El examen de conciencia, camino para el discernimiento espiritual

Sep 17, 2024 | Noticias

—Jaime Emilio González Magaña, S.J.

El discernimiento espiritual, o más exactamente, el discernimiento de espíritus consiste en aprender a reconocer hacia dónde nos quiere conducir Dios para «dejarnos conducir por Él», para colaborar con Él en la construcción del Reino del Padre[1]. Por eso, no es algo sencillo, sino un proceso que requiere, en primer lugar, que como persona me acostumbre a elegir la vida por principios[2]. Requiere el hábito personal de examinar la conciencia, de adquirir el hábito de buscar y elegir lo que me da vida y lo que da vida a los demás; implica tener la actitud consciente de que me importan los demás y de que me preocupo por ellos, y, sobre todo, por los que son mayoría en este mundo, es decir, los pobres, los débiles, las personas que sufren y que son consideradas como la basura de este mundo. Examinar la vida para ordenarla exige hacer un proceso continuo de elecciones que tiene muchas manifestaciones, una de las cuales es la autoestima positiva, que se refleja, entre otras cosas, en una actitud positiva ante la vida, un trabajo equilibrado, la capacidad de descansar y recuperar la propia fuerza física, psicológica y mental, la disposición al diálogo y al perdón, la apertura a descubrir lo positivo en todo y en todos. Y esto, lo sabemos, no es nada fácil porque supone un cambio radical en mí como persona y sobre todo en mi comportamiento y mi forma de proceder en la vida cotidiana. En palabras del Santo Padre Francisco,

Una ayuda para esto es el examen de conciencia, pero no hablo del examen de conciencia que todos hacemos cuando vamos a la confesión, no. Esto es: “He pecado de esto, eso…”. No. Examen de conciencia general de la jornada: ¿qué ha sucedido en mi corazón en este día? “Han pasado muchas cosas…”. ¿Cuáles? ¿Por qué? ¿Qué huellas dejaron en el corazón? Hacer el examen de conciencia, es decir, la buena costumbre de releer con calma lo que sucede en nuestra jornada, aprendiendo a notar en las valoraciones y en las decisiones aquello a lo que damos más importancia, qué buscamos y por qué, y qué hemos encontrado al final. Sobre todo, aprendiendo a reconocer qué sacia mi corazón. Porque solo el Señor puede darnos confirmación de lo que valemos. Nos lo dice cada día desde la cruz: ha muerto por nosotros, para mostrarnos cuánto somos valiosos a sus ojos. No hay obstáculo o fracaso que pueda impedir su tierno abrazo. El examen de conciencia ayuda mucho, porque así vemos que nuestro corazón no es un camino donde pasa de todo y nosotros no sabemos. No. Ver: ¿qué ha pasado hoy? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué me ha hecho reaccionar? ¿Qué me ha puesto triste? ¿Qué me ha puesto contento? Qué ha sido malo y si he hecho mal a los otros. Se trata de ver el recorrido de los sentimientos, de las atracciones en mi corazón durante la jornada. ¡No os olvidéis! El otro día hablamos de la oración; hoy hablamos del conocimiento de uno mismo[3].

El examen de las afecciones desordenadas

 

Para poner orden en nuestra vida, para hacer una buena elección o, en su caso, una reforma de vida, es necesario haber trabajado nuestra interioridad para descubrir cuáles son nuestros deseos primordiales; sobre todo, dejar que surja de mi interior y hacer todo lo posible por conocer y eliminar todos los afectos desordenados que, a veces, ni siquiera puedo conocer. El concepto de «afectos desordenados» aparece en la segunda semana de los Ejercicios Espirituales, en el contexto de la elección[4]. Se refiere a una posible y definida disposición antes de tomar una decisión importante. Si decidimos con afectos desordenados, la decisión no será conforme a la voluntad de Dios, porque los afectos desordenados buscan el propio interés. Pero si la decisión se toma «sin ningún afecto desordenado», entonces la decisión estará bien tomada y será conforme a la voluntad de Dios. Así piensa Ignacio y así lo expresa en los Ejercicios[5]. Según García Domínguez, hay dos delimitaciones de la afección desordenada,

 

Una, que la afección desordenada no se refiere al pecado mortal ni venial (ni al campo específico de rechazo de la virtud), porque la persona en Segunda semana quiere seguir a Jesucristo. Quiere el bien y busca hacer cosas buenas. La afección desordenada es una afección a algo bueno; o, al menos, algo indiferente en sí mismo. En segundo lugar, la afección desordenada tampoco se refiere a «afección» en sentido médico, clínico o psicopatológico. Ignacio no utiliza la expresión en este sentido; aunque también reconoce Ignacio, y sus colaboradores, que puede haber alguna «natura» inestable o difícil[6]. En las Constituciones se excluye de la Compañía a quienes presentan signos de inmadurez psíquica, como «enfermedad donde venga a obscurecerse y no ser sano el juicio», o «pasiones que parezcan indomables», así como «falta de juicio o dureza notable en el propio sentir»[7]. En estos casos se trata de fragilidad psíquica, no de afección desordenada. La afección desordenada es, pues, una cosa buena que impide otra mejor; es algo bueno que atrae y mueve a elegir a una persona en una dirección que no es la que Dios quiere. La afección desordenada incluye un afecto particular que inclina a algún interés (oculto) en la persona que elige. Es una atracción a cualquier persona, lugar, actividad o circunstancia vital que distorsionan la percepción de los valores en juego y dificultan el juicio acertado. Es un apego lícito que, sin embargo, impide discernir y actuar con libertad. La afección desordenada busca una oculta gratificación del «propio amor, querer e interés» (Ej 189), una ganancia secundaria. Vemos que Ignacio de Loyola habla de afecciones desordenadas para referirse a algo bueno que impide algo mejor. Se refiere a una situación que es contraria a la «indiferencia» espiritual necesaria para elegir bien. La afección desordenada distorsiona la percepción adecuada y el análisis racional, mueve en una dirección secretamente interesada y aparta del fin existencial que Dios quiere para la persona concreta que tiene la afección desordenada[8].

 

¿Cómo discernir la afección desordenada que podemos encontrar en nuestra propia vida o en la de las personas a las que queremos ayudar a tomar decisiones según la voluntad de Dios?[9]  Para hacer este discernimiento, utilizaremos el método que Ignacio sugiere que debemos examinar bien para discernir la «consolación con causa»: mirar atentamente el principio, el medio y el fin de la moción[10]. La antropología de la vocación cristiana nos ofrecerá algunas explicaciones para cada uno de los implícitos ignacianos. En primer lugar, debemos excluir del discernimiento aquellos afectos que podríamos llamar «alterados» o psicopatológicos, ya que constituyen un problema psíquico, no espiritual. Si hay psicopatología, no se trata de un trastorno y debe tratarse clínicamente. Y también hay que excluir los afectos hacia el mal y el pecado, porque son «malos afectos», que tienen un discernimiento moral más fácil, aunque siempre requieren lucha espiritual y el uso de los sacramentos. Así, si hay pecado o psicopatología, no estamos ante un afecto desordenado. Dicho esto, la pauta práctica del discernimiento incluye, como sugiere Ignacio, «mucha advertencia… el principio, el medio y el fin»[11]. Es decir, identificar el objeto del afecto desordenado, que debe ser indiferente o bueno en sí mismo; luego comparar el principio (bueno) con el fin al que se dirige el afecto, que será menos bueno o tal vez malo. Y, por último, hay que analizar el proceso intermedio donde se da el engaño de forma latente y oculta[12].

 

Siempre de acuerdo con García Domínguez, «el afecto desordenado comienza siempre por algo bueno» es propio del ángel malo … traer pensamientos buenos y santos según un espíritu justo …[13]. Puede ser una forma correcta de ser cristiano, una actitud de servicio, un comportamiento altruista, una devoción, un engaño o un apego. Tomará la forma de “consolación con causa”[14]. algo bueno que nos consuela, nos anima, nos entusiasma, nos atrae y nos motiva a emprender alguna acción o decisión distinta de la previamente decidida. No parece desordenado, por lo que es necesario seguir el discernimiento “con mayor discreción de espíritus”[15]. El afecto desordenado termina en algo negativo: «es propio del ángel malo […] arrastrar el alma a sus ocultos engaños y perversas intenciones»[16]; y lo hace «para arrastrarla a su maldita intención y malicia»[17] a una «intención depravada»[18]. Y esta intención depravada puede ser «alguna cosa mala o distractora o menos buena […] o que pone al alma ansiosa o inquieta, o la turba, quitándole su antigua paz, tranquilidad y sosiego»[19], que era anterior al estado de conciencia y precursor del estado de consolación espiritual, con una buena decisión ya tomada.

 

Desde un punto de vista antropológico, la finalidad oculta del afecto es satisfacer indirectamente alguna necesidad disonante[20] que el sujeto tiene latente y que actúa en él como una motivación muy central en su vida. El ejercitante no gratificará consciente y deliberadamente esas necesidades disonantes, porque su conciencia moral y su sentido de seguimiento del Evangelio se lo impiden. Esto significa que, en el afecto desordenado, el ejercitante se considera un buen cristiano, pero en realidad gratifica una necesidad discordante indirectamente. Por ejemplo, un sacerdote que celebra la liturgia con modales exquisitos, pero se coloca a sí mismo en el centro de la celebración (y no coloca allí a Jesucristo); o un voluntario que sirve a los demás, pero lo hace para compensar su sentimiento de inferioridad mediante la eficacia; o una monja que es humilde y sumisa, pero no por obediencia a Dios, sino por miedo a sus superiores. O un padre de familia que trabaja muchas horas para ganar más dinero por el bien de su familia… o para evitar las críticas de su mujer o porque no quiere enfrentarse a los problemas de sus hijos adolescentes. O un sindicalista cristiano que reclama enérgicamente los derechos de los trabajadores como manifestación de su lucha por la justicia … o para descargar parcialmente su agresividad latente. Los ejemplos ignacianos de afecto desordenado son, en tres jesuitas, el celo apostólico indiscreto y desobediente, el apego a lugares o personas, y el deseo de eludir la responsabilidad de ser superior bajo la apariencia de humildad»[21].

 

Examen de conciencia para preparar la confesión

 

El examen anima a la persona -deseosa de vivir un proceso de conversión-, a prepararse para vivir bien el sacramento de la confesión. Consciente de que «lo propio del cristiano es entregarse al Señor y a los demás, es decir, hacerse “libre” para el Señor, abrirse a Él y a los demás en Él en la experiencia humana concreta y real. Pero cada uno de nosotros tiene, en su singular «vocación personal», la posibilidad de ser «cristiano», es decir, de darse o «hacerse libre» en cada experiencia humana. En otras palabras, cada uno de nosotros tiene un criterio único y secreto de discernimiento en medio de toda nuestra experiencia humana»[22]. De aquí se deduce que «la fase específicamente “cristiana” del “examen de conciencia” consiste, por tanto, en ponernos en actitud de “vocación personal”, que nos libera de nosotros mismos para llegar al Señor en y a través de nuestra experiencia real y concreta. Y esto tanto en las experiencias llamadas «negativas» como en las positivas. Juntando todos estos pasos, la definición de «examen de conciencia» es, en la oración, una reorientación del corazón que comienza con la acción de gracias y luego pasa a centrarse en el Señor a través de una experiencia real y conscientemente aceptada»[23]. Si la conciencia moral del cristiano está bien formada, el examen será «más fácil» pero, el problema con el que nos encontramos es que, muy a menudo, no se tiene una idea clara de lo que significa esta conciencia moral para luego formarla adecuadamente. Para ello, habría que tener más claro qué se entiende por ámbito de la conciencia e intimidad de la persona y en esa tarea nos ilumina la definición de conciencia que da la Constitución Gaudium et spes en el n. 16 que establece lo siguiente:

En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado».

 

A este propósito, Ghirlanda enfatiza que:

 

Si la conciencia es el lugar de las opciones morales que el hombre toma en ese ámbito en el que está a solas con Dios y en el que se juega su salvación, ninguna autoridad humana puede entrar en ella. En la cuestión de la licitud de pagar tributo al César, Jesús dice que lo que es del César hay que dárselo al César, porque la imagen del César está grabada en la moneda, y lo que es de Dios, es decir, del hombre, hay que dárselo a Dios, porque sólo en el hombre está grabada la imagen de Dios y, por tanto, la ley de la Nueva Alianza está grabada en su corazón (Mt 22, 15-22)[24]. El hombre lleva en sí la imagen de Dios porque es un ser inteligente y libre, por eso es la única criatura que Dios quiso para sí (GS 24c). La libertad del hombre se expresa en las opciones morales que hace en su conciencia ante Dios, por eso ninguna autoridad humana, ni siquiera la de la Iglesia, puede adueñarse de la conciencia del hombre. Sería un acto contra el señorío de Dios. Desde un punto de vista antropológico, hay que admitir que existe en el hombre una zona profunda y oculta de su corazón que le está reservada sólo a él, como lo más propio, profundo, secreto y sagrado, como constitutivo de sí mismo. La intimidad es antropológicamente el lugar de la creatividad subjetiva, donde el individuo se plantea cuestiones y decide sobre ellas de forma autónoma, pero al mismo tiempo es el lugar donde la persona escucha la voz de un interlocutor dentro de sí misma. De hecho, la intimidad está estrechamente relacionada con la conciencia. Es en la intimidad donde Dios habla al hombre, por eso en ella hay secretos que forman parte de su ser más profundo y que constituyen el misterio de su persona, por lo que deben ser preservados de cualquier intromisión. Como ser social, el hombre se comunica necesariamente con los demás, por lo que en las relaciones que establece siente la necesidad de darse a conocer, de manifestarse, pero al mismo tiempo siente la necesidad de mantener un ámbito reservado y una intimidad que hay que preservar. En una humanidad libre de pecado, la persona podría comunicar sus pensamientos, deseos, proyectos, con plena confianza, pero dada su situación pecaminosa necesita protegerse del pecado de los demás y, por tanto, del uso instrumental que los demás puedan hacer de la revelación de su intimidad. Esto significa que la persona sólo puede revelar su intimidad, su alma, cuando encuentra en el otro la condición adecuada para recibirla»[25].

 

En cuanto a la conciencia moral y su formación, Carlotti explica que:

 

El discernimiento del bien y del mal supone un ejercicio creativo de la razón práctica y moral para identificar caminos viables en las circunstancias y situaciones singulares que el individuo, él mismo, como sujeto único experimenta y decide. Es aquí donde se va formando el conocimiento, también único, que la persona individual necesita. Es aquí donde se abre la delicada y personalizadora tarea de la conciencia moral, que desvela el horizonte virtuoso de su formación, que a través de la prudentia o phronesis conoce por naturaleza interna el bien que está llamada a discernir y practicar en las circunstancias más impensables de la vida. Si bien queda confirmado que la práctica de la virtud no es posible en la transgresión de la ley, no es menos cierto que ya no es sólo una ley la que instruye al sujeto desde fuera sobre las decisiones a tomar, sino que es la experiencia de sí mismo consigo mismo la que le guía desde dentro, experiencia movida por el Espíritu del Resucitado, si el sujeto ha elegido y quiere ser sujeto cristiano. Así, la conciencia moral cristiana asume, critica y resignifica el desafío de hoy por una vida verdaderamente propia. Incluso humanamente, sólo una vida virtuosa es propia. La resignificación teológica y carismática apunta al don pascual de Dios como sentido del ser propio[26].

 

De todo ello se desprende la necesidad de recuperar el valor y la práctica del examen de conciencia. Es un instrumento para favorecer el provecho y el progreso espiritual, midiendo la altura, la plenitud a la que Dios llama a sus hijos, orientándolos por un camino de «abajamiento», de «vaciamiento», de «salida de sí», en contraste con la lógica mundana, para pedir la gracia divina de conocer la raíz del propio pecado y los afectos desordenados que impiden conocer y hacer su voluntad. El punto central de referencia es, y debe ser siempre la Palabra de Dios, por eso es importante recordar que, como afirma un pastor fiel a esta práctica: «las pistas para el examen de conciencia se han utilizado como un apoyo eficaz en el propósito y compromiso cotidianos de permanecer fieles a la llamada del Señor». Una exigencia que, según la enseñanza del Cuarto Evangelio[27], puede resumirse en la expresión permanecer en la Palabra. Y la Palabra de Jesús, como Palabra de Dios: «En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios»[28] . Palabra que actúa: «¡Lázaro, sal! Y el muerto salió»[29] . Según Ďačok,

 

el examen de conciencia ayuda a reconocer el «misterio de iniquidad» o pecado y facilita el paso al «misterio» o «sacramento de la piedad», que es el misterio propio de Cristo. A la luz de Cristo muerto y resucitado, el cristiano, para evitar el pecado o liberarse de él, «dispone la presencia en sí mismo de Cristo mismo y del misterio de Cristo, que es el misterio de la piedad» (ReP, nn. 19-20). El examen de conciencia se entiende como «un arte espiritual de oración, de discernimiento, que profundiza y personaliza el proceso de redención de cada uno»[30]. En este sentido, significa diálogo íntimo con el Señor, mirada dirigida al rostro misericordioso de Dios, escucha del propio corazón en su profundidad, confianza en presentar al Señor todos los momentos de la vida, sabiduría en nutrirse de la santidad y sabiduría de la Iglesia, confianza en la transformación y conversión personal. El corazón, como sede de la libertad y de la inteligencia, se considera también el núcleo de la personalidad moral del hombre. En su corazón, el hombre conoce o realiza una presencia sensible, un sujeto sensible a las exigencias de Dios. Escuchar el corazón significa examinar el propio elemento de la constitución humana. Esto se hace en la oración personal, facilitada por la lectura de la Sagrada Escritura y bajo la guía del Espíritu Santo[31].

 

Finalmente, podemos identificar dos formas de practicar el examen de conciencia: preparación para el sacramento de la penitencia y, camino para iniciar un proceso de discernimiento, ordenando o reformando la propia vida, teniendo siempre en el horizonte el deseo de profundizar en el Principio y Fundamento y de hacer todo sólo para la mayor gloria de Dios. Para concluir este apartado es conveniente subrayar lo que afirma Ďačok en relación al primer aspecto cuando sostiene  que:

 

La preparación para la confesión sacramental tiene como objetivo el conocimiento de los pecados y requiere una atención especial y sincera, ya que precede al encuentro personal con el Señor. Este aspecto, especialmente para la mentalidad apresurada de hoy, debe ser reiterado y profundizado. De acuerdo con la experiencia humana, los acontecimientos importantes y de gran envergadura requieren también una preparación adecuada. El encuentro sacramental con el Señor merece la máxima atención, con el tiempo adecuado. Para conocer bien y con claridad la propia situación espiritual, es necesario someterse a un cuidadoso conocimiento de los propios pecados, carencias y omisiones de bondad, a fin de poder presentar la materia necesaria con una acusación completa. Es un deber responsable y grave evaluar y reconocer los propios actos desde el punto de vista moral, para poder llegar a su conocimiento y precisar su gravedad, número, carácter y circunstancias. Hay varios modos de prepararse: se puede proceder según los mandamientos divinos, los preceptos de la Iglesia, las virtudes o los deberes para con Dios, el prójimo y uno mismo, o según el propio estado, según los propios pensamientos, palabras, acciones y omisiones. Ciertos esquemas pueden servir bien a este respecto, pero para evitar una preparación mecánica a la confesión, se recomienda cambiar cada vez de esquema y de modalidad. Lo que vale para todo ejercicio espiritual vale también para el examen de conciencia: al comienzo del mismo, se recomienda ponerse en presencia de Dios. El Rito de la Penitencia, a propósito de la reconciliación de los penitentes individuales, propone la lectura de la Palabra de Dios «que ilumina a los fieles a conocer sus pecados, los llama a la conversión y les infunde confianza en la misericordia de Dios» (n. 17). Desde este punto de vista, son vitales para la formación de la conciencia: la lectura de la Sagrada Escritura y la escucha regular de la Palabra de Dios, al menos durante las celebraciones dominicales y festivas, así como la reflexión personal. Una cuidadosa atención merece la preparación al examen de conciencia con vistas a la primera confesión y en los períodos sucesivos. Estas etapas, tan delicadas e importantes para el ulterior crecimiento en la fe y en la vida sacramental, exigen la aplicación de toda la sabiduría humana, pastoral, psicológica y pedagógica por parte de los pastores y de sus colaboradores. Omisiones y superficialidades causadas por ellos en la fase de preparación podrían acarrear daños importantes a la vida espiritual de los niños y de los jóvenes[32].

 

 

Septiembre de 2024.

 


[1] Parte de este trabajo fue expuesto en una conferencia en el Seminario “Celebrar el Sacramento de la Confesión hoy”, en el Dicasterio de la Penitenciaría Apostólica, en Roma, 14 de octubre de 2022.

[2] Cf. Cabarrús. Carlos R. (1997). “Aprender a discernir para elegir bien”. In: 14 aprendizajes, vitales. Colección Serendipity Maior. Bilbao: Desclée de Brouwer, 25-40.

[3] S. S. Francisco. Audiencia general. Plaza San Pedro, Miércoles, 5 de octubre de 2022.

[4] La expresión «afección desordenada» se menciona siete veces en el texto: EE 1 (título), 21 (título), 169 (preámbulo para la elección), 172 (dos veces: objeto de la elección), 179 (primer modo de elección) y 342 (Reglas para distribuir limosnas). Otras expresiones correspondientes aparecen también en otros lugares: EE 16, 150, 153, 157, 338 (Cf. 184).

[5] Cf. EE [21, 169, 172], etc.

[6] Ignacio de Loyola, carta a Juan Bautista Pezzano, del 9 febrero 1549, en MHSI (26), Epp 2, 339; y carta del 18 noviembre 1553, en MHSI (31), Epp 5, 706.

[7] Cf. Const [29; 175; 179; l84; 216].

[8] García Domínguez, Luis María. “L’affezione disordinata come impedimento per l’elezione”. En: González Magaña, Jaime Emilio, Ed. (2019). Esaminate ogni cosa. Discernimento ed elezione. Prima parte.  Roma: Society Editions, 91-92. TN.

[9] Cf. García Domínguez, Luis María. “L’affezione disordinata come impedimento per l’elezione” …, Opus cit., 96.

[10] [EE 332-334].

[11] [EE 333]

[12] García Domínguez, Luis María. “L’affezione disordinata come impedimento per l’elezione” …, Opus cit., 96.

[13] [EE 332]

[14] [EE 331]

[15] [EE 328]

[16] [EE 332]

[17] [ES 331]

[18] [EE 334]

[19] [EE 333]

[20] Según la antropología que utilizamos, son necesidades discordantes: la agresividad, la dependencia emocional, la evitación del peligro, la evitación de la inferioridad o la defensa, el exhibicionismo, la gratificación sexual y la humillación o inferioridad.

[21] Loyola, Ignacio de. cartas a A. Galvanello, en MHSI (33), Epp 6, 63; al padre Lorenzo, en MHSI (40), Epp 11, 408 s; y a Felipe Leerno, de 30 diciembre 1553: MHSI (33), Epp 6, 109-110. García Domínguez, Luis María. “L’affezione disordinata come impedimento per l’elezione” …, Opus cit., 96-98.

[22] Cf. Alphonso, Herbert. (1991). La vocación personal. Roma: CIS, 70-71.

[23] Cf. Alphonso, Herbert. (1991). La vocación personal… Opus cit., CIS, 71.

 

[24] Cf. L. Di Pinto. (1981).  L’uomo visto da Gesù di Nazaret, in L’antropologia biblica (a cura di G. De Gennaro), Napoli, 671-674. TN.

[25] Cf. F. Mantara Ruiz-Berdejo, Discernimiento vocacional y derecho a la intimidad en el candidato al presbiterado diocesano (Coll. Tesi Gregoriana – Serie Diritto Canonico, 68), Roma 2005, 239. Cf. Apuntes personales para los estudiantes del Centro Interdisciplinario para la Formación al Sacerdocio de la Universidad Gregoriana, 2014.

[26] Carlotti, Paolo. La formazione della coscienza morale cristiana nelle sfide dell’oggi. Penitenzieria Apostolica. Corso sul Foro Interno, 4-8 marzo 2013.

[27] Jn 8, 31.51; 5, 24ss; 15,5ss.

[28] Jn 1,1.

[29] Jn 11, 43,44a. Cf. MEIC. (2004). Rimanere nella Parola. Esami di coscienza. Tracce pensate e proposte da Don Domenico Farias. Reggio Calabria: Laruffa Editore, 5-6. TN.

[30] Rupnik, Marko I. (2012). L’esame di coscienza. Per vivere da redenti. Roma: Lipa, 14-15. TN.

[31] Ďačok, Ján. “Esame di coscienza”. In: (2016). Peccato, Misericordia, Riconciliazione. Dizionario Teologico-Pastorale. Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 167. TN.

[32] Ďačok, Ján. “Esame di coscienza”. Opus cit., 167. TN

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