Lectura maniquea de textos bíblicos, por políticos, puede apoyar “las situaciones más atroces” (análisis)

Jul 24, 2017 | Noticias, Uncategorized

El jesuita Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica, es coautor junto con Marcelo Figueroa, director de la edición argentina de L’Osservatore Romano, de un interesante análisis sobre política y religión, en el que escriben de cómo los políticos estadounidenses, y de otras partes del mundo, han utilizado a los textos religiosos con fines políticos, pero también para declarar la guerra a quienes piensan diferente.

Ambos advierten sobre el riesgo que representa que los encargados de dirigir los destinos de países, y otros grupos sociales, fundamenten sus estrategias políticas en lecturas maniqueas de la biblia lo que puede “apoyar las situaciones más atroces”.

A continuación les presentamos un fragmento del texto que ha generado tanto defensores como detractores entre la comunidad religiosa, así como un gran interés por la prensa internacional:

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Fundamentalismo evangélico e integrismo católico. Un ecumenismo sorprendente

In God We Trust: tal es la frase impresa en los billetes bancarios de Estados Unidos de América, una frase que es también el lema nacional actual. La frase apareció por vez primera en una moneda del año 1864, pero no se hizo oficial hasta haber pasado por una resolución conjunta del Congreso en 1956. Significa «En Dios confiamos», y es un lema importante para una nación que en las raíces de su fundación tiene también motivaciones de carácter religioso. Para muchos se trata de una simple declaración de fe, mientras que para otros es la síntesis de una fusión problemática entre religión y Estado, entre fe y política, entre valores religiosos y economía.

Religión, maniqueísmo político y culto al apocalipsis

Especialmente en algunos Gobiernos de Estados Unidos de las últimas décadas se notó el creciente papel de la religión en los procesos electorales y en las decisiones de gobierno: un papel también de orden moral en la identificación de lo que está bien y lo que está mal.

Por momentos esta compenetración entre política, moral y religión asumió un lenguaje maniqueo que divide la realidad entre el bien absoluto y el mal absoluto. En efecto, después de que Bush hablara en su tiempo de un «eje del mal» que hay que enfrentar y, después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, hiciera referencia a la responsabilidad de «liberar el mundo del mal», hoy el presidente Trump dirige su lucha contra una entidad colectiva genéricamente amplia, la de los «malos» (bad) o, también, «muy malos» (very bad). A veces los tonos utilizados por los que lo apoyan en algunas campañas asumen connotaciones que podríamos definir como «épicas».

Estas actitudes se basan en principios fundamentalistas protestantes evangélicos de comienzos del siglo pasado que se han ido radicalizando poco a poco. En efecto, se pasó de un rechazo a todo aquello que es «mundano», como se consideraba la política, a perseguir una influencia fuerte y determinada de esa moral religiosa en los procesos democráticos y sus resultados.

El término «fundamentalismo evangélico», que hoy puede asimilarse a «derecha protestante evangélica» o «teoconservadurismo», tiene sus orígenes entre los años 1910 y 1915. En esa época, Lyman Stewart, un millonario del sur de California, publicó 12 volúmenes titulados Los fundamentos (The Fundamentals). El autor procuraba responder a la «amenaza» de las ideas modernistas de la época resumiendo el pensamiento de los autores cuyo apoyo doctrinal apreciaba. De ese modo, ejemplificaba la fe evangélica en cuanto a los aspectos morales, sociales, colectivos e individuales. Entre los que apreciaron los volúmenes de Stewart hay varios exponentes políticos y también dos presidentes recientes como Ronald Reagan y George W. Bush.

El pensamiento de las colectividades sociales religiosas inspiradas por autores como Stewart considera a Estados Unidos como una nación bendecida por Dios y no vacila en fundar el crecimiento económico del país en la adhesión literal a la Biblia. En el curso de los últimos años esto se ha visto alimentado, además, por la estigmatización de enemigos a los que, por decirlo así, se «demoniza».

En el universo que amenaza su modo de entender el American way of life se han sucedido a lo largo del tiempo los espíritus modernistas, los derechos de los esclavos negros, los movimientos hippies, el comunismo, los movimientos feministas, y así siguiendo, hasta llegar, hoy, a los inmigrantes y a los musulmanes. Para mantener el nivel de conflicto, sus exégesis bíblicas se han impulsado cada vez más hacia lecturas descontextualizadas de los textos del Antiguo Testamento sobre la conquista y la defensa de la «tierra prometida», más que guiarse por la mirada incisiva y llena de amor del Jesús de los Evangelios.

Dentro de esta narrativa no se proscribe aquello que impulsa al conflicto. No se considera el nexo existente entre capital y beneficios y la venta de armas. Por el contrario: a menudo la misma guerra es asimilada a las heroicas empresas de conquista del «Dios de los ejércitos» de Gedeón y de David. En esta visión maniquea, las armas pueden asumir una justificación de carácter teológico, y hoy no faltan tampoco pastores que buscan para ello un fundamento bíblico, utilizando fragmentos de la Sagrada Escritura como excusas fuera de contexto.

Otro aspecto interesante es la relación que esta colectividad religiosa —compuesta principalmente por blancos de extracción popular del Sur estadounidense profundo— tiene con la «creación». Hay como una suerte de «anestesia» respecto de los desastres ecológicos y de los problemas generados por el cambio climático. El «dominionismo» que profesan —que considera a los ecologistas como personas contrarias a la fe cristiana— hunde sus propias raíces en una comprensión literal de los relatos de la creación del libro del Génesis, una comprensión que coloca al hombre en una situación de «dominio» sobre la creación, mientras que esta queda sometida al arbitrio del hombre en un bíblico «sometimiento».

En esta visión teológica, los desastres naturales, los dramáticos cambios climáticos y la crisis ecológica global no solamente no se perciben como una alarma que debería inducirlos a revisar sus dogmas, sino, por el contrario, como signos que confirman su concepción no alegórica de las figuras finales del libro del Apocalipsis y su esperanza en «unos cielos nuevos y una tierra nueva».

Se trata de una fórmula profética: combatir las amenazas que se ciernen sobre los valores cristianos estadounidenses y esperar la inminente justicia de un Armagedón, una rendición de cuentas final entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás. En este sentido, todo «proceso» (de paz, de diálogo, etc.), colapsa frente a la apremiante urgencia del fin, de la batalla final contra el enemigo. Y la comunidad de los creyentes, de la fe (faith), se convierte en la comunidad de los combatientes, de la batalla (fight). Una tal lectura unidireccional de los textos bíblicos puede inducir a anestesiar las conciencias o a apoyar activamente las situaciones más atroces y dramáticas que el mundo vive fuera de las fronteras de la propia «tierra prometida».

El pastor Rousas John Rushdoony (1916-2001) es el padre del denominado «reconstruccionismo cristiano» (o «teología dominionista»), que ha tenido un gran impacto en la visión teopolítica del fundamentalismo cristiano. Es la doctrina que alimenta a organizaciones y redes políticas como el Council for National Policy y el pensamiento de sus exponentes, como Steve Bannon, actual chief strategist de la Casa Blanca y partidario de una geopolítica apocalíptica.[1]

«Lo primero que tenemos que hacer es dar voz a nuestras Iglesias», dicen algunos. El significado real de este tipo de expresiones es que se espera de ello la posibilidad de influir en la esfera política, parlamentaria, jurídica y educativa para someter las normas públicas a la moral religiosa.

En efecto, la doctrina de Rushdoony sostiene la necesidad teocrática de someter el Estado a la Biblia, con una lógica no diferente de la que inspira el fundamentalismo islámico. En el fondo, la narrativa del terror que alimenta el imaginario de los yihadistas y de los neocruzados abreva en fuentes no demasiado distantes entre sí. No hay que olvidar que la teopolítica que inspira la propaganda del Estado Islámico se funda en el mismo culto a un apocalipsis que hay que apresurar lo más posible. Por tanto, no es casual que George W. Bush haya sido reconocido como un «gran cruzado» por el propio Osama bin Laden.

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