor de Jesucristo. Por la Iglesia, el Señor dio su vida y se vinculó definitivamente a ella. La idea de la esposa está también vinculada a la fecundidad, y ésta es la segunda característica que queremos subrayar. La Iglesia no sólo es la Esposa de Jesucristo, sino que es mi madre; es el lugar donde hemos sido engendrados a la fe. Hemos recibido la fe en la Iglesia y de la Iglesia. No debemos olvidar que el anuncio de Jesucristo fue y es recibido a través de la Iglesia. El Evangelio mismo fue escrito por la Iglesia. La primera comunidad, acosada por muchos problemas, recordó, interpretó y adaptó las palabras de Jesús que se habían conservado en ella. La palabra de Jesús se hizo vida y comunidad; y se conservó como un tesoro. Toda la Tradición de la Iglesia ha hecho posible que hoy creamos; por eso la Iglesia es, para San Ignacio, la Santa Madre Iglesia. Nos ha alimentado, nos ha hecho crecer, nos ha preservado en la fe. Ni que decir tiene que la connotación de fecundidad de la palabra «Madre» añade una evidente nota afectiva, que marca un tipo de relación. Madre no es sólo fuente de fecundidad, es ante todo fuente de amor.

 

La tercera característica o razón profunda por la que la Iglesia no es sólo una institución o una comunidad o un grupo de hombres la expresa Ignacio en la Regla 12: «Creyendo que entre Cristo nuestro Señor, como esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu el que nos gobierna…»[4]. . El Espíritu de Jesús es el mismo Espíritu de la Iglesia. La anima, la vivifica, la renueva, le da vitalidad. El Espíritu de Jesús permite que haya una continuidad real entre Jesús y la Iglesia o, dicho de otro modo, que la Iglesia sea el cuerpo de Jesús. Esta visión creyente de la Iglesia se enfrenta a otras visiones que, aunque legítimas, si se vuelven excluyentes acaban por devaluar el verdadero misterio. Hoy es frecuente ver a la Iglesia desde una perspectiva sociológica. Se trata de una perspectiva parcial que no sólo es posible, sino a menudo necesaria. Es una adaptación actual, más secularizada, de aquellas corrientes teológicas que entendían la Iglesia como una «sociedad perfecta». Aparece primero como una organización dotada de influencia social y a su vez influida por ella. Posee una fuerza que puede apoyar o frenar los cambios de la sociedad, etc. Otros, en el campo de la teología, contraponen la Iglesia y el Reino, insistiendo en la importancia del Reino, que no puede identificarse con la Iglesia y que es el verdadero objeto de la predicación de Jesús. En esto tienen razón, sólo que no profundizan en el vínculo misterioso y sacramental entre la Iglesia y este Reino de Dios. Si antes se identificaba erróneamente la visibilidad de la Iglesia con el Reino de Dios, hoy podemos degradar su relación con el Reino. Ella es una semilla, un sacramento. La Iglesia, en el plan de Dios, no es una alternativa al fracaso. Jesús formó hombres y obtuvo ayuda de ellos para hacer posible el anuncio de la Palabra y la vecindad del Reino. Visto a través de los ojos de los hombres, es evidente que Jesús, al morir, fracasó.

 

[…] cuando el creyente en busca de la plenitud de la vida cristiana recibe ayuda espiritual que lo ilumina, lo sostiene y lo guía en el discernimiento de la voluntad de Dios para alcanzar la santidad

 

Es esencial, sin embargo, insistir en que, cuando hablamos de dirección espiritual, debemos aclarar en primer lugar que no debe confundirse con el asesoramiento pastoral, psicológico, social o pedagógico. Tampoco es una conferencia de teología moral, un curso o una instrucción dirigida a una persona individual y no a una comunidad o, a veces, a un capítulo religioso. El director espiritual tampoco debe predicar un sermón que se escucha pasivamente en la parroquia, sino que, ante todo, está llamado a ayudar a buscar juntos la voluntad de Dios. Por último, y esto debe quedar muy claro porque últimamente se están cometiendo muchos abusos, la dirección espiritual no es psicoterapia, ni la realización de una entrevista de evaluación de la personalidad, ni mucho menos un encuentro de crecimiento vocacional con el uso de tests, en el que toda la pedagogía se centra en la profesionalidad de la técnica de una persona de ciencia. También es necesario señalar que sería útil que el director espiritual conociera lo suficiente de psicología para saber cuándo debe remitir a su oyente al psicólogo o al psiquiatra para no caer en errores groseros.

 

La dirección espiritual es mucho más que una técnica para desenredar la enmarañada madeja de la psique. Se mueve, en el centro por ciento, en la escucha del Espíritu Santo, siguiendo a Jesucristo, único camino, verdad y vida que nos conduce al Padre. Se desarrolla en el marco de la fe y es una búsqueda de fe y de amor que no debe reducirse a la dimensión terapéutica. La psicología -como todas las demás ciencias humanas- es importante, pero debemos ser firmes en defender que, la vocación personal viene dada por la gracia divina, y por tanto, no se puede reducir a la persona sólo a la dimensión psíquica, anulando la «pneumática» y ciertamente, la de la fe. La dirección espiritual y la psicoterapia pueden coexistir y colaborar en el cuidado integral de la persona, pero sin confundirse, sin sufrir modificaciones y separaciones recíprocas. Debemos afirmar con firmeza que no debemos psicologizar el acompañamiento, que en sí mismo es espiritual, ni espiritualizar el campo de las ciencias humanas, que tienen su propia metodología. Pascucci, quien a su vez se inspira en Charles Bernard, afirma que:

 

Existen tres definiciones de dirección espiritual. La primera insiste predominantemente en la línea de comunicación de la fe y dice que la dirección espiritual es: «la ayuda que un hombre presta a otro para que llegue a ser él mismo en la fe». Una segunda definición hace hincapié en la acción del Espíritu, que debe ser descubierto a través del discernimiento espiritual, fomentado y acompañado en la dirección espiritual: «Hablamos de dirección espiritual cuando el creyente que busca la plenitud de la vida cristiana recibe una ayuda espiritual que le ilumina, le sostiene y le guía en el discernimiento de la voluntad de Dios para alcanzar la santidad. El Espíritu Santo es el verdadero protagonista de la dirección espiritual. Por tanto, la relación espiritual no es en absoluto la sumisión, incluso cordial, de uno a otro: es la sumisión común a la acción del Espíritu Santo. El Espíritu es el único Compañero y Guía que, a través de Cristo, nos conduce al Padre. Por último, una tercera definición propone tres objetivos: «valorar» (= constatar…) el momento del camino espiritual, conocer el estado de oración de aquel a quien queremos ayudar y conocer los principales obstáculos que surgen en este camino». Las tres definiciones se complementan y pueden resumirse así: «La dirección espiritual es la ayuda que un hombre, mediante una comunicación de fe, presta a otro, para que llegue a ser él mismo en plena verdad, es decir, en este orden concreto de la providencia, y bajo la guía, la ayuda y el apoyo del director, pueda emprender libremente el camino y el itinerario de la vida espiritual hacia la santidad, aprendiendo a discernir la voluntad de Dios en la vida concreta de cada día, mediante el ejercicio mismo del discernimiento. El fruto más hermoso del acompañante espiritual es que te hace entrar en ti mismo liberándote de ti mismo, y te hace salir de ti mismo empujándote con una lámpara encendida hacia el Señor»[5] .

 

  1. El director espiritual: entre la distancia discreta y una sagrada intimidad

 

El lunes 16 de marzo de 2009, con ocasión del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, Juan María Vianney, Su Santidad Benedicto XVI anunció a toda la Iglesia la celebración de un Año sacerdotal especial, del 19 de junio de 2009 al 19 de junio de 2010, con el tema: «Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote». Este tema -de agradecido recuerdo-, me ayuda a subrayar la misión de todos los sacerdotes de ser fieles a su vocación. Estoy convencido de que el ministro ordenado está llamado a vivir su vocación personal buscando siempre la voluntad de Dios, a partir de la experiencia de una espiritualidad sacerdotal profunda, viva y siempre actual. Para poder vivir nuestro ministerio con alegría, fidelidad y esperanza, es necesario buscar siempre la voluntad de Dios en todo lo que somos y hacemos. Sólo manteniendo viva esta fuente de vida espiritual seremos capaces de discernir los signos de los tiempos para ser verdaderamente fieles a la llamada recibida del Señor, el Dios Eterno, y vivir plenamente la espiritualidad del discípulo de Cristo. Como afirma Schönborn

 

Y así toda la vida de los apóstoles, toda la escuela de la Sequela Christi consistirá en ser introducidos por Jesús y su Espíritu en este lugar secreto, en este lugar-fuente que es el corazón del Padre, el seno del Padre. ¿Cuál es, pues, la vida espiritual del apóstol? En última instancia, nada más que reconocer el deseo de nuestro corazón y adaptarlo a la búsqueda de la morada del Maestro y Señor, para encontrar el lugar de su descanso, el lugar en el que quiere introducirnos, el corazón de su Padre, la fuente de todo su ser y de toda su misión. La espiritualidad del discípulo de Cristo, ¿no consiste ante todo en entrar con Jesús en el lugar donde Él habita? ¿No es éste el sentido de la escuela de los apóstoles junto a Jesús, el de conocer a su Padre y al que ha enviado? Conocer el lugar donde habita Jesús es, en primer lugar, unirse a él en su oración. ¿Cómo no poner la oración en primer lugar, en lo más alto de nuestras prioridades? Si Jesús, el hijo de Dios, unido al Padre por la misma divinidad, dedicó mucho tiempo a la oración, ¿cómo no vamos a necesitarlo nosotros? Pero si Jesús lo recibe todo del Padre, dice lo que oye del Padre, hace las obras de su Padre, recibe de Él el contenido de toda su misión, ¿cómo no intentar alcanzar el centro de gravedad de la vida de Jesús, su morada, su permanencia con el Padre? Y puesto que el estado de nuestra naturaleza humana está deteriorado por las consecuencias del pecado original, aunque hayamos sido liberados de él por el bautismo, alcanzar a Jesús en el lugar donde habita exige un cambio, una transformación, un vuelco del corazón que Jesús llama conversión[6].

 

Esta llamada a tratar de alcanzar el centro de gravedad de la vida de Jesús, su morada, su morada con el Padre, se ve frecuentemente obstaculizada y a veces destruida por el espíritu maligno, que trata por todos los medios de alejar al discípulo de sus promesas y de su proyecto personal de vida. Y es aquí donde debemos escuchar a la Sagrada Escritura que dice: «Acude a un hombre piadoso, que sepas que guarda los mandamientos y cuya alma sea semejante a la tuya; si tropiezas, él sabrá cómo encaminarte. Sigue el consejo de tu corazón, pues nadie te será más fiel que él. La conciencia de un hombre puede a veces advertir mejor que siete centinelas puestos en lo alto para espiar. Por encima de todo, ruega al Altísimo que guíe tu conducta según la verdad”[7]. Es un reto y, al mismo tiempo, una tarea, encontrar un santo compañero o director espiritual, que esté a nuestro lado en los momentos de alegría y, de forma especial en los de tentación, cansancio, duda o crisis personal, vocacional o apostólica. Pero, ¿realmente necesitamos una persona que nos acompañe con la dirección espiritual en nuestros días? Realmente me parece importante resaltar que, para evitar el autoengaño, y como expresión de humildad para favorecer las mediaciones eclesiales, necesitamos una persona que nos acompañe en nuestro camino hacia el Señor para encontrar su voluntad y hacer todo únicamente para su mayor gloria. En cualquier actividad, pero especialmente en la iniciación a la vida de oración, en la práctica del examen diario como parte del discernimiento espiritual, o a través de la conversación continuada dentro de la dirección espiritual, no podemos descuidar la misión de acompañar y dejarnos acompañar entre la discreta distancia y la sagrada intimidad[8]. A este respecto, Arana sostiene que:

 

Hoy es impensable una pastoral sin acompañamiento personal. En primer lugar, porque el hombre postmoderno es un homo psychologicus, es decir, un sujeto centrado en su mundo interior y buscador incansable de las más variadas formas de gratificación afectiva. A menudo sufre el sistema en el que vive y actúa de forma bastante resignada. Es reacio a hacer grandes declaraciones y tiende a invertir mucho tiempo y energía en diversiones, aunque sean fútiles y pasajeras, aferrándose a ellas de todas las maneras posibles. Por eso, la oferta que le hagamos, si no tiene un tiempo de personalización que toque el mundo de sus verdaderos intereses, tarde o temprano se desvanecerá en el aire. El hombre de nuestro tiempo también tiene grandes dificultades para salir del anonimato al que le ha conducido una estructura familiar de bajo perfil y el engañoso señuelo de los sistemas políticos y económicos, que sólo le buscan como objeto de consumo o consenso. Muchos hombres y mujeres llegan a la edad adulta habiendo sufrido una pobre o inadecuada nutrición emocional y de valores en la fase más importante de la formación de su personalidad. Esto les hace débiles ante las dificultades y prolonga su crisis adolescente, buscando siempre desesperadamente migajas de reconocimiento, pues están llenos de incertidumbres sobre su identidad. Una pastoral que no tenga en cuenta esta necesidad de redescubrirse no tendrá sentido y no ayudará a las personas a descubrir su dignidad, tan amenazada. Un descubrimiento que no debe terminar en la autosatisfacción, sino en la capacidad de ponerse a disposición de Dios y de los hombres. En muchos ambientes altamente secularizados, la fe ha perdido una plausibilidad social directamente percibida. En una sociedad pluralista, el Evangelio tomado en serio no margina socialmente al creyente, sino que muchas veces lo sitúa frente a actitudes alternativas bastante insólitas. Esta profesión de fe socialmente manifestada en actitudes no asumidas por la mayoría difícilmente puede mantenerse firme si no cuenta con el apoyo tanto de una comunidad viva como de una ayuda personal[9].

 

La importancia de la persona que acompaña la vida espiritual

 

Es interesante constatar que ha habido algunos obstáculos en la práctica del acompañamiento espiritual. Uno de ellos es precisamente el de la denominación de la persona que acompaña, que se describe con expresiones muy diversas. La expresión tradicional «Dirección espiritual» o «Padre espiritual», incluso antes del Concilio Vaticano II, recordaba más bien un cierto autoritarismo, subrayando demasiado el papel de la obediencia en detrimento de la libertad del individuo[10]. Por eso se ha intentado sustituir la expresión «dirección espiritual» por «ayuda espiritual», «acompañamiento espiritual», «diálogo espiritual», «consejo espiritual» y otras. En la práctica actual, es común identificar ciertos términos como «director espiritual», «guía espiritual», «maestro espiritual», «hermano espiritual», «amigo espiritual», «compañero espiritual», «consejero espiritual» y, a veces, «hermano mayor»[11] . Cabe señalar que Ignacio de Loyola no utilizó el término «director espiritual», sino el de «el que da modo y orden». Algunos de los términos fueron contestados porque, -decían-, corrían el riesgo de atentar contra la libertad personal y, a veces, favorecían un cierto tipo de manipulación por parte del acompañante. El término «director», para muchos, puede parecer desafortunado porque, de hecho, da la idea de que es otra persona la que empuja en una «dirección» preestablecida, cuando debe entenderse que es el Espíritu Santo quien dirige, y entendiendo la función del director como una simple mediación. Los dos términos, director-dirigido, indican también gramaticalmente, una relación en la que uno es activo y el otro pasivo con la consiguiente posibilidad de distorsión al entender la dirección en la línea de la autoridad y la obediencia[12] .

 

En cuanto a la interpretación del término «paternidad espiritual», «padre espiritual» o «hijo espiritual», tiene implicaciones positivas y negativas. Algunos consideran las implicaciones positivas porque se trata de una relación de ayuda entendida como relación pedagógica y, además, se destaca un elemento afectivo y de donación. Cuando se enfatizan los aspectos negativos, se dice que el padre en la relación natural tiene autoridad real, pero esto no entra en juego cuando se trata de la paternidad espiritual. El compañero espiritual sólo está revestido de la autoridad de Dios y de la Iglesia[13] . En cuanto a las otras denominaciones de «acompañante espiritual», «guía espiritual», «consejero espiritual», podemos decir que esta terminología se ha utilizado mucho en los últimos años porque expresa una relación empática de cercanía, respeto y aceptación incondicional. Desde un punto de vista positivo, se ha constatado que tiende a restituir el justo papel de la persona que pide ayuda, porque se revela la dimensión dinámica de la vida espiritual, su significado de itinerario progresivo que nunca se acaba, tanto para el «guía» como para el «guiado», porque ambos están llamados a emprender el camino. Por otra parte, el término «consejero» subraya sobre todo el carácter no autoritario del guía, remite directamente al instrumento privilegiado adoptado en la relación, que es el asesoramiento[14]. Independientemente de cómo se denomine a la persona que acompaña, el que da paso y orden evoca la presencia, o mejor dicho, la implicación de otros dos actores, radicalmente constitutivos de la dirección espiritual, a saber, el Espíritu Santo y la persona que busca la voluntad de Dios. Otras situaciones problemáticas en la experiencia del acompañamiento corresponden a acentos actuales de la vida humana y cultural, de la religiosidad y de la teología contemporáneas. Según Pascucci en esta perspectiva debemos tener en cuenta que:

 

Las dificultades teóricas son: la emergencia del fenómeno de la socialización y del espíritu comunitario que inevitablemente ha debilitado el compromiso personal; el desarrollo de la psicología en un contexto secularizado que ha eclipsado la dinámica de la gracia; el desarrollo de la teología y de la praxis conciliar que han puesto de relieve aspectos ambivalentes como: el valor de la libertad individual y del ser adulto, que excluye todo infantilismo posible, todo dirigismo y autoritarismo; el dinamismo de la vida espiritual (=Espíritu) que no se deja determinar ni bloquear por las prescripciones de la ley o de las fórmulas; el compromiso histórico que parece preeminente sobre la búsqueda de la perfección individual y espiritual. Las dificultades prácticas son: se oye decir hoy que no hay directores espirituales capaces y disponibles para esta tarea. Afirmación que no falta a la verdad: de hecho, es positivo que haya mucha demanda; y también lo es que el rechazo provenga de la conciencia de la dificultad de la tarea. Por otra parte, no siempre sería bueno que la dirección espiritual se solicitara porque se ve como una evasión de la propia responsabilidad en la toma de decisiones; o cuando la búsqueda de un director espiritual busca en realidad al psicólogo, al maestro de doctrina, al moralista que resuelve el caso, al canonista que interpreta la ley y da la decisión final ya tomada, etc. La crisis de la dirección espiritual no está exenta de desafección hacia ella por parte de muchos sacerdotes, que -evidentemente- no podrán promoverla entre los demás. De los pocos que aceptan hacer este servicio, se oye a menudo: «¡No tiene tiempo!». Si esto es cierto (y a menudo lo es), ¿por qué no buscar la dirección espiritual de otras personas experimentadas y preparadas, que no sean necesariamente sacerdotes? En efecto, la dirección espiritual no es una tarea reservada sólo a los sacerdotes[15].

En primer lugar, me parece realmente importante subrayar que, tanto para evitar el autoengaño en el que podemos caer cuando relativizamos el pecado o consideramos que no necesitamos a nadie que nos eche una mano en el camino de la vida, como como expresión de humildad para favorecer las mediaciones eclesiales, es central la presencia de una persona que pueda acompañar nuestro camino hacia el Señor para encontrar su voluntad y, una vez encontrada, hacer todo sólo para su mayor gloria. En cualquier actividad, ya sea en los Ejercicios Espirituales, en la iniciación a la vida de oración, en la práctica del examen diario como parte del discernimiento espiritual, o a través de la conversación continuada dentro de la dirección espiritual, no podemos olvidar la misión de la persona que «da camino y orden» según el método auténticamente ignaciano. Desgraciadamente, muy a menudo muchas personas manifiestan su dificultad para encontrar verdaderos guías y personas espirituales que puedan acompañarlas. Otras veces, las personas disponibles no tienen ni las habilidades ni la experiencia necesarias para ofrecer un ministerio que sea, al mismo tiempo, cristiano, profesional y que escuche a la persona de manera integral. A este respecto, Pascucci opina que:

 

Hoy en día, para los sacerdotes y religiosos comprometidos en la pastoral entre la gente, existe un doble riesgo: a). En primer lugar, está el riesgo de vivir fragmentados, es decir, dispersos en las miles de exigencias del ministerio, no todas del mismo valor, pero todas igualmente necesarias. Los compromisos de nuestro tiempo son tan variados que no siempre es posible unificarlos en torno a un valor que los justifique y, al menos, los mantenga unidos. El resultado de esta fragmentación es una especie de alienación que nos deja insatisfechos. b). El segundo riesgo, ligado en cierto modo al primero, es el del funcionalismo, que nos lleva a hacerlo todo e incluso a hacerlo bien, pero como un papel que desempeñamos sin ser capaces de poner en él esa convicción de corazón que transforma el ministerio en fuente de vida […]. No podemos ocultar que muchos de los que ya no acuden a nosotros van en busca de otros gurús, de maestros de sabiduría de otras religiones, o abarrotan las salas de los psicólogos: ¡ahí no hay quejas! Pero sabemos que la verdadera respuesta está en el camino del Evangelio y de la Iglesia. Ofrecer este magisterio espiritual es también un compromiso urgente para frenar una deriva que llama cada vez más la atención. ¡El cristianismo no ofrece menos que las religiones orientales! El mundo cultural posmoderno, en el que reina el pensamiento débil y que se declara incapaz de encontrar la verdad, paradójicamente la busca con más ahínco aún. Pero si no tenemos una palabra para ella, sólo puede buscarla en otra parte[16].

 

Febrero de 2025.

 

[1] Este material fue expuesto en el Curso “FORJANDO UNA NUEVA HUMANIDAD EN CRISTO: La confesión sacramental y la dirección espiritual como medios de reconciliación y transfiguración”, impartido del 15 al 18 de julio de 2024 en Cuautitlán Izcalli, Estado de México, en la Sede Casa Lago de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

[2] Ejercicios Espirituales [353].

[3] Ejercicios Espirituales [353, 364].

[4] Ejercicios Espirituales [365].

[5] Pascucci, Luciano. “La Direzione Spirituale nella vita e nel ministero del prete”. In: Formazione permanente del Clero. Diocesi di Roma, dicembre 2006.

[6] Christoph Cardinale Schönborn. “Il ministero di Cristo nella Chiesa alle fonti della spiritualità dell’apostolo di Gesù”. VI Settimana della Fede, Palermo, 10 marzo 2003.

[7] Siracide 37, 12-15.

[8] Cf. González Magaña, Jaime Emilio. “Tra discreta lontananza e una sacra intimità. Chi dà modo e ordine nella vita spirituale”. In: Ignaziana 23 (2017), 65-87.

[9] Arana Beorlegui, Germán. (Luglio 2007). “La cura personalis nel ministero sacerdotale”. Diocesi di Roma: Formazione permanente, 2-3.

[10] Cf. Mendizábal M. L. (1999).  La direzione spirituale. Teologia e pratica, Bologna: Edizione Dehoniane, 8.

[11] Frattallone, Raimondo. (2006).  Direzione Spirituale – Un cammino verso la pienezza della vita in Cristo. Roma: LAS, 256-258.

[12] Cf. Uka, Anton. (2013). Gli attori fondamentali della direzione spirituale. Tesi di Licenza in Teologia con specializzazione in Spiritualità. Roma: Pontificia Università Gregoriana, 127-128.

[13] MHSI. MI. Exerc., 1116.

[14] Cf. Uka, Anton. (2013). Gli attori fondamentali della direzione spirituale…, Opus cit., 128-129.

[15] Pascucci, Luciano. (Dicembre 2006). La direzione spirituale nella vita e nel ministero del prete…, Opus cit. 11-12.

 

[16] Pascucci, Luciano. (Dicembre 2006). La direzione spirituale nella vita e nel ministero del prete. Diocesi di Roma: Formazione permanente, 2-3.

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