Por Joel Enrique Arellano Guillén, S.J.
De agosto de 2022 a febrero de 2023 viví la tercera probación en la provincia jesuita de las Antillas, específicamente en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. El grupo de tercerones lo integramos seis jesuitas: dos rumanos, un brasileño, un argentino, un estadounidense y un mexicano.
La tercera probación la concebimos en la Compañía Universal como la “escuela de los afectos” (Const. V, n.516) por lo que la estructura está diseñada para profundizar en nuestro ser y quehacer como religiosos jesuitas, reconocer que el centro de la vocación es la persona de Jesús con quien me he comprometido para hacer vida todos los días el Reino de Dios.
La experiencia está marcada por una serie de talleres que nos ayudan a revisar la vida espiritual, psicoafectiva-sexual, pastoral y comunitaria. La experiencia del mes de Ejercicios Espirituales es propia de este tiempo, en ellos resignifiqué mi vocación y me experimenté discípulo y compañero de camino, con la gracia de hacer mías las palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas “denles ustedes de comer” (Lc 9, 13), y la responsabilidad que ello conlleva ante la realidad actual de nuestro país y el mundo.
La tercera probación fue un tiempo propicio para profundizar y recoger las gracias recibidas en mi vida como jesuita de manera integral en todas las dimensiones. Si bien, es un tiempo de estudio, oración, reflexión y discernimiento para la incorporación definitiva a la Compañía de Jesús, también fue un espacio para poner el amor más en las obras que en las palabras, a través de la colaboración pastoral en la realidad de Cuba.

Los dos meses compartidos con la religiosidad, el sincretismo y la realidad de este país caribeño me llevaron a estar al límite y confrontar mi vida. Esta misión exige una cercanía honda con el Señor y, por ende, un espíritu fortalecido. Cuba es un país comunista en el que el Estado no satisface las necesidades básicas de la población: alimentación, salud y vivienda, lo que lleva a sus habitantes (principalmente jóvenes) a emigrar a otros países en busca de una mejor calidad de vida; esto genera que la sociedad cubana esté habitada por adultos mayores solos y enfermos, cuya preocupación diaria es procurar la comida del día sin más proyecto de vida que la sobrevivencia. En medio de esta realidad experimenté la frustración ante la interrogante: ¿cómo ser signo de esperanza en medio de este pueblo desolado? Desde mi experiencia, la mejor manera de estar y acompañar al pueblo cubano fue escuchándolos, orando junto a la gente y dejando que la gracia de Dios llenara los corazones de esperanza contra toda esperanza. Agradezco a Dios estos dos meses de cercanía con el pueblo cubano en los que reconozco cómo Él actúa en medio de la sequedad y la desesperanza.
Agradezco al Señor los frutos de consolación durante este tiempo los cuales me animan a seguir adelante, saberme profundamente amado por Dios, abrazar la vida y la vocación como un don y regalo; me siento también invitado siempre a poner el corazón en todo lo que hago y en el servicio a la Iglesia a través de la Compañía de Jesús con un corazón disponible para la misión que me sea encomendada.
Pido al Señor que todo lo bueno que ha sembrado en mí sea fecundo para el servicio de su Pueblo y así pueda en todo más amarlo y mejor servirlo.








