El director espiritual como maestro y discípulo

May 10, 2025 | Noticias

— Jaime Emilio González Magaña, S.J.

El ministerio de la dirección espiritual y el Magisterio de la Iglesia

El Magisterio de la Iglesia no duda en afirmar cómo la dirección espiritual representa un medio concreto de formación espiritual en la vida sacerdotal[1]. Así lo afirmó con firmeza el Papa Juan Pablo II al subrayar que «constituye el centro vital que unifica y vivifica el ser sacerdote y el ejercicio del sacerdocio[2]. Contribuye a una auténtica formación integral porque «debe estar íntimamente unida a la formación doctrinal y pastoral; y con la colaboración, sobre todo, del director espiritual»[3] . En 1987, la Santa Sede la indicó como una prioridad de la formación espiritual porque «es un momento decisivo para el seminarista y el sacerdote en la creación de la imagen de Cristo a quien deben referirse como ideal supremo durante toda su vida»[4]. Es también «indispensable para una formación personalizada e interiorizada del candidato al sacerdocio»[5]. De modo especial, en la formación inicial tiene una doble función: » como camino de discernimiento vocacional y de madurez humana y cristiana y como tiempo de formación para el sacerdocio y la pastoral «[6]. El primero nos recuerda la centralidad de la dirección espiritual, que consiste en el discernimiento y la misión de quien acompaña y a quien «se le reconoce una responsabilidad particular en el campo de la formación espiritual, más precisamente, trata de acompañar al seminarista en la búsqueda de la voluntad de Dios, en el discernimiento vocacional»[7]. El acompañante debe dedicar todo su ser, sus fuerzas y capacidades humanas, espirituales, pastorales e intelectuales para que la persona en formación asuma los elementos centrales de la espiritualidad sacerdotal en general, y del carisma religioso en particular, que consisten en una auténtica amistad y profunda comunión con Jesucristo, es decir, la configuración con Él de tal manera que Él sea el centro y la llamada a la santidad, que se asume con una vida de sacrificio, ascesis y abnegación de los propios deseos e intereses, y que son la base de la formación al celibato y a los demás consejos evangélicos.

 

Por lo que se refiere a la formación afectiva en general, y al celibato en particular, es importante subrayar que no existe un proceso claro de lo que se ha de transmitir[8]. A veces se insiste demasiado en la obligatoriedad del celibato, pero no se dan los elementos formativos que permitan asumirlo como un don de sí para un mayor servicio a Dios y a los demás. En este ámbito, el Magisterio de la Iglesia ha sido enfático al asumir que un buen acompañamiento colabora en el discernimiento de la vocación a través de la consolidación de la madurez humana y afectiva de los candidatos al sacerdocio[9]. Un proceso serio de acompañamiento espiritual debe favorecer una decisión libre y madura por el celibato sacerdotal o la castidad en la vida religiosa, como manifestación de la virginidad libremente asumida y en la que el objetivo fundamental será vivir la caridad pastoral de quien quiere gastarse y consumirse en el servicio del pueblo de Dios[10]. También hay que subrayar que el acompañamiento espiritual no es sólo para los formandos, como desgraciadamente se ha supuesto en los últimos años. Como han constatado las Congregaciones vaticanas para el Clero y para la Vida Religiosa, es notablemente frecuente que uno de los principales motivos por los que muchos hermanos piden dejar el ministerio sacerdotal sea primero la desidia, luego el abandono de la vida espiritual y, sobre todo, la reticencia a ser acompañados por un hermano.

 

Gracias a Dios, la Iglesia es cada vez más consciente de la urgencia de una verdadera formación permanente de sus sacerdotes, en la que es evidente que todos estamos obligados a discernir quién o quiénes son nuestro principio y fundamento, cuál es la escala de valores en la que basamos la acción de nuestra misión apostólica, y si ésta es reflejo de nuestra configuración con Cristo y de nuestro amor a la Iglesia[11]. Asimismo, nos ayuda a discernir si fomentamos la unidad entre la vida sacerdotal y un proyecto de vida personal que nos mantenga atentos a la realización gozosa de nuestra vocación[12]. No es nada nuevo constatar que desarrollamos nuestra misión en medio de un activismo frenético que, a la larga, nos hace perder de vista el horizonte de nuestra vocación. A menudo, sin darnos cuenta, nos agotamos o nos desanimamos, nos descentramos de Cristo para centrarnos en nosotros mismos y en nuestros propios proyectos. En este caso, el acompañamiento espiritual asiduo y cercano de alguien que nos conozca bien nos ayuda a unificar nuestra vida, es decir, a buscar la integración entre nuestra vida interior y nuestro trabajo pastoral[13]. También nos permitirá elaborar y actualizar un proyecto personal de vida, imprescindible para mantener nuestro deseo de buscar sólo al Señor y en todo amarle y servirle para su mayor gloria[14].

 

El director espiritual como maestro y discípulo

 

La mediación de la comunidad y de la Iglesia será decisiva, tanto a la hora de decidir la vocación, como a la hora de vivirla en el cumplimiento de nuestra misión apostólica. El acompañamiento de una persona espiritual y competente será también decisivo para no caer en el autoengaño, como signo de la humildad del hombre, que muere a su propio juicio, y ciertamente como punto de referencia eclesial. El proceso de acompañamiento nos permitirá creer y ser testigos creíbles de que la vocación se vive en un camino en el que Dios y el hombre trabajan, esforzándose este último por vivir un acto de fe continuamente renovado en la iniciativa de Dios y en el compromiso histórico de hacer cosas que favorezcan una mayor receptividad espiritual[15]. No olvidemos que es Dios quien nos ha llamado y que sólo Él es el artífice de la santidad, pero quien nos acompaña «es el representante de Dios; la persona capaz de ser mediador e instrumento dócil del Espíritu Santo, de quien Él se sirve para actuar eficazmente en las almas»[16].  El término director espiritual -comúnmente aceptado en el ámbito de la formación sacerdotal[17]– deriva de dos palabras latinas ‘spiritus-us’ de ‘spiro’, que significa alma o espíritu, y ‘director-oris‘ del verbo ‘dirigo’, que significa: el que dirige. Basándonos en esto, podríamos aceptar como válida la expresión que significa: ‘el que dirige el alma’[18]. Dado que después del Concilio Vaticano II, este término fue rechazado por quienes pensaban que abrir nuestro mundo interior a alguien podría favorecer la manipulación de nuestra conciencia, últimamente se han preferido otras expresiones que enfatizan aspectos diferentes de su misión, pero cuyo contenido es similar, y así, como ya hemos dicho, es común llamarle «padre espiritual, guía o director espiritual, maestro del espíritu, el que acompaña la vida espiritual…»[19].

 

La formación sacerdotal ha sido tradicionalmente el ámbito eclesial en el que el término «director espiritual» y el ser y quehacer del «director spiritus» fueron definidos y permitidos introducir en el reglamento de los seminaristas por San Vicente de Paúl y G. G. Olier en el siglo XVII. Más tarde, fue el Papa León XIII quien lo incluyó en un documento dirigido a los obispos italianos en 1902. Asimismo, se introdujo en el Código de Derecho Canónico de 1917 y, tras el Concilio Vaticano II, en la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis de 1970. Aparece de manera mucho más clara y precisa en el canon 239 § 2 del Código de Derecho Canónico de 1983[20]. En todo este proceso, observamos que, más allá de cualquier definición, lo que favoreció la asunción de su importancia fue la clarificación de las cualidades humanas y espirituales que debe tener quien acompaña a otros en la búsqueda de la voluntad de Dios. San Gregorio Magno llamó a este ministerio «el arte de las artes» y exigió una formación y preparación adecuadas para quienes quisieran vivirlo como concreción de su vocación.

 

En cuanto a las cualidades requeridas para los destinados a este ministerio, la Exhortación Apostólica Pastores dabo Vobis especifica que deben tener: «madurez humana y espiritual, experiencia pastoral, competencia profesional, solidez en la propia vocación, capacidad de colaboración, preparación doctrinal en ciencias humanas, especialmente en psicología…»[21]. Por su parte, en 1993, la Congregación para la Educación Católica especificó lo siguiente: «espíritu de fe, espíritu de comunión, madurez humana y equilibrio psicológico, capacidad clara y madura de amar, capacidad de escucha, diálogo y comunicación, atención positiva y crítica a la cultura moderna»[22].  Quienes reciben la misión de desempeñar este ministerio deben ser «elegidos entre los mejores»[23] y ser señalados por su idoneidad[24].

 

Poco a poco, los superiores han ido asumiendo la necesidad de formar adecuadamente a estas personas, y poco a poco también ha ido quedando claro que, si un formador nunca debe improvisarse, con mayor razón debe hacerlo un director espiritual. No basta con que sea un «buen» sacerdote o religioso, es absolutamente necesario que tenga una profunda preparación teológica y, sin duda, una doctrina sólida y sana, más allá de la suficiencia: «teología bíblica, dogmática, moral, pastoral y espiritual»[25]. conocimientos de ciencias humanas como la psicología y la pedagogía[26], indispensables para el buen uso de las técnicas de entrevista pastoral y de las reglas mínimas del discernimiento vocacional[27]. El director espiritual debe ser también un hombre prudente, o al menos estar dispuesto a pedirla como gracia para poder ofrecer su servicio con la debida discreción[28]. Esta virtud, junto con el don de consejo, es insustituible para quien acompaña el discernimiento de la voluntad de Dios[29] y sabe reconocer los afectos desordenados, la acción del Espíritu Santo y la del espíritu maligno[30]. Sería absurdo que quien acompaña el proceso de formación y el camino de santidad no cultivase su vida interior, por lo que es fundamental aceptar, como afirma Arana que “el punto de partida de toda enseñanza espiritual es el discipulado. Se puede ser maestro porque primero y al mismo tiempo se es discípulo. Precisamente porque el sacerdote al guiar a otros no se refiere tanto a sí mismo como fuente de sabiduría, sino a su Señor, según la enseñanza de la Iglesia. Nosotros mismos nos convertimos en testigos y aprendimos el camino precisamente porque recibimos el don de discernir la llamada del Señor en nuestra vida y la seguimos. En efecto, el sentido de nuestra vida y de nuestra misión es enteramente vocacional, es decir, es una respuesta a la llamada del Señor a servir a nuestros hermanos compartiendo su propia misión redentora. Esta llamada es tan apremiante que toda nuestra vida está movida por el imperativo categórico de la misión de Cristo, hasta el punto de que todos nuestros recursos y opciones están relacionados con ella. ¿Quién puede guiar a otros sino quien ha sentido el atractivo de la llamada del Señor y ha comprendido su alcance y significado? ¿Quién podrá convocar en nombre del Señor sino quien ha sentido primero la llamada y ha experimentado personalmente el camino que conduce a la verdadera vida?[31].

 

Quien acepta esta difícil pero hermosa tarea es invitado a acrecentar su unión y familiaridad con Dios a través de todos los medios espirituales de la vida cristiana: la frecuencia de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, la asidua dirección espiritual personal, una vida de oración seria y profunda, la devoción a María, Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre del sacerdote, la ascesis y la abnegación, el sacrificio y la disciplina, el amor genuino y la fidelidad a la Iglesia, etc.[32] Como dijo en su día el Papa Benedicto XVI, el pueblo de Dios no busca maestros, sino hombres de Dios, y Juan Pablo II repitió: «el sacerdote es el hombre de Dios, el que pertenece a Dios y hace pensar a Dios»[33]. Aunque no suelen mencionarse, otras cualidades que no deben faltar son ‘una nota de sano humorismo’[34] y, por qué no, ‘un plus de calor humano’, es decir, de amor a las personas tal y como son, que se manifiesta en una actitud: la espontaneidad[35]. Hay que insistir en la madurez humana ‘porque el director espiritual, llamado a ser imagen viva de Cristo, cabeza y pastor de la Iglesia, debe tratar de reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, esa perfección humana’[36]. y simplemente porque el director espiritual «es el guardián de su propia identidad»[37]. Por último, hay que subrayar que «la escucha tiene en cuenta toda la experiencia interior»[38] y que, más que hablar, debe aprender a escuchar como medio eficaz de ayuda. Inmersos como estamos en un mundo de ruido y superficialidad, el director espiritual debe fomentar la «escucha activa»[39] que sólo puede lograrse asumiendo el valor del silencio donde el hombre calla para que Dios hable.

 

Conclusiones

 

Después de analizar la misión y la figura de la persona que acompaña una experiencia espiritual, queda la pregunta: ¿para qué necesitamos un confesor o un director espiritual? La respuesta parece fácil, y podríamos responder que para iniciar o profundizar tanto un camino de oración como una relación personal, como un encuentro cara a cara con el Dios vivo. Para entrar en el secreto de tal encuentro, San Ignacio de Loyola propone los ejercicios de oración y una serie de ejercicios prácticos que hay que hacer con «modo y orden»; el examen de oración, que hay que hacer después de cada ejercicio; la conversación con el guía, llamado «el que da los ejercicios». Todo esto forma parte de un modo de proceder en la iniciación a la vida espiritual, es el legado de un hombre de Iglesia, que ayuda a hacer un serio camino de fe, a lograr un buen discernimiento vocacional y elegir adecuadamente el estado de vida, a ordenar o reformar la propia vida de modo que se pueda vivir una auténtica maduración en Cristo, y a suscitar y sostener el compromiso personal en la fe y en la respuesta a la santidad a la que se está llamado[40]. Bastaría analizar con precisión una afirmación del Santo Padre Pío XII dirigida a todos aquellos que piensan y esperan encontrar un padre espiritual: «en el camino de la vida espiritual no os confiéis demasiado, sino que con sencillez y docilidad aconsejaos y pedid ayuda a quien con sabia dirección pueda guiar vuestra alma, advertiros de los peligros que podéis encontrar, sugeriros remedios adecuados, y en todas las dificultades internas y externas pueda conduciros rectamente para encaminaros hacia aquella perfección cada día mayor, a la que os invitan insistentemente los ejemplos de los santos del cielo y los seguros maestros de la ascética cristiana. Sin esta prudente guía de la conciencia, en el modo ordinario, es muy difícil seguir debidamente los impulsos del Espíritu Santo y las gracias divinas[41].

 

Necesitamos la ayuda de un padre espiritual para afrontar los problemas que presenta la llamada sociedad líquida en la que vivimos, y que fue valientemente denunciada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger cuando afirmaba: ‘cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas de pensamiento…’. La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos se ha visto zarandeada no pocas veces por estas olas, zarandeada de un extremo a otro: del marxismo al liberalismo, al libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etcétera. Cada día nacen nuevas sectas y se hace realidad lo que dice San Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a arrastrarlos al error (cf Ef 4,14). Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, se califica a menudo de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse llevar «de aquí para allá por todo viento de doctrina», parece ser la única actitud acorde con los tiempos actuales. Se está configurando una dictadura del relativismo, que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como medida última el yo y sus deseos»[42]. Como es muy común caer en la trampa del autoengaño o acostumbrarse a relativizarlo todo, para hacer un buen camino de fe no basta confiar en las propias fuerzas y capacidades, sino fiarse de alguien, ser sencillos y dóciles, es decir, buscar consejo, sugerencias y pedir ayuda a quien sabe guiar con sabiduría el alma hacia Dios. San Francisco de Sales, otro hombre de Dios, experto en acompañamiento espiritual, decía muy a menudo que, si uno no ha llegado a esta comprensión, difícilmente pedirá ayuda al padre espiritual[43].

 

Es necesario establecer una relación frecuente con un hombre o una mujer que nos acompañe para profundizar en el deseo de conocer a Dios y en el deseo de estar en su presencia, para esforzarse por vivir una vida plenamente cristiana, para superar los diversos obstáculos que impiden una vida de fe más clara y límpida; para tratar los problemas interiores, tanto si se refieren al crecimiento humano o afectivo, como si están relacionados con la madurez de la vida cristiana o con la experiencia de una vocación personal. Es realmente importante contar con la ayuda de una persona que nos haga compañía para no dejarnos vencer por la superficialidad. Sólo así encontraremos respuestas concretas y adecuadas a las mociones del Espíritu Santo para responder a la vocación elegida, resolver las dificultades de la oración y profundizar en el deseo de saber distinguir las mociones que vienen de Dios y las que proceden del espíritu maligno, para cumplir la voluntad de Dios y hacerlo todo sólo para su mayor gloria. La confrontación y la ayuda continua de quien da paso y orden nos permite entrar en el corazón de la oración y comprender el terreno sobre el que ejercitar la reflexión y la afectividad, porque también Jesús, en el encuentro con los dos discípulos de Emaús, les recordó los acontecimientos recientes y las Escrituras, haciendo de ellas una lectura nueva e inédita; y mientras le escuchaban, se les abrió la inteligencia y, sobre todo, se les calentó el corazón[44].

 

El director espiritual nos ayuda a comprender que «es necesario persuadirse de que el tiempo no es «nuestro», sino que es «para nosotros». En particular, el tiempo de los ejercicios es un «tiempo favorable» que se nos da para lograr con el Señor esa unión profunda de puntos de vista y sentimientos que es la única que nos permite hacer opciones ordenadas que le sean agradables. Otra razón es nuestra necesidad de aprender a estar ante el Señor gratuitamente, yendo más allá de una cierta espontaneidad: ‘rezo cuando quiero y todo el tiempo que me apetece’. Como en el aprendizaje de un arte, se necesita mucha práctica para llegar a una espontaneidad de puro amor, y consiste en estar ahí para el Otro, incluso cuando parece que no se consigue nada’[45]. La ayuda del padre espiritual es muy útil cuando nuestro principal objetivo es profundizar en nuestra vida de fe e intentar hacer todo lo posible para responder a la llamada de Dios, en las circunstancias cotidianas de la vida y a pesar de los momentos de crisis o de prueba[46]. Otra cosa que la persona directa debe saber es que el padre espiritual es simplemente quien estimula, supervisa, ilumina con la Palabra de Dios y con la oración, dirige sus pasos, pero sólo la persona directa es autora de su propia santidad[47].

 

No se acude a un padre espiritual para despersonalizarse, para descargar la propia responsabilidad de crecer tanto en la dimensión humana como en la espiritual, sino por la certeza de que la verdad es amor y que, por tanto, es en la comunión donde se llega a conocer. La persona que pide ayuda necesita ser escuchada y atendida, favoreciendo un auténtico diálogo que debe seguir las seis características señaladas por san Pablo VI en Ecclesiam suam: a). el diálogo viene de Dios y toma la iniciativa; b). parte de la caridad del Padre y se realiza en la caridad; c). no se mide por méritos o resultados, es gratuito, se ofrece con toda libertad; d). se ofrece a todos porque es católico; e). se caracteriza por la gradualidad y la progresividad[48]. Este diálogo debe reunir estas cualidades: claridad, referida a la verdad y al contenido del diálogo; suavidad, confianza y prudencia, referidas a los interlocutores y a la calidad de la relación interpersonal. El diálogo que tiene lugar en el coloquio espiritual debe ofrecer ciertas características mínimas que garanticen el resultado positivo del encuentro. Para ejemplificar algunas, estamos de acuerdo con Pascucci cuando afirma que:

 

es difícil enumerar los posibles contenidos del diálogo, porque las situaciones personales pueden ser muy variadas. Sin embargo, podríamos intentar recoger los contenidos de la dirección espiritual dividiéndolos en generales y particulares. En general, el diálogo debe, en primer lugar, verificar la experiencia pasada para encontrar la raíz de los problemas de la persona; los problemas, de hecho, son sólo un «chivato» de algo más profundo dentro de la persona (una incertidumbre sobre una orden puede denotar una dificultad más profunda que una aversión a esa orden o persona determinada) para llegar a la totalidad de la vida espiritual. Además, a través del diálogo hay que tomar conciencia de la experiencia presente, de los hechos espirituales, de las tensiones, deseos y aversiones (afectividad espiritual en sus tres niveles, sensible, psíquico, espiritual), de las tensiones comunitarias, como las relativas a persona y comunidad, fidelidad y novedad, unidad y diversidad, teoría y praxis, carisma e institución, libertad y autoridad, gracia y libertad, humildad y autoestima, etc. Y todo ello con la mirada puesta en el futuro para conocer la voluntad de Dios y hacer las opciones necesarias. Para ejemplificar -sin ninguna pretensión de exhaustividad- cuáles deben ser las características del diálogo, mencionamos a continuación los temas que más frecuentemente forman parte de las conversaciones espirituales. Son: a). el conocimiento de la persona, el estado psicológico general (alegre, seco, eufórico, etc. y ¿por qué?) y la salud física; b). los problemas relativos al equilibrio afectivo (gustos, amistades, reacciones con los familiares, etc.); las opiniones sobre los problemas de la vida…; c). los defectos y tendencias interiores, los pecados como expresión de esos defectos y tendencias, los éxitos y fracasos en la vida; d). la oración, los sacramentos, etc. (ideas y práctica); e). la escucha de la Palabra de Dios. La frecuentación cotidiana de la Palabra de Dios en forma de lectio divina constituye el terreno por excelencia del discernimiento; f). el ejercicio de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; g). el modo de relacionarse con Dios, con la Iglesia, con María y con los santos, y con el reino de Dios; h). la ascesis personal y la mortificación; i). el apostolado y la misión[49].

 

Para terminar, me gustaría decir que, para explicar la importancia y el papel que un verdadero acompañante espiritual puede desempeñar en la vida de una persona que desea profundizar en su vida de fe, que busca conocer y hacer la voluntad de Dios, podemos terminar con una historia de Nouwen que dice así: «Érase una vez un escultor que trabajaba afanosamente con su martillo y su cincel sobre un gran bloque de mármol. Cuando el niño regresó al estudio unas semanas más tarde, vio con sorpresa que en el lugar donde había estado el bloque de mármol estaba sentado un león grande y poderoso. Emocionado, el niño corrió hacia el escultor y le dijo: «Señor, dime, ¿cómo sabías que había un león en el mármol?[50].

 


[1] Concilio Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, 18. Código de Derecho Canónico, can. 239.  S. S. Giovanni Paolo II, Esortazione Apostolica Pastores dabo Vobis, 40, 50, 81. Congregación para el clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbiterios, 39. Ministro de la Misericordia Divina, sacerdote confesor director espiritual, 110. Cf. Valdovinos, Guillermo, La Dirección Espiritual y el Discernimiento. Tesis de Licenciatura. PUG, 2013.

[2] S. S. Giovanni Paolo II. Esortazione Apostolica Pastores dabo Vobis, 45.

[3] Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius,  Nº 8.

[4] Congregación para la Educación Católica, Algunas normas para la formación en los seminarios mayores, 6. I. Peri, I seminari oggi, la formazione dei sacerdote nelle circonstanze attuali, 273.

[5] Gahungu, M. – Gambino, V.  (2003). Formare i presbiteri, principi e linee di metodologia pedagogica. Roma: LAS, 144.

[6] Platovnjak, Ivan. (1982). La Direzione Spirituale oggi. Lo sviluppo della sua dottrina dal Vaticano II a Vita Consacrata (1962-1996), Roma: Editrice Pontificia Università Gregoriana, 173; Costa, Maurizio. (2009). Direzione Spirituale e Discernimento. Roma: Edizioni ADP, 172-173.

[7] Costa, M., «La figura e la funzione del padre spirituale nei seminari secondo il Codice di Dirito Canónico», 486.

[8] Cf. González Magaña, Jaime Emilio. “Affettività e Celibato. La limpida e matura capacità di amare”. In: Sacrum Ministerium, Congregatio pro Clericis. Annus XIII, 1/2007, pp. 39-59.

[9] S. S. Giovanni Paolo II, Pastores dabo Vobis, 50. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, 43. 59.

[10] Platovnjak, I. (1982). La direzione Spirituale Oggi…, Opus cit., 414. Ancilli, E. Mistagogia e direzione spirituale, 333. Concilio Vaticano II, Optatam Totius, 16. J. García, «La formación espiritual en los seminarios mayores», 75.

[11] Cf. González Magaña, Jaime Emilio. (2019). Amar y servir hasta la muerte. Identidad sacerdotal y configuración con Cristo. Tomo I, Ciudad de México: Buena Prensa, 289-384.

[12] Platovnjak, I., La direzione Spirituale Oggi, Opus cit., 415. Goya Benito.  Aiuto fraterno: la pratica della direzione spirituale. Bologna: Edizioni Dehoniane, 115. Esquerda Bifet, Juan. (2004). La misión al estilo de los apóstoles: itinerario para la formación inicial y permanente. Madrid: BAC, 260. Concilio Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, 18. S. S. Giovanni Paolo II, Pastores dabo Vobis, 81. Congregación para el clero, Ministro de la Misericordia Divina, sacerdote confesor director espiritual, 110.

[13] S. S. Giovanni Paolo II Pastores dabo Vobis, 24.43. Costa, Maurizio. (2003). Tra identità e formazione, la spiritualità sacerdotale, Roma: ADP, 281.

[14] Costa, M. (2003).  Tra identità e formazione, la spiritualità sacerdotale…, Opus cit., 322.  Congregación para el clero, Ministro de la Misericordia Divina, sacerdote confesor director espiritual, 110.

[15] Cf. Arana, Germán. Conferenza tenuta agli studenti del Centro Interdisciplinare per la Formazione dei Formatori al Sacerdozio della Pontificia Università Gregoriana il 4 novembre 2010.

[16] Ancilli, E. Diccionario de espiritualidad, 622.  Platovnjak, I. La direzione spirituale oggi…, Opus cit., 435.

[17] Cf. Platovnjak, I. La direzione spirituale oggi…, Opus cit., 433. Costa, M., Direzione spirituale e discernimento…, Opus cit., 137. Barry, William B.-Connolly, William J. (1990). Pratica della Direzione Spirituale, Milano: Edizioni O. R., 175.  Mendizábal, Luis. (1999). La Direzione Spirituale. Teoria e Pratica. Bologna: Edizione Dehoniane Bologna, 72. Frattallone, Raimondo. (2006). Direzione Spirituale. Un cammino verso la pienezza della vita in Cristo.  Roma: LAS, 256. Ancilli, E. Diccionario de espiritualidad, 622. AA. VV., Diccionario del sacerdocio, 217-218. Concilio Vaticano II, Optatam Totius, 8. Codice di Diritto Canonico, can. 239§2. Congregazione per il clero, Il sacerdote ministro della Misericordia Divina, sussidio per confessori e directori spirituali, 101.110. Congregación para la Educación Católica, Normas básicas de la formación sacerdotal «Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis», 55. Directrices sobre la preparación de los formadores en los seminarios, 61.

[18] Testo originale in latino del Codice di Diritto Canonico, can. 239§2. Etimología de: AA. VV., Latín diccionario, 531. 1476.

[19] Frattallone, R. (2006). Direzione Spirituale, un cammino verso la pianezza della vita in Cristo…, Opus cit., 256.

[20] Panizzolo, S.  «Il director spiritus nei seminari: excursus da Trento ai giorni nostri», 483-484.

[21] S. S. Giovanni Paolo II, Esortazione Apostolica Pastores Dabo Vobis, 66.

[22] Congregación para la Educación Católica, Directrices sobre la preparación de los formadores en los seminarios, 26.42. Concilio Vaticano II, Optatam Totius, 5. Pastores Dabo Vobis, 66.

[23] Congregación para la Educación Católica, Directrices sobre la preparación de los formadores en los seminarios, 13.

[24] S. S. Giovanni Paolo II, Pastores Dabo Vobis, 66.

[25] Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, Nº 94; Pastores Dabo Vobis, Nº 40; G. Rodríguez, Formación y Dirección Espiritual, 200. Frattallone, R. (2006). Direzione Spirituale, un cammino verso la pianezza della vita in Cristo…, Opus cit., 258.

[26] Concilio Vaticano II, Optatam Totius, Nº 2, 3 y11 e Congregazione per l’Educazione Cattolica. «Orientamenti per l’utilizzo delle competenze psicologiche nell’ammissione e nella formazione dei candidati al sacerdozio», 29 giugno 2008, Nº 14.

[27] San José Prisco, José. (2002). La dimensión humana de la formación sacerdotal: aproximación histórica, aspectos canónicos y estrategias formativas. Salamanca: Publicaciones Universidad Pontificia Salamanca, 46.

[28] Congregazione per il clero, Il sacerdote ministro della Misericordia Divina, sussidio per confessori e direttori spirituali, 101.

[29] Platovnjak, I.  La direzione spirituale oggi…, Opus cit., 437. Congregazione per il clero, Il sacerdote ministro della Misericordia Divina sussidio per confessori e directori spirituali,101. Rodríguez Melgarejo, Guillermo. (1986). Formación y dirección espiritual: aportes para la formación espiritual de los presbíteros en América Latina.  Bogotá: Organización de Seminarios Latinoamericanos, 202. Frattallone, R. (2006). Direzione Spirituale, un cammino verso la pianezza della vita in Cristo…, Opus cit., 260. Hugues, A. C. «The spiritual accompaniment of seminarians: Vocational Discernment and Growth in the life of the Theological virtues», 520.

[30] Cf. González Magaña, Jaime Emilio. “Tra discreta lontananza e una sacra intimità. Chi dà modo e ordine nella vita spirituale”. In: Ignaziana 23 (2017), 65-87.

 

[31] Arana Beorlegui, Germán. (Luglio 2007). “La cura personalis nel ministero sacerdotale”. Diocesi di Roma: Formazione permanente, 5.

[32] Congregazione per il clero, Il sacerdote ministro della Misericordia Divina, sussidio per confessori e direttori spirituali, 39. S. S. Giovanni Paolo II, Pastores Dabo Vobis, 66. Royo Marín, Antonio. (1962). Teología de la perfección cristiana. Madrid: La Editorial Católica, 818.

[33] Rubio, L. (1990). La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales: XI Simposio internacional de teología de la Universidad de Navarra, 110.

[34] Congregazione per il clero, Il sacerdote ministro della Misericordia Divina, Nº 101.

[35] Barry, William B.-Connolly, William J. (1990). Pratica della Direzione Spirituale…, Opus cit., 182.

[36] Romano, M. «El papel de la psicología en el desarrollo de la dirección espiritual», 390.

[37] Congregación para la Educación Católica, Directrices sobre la preparación de los formadores en los seminarios, 61.

[38] García Domínguez, L. M. La entrevista en los ejercicios espirituales…, Opus cit., 83.

[39] Goya, B. Aiuto fraterno, pratica della direzione spirituale… Opus cit., 22. Hugues, A. C. «The spiritual accompaniment of seminarians: Vocational Discernment and Growth in the life of the Theological virtues», 520.

[40] Cf. Frattallone, Raimondo. (2006).  Direzione Spirituale…, Opus cit., 233-234 e Colombo, C. G. (2006). Spiritualità sacerdotale. Lettere a un

 presbitero e due saggi sulla direzione spirituale. Milano: Glossa, 25-30.

[41] L’Osservatore Romano del 13 giugno 2004, 5.

[42] Ratzinger, Cardinale Joseph. Omelia della Missa pro elegendo Romano Pontifice nella Patriarcale Basilica di San Pietro, lunedì 18 aprile 2005.

[43] Cf. Di Sales, Francesco. (2009). Filotea. Introduzione alla vita devota, a cura di R. Baldoni. Roma: Città Nuova, 38-40.

[44] Ejercicios  Espiriruales [3].

[45] Centro Ignaziano di Spiritualità. (1999). “Il nostro modo di dare gli Esercizi…, Opus cit., 57.

[46] Goya, Benito. (2008). Luce e Guida nel Cammino. Manuale di direzione spirituale. Bologna: Edizioni Dehoniane, 96.

[47] Goya, Benito. (2008). Luce e Guida nel Cammino. Manuale di direzione spirituale. Bologna: Edizioni Dehoniane, 96.

[48] S. S. Paolo VI. Lettera Enciclica Ecclesiam suam. Per quali vie la Chiesa Cattolica debba oggi adempire il suo mandato, il 6 agosto dell’anno 1964, nn. 73-79.

[49] Pascucci, Luciano. “La Direzione Spirituale nella vita e nel ministero del prete”. In: Formazione permanente del Clero. Diocesi di Roma, dicembre 2006.

[50] Nouwen, Henri J. M. (2008). La direzione spirituale. Brescia: Edizione Queriniana, 41.