Espiritualidad Ignaciana

La Espiritualidad Ignaciana nació de la misma vivencia espiritual de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y plasmada hace más de 400 años con la intención de que hombres y mujeres logren encontrar a Dios  y den sentido a sus vidas.

Hay muchas maneras de expresar lo que se entiende por Espiritualidad. Nosotros lo entendemos como «el encuentro del espíritu humano con el Espíritu de Dios, de modo que Dios hace Su propuesta, y la persona humana responde al proyecto de Dios».

Ignacio se encontró con Dios en un momento crucial de su vida: cuando sintió en su cuerpo herido el fracaso de sus ambiciones humanas. A partir de entonces fue captando la llamada de Dios –fue «discerniendo» Su propuesta– y le respondió en forma gradual y progresiva, pero total y radical.

La experiencia de «conversión» a Dios la fue viviendo durante varios años, y la escribió Ignacio en un libro que se llama «Ejercicios Espirituales»[i] que, según su mismo autor, es ‘Todo lo mejor que en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el hombre poderse aprovechar a sí mismo, como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos».

Los rasgos principales de la espiritualidad que se deriva de los Ejercicios Espirituales te los podemos sintetizar en los siguientes puntos:

  1. Búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.
  2. Capacidad para saber discernir los «signos de Dios».
  3. Actitud de querer siempre “lo más y mejor» en el servicio a Dios.
  4. Simpatía y sintonía con todo lo creado y humano.
  5. Libertad interior y disponibilidad al servicio del Reino.
  6. Conocimiento, valoración y amor personal a Jesucristo.
  7. integración entre contemplación y acción: “en todo amar y servir»
  8. Amor y obediencia a la Iglesia real.
  9. Armonización entre el servicio a la fe y la promoción de la justicia
  10. Cultivo de las virtudes y devociones sólidas.

La espiritualidad Ignaciana tiene una clara orientación hacia el apostolado. Inspirada en la invitación de Cristo a colaborar con Él en la construcción del Reino de Dios, la persona que vive dicha espiritualidad experimenta una fuerte inclinación a poner todos sus talentos al servicio de la evangelización. Esto supone que tiene muy claro el fin que le propone Dios, y que sabe relativizar todas las cosas como medios para lograr el fin.

La vivencia de dicha espiritualidad se alimenta y se canaliza a través de un triple canal: Oración, Formación y Acción. La oración y la acción se integran en la famosa fórmula de «contemplación en la acción». La formación de la persona es permanente, intensa y orientada hacia la maduración cristiana del apóstol: no se estudia para saber no más, sino para servir mejor.

Ese ideal de vida supone y exige del cristiano una gran dosis de libertad interior, que Ignacio llama «indiferencia», pero que es la disposición interior necesaria para poder vivir el planteamiento evangélico de «Busquen, ante todo, el Reino y la Justicia de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt. 6,33).

El logro de esa libertad interior es fruto de un proceso de formación humana y cristiana en el que confluye el cultivo personal de dicha facultad con la experiencia espiritual personal que hace que uno descubra en Jesús «el gran valor de su vida». De ahí que se diga con toda propiedad que el Cristocentrismo es una nota característica de quien comparte la espiritualidad ignaciana.

[i] Ejercicios Espirituales: Conjunto de actividades que integran y dinamizan a la persona humana, a través de los cuales las personas, con la ayuda de un guía espiritual, se esfuerzan en profundizar su fe en Cristo y buscan el mejor modo de seguirle para mayor servicio de Dios y bien de los hermanos. En educación: toda clase de actividades psicomotrices y mentales que se realizan en el proceso de enseñanza-aprendizaje, las cuales promueven la actitud interactiva del alumno y hacen de su aprendizaje una auténtica “experiencia” intelectual y afectiva.

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