Primero en suma pobreza espiritual y no menos en la pobreza actual[1]
—Por Jaime Emilio González Magaña, S.J.
Dos libros: “Vita Christi” y “Flos Sanctorum”
Durante su primera conversión en la casa paterna de Loyola, Íñigo comenzó a internalizar que el mundo en el que había vivido tenía otras alternativas y propuestas y éstas le decían algo que antes pasaba totalmente desapercibido. Intuyó que “su” mundo tenía un sentido diferente a como él lo había visto hasta entonces pero que, en realidad no lo había vivido, no lo conocía, no lo había aprehendido y, mucho menos, internalizado. Necesitaba recrear el horizonte que, hasta entonces, le había dado la esperanza de sobresalir para pertenecer al estamento de “los parientes mayores” y buscar el éxito, el poder y la fama. Tenía necesidad de leer aquellos libros que habían alimentado sus sueños, estaba hambriento de imaginar nuevamente las hazañas del gran Amadís de Gaula en su lucha contra el monstruo Endriago. Sin embargo, en la casa de su hermano Martín, “no había ninguno de los que solía leer”. El mayorazgo de la casa de Loyola no se preocupaba por tener libros que no le redituaran un beneficio y solamente existían libros de cuentas y registro de las operaciones de sus negocios de noble aristócrata. Fue Doña Magdalena de Araoz, quien le dio unos libros que había traído consigo de la corte de la Reina Isabel la Católica de quien había sido dama.
Con toda probabilidad, el gentilhombre convaleciente recordaba haberlos visto en los estantes de su antigua casa en Arévalo sin imaginar que esos libros serían el cauce pacificador para su alma en conflicto, en búsqueda apasionada de su sentido de vivir y necesitado de convertirse a sí mismo[2] y a empresas de mayor envergadura, trascendentales, que dejan huella. Doña Magdalena y sus hijas le trajeron algunos libros, pero, no de caballería sino un “Vita Christi Cartujano” traducido por Fray Antonio de Montesinos y una “Vida de Santos”, el famoso “Flos Sanctorum”[3]. Tales libros ni siquiera le causaron gran impresión, sencillamente debió sorprenderse del cambio de tal modo que, en 1553, dijo que “en aquella casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron un “Vita Christi” y un libro de la Vida de los Santos en romance; por los cuales, leyendo muchas veces, algún tanto se aficionaba a lo que allí hallaba escrito”[4]. Contamos con una edición del “Vita Christi” de 1521, realizada en Sevilla, pero hay más probabilidades de que la edición que manejó el convaleciente fue la de Alcalá, que probablemente se encontraba también en la casa de doña María de Velasco, en Arévalo. La obra de Ludolfo Cartujano está dividida en dos partes:
Después del prólogo, en una primera parte viene “De divina et aeterna Christi generatione” – De la eterna y divina generación de Jesucristo – que es el capítulo primero, y termina con el capítulo 92 “De fermento cavendo et de caeco Bethsaidae illuminato – De la levadura de los fariseos y del ciego alumbrado en Betsaida -. El primer capítulo de la segunda parte es “De confessione verae fidei, quam Petrus fecit pro omnibus” –De la confesión de la verdadera fe que hizo san Pedro por sí y por todos; el último capítulo es el 89: “Conclusio libri et signatio ejus” – De la conclusión de este libro y de su selo y cerramiento -… el capítulo 87 trata del juicio final, y el 88 de la pena y gloria eterna; de manera que, habiendo comenzado por la generación eterna del Verbo, termina con el triunfo eterno del Verbo hecho carne[5].
Según Leturia, la dedicatoria de la traducción de Montesinos debió impresionar fuertemente a Íñigo, con todo su bagaje caballeresco, ya que estaba dedicada “a los cristianísimos y muy poderosos Príncipes el Rey Don Fernando y la Reina Doña Isabel… por cuyo mandamiento lo interpretó”[6]. El fraile alaba la acción de los reyes en favor del orden, la justicia y la paz, así como sus victorias por tierra y mar; el modo como llevaron la fe y el nombre de España a tierras tan lejanas y cómo reconquistaron la tierra de los moros, el Reino de Al Andaluz. Íñigo, seguramente recordó los sueños que desde niño había tenido de vivir grandes misiones y desarrollar notables hazañas. El celo de los reyes por la difusión de la fe católica impactó la mente cansada y divagante del joven vasco y la imagen de Jerusalén no se apartaba de sí. Aquella tierra tan santa, en manos de infieles. ¡La corona que le correspondía a Fernando el Católico – según se le había presagiado – en manos de sarracenos y paganos! Para Íñigo, para quien antes todo estaba basado en la fama, el linaje, la fuerza de su juventud, la riqueza, el poder, todo había sido cuestionado al estar al borde de la muerte y, el libro del Cartujano le abría las posibilidades de ser feliz con una vida pobre y al servicio de los pobres. Constatamos que su contenido le impactó de tal manera que su interior comenzó a convertirse de una manera seria y profunda y para aquel joven que sufría su fracaso humano debió haberle resonado íntimamente cuando el Cartujano pregunta:
… Pues dime dónde están agora los que buscan la vida e los provechos del siglo e los que procuran superfluos vestidos e los que mueren buscando las vanidades… Contempla siempre e reconoce tus defectos dentro, en ti mesmo… e no quieras mirar las culpas de los otros mas depara haber compasión dellos… por cierto no hallarás una cosa más provechosa para te humillar como es mirar bien a ti mesmo…” [Y, como si los consejos del Cartujano hubiesen sido escritos expresamente para él]: “Deves con esto tener en tu corazón dos cosas. La primera que sientas de ti lo que sentirías de un cuerpo muerto que hendiesse e estuviesse lleno de gusanos e lo que sentirías de un hombre defunto que aborrescen las gentes e que cierran las narices por su muy torpe olor… La segunda es que desconfíes de todo en todo de ti mesmo e de todos tus bienes e de toda la vida e reclines sobre los brazos de Cristo muy pobre humilde e deshonrado e muerto en desprecio por tu reparación hasta que seas muerto en todos tus sentidos e hasta que Cristo viva crucificado en tu corazón… en tanto grado que nunca veas ni oigas sino a solo el redentor puesto en la cruz, colgado e muerto por tu amor… De lo que dicho se engendra en ti la virtud de la humildad que es original e madre de todas las otras e la que abre los ojos interiores para ver a Dios limpiando el corazón humano de todo sobrado e vano pensamiento…”[7]
El “Vita Christi” le dio orientaciones generales, pautas, teorías, que despertaron nuevamente su ilusión y sus esperanzas por lograr sus anhelados ideales. Los santos, por su parte, le ofrecieron los modelos operativos, le indicaron los cauces de posibilidad reales y su lenguaje fue perfectamente asimilado por él ya que eran presentados como héroes que destilaban virtud, galanura, valentía y arrojo en el seguimiento de causas difíciles y desesperadas en beneficio de los más desprotegidos. Si a todo esto añadimos que la narración no se distingue gran cosa de las hazañas de los caballeros a las que tan acostumbrado estaba, empezó a hacer la transposición de las vidas de aquellos hombres al ambiente caballeresco y, viceversa, llevando su mundo a “lo divino”[8]. Aquellos libros que había conocido en Arévalo y de los cuales guardaba buena impresión, como sería el libro del “Pelegrino humano” del cisterciense francés Guillaume de Digulleville que Vicente de Mazuelo tradujo del francés en Toulouse en 1490, tenían ahora un nuevo significado. Reconoció que los nuevos libros le daban la fuerza moral que necesitaba, la valentía suficiente para imitar conductas que, aunque parecidas a su estilo de vida anterior, diferían por el cambio radical de los señores a quienes se seguía y sus “otros significativos” comenzaron a ser muy diferentes.
El “Flos Sanctorum”, decisivo en su proceso de conversión, era una versión libre de la Legenda aurea de Jacobo de Varazze[9], de la Orden de Predicadores, quien nació en Varazze, hacia 1230, fue arzobispo de Génova y murió en 1298. Esta obra, que reunió en un solo volumen las leyendas y vidas de los santos y añadió varios aspectos de la historia de la Iglesia, fue ampliamente difundida en su tiempo ya que se conocen varias ediciones impresas antes de 1500. Leturia cree que la obra que manejó Íñigo pudo haber sido la impresa en Tolosa, hacia 1480 o la de Burgos, de 1521. Se ha dicho que entre las que cuentan con mayores probabilidades está la que Fray Gauberto María Vagad prologó en Zaragoza, la de Toledo de 1511 que es una reproducción de la anterior y la de fray Pedro de la Vega impresa en Zaragoza en 1521. Su opinión se basa en el hecho de que Vagad, era una persona bien conocida en la Corte de los Reyes Católicos. Gauberto María Vagad, nació a principios del siglo XV y primero fue soldado, sirvió de alférez a Don Juan, arzobispo de Zaragoza y hermano del rey de Aragón. Desengañado de las vanidades mundanas, Gauberto profesó en la Orden cisterciense de los Bernardos de Santa Fe, en la misma Zaragoza. Piadoso, historiador y poeta, escribe que concibe su nueva vida como un “sacro sacerdocio, la santa caballería” como un servicio hecho a un Rey superior en todos los terrenos, al que hay que amar por su bondad, porque Él mismo es bueno y digno de ser amado y servido: “Ved qué Dios para olvidalle, para poder defenderme de seguille: que amando, tan sin amalle, me paga tan sin deberme, si serville![10] Es probable, pues, que haya sido ésta la obra que leyera Íñigo en Loyola ya que hay algunas posibilidades de que el convaleciente lo conociera antes y encontrara algunas semejanzas con su situación de desengaño y búsqueda de servicio a un rey tan bueno y digno como el que describe el cronista de Aragón.
El convaleciente comenzó a intuir que había otros reinos más allá de Castilla, de Navarra y de Euzkadi y percibió que hay un Señor más grande y que él no le va a fallar en los fracasos como lo habían hecho sus anteriores señores. Mientras más leía, se daba cuenta que otros hombres semejantes a él, habían encontrado sus ideales y habían sido felices, a la vez que habían hecho felices a otros, más necesitados, en desgracia, enfermos, peregrinos… pobres, en última instancia. Luego entonces ¿no eran éstos los objetivos de la caballería? ¿No era esto lo que él había estado buscando toda su vida? Leía la vida de nuestro Señor y se iba dando cuenta que su misión fue en extremo difícil; releía la vida de los santos, especialmente la de Domingo de Guzmán, Francisco de Asís y Onofre e iba descubriendo que todo lo que hicieron era muy bueno y difícil, y le parecía, asimismo, que él también podía hacerlo de la misma manera y tal vez mejor por el ideal de “valer más” que era el lema del estamento de “los parientes mayores” de Guipúzcoa[11]. Si fue capaz de reencauzar su fracaso de Arévalo; si tuvo valor para arengar a sus compañeros en Pamplona aun cuando todo estaba perdido; si tuvo valor para soportar la carnicería de las operaciones en sus piernas, como el mejor de los caballeros de la Orden de la Banda, sin expresar en absoluto su dolor, ¿sería capaz de hacer lo que aquellos hombres habían hecho? El creía que sí, por lo que seguía leyendo, cada vez con mayor interés, casi con la obsesión de descubrir nuevas hazañas en la vida de aquellos hombres y, de ese modo, “algunas veces se paraba a pensar” … Poco a poco, sentía que todo su ser lo animaba a emprender una nueva aventura, que su interior fragmentado lo lanzaba al reto de reconstruirse en y por la acción, con las obras, como aquellos hombres… en otro hombre[12].
Francisco de Asís fue, quizá, uno de los primeros que impactó decididamente al caballero convaleciente. Como hemos señalado, ya desde antes de leer su vida, Íñigo había tenido contacto con la espiritualidad franciscana y con algunas asociaciones relacionadas con ella y, cuando entró en contacto con aquel joven soberbio que transformó radicalmente su vida en torno al Señor, su interior se fue agitando pues encontraba similitudes con su propia experiencia. Francisco lo animaba a seguir una vida de pobreza y renuncia de sí mismo, amando aun a riesgo de la propia salud como cuando besó a los leprosos y les dio su dinero, después de haberlos aborrecido y recordar cómo se avergonzaba de ellos. De Domingo de Guzmán le atrajo especialmente su celo apostólico, su profunda vida interior y las estrictas penitencias a las que sometía su cuerpo. No se sabe que hasta entonces haya tenido algún contacto con los dominicos a no ser por las veces en que debió visitar los famosos Colegios de San Pablo y San Gregorio en Valladolid, cuando asistió a la jura del Rey Carlos V y las Cortes de 1518[13]. De San Onofre, le parecía ejemplar la forma como habitaba en cuevas, su forma de “vestir” con hojas de yedra, sus cabellos largos y sin cuidar, la extrema soledad en la que vivía en el desierto sin haber establecido contacto con hombre alguno por más de setenta años, en los que sólo comió hierbas y, no obstante eso, sus palabras eran dulces y contagiaban el amor y respeto a Dios que no cesa de cuidar a sus hijos, especialmente cuando el diablo enemigo de natura humana pelea con ellos en su intento de obligarlos a seguirlo[14].
Ahora nos resulta familiar recordar a Íñigo en el inicio de su conversión cuando, como una forma de manifestar su decisión de ser pobre, regaló sus ricos vestidos a un mendigo en Montserrat, o cuando, por una decisión voluntarista, decidió vivir en una cueva o, incluso, su estancia en el hospital de Santa Lucía, en Manresa, cuando entró en contacto con una vida de auténtica pobreza. Seguramente tenía en mente a Domingo, cuando tres veces se disciplinaba, al igual que el santo de Caleruega, primero por sí, luego por los pecadores del mundo y en tercer lugar por las ánimas del purgatorio. Un nuevo Onofre quería ser Íñigo cuando, decidió “no comer sino yerbas”, dejó crecer sus uñas y dejó de peinar sus rubios cabellos, otrora bien cuidados o deja constancia de sus luchas con el enemigo de natura humana que lo tienta en las orillas del Río Cardoner. El gentilhombre arrepentido quiere ser, a toda costa, caballero a lo divino y hacer y decir lo que sus admirados santos decían y hacían, sin importar los sacrificios que ello le ocasionase. Cristo Jesús, sumo capitán, en el centro mismo de las acciones más nobles; los santos, caballeros de ese Señor sumamente bueno y generoso, dispuesto a combatir al capitán de los malos, al frente de los cuales va Lucifer, enemigo de natura humana. Íñigo quería ser uno de esos caballeros y ponerse a su servicio como colaborador en la construcción del Reino para lo cual sería necesario vestirse de “las armas de Cristo” y ser, en adelante, su soldado[15]. Como San Onofre, reconocía, que no sería fácil ya que los enemigos del hombre pelearían como “enemigo inventador de cualquier maldad” que trabaja en traerlos en “compañía de su malicia” y hacerlos cambiar de los propósitos buenos con que se han armado, les pondrá tentaciones para echar por tierra lo que Dios defiende. Algo estaba sucediendo en su interior e Íñigo, quien había entrado en una primera etapa de su conversión, cambiaba fácilmente de ideas y añoraba y deseaba otro tipo de caballerías y de hazañas “de mayor estima y momento”. La acción de Dios se fue haciendo presente, poco a poco, e Íñigo fue profundizando, reflexionando e interiorizando todo, como en círculos concéntricos, lenta, paulatinamente y cada vez más, profunda y conscientemente.
Conforme Íñigo iba avanzando en su proceso de conversión, retomaba los libros que le ayudaban en su introspección y meditación; contemplaba los grabados de la pasión de Jesús que tanto le habían impresionado y tanto más deseaba acompañarlo también en la Tierra Santa. Anhelaba caminar junto a Él mientras predicaba; quería cargarlo en sus brazos como cuando, pequeño, lloraba y se refugiaba en el regazo de su madre; imaginaba a sus atónitos discípulos verlo dormir en la barca en el lago de Genezareth. Como un nuevo apóstol, les pedía un sitio entre ellos; lo veía entrar glorioso en la ciudad santa el domingo de ramos y sufría enormemente y lloraba al verlo morir en la cruz en el Calvario a la vez que quería poner su pie en la huella que dejó el Señor en el Monte de los Olivos al ascender al Cielo. Toda la sensibilidad, el cariño y afectividad contenida en el joven vasco se desbordaron y se transformó en una novedosa fuerza que crecía más al leer y contemplar las imágenes de la vida de Cristo. Tomaba parte en ellas, escuchaba hablar a los personajes; dialogaba con ellos, los veía subir y bajar, olía el entorno de los diferentes pasajes y se fue dejando actuar por la gracia de Dios que iba penetrando lenta pero eficazmente en aquella alma deseosa de obras de mayor estima y momento.
Y mientras más contemplaba, más admiraba y amaba más; más comprendía y más confiaba en María, aquella mujer que había sido su madre desde pequeño y quien ahora lo consolaba y confirmaba en sus propósitos. La siente su amiga, le confía sus planes y le pide ser puesto con su Hijo[16]. Toda aquella devoción que profesó desde su niñez a Nuestra Señora de Olatz y a la Madre de Aránzazu se volcaba ahora en el corazón del “caballero a lo divino” y lo animaba a emprender acciones jamás imaginadas, simplemente por amor. Todas las oraciones a aquella imagen de la capilla doméstica en Loyola que la Católica Isabel regalara a doña Magdalena de Araoz, se hacen vida y se dirigen a la Señora del Cielo que lo visita en su cuarto de convaleciente, lleva a su pequeño Hijo en brazos y le da las fuerzas para no caer jamás en tentaciones de “cosas de carne”. María será, desde entonces, su abogada y madre de una forma personal y a ella acudirá como fiel hijo en todas sus preocupaciones y alegrías, en todos los momentos en que necesitaría que la Madre lo pusiera junto a Su Hijo. La dama de sus sueños ya no era la inalcanzable Catalina, Princesa de Austria, a quien soñaba con liberar de su prisión en el castillo de Tordesillas y donde tenía que sufrir la locura de su madre, la desdichada Reina Juana de Castilla, la loca. Su dama tenía ahora un nombre concreto; a ella dirigirá todas sus acciones y por ella habrá de librar más de una batalla, simplemente… por amor[17]. La visita de María a Íñigo de Loyola marcaría los comienzos de una primera etapa de conversión hacia sí mismo y hacia a Dios[18].
Un nuevo dato en nuestra búsqueda lo encontramos al contemplar a Íñigo en su recién estrenado camino de conversión en el que no se contentaba con la contemplación de los misterios que hasta entonces le habían dado tanta vida, sino que, según su manera de entender la situación, como caballero al fin, se lanzaba inmediatamente a poner en acción todo aquello que antes había contemplado y que había ocasionado tanto revuelo interior. Los libros y hábitos de caballería habían formado su carácter y habían determinado su posición ante la vida y su manera de actuar de tal forma que, aunque teóricamente, estaba dispuesto a abandonar su anterior estilo de vida y darle un enfoque diferente, visible, comprobable. No obstante, sus primeras acciones nos indican que aún faltaba mucho para que encontrara su respuesta personal, conforme con la llamada del Señor y lejos de la influencia de lo que llevaba tan dentro, tan asimilado e inherente a sí mismo. Íñigo actúa un tanto impetuosa, voluntaristamente, con su ánima que aún estaba “ciega” como él mismo lo menciona[19] y, con grandes deseos de parecerse a los santos, sus modelos actuales de conducta, sólo pensaba en hacer grandes y mayores penitencias, sólo por agradar a Dios. Tenía enormes deseos de seguir al Señor, pero al estilo de Íñigo, casi con su mismo estilo de vida y movido por el deseo de emulación de las hazañas de otros. Todavía no sabía “qué cosa era humildad, ni caridad, ni paciencia, ni discreción para reglar ni medir estas virtudes, sino toda su intención era hacer destas obras grandes exteriores, porque así las habían hecho los santos para gloria de Dios, sin mirar otra ninguna más particular circunstancia”[20].
[1] La primera parte de este trabajo fue publicada en el mes de febrero de este año en Noticias de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús.
[2] Jiménez H.-Pinzón, Francisco. (1973). “El proceso psicológico de la conversión de San Ignacio”, Manresa, Vol. 45, 146.
[3] Cf. Las pruebas de que estos fueron los libros que leyó Íñigo que aporta Codina, Arturo. (1926). Los orígenes de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Estudio Histórico. Barcelona: Biblioteca histórica de la Biblioteca Balmes. Serie II, vol. 1. 217-243.
[4]Cf. Luis Gonçalves da Câmara, Acta Patris Ignatii ut primum scripsit, MHSI, (1904). Series quarta. Scripta de Sancto Ignatio de Loyola, Tomus primus, Vol. 25, 31-98. Matriti: Typis Gabrielis Lopez del Horno. En adelante: Scripta.
[5] Codina, Arturo. Los orígenes de los Ejercicios Espirituales…, Opus cit. p. 223.
[6] Vita Christi Cartujano romançado por Fray Ambrosio. I (Alcalá 1502), folio 1r-3r. Ejemplar de la Biblioteca Nacional de Madrid. Citado por Leturia de Pedro. La Conversión de San Ignacio: Nuevos datos y ensayo de síntesis, Archivum Historicum Societatis Iesu, Vol. 5 (1936), p. 6.
[7]Ibídem., pp. 42-43.
[8]En el catálogo de los Libros de Caballerías, clase IV, se presenta una relación de los Libros de Caballería a lo Divino. Cf. Gayangos, Pascual de. (1874). Libros de Caballerías, Madrid. BAC, Vol. 40, M. Rivadeneyra, LXXXIV.
[9]Véase la edición moderna: Vorágine, Santiago de la. (1982). La Leyenda Dorada, Trad. de J. M. Marcías, 2 vols., Madrid: Alianza Editorial.
[10] Leturia, Pedro de. (1936). “La Conversión de San Ignacio: Nuevos datos y ensayo de síntesis”. En: Archivum Historicum Societatis Iesu, Vol. 5, 10-12.
[11] Cf. Autobiografía, 7.
[12] Cf. Vorágine, Santiago de la. (1982). La Leyenda Dorada..., Opus cit., 640.
[13] Leturia, Pedro de. (1936). “La Conversión de San Ignacio…, Opus cit., 17.
[14]Cf. El influjo de San Onofre en San Ignacio a base de un texto de Nadal, en Leturia, Pedro de Estudios Ignacianos I. Estudios Biográficos, Roma: Bibliotheca Instituti Historici S.I., Vol. X, Institutum Historicum S.I., 1957, pp. 97-111 y Manresa Vol. 2 (1926), 224-238.
[15] Desoille, Robert. (1938). Exploration de l’affectivité par la méthode du réve éveillé, Paris, 125-128.
[16] Cf. Meissner, W. W. (1995) Ignacio de Loyola. Psicología de un Santo. Madrid: Anaya & Mario Muchnik, 96.
[17] Autobiografía, 10.
[18] Cf. García Mateo, Rogelio. (1989). “La ‘gran mutación’ de Iñigo a la luz del Vita Christi Cartujano”, Manresa Vol. 61, 31-44.
[19] Autobiografía 14.
[20]Autobiografía, 14.